El Caudillo, con vestimenta militar, mira o parece que mira. Quizá no, quizá sólo esté ensimismado. ¿Quién puede saberlo? El abrigo: la ropa le queda holgada, demasiado holgada, como si su esqueleto hubiera encogido.
Algo de esto hay, sin duda. Con la edad y el deterioro, todos perdemos centímetros y muchos hasta carnes y volumen, algo que se manifiesta primeramente en el rostro. Y la cara del Generalísimo es reveladora.
«Estás en los huesos», le decimos a un familiar o a un amigo. Si le tenemos confianza, claro. Sospecho que, por aquellos años, alguien debió de decirle algo semejante a Su Excelencia. No es probable que fuera doña Carmen.
Ella tuvo una época de esplendor, con caderas y ancas de potra, según expresión de un Nobel. En los años setenta ya aparentaba más delgadez. Incluso parecía flaca (al menos para los cánones españoles). Por esas fechas, la esposa del Caudillo…
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