
En la campaña de 2014 escuché parte de la intervención de don Miguel Arias Cañete en una población gallega en la que estaba dando un mitin. Era una noticia de alcance y de trance. Ahora que Arias y señora han vuelto al candelero y al candelabro, refresco mis reflexiones.
Regresemos a 2014. En esa población gallega le había precedido en el uso de la palabra una candidata o una dirigente local, no sé: o ambas cosas a la vez.
El caso es que don Miguel comenzó alabando el papel que en política desempeñan las mujeres excepcionales. Puso como ejemplo a la señora que había discurseado minutos antes. Qué bonito queda, qué desprendido cuando piropea a las damas fuera de serie.
Y Cañete insistió en que él se siente muy a gusto y satisfecho trabajando con mujeres excepcionales como la señora anterior. O como su señora esposa, cuyo nombre aparece ahora, asombrosamente, en los Papeles de Panamá.
La fórmula «mujeres excepcionales», alabar a las chicas, a ciertas chicas que conoces como tales, no te libra del machismo. Sin embargo, parece que el listo del señor Arias Cañete desconoce la lógica y la retórica.
Pongamos ejemplos que me son cercanos y utilicemos sus fórmulas. Entre los negros hay negros excepcionales, entre los judíos hay judíos excepcionales, entre los valencianos hay valencianos excepcionales…, admitir eso no niega lo fundamental: que hay negros, judíos o valencianos que no lo son.
¿Qué se hace con ellos? ¿Los soportamos estoicamente? ¿Consentimos que ocupen puestos de trabajo y lugar en la sociedad a pesar de que no son excepcionales?
El varón blanco que es Arias Cañete se juzga superior. Es decir, por lo que parece, él tiene un fiel medidor para evaluar el estado, la superioridad e, imaginamos, la inteligencia de sus rivales o de sus colaboradores. Viéndolo, nadie lo diría.
Cuando habla en debates electorales, televisivos, farfulla, esquiva la mirada adversaria seguramente por la coquetería que comete al quitarse las gafas. Cuando habla a la cámara puede lanzar balines de saliva pastosa al tiempo que maneja con torpeza un bolígrafo. Para más inri muestra unas notas manuscritas que deberían haber quedado reservadas. Muy listo no parece el hombre. ¿Es acaso excepcional? Veamos.
Pongamos un ejemplo que me es muy cercano. Yo soy un valenciano normal. ¿Estoy contento por ser tal cosa? El lugar de nacimiento no es algo que me entusiasme si no va a asociado a valores emocionales positivos, pero en mi pueblo o mi ciudad también hay cosas de las que avergonzarme.
Yo me avergüenzo con cierta frecuencia de mi condición de valenciano: aquí tenemos ejemplos de depredadores que bien podrían figurar en la ‘Historia universal de la infamia’, de Jorge Luis Borges. Por tanto, cuando digo que soy valenciano o varón he de admitir que hay cosas de los valencianos y de los varones que no me gustan nada.
He dicho que soy normal. Eso significa que soy una persona equivalente a otras. Tengo los mismos derechos y también tengo vicios de los que a veces me gustaría quitarme. Tengo costumbres y también virtudes de las que legítimamente me enorgullezco y que en ocasiones son una carga.
Lo normal es, pues, algo digno, no indigno. ¿Qué pasa? ¿Que yo no soy excepcional? Pues qué le voy a hacer. Me conformaré con mis habilidades y me habituaré a mis vicios. Al final, por mucho que me depure, acabaré muriendo.
Si soy un varón normal y encima valenciano, ¿qué trato me dispensaría el señor Arias Cañete en una hipotética contienda electoral? ¿Me trataría como a un igual por ser un hombre?
Pero si soy un hombre de escasas o muy medianas cualidades, ¿entonces qué haría conmigo? ¿Abusaría intelectualmente de mí por no temer ser tachado de machista? ¿Me dejaría ganar por inspirarle pena o piedad al ser normal y valencianet?
Estoy considerando seriamente la posibilidad de cambiar, de hacer trabajo de campo, de convertirme en mujer normal para comprobar qué sucede.
Lo sé. Jamás estaré en un ministerio o negociado que Cañete administre, pero no porque yo no quiera (que también), sino porque él no me querrá. Sólo admite hombres normales, siempre superiores, y mujeres excepcionales. Excepcionales a pesar de ser mujeres.
Aquí no hay quien viva con la lógica de don Miguel Arias Cañete.
Viva el vino.