HAL 9000

Just  what do you think you’re doing, Dave?

Esto ya lo he contado, pero me permitirán que de cuando en cuando me ponga melancólico. Suele ocurrirme cada verano…

Hubo un tiempo en que el mundo era predigital. Eran otras épocas. Las cosas se hacían con las manos, no con los dedos, digo yo. Al menos para la gente corriente, el mundo era así.

Hablo de cuarenta o cincuenta años atrás, cuando los aparatos domésticos y extradomésticos ocupaban un gran espacio físico. Los cacharros más inteligentes funcionaban con inverosímiles tarjetas perforadas.

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La computación era cosa de expertos militares en plena Guerra Fría, técnicos de origen alemán a los imaginábamos con batas blancas en laboratorios norteamericanos. No había ordenadores personales. Había artefactos gigantescos y programas de desarrollo militar.

El futuro era un sitio aseado, de superficies planas, con aristas y tacto metálico. El porvenir era un lugar de plásticos duraderos y silencios agudos. No había polvo ni inmundicias: tampoco pasiones ni multitudes.

Solos, en el espacio, con nutrición artificial, sin sexo diario, jugando una inacabable partida de damas o de ajedrez, teniendo por rival a una computadora omnisciente, que así se llamaban: computadoras.

Pero, en un determinado momento, ese ordenador frío, calculador y servicial dejaba de ser aparato ancilar para convertirse en un humano más, en un tipo engreído y emocional, con el amor propio alterado.

A partir de ese instante, el futuro era ya imprevisible. Para algunos, quizá era el nacimiento de un hombre nuevo, incluso de un superhombre. Para otros muchos, era la ruina misma de la existencia.

2001. Una odisea del espacio,de Stanley Kubrick, se estrenó el 2 de abril de 1968. En España, el primer pase se hizo, posterior y simultáneamente, en Madrid y Barcelona el 17 de octubre de 1968. En Valencia llegaba a las pantallas en la Navidad de 1968, en el Cine Paz.

Era una sala ya desaparecida. Estaba en la Calle Ruzafa y tenía un aforo de dos mil butacas. Fue entonces cuando la vi. Acudí al cine acompañado de mis señores padres. Yo contaba nueve años. Quedé fascinado, según he detallado siempre que me han dejado. Por supuesto no entendí gran cosa.

Luego he regresado en numerosas ocasiones, tratando de comprender el mensaje que Kubrick transmitía. El mensaje no es precisamente lo más tranquilizador de aquel film, con concesiones a Dios, a la New Age e incluso al misticismo.

Hay, sin embargo, en la película secuencias memorables que retengo desde que la vi por primera vez. Para mí, cuando la estaba contemplando era un relato majestuoso e indescifrable. La veía como una película de ciencia-ficción, sí, pero hermética y bella, o quizá oscura y premonitoria. Con astronautas en hibernación; con tripulantes enfundados en sus trajes blancos moviéndose con lentitud sideral; con comida en cápsulas o en patés de colorines.

Era el futuro. El porvenir no estaba en una población de la Tierra, con adelantos que podríamos ver, sino en una estación espacial o en la nave Discovery, no-lugares convertidos en alojamiento humano.

Recuerdo los atavíos de los pasajeros o de la tripulación de la estación espacial: una moda muy pop, de un primer pop prehippy, con pantalones aún estrechos, casi pitillos. Pero recuerdo sobre todo la vida en el Discovery. Era una aventura en el sentido más literal de la expresión: un viaje más allá de las estrellas, con un destino que no se conoce bien y con unas metas que la tripulación verdaderamente ignora.

Pero quien lo sabía todo era ese otro miembro de la tripulación que desde entonces me fascina: HAL 9000. Las computadoras de entonces, de los años sesenta, se llamaban así: computadoras, ya digo. O al menos eso era lo que oíamos en pantalla. Y su aspecto externo no era como los ordenadores de hoy: su parte decisiva no era una pantalla o teclado, sino el ojo que te ve, una especie de objetivo con el diafragma bien abierto.

HAL era como Polifemo, pues disponía de un solo ojo, sí, pero, a diferencia de aquel, tenía un dominio panóptico sobre la nave: en todos los rincones del Discovery había terminales que le facilitaban el control de lo que pasaba. Como el Big Brother de Georges Orwell.

Porque, según nos recuerdan Joan Bassa y Ramon Freixas en su libro dedicado al cine de ciencia-ficción, “es necesario precisar ante todo la existencia de dos tipos diferentes de computadora: la máquina programada, archivo de memoria y suminsitrador de datos, y el cerebro electrónico, categoría máxima de máquina dotada de una inteligencia propia, capaz de razonamientos de todo tipo y, sobre todo, no sólo capaz de responder, sino también de preguntar”.

HAL es memoria y razonamiento, capaz de averiguar lo que pasa. Pero lo que pasaba no sólo lo advertía con su único ojo. También sus redes neuronales le permitían acoplarse a la nave, solaparse con ella, de modo que un desperfecto técnico era captado o percibido inmediatamente.

La historia de 2001 puede ser interpretada de modo diverso y hay, desde luego, distintos problemas que allí se nos muestran: el dominio espacial, sí; pero también los misterios de la existencia, la ambición y la soledad; el poderío de las máquinas y la pequeñez del hombre; las persistentes necesidades humanas de amor, de comprensión, que aquí las expresa HAL, un cacharro concebido para ser perfecto pero cuyo desarreglo neuronal empieza cuando debe enfrentarse a los hombres; las promesas, en fin, de superación que nos depara el futuro (con ese superhombre que vemos nacer).

Cuando Dave Bowman, el único astronauta que sobrevive, empieza a desconectar la computadora, el cacharro tiene miedo. “Just what do you think you’re doing, Dave?”, le dice HAL. Es una pregunta literal pero es también la expresión de un miedo, pues su vida se apaga, cosa que puede producir serios daños en esas redes cerebrales.

Justo en ese momento empezamos a oír ruidos electrónicos, chasquidos metálicos (así lo recuerdo) y un tarareo de HAL. No es el vals de Strauss, que nos acompaña con frecuencia, sino una cancioncilla infantil. “Daisy, Daisy…”

Esa pieza nos muestra la infancia de la computadora: le fueron introducidos recuerdos y sentimientos, recursos de la existencia humana que siempre se expresan bajo la forma de relatos. Ruidos, valses y sonsonetes.

Siendo niño, la primera vez que vi aquella película no la entendí (insisto), pero quedé definitivamente fascinado por la mezcla de imágenes y sonidos. Admití que el futuro sería algo así y que, por supuesto, el espacio exterior (qué bien sonaba aquello: el espacio exterior) era exactamente igual al visto en 2001. Era una película pomposa, cierto, pero qué película, señores. No puedo volver a verla (o a oírla) sin sentir una punzada de nostalgia por el… futuro.

2001 me quedaba muy lejos aún y yo tenía una inmortalidad de sesenta o setenta años por vivir.

Un comentario

  1. Hola, buen artículo, pero claro, teniendo que en cuenta que te basas en una obra maestra era fácil :-)

    Me gustaría preguntarte:

    ¿Te has planteado que el monolito del principio y del casi final representa a los aparatos de telefonía móvil que desde 2001 son omnipresentes de forma generalizada?

    A mí me inquieta :P

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