Juan Carlos Onetti. Un cuento perfecto

‘El posible Baldi’ (1936) es un relato preciso y perfecto de Juan Carlos Onetti. Es preciso porque funciona con gran economía verbal. Es perfecto porque se da y se dice lo que, por economía, debemos saber. Ni más ni menos.

Me dispongo a revelar por qué. Absténganse quienes crean que la intriga y el desenlace son importantes en Onetti.

‘El posible Baldi’ es una narración en que la que alguien cuenta un cuento que parece real a otro personaje.

Al hacerlo así agranda su identidad, forjando lo que sólo en él es potencial o ya perdido. Es un modo de fijarse otros límites, pero también es una manera de duplicarse.

¿Quién relata? Es un narrador en tercera persona que adopta la perspectiva del personaje llamado Baldi. Lo que sabemos lo sabemos por lo que el propio Baldi sabe o experimenta o cavila o cree.

Nos lo encontramos por la calle dispuesto a marchar a Palermo. Hemos de suponer que se refiere al barrio sur de Montevideo.

Baldi ha quedado con una mujer, con Nené, su novia, su prometida. Con ella irá al cine tras pasar por la barbería y cenar. Un porvenir de rutina, vaya.

A lo largo del cuento, Baldi es un paseante que se transforma, un tipo vulgar que cambia, alguien que sale del trabajo, del estudio o bufete de abogados en el que trabaja.

Es alguien, sí. Camina satisfecho con sus honorarios en el bolsillo y esperanzado por la noche que vendrá, que tendrá, previsible, ya fijada.

Pero Baldi es también un embustero potencial, alguien fantasioso que gusta de impresionar, que desea asombrar a quien se deje seducir con sus embelecos.

El cuento es eso precisamente: de cómo lo que es mentira puede convertirse en ficción si el destinatario (en este caso, una destinataria) se deja embaucar para su propio entretenimiento o disfrute.

De Baldi lo ignoramos prácticamente todo, su pasado, su vida, fuera de los pocos datos que se ofrecen en el cuento. Desconocemos la verdadera identidad del Baldi que es y del posible Baldi que imagina ser o que si se esmera llegará a ser.

Me refiero a ese otro personaje que resulta fruto de su invención y de su palabra, pero también del deseo y de la expectativa de la mujer que termina por acompañarlo y que ha quedado prendada de su aspecto y apostura.

Esa dama ha sido molestada por otro varón. Baldi la rescata haciendo huir a dicho hombre. La mujer lleva un vistoso impermeable verde oliva.

No sabemos exactamente qué ha sido de la vida anterior de Baldi, de ese pasado que ahora va a ser objeto de fantasía, de especulación fantástica. Sabemos únicamente lo que un narrador cicatero, escaso y dudoso nos cuenta.

¿De qué manera nos lo cuenta? Sigue el estilo libre indirecto. No dice literalmente lo que piensa o dice Baldi, sino sólo lo que más o menos piensa o dice.

Esto es, parafrasea sus cavilaciones y su forma de hablar, pero no entrecomilla pues no transcribe, sino que reproduce aproximadamente. Fuera de eso, pocos datos más. Pero no necesitamos más.

Los cuentos logrados son instrumentos de precisión, una radiografía perfecta de lo que no sabemos, de lo que ignoramos, de lo que desconocemos: de lo que es interior y finalmente se revela o apenas se intuye. Una radiografía en negativo, si es lo que preferimos.

Baldi es un tipo corriente, un individuo ordinario que fantasea con alguna vida alternativa y siempre aventurera, en el límite mismo de lo imaginable: existencia inventada, ficción de la que alardea ante una dama impresionable.

En principio, como antes decía, es un embuste, pero la participación voluntaria de Baldi y de la mujer que viste un impermeable verde oliva transforma la mentira en ficción.

Baldi dice haber estado en África, en África del Sur. ¿Haciendo qué cosa? Vigilante en una mina de diamantes, lugar en donde cazaba negros.

Cazaba negros, leemos. Nada menos. Ni siquiera ha debido manejarse bien con un inglés precario. Para su trabajo no precisaba mucho dominio del idioma.

Lejos de escandalizarse, la señora se sorprende del dolor que Baldi ha debido de padecer allí. Es decir, le atribuye sentimientos humanitarios: no es posible soportar sin más ese trabajo tan increíble, el de cazar negros.

Pero Baldi hace todo lo posible para escandalizar a la dama. No le quita hierro a la circunstancia por la que supuestamente habría pasado tiempo atrás.

Es más: da detalles de ciertas crueldades o profanaciones cometidas con negros ya muertos cuyos cuerpos habría dejado abandonados durante muchos días hasta el principio de su descomposición.

Baldi dice haber emprendido todo tipo de hazañas o locuras (depende cómo queramos verlas), incluso actividades de contrabando de cocaína en el Norte (probablemente se refiere a Estados Unidos). Con ese comercio extrae o habría extraído sumas de dinero fácil.

Qué manera tan colosal de imaginarse en otras vidas y de provocar la sorpresa o admiración de quien escucha, una Bovary de plaza Congreso.

Por supuesto, cuando el narrador nos dice esto, esto mismo, nos hace un guiño: alude a Emma Bovary, la protagonista de Madame Bovary (1857), de Gustave Flaubert.

Se supone que la dama del impermeable verde oliva que escucha con arrobo experimenta una enajenación semejante a la que padeció aquel otro personaje femenino.

Se supone, en fin, que la mucha literatura perturba hasta hacer vivir en un delirio. Exactamente como también le pasaba a Alonso Quijano convertido en Don Quijote.

Es delirio cuando quien lo padece, cuando quien padece ese trastorno transitorio, no sabe distinguir lo real de lo fantasioso, quien no sabe encontrar el camino de regreso al mundo externo.

Baldi emprende todo esto para darse vida, para imaginarse a sí mismo en otra identidad que le permita desdoblarse. ¿Hace daño a alguien?

En principio engaña a esas mujeres que, como la del impermeable verde oliva, le escuchan embelesadas o sorprendidas. ¿Pero inflige daño?, insisto.

Baldi, el auténtico, se parece a los individuos ordinarios, se nos parece: sólo ha llevado “una lenta vida idiota, como todo el mundo”; sólo ha sido un “hombre tranquilo e inofensivo que contaba historias a las Bovary de plaza Congreso”.

Como tantos de nosotros, “no fue capaz de saltar un día sobre la cubierta de una barcaza, pesada de bolsas o maderas”; tampoco se animó “a aceptar que la vida es otra cosa, que la vida es lo que no puede hacerse en compañía de mujeres fieles ni hombres sensatos”.

Baldi, el auténtico, “había cerrado los ojos y estaba entregado, como todos. Empleados, señores, jefes de las oficinas”, leemos en el cuento de Onetti. ¿Baldi, el auténtico? ¿Y quién es?

Estamos hechos no sólo de actos consumados, sino también de cavilaciones y suposiciones que jamás hemos materializado.

Estamos hechos de ausencias irrecuperables, de lo inconcluso o no realizado, de cobardías de las que siempre nos arrepentiremos.

Estamos hechos de temeridades insólitas de un solo día, de sueños incumplidos que nos han constituido, de heridas fantasiosas que aún nos duelen. ¿Y?

No somos sólo esos seres tranquilos e inofensivos a los que, finalmente, nos resignamos. A la larga o a la fuerza, de grado u obligados.

También somos como el “Baldi de las mil caras feroces que la admiración de la mujer hacía posible”. También somos el Baldi que obtiene dinero fácil con contrabando de cocaína.

Si también somos lo que no somos, lo que no nos atrevimos a ser, ¿entonces obramos como impostores? A esa pregunta, el cuento no da respuesta.

Somos lo que somos efectivamente y lo que nuestra imaginación, fantasía o delirio nos hace ser o creer que somos, al menos porque obramos condicionados por realidades y quimeras.

No puedo sacudirme ese Baldi potencial, ese personaje virtual que también soy. ¿Por qué razón?

Porque lo imaginado, lo fantaseado o incluso lo delirante condiciona mis actos reales, esos hechos verdaderamente consumados que emprendo mientras espero o esperamos nuestra extinción serena o alocada o acelerada.

2 comentarios

  1. «Había cerrado los ojos y estaba entregado, como todos.»
    ¿Cómo todos? Es posible que así sea siempre, pero me gustaría y mucho creer que se puede ser como usted dice, don Justo, «lo que somos efectivamente y lo que nuestra imaginación, fantasía o delirio nos hace ser o creer».
    Igual sí que es posible, a lo mejor sólo se necesita intentarlo con auténticas ganas, deberíamos, tal vez, entrenarnos como si nos fuera en ello la vida, nuestras múltiples vidas, sean éstas de ficción o no lo sean.
    Al fin y al cabo, hasta el mismo Baldi sabe, porque Onetti así se lo escribe para él casi al comienzo de su magnífico cuento, que se «necesita
    un cierto adiestramiento para poder envasar la felicidad.»
    Un abrazo.

  2. No me había enterado de su comentario, sr. Calabuig. Le pido disculpas y convengo con usted en la excelencia de este cuento de Onetti. Quién pudiera…

    Magnífico, como usted dice.

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