¿Demasiado Unamuno?

Distintas personas se preguntan legítimamente si no hay otra figura de interés durante la Guerra Civil.

Se refieren a don Miguel de Unamuno. Se preguntan directa o indirectamente si no habrá llegado el momento de parar.

Por el éxito de la película Mientras dure la guerra (2019), de Alejandro Amenábar, podría tenerse la impresión de que el único drama vivido durante la contienda es el que padeció don Miguel.

Ante esta duda o ante la saturación que experimentan potenciales espectadores, otros personas se suman a la protesta condenando a Amenábar.

Que si es insoportable, que si su principal referente ha sido Reverte, que con escasos conocimientos ha concebido un film de poco o nulo interés. Que comete errores históricos.

Quienes esto afirman se equivocan. Para no saturarse, lo primero que hay que hacer es evitar las promociones de las novelas o de las películas.

Lo que hay que hacer es acudir al cine o leer el relato recién aparecido que nos despierta el interés con los menores apriorismos.

Que los creadores sean hoy (o estén condenados a ser) mercaderes de su propia obra ni agranda ni empequeñece los valores de sus creaciones.

Todos los periódicos quieren entrevistas con cineastas de éxito justo cuando se estrena su nuevo film, todos los medios desean una interviú ante la novedad literaria del novelista acreditado.

Es normal que esto pase. Como es normal, que las productoras y las editoriales organicen tours para promocionar el nuevo género de que disponen y que se lo quitan de las manos.

Normalmente, yo evito esa avalancha promocional, esos paratextos que se adosan a los textos (si de novelas hablamos).

Los útiles paratextos perturban, mediatizan, condicionan o alteran la recepción de la obra. Yo aún quiero ser el lector o el espectador inocente.

¿Acaso el director o el novelista no tienen derecho a expresarse, a explicarse? Por supuesto, tienen derecho.

Y están obligados… Pero la valía de la obra no está en las glosas de los propios creadores.

A ellos no les corresponde dar el significado final al producto resultante. No es la de ellos la única interpretación válida e incluso sus exégesis no siempre favorecen la correcta recepción de la película o la novela.

Son, por el contrario, los destinatarios y sus impresiones, más o menos acertadas, atinadas o documentadas, las que aúpan o entierran un libro o un film.

Es el efecto que esas creaciones provocan en los públicos aquello que es indicio o pista. Luego es cada uno, ya influido y mediatizado, quien soberanamente juzga la obra.

Por tercera vez he vuelto al cine para ver Mientras dure la guerra. Contrariamente a lo que pudiera pensarse, no me he aburrido, no he sentido tedio alguno. Tampoco me dado ningún ataque de bostezos.

Como la primera vez, he asistido con interés y atención creciente al pase de la película.

Por supuesto te fijas en detalles aparentemente menores, te detienes en aspectos que pudieran pasarte inadvertidos.

Pero, sobre todo, lo que sorprende es que la historia central, tal como la vemos, tal como se desarrolla, tal como nos la muestra Amenábar, sigue provocándonos emoción, sigue propiamente emocionándonos.

Tiene elementos de melodrama, en el sentido literal de la expresión, y por ello la banda sonora, se hace presente,

Bien presente, con refuerzos enfáticos y con resonancias propias del nacionalismo musical español. Es quizá lo que debería haberse atemperado.

Esa banda sonora aumenta su volumen por momentos —o en determinados momentos— y con esas músicas crecen nuestra congoja y estremecimientos.

¿Con quién? Con la suerte que corre don Miguel de Unamuno, cuya vida es extraordinaria en muchos sentidos.

Por supuesto, hay en la película muchos otros elementos a considerar y que en breve glosaré.

Pero Unamuno, el intelectual sin ataduras, el republicano fervoroso y pronto decepcionado, el grafómano que opina, juzga, se entromete y se compromete, es aquel que nos conmueve.

Don Miguel tiene una historia detrás la mar de interesante, una historia de enfrentamientos con la monarquía, con Alfonso XIII, y con la que podríamos entender una parte de las convulsiones y miserias de la Española del siglo XX.

La película de Amenábar, que está asesorado históricamente por Julián Casanova, es una recreación muy bien documentada.

Es una recreación en la que el director se toma sus licencias (como no podía ser de otra manera). Pero la puesta en escena y la condensación de datos y hechos es minuciosa y admirable.

No es fácil contar un drama interior y una tragedia exterior. No es fácil mostrar a un individuo tan perspicaz, tan agudo, tan soberbio, tan humilde, tan desgarrado por sus ingenuidades y errores, por sus egotismos y ‘yoísmos’, por sus graves, por sus gravísimas equivocaciones.

Es este Unamuno de 1936 un individuo que, además, se siente responsable de haber apoyado inicialmente con ceguera inexplicable (o explicable) a los sublevados de 1936. Y es un hombre cristiano que se escandaliza ante las matanzas de los “hunos” y de los “hotros”.

Unamuno hablaba idiomas, era catedrático de Griego, tenía saberes inconmensurables, analizaba con prontitud y con exactitud los males de una España de caciques y agiotistas.

Unamuno era contradictorio y congruente a la vez. Era republicano y era socialista, era liberal y era cristiano. Etcétera. Todo eso lo fue por tiempos y en ocasiones lo fue a la vez.

Al margen de sus calidades o de algún pero que se le pueda reprochar, la película Mientras dure la guerra me ha llevado a refrescar lecturas.

Y a leer volúmenes a los que todavía no había llegado. Me ha llevado a leer páginas y páginas de y sobre Unamuno. Me ha llevado a releerlo.

Con ese empeño y con ese esfuerzo me siento muy pagado, me siento feliz. He recordado cosas que sabía y creía haber olvidado.

He recordado cosas que sabía y que no sabía que sabía. He aprendido aspectos de la historia de España y de la vicisitud del intelectual que me hacen cavilar aún más.

¿Demasiado Unamuno?

No, por favor. Unamuno, Unamuno, Unamuno, más Unamuno por favor.

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