La Fiesta de la Raza y otras penalidades

Miguel de Unamuno siempre desconfió de las fiestas patrióticas. Le parecían días de exaltación comunal y política, jornadas febriles.

Le parecían días concebidos para amansar o soliviantar a las masas, para hacerlas copartícipes de ideales unitarios, algo indigestible para un individualista como él.

A su juicio, las fiestas colectivas no son más que “grotescas solemnidades oficiales y oficiosas”. Entre ellas, el 12 de octubre, fecha que siempre le provocará rechazo.

Para él, el 12 de octubre es “fiesta ritual y ridícula”, una exaltación que empieza por ley de 15 de junio de 1918 llamándose Fiesta de la Raza (luego Día de la Raza) y que “mejor habría estado llamarla la fiesta de la lengua”.

Eso dice Unamuno en un artículo casi coetáneo, fechado en 1919. “Pero ni lo uno, ni lo otro. Y en esa fiesta volvió a fluir la garrula vaciedad del iberoamericanismo oficioso”.

En dicho artículo, tras el Desastre del 98 y las aventuras africanas igualmente desastrosas, deplora el sesgo neocolonialista de esta celebración.

Le molesta sobremanera la apelación retórica y nacionalista de la España imperial.

“Convendría acabar con este equívoco de la raza, o darle un sentido histórico y humano, no naturalístico y animal”.

En los años treinta —nos recuerdan Colette y Jean-Claude Rabaté, biógrafos de Unamuno—, se opone a la propaganda extrema de “los llamados racistas o nacionalistas ciento por ciento”.

Don Miguel denuncia la deriva xenófoba de esta conmemoración y el uso político que se hace de ella. Lo había adelantado en 1919 y lo repetirá en distintas ocasiones.

“Y hoy me siento obligado a insistir en ello, en vista de la exasperada barbarie –⁠mejor salvajería⁠– que el tal racismo alcanza, especialmente en Alemania”, precisa Unamuno en mil novecientos treinta y tantos.

“¿Pues qué sino salvajería es todo eso de los arios y de la svástica o cruz gamada, que es todo lo contrario de la cruz universal cristiana? ¿Qué, sino salvajería es la persecución a los judíos?”

En cualquier caso, dicen Colette y Jean-Claude Rabaté, Unamuno no deja de subrayar el significado conservador de las conmemoraciones del 12 de octubre, una celebración ”tan inventada como las nociones de fiesta y hasta de raza”.

No obstante, el 12 de octubre de 1936 estará presente en el Paraninfo de la Universidad de Salamanca.

Irá forzado, con renuencia, sin voluntad de hablar. Por primera, única y última vez recibe el encargo como Rector de presidir el acto literario.

No es cualquier cosa: lo preside en calidad de representante del general Franco.

Ya ha sido designado como Generalísimo y Jefe del Estado y ya ha establecido su Cuartel General en Salamanca.

Unamuno está obligado a pagar ese peaje, a asistir a una celebración en la que no cree y contra la que ha despotricado lo largo de los años.

¿ Y por qué está forzado a acudir? Por su desgraciada adhesión al levantamiento del 18 de julio.

¿Y qué pasa ese 12 de octubre de 1936?

Con habilidad cinematográfica, con imaginación y con fidelidad histórica, Alejandro Amenabar recrea en Mientras dure la guerra (2019) aquel acto.

Recrea la intervención de Unamuno y la reacción atrabiliaria de José Millán-Astray. Recrea este episodio y otras penalidades. Punto y aparte.

El martes 15 de octubre de 2019, a las 18:30, reviviremos esos hechos. ¿Dónde? En los cines Babel de València, en el Cine-Club que dirige Manuel de la Fuente.

Manuel ha tenido la amabilidad de invitarme al acto para presentar la película y para abrir el diálogo posterior con los espectadores allí presentes.

Les espero. Por mi parte, será la cuarta vez que vea el film…

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