Me dispongo a releer No te veré morir (2023), de Antonio Muñoz Molina. Sí, a releer.
Muñoz Molina es autor de una novela aparentemente ‘menor’, breve. En realidad, es de amplio alcance. Aspira a representar una totalidad siempre fragmentada.
Recrea el mundo actual o ya desaparecido, el suyo y el de sus personajes, con los que tiene alguna familiaridad.

Pero este propósito, el de acceder al mundo grande o terrible, no depende de la extensión material de la novela. Depende de la intensidad de la creación o de la recreación ficticia.
Su novela es, así, una fabulación que cuenta y muestra aquello que alguien ha vivido directa o indirectamente. Son hechos, pero también fantasías que no se cumplieron.
No diré de quién o de quiénes.
Son acontecimientos en que los lectores podemos reconocernos. En algún sentido, es un mundo que también es el nuestro o que se asemeja al que conocemos.
Su novela nos pone en riesgo y a salvo y nos hace interrogarnos. ¿Por qué? Porque nos hace sentir lo propio y lo ajeno.
Y nos hace sentir condicionalmente lo que podríamos haber vivido. Nos lleva a experimentar de modo solidario los hechos y las vivencias de sus personajes.
Todo ello, claro, en el caso de haber compartido la suerte o la desgracia de esos caracteres, su destino o las vidas alternativas que quizá esas mismas personas desecharon.
Pero las novelas, al menos las que se escriben con drama y autenticidad —como son las de Antonio Muñoz Molina— no se conciben para saldar y apaciguar. Difícilmente restauran lo que no pudo ser.
En Muñoz Molina, el género narrativo no es una consolación. No sirve para reparar el pasado o el curso de una vida. ¿Y quién puede saber si la alternativa no era aún peor?
Para Antonio Muñoz Molina, escribir una novela, esta novela, es forzarse a pensar y sopesar lo que ocurrió. Y lo que bien pudo ocurrir pero no sucedió. Por tanto, esta narración es un tablero con distintas jugadas de suma incierta.
La vida, en esta novela, no es sólo lo que aconteció. Es también el repertorio de itinerarios no transitados. No transitados, pero sobre los que los personajes han pensado o cavilado.
Esos personajes se tropiezan con lo que experimentaron o creen haber experimentado. Aunque también chocan con lo que fantasearon, pero que quedó sin consumarse.
Sus personajes tienen perfiles bien definidos. Tienen comportamientos reconocibles, pero a la vez son imprevisibles. Nunca obran como suponíamos o hubiésemos preferido.
En esta novela tenemos a dos varones. ¿Fracasados, triunfadores? Son dos varones hermanados por la pesadumbre o la insatisfacción que sienten con sus vidas y elecciones.
Tenemos a damas de gran coraje y habilidades, con vida propia o subordinada.
Son mujeres vistas por varones a las que locamente abandonan o defraudan o a las que la existencia malogra.
Antonio Muñoz Molina no nos imparte lecciones con su novela. Pero en el relato y sus contrapuntos hay enseñanzas morales sin didactismos.
En esta obra, el mundo conquistado no es el que el personaje esperaba. O es un logro que ahora no valora. O es una conquista que está a punto de desmoronarse.
Muñoz Molina es sobre todo un observador que se vale de narradores varios, en tercera o en primera persona, con puntos de vista cambiantes cuyas conclusiones no son equivalentes o congruentes.

Con los datos siempre limitados, cada narrador conjetura o fantasea sobre lo que es, lo que fue, lo que pudo ser, lo que deseaba o lo que temía.
Y esos hechos no son circunstancias heroicas. Es más bien lo ordinario, lo cotidiano e incluso lo vulgar aquello que es objeto de inquisición.
Lo que se da en esas vidas es lo que el autor examina, una suma de sucesos menores, cursos de acción o decisiones que valorar.
Etcétera, etcétera.
Y ahora, si les parece, olviden todo lo dicho. Lean No te veré morir. Hay más, mucho más, de lo que yo puedo decir, que es mucho menos de lo que ustedes merecen.
——
———

Deja un comentario