El Hôtel National des Invalides (El Palacio Nacional de los Inválidos) es uno de los monumentos más relevantes de París.
Acoge la sepultura de uno de los personajes más importantes de la Francia contemporánea: Napoleón Bonaparte.
Fue edificado en el siglo XVII como residencia para los soldados franceses retirados. Comenzó a prestar sus servicios a partir de 1674.
Es un imponente complejo arquitectónico, con ese toque de grandeur, de lujo y esplendor, que es tan característico del patriotismo o del chovinismo francés, según queramos verlo.

La grandeur, sí, al menos desde que Francia se constituyera en Imperio, más concretamente en Imperio napoleónico. De ese pasado belicoso y cruento aún se alimenta parte del orgullo nacional.
Allí podemos contemplar el panteón dedicado a quien fuera emperador de todos los franceses y de las tierras invadidas en guerras sangrientas.
Fueron conflictos de mucha dureza y modernidad. Allí está la tumba de Napoleón, sí, dispuesta en elevación, a la vista de todos los visitantes. La sala que se le dedica es una exaltación acrítica de este famoso soldado.
Resulta bochornoso leer las cartelas que describen su periplo.
Resulta insultante cómo se idolatra a un Usurpador, que así fue visto por una parte de los paisanos cuyas tierras eran incorporadas al Imperio.
Resulta simpático que aún hoy se celebre a alguien que con sus tropas conquistaba el Continente exportando el código y las ideas revolucionarias.
Lo conquistaba en defensa propia, claro, acompañando sus acciones bélicas de orden, institución y rapiña. Se pensó como el mayor estratega de la historia.
Acabó mal, en Santa Elena, en parte repudiado y en parte idolatrado. Nunca Francia volvería a tener tal protagonismo en el dominio del mundo.
En 1840, los restos de Napoleón fueron trasladados de Santa Elena a París, medida ordenada por rey Luis Felipe I de Francia. Su cadáver será depositado en Les Invalides.
Un siglo después, desde 1940, el mausoleo contiene también los restos de su hijo Napoleón II.
Era ésta una cesión de Adolf Hitler al gobierno colaboracionista de Vichy.
También podemos visitar allí la tumba de José I de España, entre otros soldados.
Francia nunca ha tenido una dictadura fascista, de inspiración fascista, que se constituyera como potencia del Eje.
Es cierto que el Régimen de Vichy fue una ignominia del colaboracionismo con el ocupante nazi.
Las imágenes de Hitler en París, haciéndose retratar ante la Torre Eiffel son especialmente dolorosas.
Ningún dictador francés mandó erigir un gigantesco mausoleo para su eterno descanso.
Y, por tanto, el sanguinario Napoleón, hombre cruel, sensible e inteligente, tuvo que esperar a ser depositado en los Inválidos por decisión ajena.
Conclusión: la tumba de Napoleón, que está rodeada de leyendas bochornosamente laudatorias, en verdad chovinistas, no tiene nada que ver con el enterramiento de Francisco Franco.
No tiene nada que ver con el antiguo enterramiento de Francisco Franco en El Valle de los Caídos, monumento de dudosa estética pero que es documento de una dictadura sangrienta.
A uno lo sacaron de su tumba para llevarlo a París; a otro lo sacaron de Cuelgamuros para depositarlo en la cripta, mausoleo o panteón familiar que los deudos eligieron.

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