Hace un año, más o menos, escribí un artículo sobre Ciutadans de Catalunya. Mostraba mi escepticismo, básicamente por estar constituido por intelectuales: por profesores metidos en arena política. ¿Quiénes son los intelectuales?, me preguntaba días atrás en Levante. ¿Aquellos que cultivan el intelecto, los que se valen de la reflexión, de la cognición? Los intelectuales son aquellas personas que, dotadas de alguna cualidad reconocible, intervienen, denuncian; aquellas personas que valiéndose de la celebridad o del reconocimiento se atreven a hablar de cosas que no son de su competencia: hacen declaraciones, firman manifiestos, critican decisiones, enjuician a los gobiernos, difunden su palabra, su voz. E incluso fundan partidos. Ciutadans de Catalunya (o ahora, Ciutadans-Partit de la Ciutadania / Ciudadanos-Partido de la Ciudadanía) es un partido promovido por intelectuales. El 7 de junio de 2005 se presentó en la Plaza Real de Barcelona un Manifiesto titulado Por un nuevo partido político en Cataluña, un manifiesto impulsado por quince escritores o profesores de reconocido prestigio, entre los que se encontraban Félix de Azúa, Albert Boadella, Félix Ovejero, Iván Tubau y Arcadi Espada. Según recogía Abc, esa proclama nacía con “el aval de doscientos intelectuales”. Nada menos. En aquel momento, dicha iniciativa me produjo un enorme escepticismo, justamente por ser obra, mayoritariamente, de intelectuales, de profesores. ¿Se cumplen los vaticinios? ¿Unos intelectuales y docentes organizando un partido político? No me los imaginaba cotizando, acudiendo a inacabables reuniones de célula (¿se dice así?), haciendo labor de proselitismo y formación, dedicando horas a la agitación y propaganda, tratando de hacerse un hueco en la contienda electoral, achicando espacios políticos, adoctrinando a la base, engrasando la maquinaria y ajustando la fontanería. «Llamamos, pues, a los ciudadanos de Cataluña identificados con estos planteamientos”, concluían en su Manifiesto, “a reclamar la existencia de un partido político que contribuya al restablecimiento de la realidad». Es decir, que no iban a ser ellos quienes lo organizasen, sino que invitaban a otros crearlo; que no iban a ser ellos quienes militaran para levantar una estructura, sino que, retirados en sus gabinetes o dedicados a sus tareas profesionales, inspirarían, como si de regeneracionistas se tratara, a una nueva generación de políticos comprometidos con “la realidad”. No sé, no sé…, me decía. Un año después, insisto, las previsiones se han cumplido. Leo en Abc (que tanta simpatía les ha dispensado), en el Abc del 10 de julio de 2006, que “los fundadores de Ciudadanos de Cataluña renuncian a la acción política”. ¿Renuncian a la acción política? Es decir, ¿que Félix de Azúa, que Arcadi Espada, que Albert Boadella, etcétera, se repliegan? La descripción del corresponsal Ángel Marín, aunque de sintaxis enrevesada, no tiene desperdicio: “después de más de casi dos años de compartir ilusiones en la penumbra, los promotores de la plataforma antinacionalista dejaron ayer, de alguna manera, huérfano al partido recién nacido. Una sensación de abandono que dificultara aún mas el crecimiento de la nueva formación política que tendrá su primer reto electoral en los próximos comicios autonómicos catalanes de mediados de octubre”. Algunos analistas malintencionados hablan de que los intelectuales abandonan el barco, de que no quieren medirse en los comicios. Yo no creo que sea exactamente una dejadez o una incuria profesorales. Creo, más bien, que tienen un concepto entre utópico y vanguardista de la política. Utópico y vanguardista, pero equivocado. No quieren capitalizar el respaldo mediático, dicen. No quieren atraer sobre sí todo el interés y, por eso, dejan a Albert Rivera, un joven abogado de 26 años, como presidente del nuevo partido, integrado básicamente por “ciudadanos anónimos dispuestos a tirar del carro de un proyecto que nació a partir de las reflexiones políticas de una quincena de intelectuales reunidos en un restaurante barcelonés”, añade Ángel Marín. ¿Un restaurante barcelonés? Dicho así, suena inadvertidamente frívolo y creo, de verdad, que había seriedad y empeño voluntarista en lo que se proponían, error de perspectiva pero formalidad y esfuerzo. Se planteaban nada menos que rehacer la política partidista en Cataluña y, por extensión, en España. Nada menos que reconstruir los modos, las maneras de concebir militancia y representación. Por eso, desde el principio los profesores Azúa, Espada y los restantes juzgaron Ciudadanos como si esta iniciativa fuera un experimento. Al fin y al cabo son intelectuales y el ensayo doctrinal y el tanteo práctico forman parte de su experiencia. No podían conformarse con la rutinaria vida de partido, tan esclerótica, supongo. “Huiremos del dogma izquierda-derecha”, dice Rivera en El Mundo del 10 de julio. “Queremos ser el partido de las ideas y de los valores, aunque es cierto que nuestros objetivos pueden ser progresistas”, admite con renuencia el nuevo líder. No sé, no sé… El Mundo insiste en que este dirigente es “un desconocido abogado residente en Granollers”, como si este dato demográfico, como si la falta de celebridad, fuera un obstáculo electoral. No quiero creer que los Ciudadanos pongan el énfasis en la trascendencia mediática del liderazgo, porque de ser así entonces estaríamos ante una opción partidista corriente, equiparable a las ofertas que ya hay. Creo más bien que subrayan algo especial: “Mucha gente decía que era imposible lo que hemos conseguido: crear un partido de ciudadanos”. No hay líderes que se alcen, sino ciudadanos que son aupados o cooptados, defensores de ideas o valores. ¿Nos lo creemos? El Partido Verde, de Alemania, ya lo intentó hace treinta años.
Si los ciudadanos han debido esperar a que este nuevo partido los represente, entonces… ¿qué cabe esperar de la inevitable oxidación de su fontanería, la férrea consecuencia de toda formación? Decía Robert Michels en Los partidos políticos que la ley de hierro de la oligarquía afecta a toda organización que tenga una estructura administrativa en la que los líderes, desconocidos o no, traten de permanecer. Pasó con el Partido Socialdemócrata alemán (que analizara Michels) y pasó muchas décadas después con los Verdes. Todo dirigente aspira a aguantar, a hacerse con el poder y conservarlo. Los intelectuales de Ciudadanos parece que han renunciado a medirse electoralmente…, cosa que ha parecido muy frívola. No necesariamente es así. Tal vez han renunciado al poder partidista porque son desprendidos y reparten a manos llenas esa influencia que atesoran. O tal vez porque temen enfrentarse a unas maquinarias de los partidos rivales en las que el liderazgo y el sometimiento son sus formas de operar. O tal vez porque sus respectivos empleos les permiten dicha renuncia sin mayor conflicto. Precisamente Arcadi Espada ha declarado que no será candidato a la Presidencia de la Generalitat porque su profesión es la de periodista (y profesor) y no la de político.
Han contribuido a crear un partido nuevo y han aupado a un dirigente desconocido y dotado al parecer de gran facundia. Sin ir más lejos: el editorial de El Mundo, de 10 de julio, destacaba las condiciones oratorias del joven Rivera, “su falta de complejos”. Tanto es así que este periódico (que ha apoyado con entusiasmo la formación de este partido) celebraba su remontada hasta el liderazgo, un acierto, decían, “tanto por su desparpajo como por su juventud”. ¿Desparpajo y juventud? No sé si esas condiciones harán olvidar a los seguidores de Ciudadanos a quienes promovieron la iniciativa y ahora se retiran: esos intelectuales también elocuentes aunque talluditos, esos intelectuales que habiéndose pronunciado regresan ahora a sus empleos como profesores y periodistas… No sé. En cualquier caso, la ley de hierro de la oligarquía también acabará afectando a la nueva formación (y a ese joven y “desconocido abogado residente en Granollers”). Seguro que para entonces tendrán que refundarla.

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