Desde el veintinueve de junio quería celebrarlo, sumarme a los parabienes.
He tardado algo pero finalmente lo digo y lo escribo: Javier Marías entra en la Real Academia Española para ocupar el sillón R, el que quedara vacante al fallecer Fernando Lázaro Carreter.
Todos los medios se hicieron eco de la noticia.
Quien presentó su candidatura, Gregorio Salvador, destacó extrañamente el “prestigio” de su obra como prueba de fuerza, como uno de los avales que harían meritoria su plaza, leo en Levante.
Por su parte, los reporteros de El País le reconocían ser “maestro de una prosa sofisticada que ha encandilado a millones de lectores”.
Otros periódicos, como Abc y El Mundo, dieron igualmente la noticia repitiendo las declaraciones de Gregorio Salvador y lo extraordinario de su creación.
Yo no creo que el prestigio de una obra sea mérito para entrar en la Academia, pues hay reputaciones literarias muy mal ganadas que no justifican un ascenso.
Si los medios recogieron bien las palabras de Salvador, entonces habría que matizar ese aval, que es ornamento, pero no fundamento.
Si es cierto que Marías es dueño de una sintaxis expansiva o, en los términos periodísticos, “maestro de una prosa sofisticada que ha encandilado a millones de lectores”, entonces creo que ése sólo sería un aspecto más, aunque no el principal.
Las palabras que siguen son el argumento que a mi juicio justifica su ingreso en la Academia: la base de su excelencia literaria.
¿Tiene que ver con la prosa, con su prestigio, con sus lectores que se cuentan por cientos de miles?
Tiene que ver con la representación de un mundo –extraordinariamente parecido al nuestro aunque no sea, aunque no pueda ser su calco– en el que los personajes y sus narradores operan de manera obsesiva e indiciaria.
Al actuar de este modo, todo lo visto y contado –con esa prosa sofisticada— se convierte en objeto de pesquisa y, así, hasta el más nimio asunto deviene objeto de una especulación perturbadora.
Los narradores de Javier Marías son impresionables, bravos y pasivos a un tiempo, dotados de una imaginación entre enfermiza y creativa.
Saben mirar los objetos cargados de pasado y densidad, prosopopeyas de los vivos y de los muertos, piezas sueltas de lo real.
Conjeturan significados, atribuyen sentido a hechos que parecían no tenerlo o incluso a fotografías…, siempre mudas y sugerentes.
Ah, la muerte, la lenta difuminación del yo, las cosas que nos sobreviven, ese mundo de cachivaches que fueron nuestros y que, al final, son los restos de la identidad.
Vean, si no, qué le ocurre al relator de Corazón tan blanco.
Mira, pero sobre todo habla, habla sin parar para sobrevivir, para detener la descomposición, presuponiendo con detalle, pormenor y circunstancia, dejándose conducir por los hechizos del azar.
Divaga sobre lo que ve y sobre lo que él mismo es, abandonándose a unos incisos que le llevan a pronunciarse con elocuencia precaria y expansiva, con ese desparpajo o desembarazo…
En el fondo, muchos individuos nos comportamos así: apreciamos un detalle y, lejos de contenernos, nos entregamos a presunciones e inferencias, rastreando la Negra espalda del tiempo, como dice Marías cuando invoca a Shakespeare.
Ésa es la manera que tenemos de abordar la realidad indescifrable que se nos presenta día a día: mero vislumbre creativo. O, como dice Elide Pittarello, los personajes de Marías demuestran ”una desbordante capacidad imaginativa”.
Y añade: “ocultos hasta el punto de asimilar su vida a la evanescente condición del fantasma, de lo impreciso, estos sujetos captan sobre todo el lado en sombra de la realidad”.
Dos son las palabras clave del dictamen: fantasma y sombra.
Esos personajes tienen siempre algo de fantasmagóricos: o bien porque son literalmente espectros (Cuando fui mortal), o bien por que se cobijan en la irrealidad que alumbran, sumidos en un espacio que carece de lindes y de asideros. Son sombras, en efecto: pura nube sin espesor, aire que sale por la boca.
La impresión que uno tiene cuando lee las novelas de Javier Marías es que los narradores y los personajes se expresan, efectivamente, con una locuacidad ilimitada….
Como si nos estuvieran revelando algo inconfesable, un secreto familiar, un oscuro detalle que nos hace copartícipes de una epifanía o una declaración.
Saben expresarse, con ese manejo de la sintaxis (¿sofisticada?) que capta, que captura, que subyuga en párrafos inacabables.
Con esos períodos larguísimos y envolventes, con enumeraciones, amplificaciones y concatenaciones que sirven para persuadir al lector, imaginando el destino potencial de uno mismo a partir de escasos indicios, meros barruntos de lo que la existencia nos da.
Porque, en efecto, en Marías la novela no es sólo relato: es también autoficción y metaficción, formas de indagar sobre un yo que se despliega y que se dice, maneras de hacer explícitos los límites del propio acto de enunciar.
“A diferencia de otras clases de pensamiento”, dice el novelista, “que sí son formas de conocimiento, el literario es más bien una forma de reconocimiento”.
En realidad, la literatura (la de Marías, por ejemplo) “no cuenta lo consabido, sino lo sólo sabido y a la vez ignorado. O en menos palabras: sin poder explicarlo, cuenta el misterio”. Como en los viejos relatos ingleses, como en el Oxford espectral de Todas las almas.
Me dirijo especialmente a ustedes, sí, a ustedes, lectores tal vez reacios, que le son hostiles o indiferentes, aun sin haberlo frecuentado.
¿Todavía dudan sobre la virtud narrativa de que se vale nuestro autor?
Aprovechen ahora que hay un motivo respetable para leerlo: la prosa, la mera prosa que lo lleva a la Academia, según los periódicos; o, mejor, el habla errabunda como acto de supervivencia y perquisición.
“Me gustaría ser el tipo de escritor”, dice el novelista, “como los que me gustan a mí”: “que me dé igual de lo que hablen, quiero sólo que sigan hablando”. Eso, exactamente eso, me sucede a mí como lector de Marías: que siga hablando e investigando…
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Otros enlaces sobre Javier Marías:
http://sendalibros.blogspot.com/2006/06/el-acadmico-maras.html
http://www.emboscados.com/foro/viewtopic.php?TopicID=1732
http://ellamentodeportnoy.blogspot.com/2006/06/javier-maras-letra-r.html
Aquí se han suprimido varias entradas de un troll alborotador que se hacía llamar Hombre de Paz. Lamento que ustedes no puedan leerlo ahora: insultaba impunemente…
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Usted, Hombre de Paz, parecer estar fuertemente irritado y, por eso, arremete contra lo que le disgusta. Dice de Marías que corrompe el castellano, que su misterio es vacuidad y, de paso, para ensalzar a otros autores denigra al propio Marías, a Pérez-Reverte y, finalmente, al «pueblerino Muñoz Molina». Como usted comprenderá, esos argumentos que emplea son de peso: alguien como usted, indudablemente urbano, cosmopolita, de vida ajetreada y moderna, se atreve a juzgar la condición, el origen, la procedencia de un escritor. Perdone, pero no debería responderle, dada la inquina con que está redactada su nota. Si lo hago es porque comentarios tan desdichados sólo sirven para emborronar la escritura de Internet.
El día 16 de junio de 1996, con gran expectación y soportando un calor sofocante, Antonio Muñoz Molina hacía su ingreso en la Real Academia Española. Le recibió Francisco Ayala. Hubo ausencias notables, como la de Camilo José Cela, enemistado con él, y hubo presencia de jóvenes autores ajenos a la Casa, como fueron los casos de Arturo Pérez-Reverte, Justo Navarro, Manuel Rivas, entre otros. Algún periodista resentido, villano –y son palabras de Javier Marías en ‘Mano de sombra’– comentó que Muñoz Molina no llevaba la pechera adecuada al frac preceptivo y que su corbata le parecía ridícula, tildándolo finalmente de hortera y camarero. ¿A qué cabe atribuir esa crítica malévola? Sólo puede deberse a la feroz inquina que los más próximos a Cela le tenían a Muñoz Molina. Todo se remontaba a dos años atrás. Ambos escritores habían tenido un serio encontronazo a partir de las declaraciones del Nobel y a partir de un artículo combativo con que el jiennense le había respondido. En 1994, Camilo José Cela había elogiado una novela del Raúl del Pozo y la calidad de la misma le servía para descalificar a una serie de jóvenes que no serían escritores, sino «pseudoescritores». Muñoz Molina contestaría con un artículo en ‘El País’, un artículo célebre titulado «Teoría del elogio insultante», en el que destacaba de qué modo Cela encomiaba la novela de un amigo denostando el resto de las obras de los autores rivales o que él veía como rivales.
Como me gusta aumentar las contradicciones en muchos temas, traigo aquí un artículo de Albiac en «El Mundo» sobre Javier Marías:
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Cebrián como metáfora
>Exceso en la metáfora: desde hace cuatro días, un mediocre redactor de editoriales al dictado posee sillón propio en la institución a cuyo cobijo se halla la lengua y el diccionario. Su obra literaria es inexistente, pues que la infinita caridad colectiva concede el olvido al engendro narrativo aquel. Su capacitación en el campo de la lingÌística es, con exactitud, igual a cero. Sin obra, sin tareas investigadoras o académicas conocidas, el hombre de Bankinter dispara al infinito el monstruoso tropo constituyente de la España de fin de siglo: sólo la mentira vale, sólo la nulidad intelectual como moral o política- posee valor absoluto. Cebrián académico es el espejo de esta España en la cual vivimos: la de los González, los Gil, los Aznar, los Guerra, los Pujol o los Ibarra… La España analfabeta y mala, porque no hay mediocridad ni ignorancia que no sean éticamente envilecedoras.
>>Podríamos es tan fácil- tomar a risa eso de que el patético redactor de La rusa haya pasado sobre la cabeza del enorme sabio que es Quilis; podríamos perdernos en esgrimas más o menos ingeniosas acerca de su sintaxis tosca, acerca de la inepcia chata de su prosa hecha de tópicos encadenados… Haríamos mal. No es broma que un don nadie en lo que a lengua y literatura toca- deba decidir acerca de criterios técnicos en los cuales se juega aquello de lo cual está forjado nuestro espíritu: la lengua. No es broma Juan Luis Cebrián en la Academia. Por mucho que lo parezca. Ni siquiera una broma pesada. Ni siquiera un chistoso sabotaje dadaísta. Es una vergÌenza. Callarlo sería más vergÌenza todavía.
>>VergÌenza para la Academia: para quienes lo propusieron, para quienes lo votaron, ellos sabrán por qué. VergÌenza, por encima de todo, para quienes hablamos y escribimos en un español que, bajo la pluma del nuevo académico, accede a un bochornoso grado cero.
>>No. Ser un pésimo escritor no es un delito. Pero requiere ser un escritor, primero. No lo es el consejero ex periodista de Bankinter. Puede aducir en su favor tal vez un mérito. Sólo. ÿl es metáfora. La más cruda metáfora de los tiempos presentes. Cebrián en la Academia: España en la mentira>>.
Uf, Hombre de Paz, ¿qué le han hecho Marías, Muñoz Molina y Elvira Lindo? Como diría José Luis Moreno en ‘Torrente 2’, «veo dolor, mucho dolor». ¿Acaso le han sustraído algún premio para el que usted creía tener más merecimientos? ¿Acaso algún escaño en academia o institución para el que estaba predestinado? O sea, que quien lee a Faulkner a la sombra de un olivo ya no se recupera: tampoco Faulkner, que fue el narrador del Sur profundo y rural. Pise asfalto o, mejor, pise suelo: le veo levitando entre sus denuestos.
O sea, que todo se reduce a un bla, bla, bla futbolístico. O sea, que empezamos hablando de literatura para acabar diciendo… Fútbol es fútbol. Ya que se atreve a juzgar la rusticidad de algunos escritores, le pediría que refinara sus argumentos. Siguen siendo toscos…
Es curioso que Albiac no mencione la entrada, casi simultánea, o simultánea, no recuerdo bien, a la de Cebrián en la Academia de Luis María Anson (el de la tilde perdida), ese genio de las letras españolas.
Me gusta Cebrián (como escritor me parece correcto, nada más), pero encontré excesivo su ingreso en la real casa. El de Anson hizo bueno el de Cebrián y, con ambos, la Academia, en mi humilde criterio, perdió bastante credibilidad.
Los ingresos de Muñoz Molina y Marías los considero incuestionables, quizás me gustaría más que se respetara la especialidad del anterior ocupante del sillón vacante y no creo que Marías pueda sustituir a Lázaro Carreter en su genial cuidado de la lengua y su aviso jocoso y contundente de las tropelías múltiples que con ella se hacen, pero es difícil ocupar el puesto de Lázaro Carreter, Marías debía estar en la Academia y me parece muy hermoso el modo en que ha aceptado.
Porque esa «chinchorrería» que tanto le critican sus detractores, en artículos y novelas, en pensamiento y manera de expresarlo, la lleva a todos los órdenes de su vida y constituyen un modo de ser y una ética personal que, aunque no lo hagan especialmente simpático, sí lo ponen como persona a la misma altura que como escritor. No suele ocurrir y a mí me reconforta que sea así.
Pérez reverte… sólo he leído alguno de sus artículos y me parecen hilarantes y, muchas vece soeces; me divierten. No puedo opinar. Cela, que denostaba a la Academia, entró feliz y debía estar allí, pero se lo puso muy difícil a los académicos, como difícil no, imposible, se lo ha puesto Umbral, que debería estar en ella o, al menos, debió estarlo en un tiempo en que era un magnífico escritor.
La descalificación de alguien por su procedencia geográfica o sus modos y modales, me parece muy ruin y, sobre todo, denota que no hay otra cosa por la que agredir. Sólo descalifica a quien la practica. Había un crítico musical del ABC, que, cuando tocaba Gulda en el Real, sólo hablaba de la falta del respeto al público que suponía tocar con gorrito de lana, zapatillas y jersey. Eso decía de uno de «Los diez», como se llama a los grandes de cada instrumento en el mundo de la música.
Verdaderamente, la práctica de tropelías desencadenadas por el defecto llamado nacional, me resulta enigmática. La falta de talento lleva a demostrarla si darse cuenta de que queda al descubierto de modo lamentable.
Y me indigna (no se si está bien que lo diga) intensamente el contrasentido de ese hombre de paz tan irritado y agresivo que aprovecha la casa, muy visitada, de alguien que se esfuerza y que pone su talento y su prestigio a disposición de los demás, para ponerlo verde, para soltar su bilis y lograr que alguien lea lo que piensa. Hay pequeños animalitos que se alimentan de la sangre de los demás. Unos se colocan en las orejas de los perros, otros se vendían antes en frascos para ayudar a quitar congestiones y «malos humores» a los enfermos. Chopin murió con dos puestas en su vientre. Un pobre tuberculoso sometido a sangría. Espero que el señor Serna goce de salud excelente para que pueda soportar la que se le ha colocado en su magnífico blog.
A estas horas de la madrugada, admirado grafómano Justo Serna, no me pidas otra cosa que perplejidades descosidas.
La mayor parte de lo que dices acerca de Marías está muy bien dicho pero no lo comparto. A mí Marías (como su maestro Benet y los restantes doctrinos dipsómanos del ingeniero literario, salvo Sarrión el Moderno, a quien he conocido hace poco y nos hemos caído de puta madre), Marías me sume en la perplejidad. Siempre estoy preguntándome por qué llena seis páginas desmenuzando lo que se puede contarse en media.
Curiosamente, y ahí coincidiría con el aparentmente sensato Hombre de Paz, eso no me ocurre con Proust. Casi cada día releo tres o cuatro páginas de la Recherche al azar (en la edición en rústica de Gallimard Quarto donde viene entera), siempre me fascina y nunca me cansa. Algo parecido diría de Nabokov pese a leerle traducido (pero mi hijo Daniel dice que los grandes sobreviven a cualquier traducción, no sé si lo comparto).
Me ocurre algo parecido con determinados directores de cine. Del infausto Angelopoulos para acá, casi todas la películas parecen durar más de lo necesario. Excepción gloriosa es esa obra maestra absoluta de Woody Allen, «Match Point» ejemplo insuperable de economía narrativa, de dirección de actores, de planificación funcional al par que bellísima (pero sin que la belleza interfiera nunca), de dirección de actores y de montaje: cuando un plano ha dicho lo que tenía que decir pasa de inmediato al siguiente.
Bueno, vale. Para Hombre de Paz: pues a mi (concretamente) que la manera de escribir de Elvira Lindo me gusta un montón… Y me gusta mucho también Javier. Javier Cercas, of course. Y…
Quizás como escritor en activo no debería intervenir en «la que se ha armado», que nada tiene de crítica literaria y sí mucho de angustia social alimentada por la lectura de determinados líderes mediáticos. Bien es cierto que la Academia adolece de la pasión aristocratizadora concedida a su pertenencia por personajes como Ansón y otros que han firmado en «la tercera» de ABC con un segundo apellido que reza: «De la Real Academia Española».
Cierto es también que a la saga de escritores franquistas siguió la de escritores pertenecientes a Prisa, encabezados por el ínclito Juan Luis Cebrián, cuando sigue faltando desde siempre el que, para mi gusto representa la cabecera actual de las letras españolas: Juan Goytisolo —ni Luis, que sí que » está» y para mí es un mediocre novelista, ni José Agustín, gran poeta fallecido trágicamente hace pocos años—, Juan, Juan Goytisolo. Dicho esto, ¿qué tiene que ver «todo esto» precisamente con la literatura? Nada en absoluto. Los escritores somos quienes traducimos la realidad a relatos, valiéndonos de diferentes géneros, y de trucos llamados metáforas, ya sean éstas globales, parciales o simplemente nimias. Parafraseando al gran Borges, que soñaba el Paraíso en forma de biblioteca, podríamos decir que en ellas, en las bibliotecas, es donde se halla la literatura contenida en libros que pueden escogerse o rechazarse, del mismo modo que un ávido lector puede pasar por caja tras hojear en la mesa de una librería uno o varios títulos de los expuestos para alimentar su propia colección.
No, nada tienen que ver con la literatura esos pequeños Olimpos que como clubes británicos selectos albergan las glorias particulares y las vanidades de los grupos en el poder. No deseo «autorreferenciarme», como se decía ayer en este blog, pero sí deciros que personalmente he imitado dese mi juventud la sabia consigna —os vais a reír, seguramente, y me alegraría producir una sonrisa en esta agria polémica— que leí un día en la etiqueta de una botella de coñac Fundador: «La Casa Pedro Domecq tiene por norma no concurrir a concursos ni exposiciones nacionales ni extranjeras». Y así es que, personalmente, jamás me he presentado ni aspirado a un premio literario. Como tampoco he concurrido a una carrera de caballos, ni como jockey ni como caballo, ni a un concurso de misses. Creo solamente en los prermios que me otorgan a menudo los críticos y los lectores, que me estiman en su justa medida, a pesar de la falta de promoción que para mis libros podría suponer un premio o la pertenencia a una «docta institución».
¿Qué quiero decir, en definitiva? Que como en las viejas tiendas, el buen paño en el arca se vende. Y no hay mejor arca que las paredes de una blioteca o librería, y mejor ojo clínico para escoger el contenido de un libro que el gusto de un lector. Puede gustar Umbral —personalmente lo detesto, y recuerdo que era de los «jóvenes turcos» que años atrás, muchos ¡ay!, iba a orinar contra los muros de la Real Academia el vino trasegado en el Café de Gijón, en Madrid— o puede gustar Caballero Bonald, como aquí se ha dicho, o Muñoz Molina, Javier Cercas o Juan Goytisolo, pero jamás debe leerse a ninguno de ellos por pertenecer o no a determinado Club, Academia, Partido, editorial, periódico o nacionalidad. ¡Déjense ustedes pues de improperios y denuestos de lector cotiano de diarios, columnistas y blogs, y lean, lean, por favor, preferentemente poesía! Y después opinen sensata y críticamente. Gracias mil por haberme leído, al menos hasta aquí.
Me parece impecable la intervención de Ana Serrano. Impecable. La suscribo de principio a fin. En cuanto a la ojeriza con que el llamado Hombre de Paz trata a Muñoz Molina, sólo cabe pensar en aquello de la envidia. Alguien leyó bajo un olivo a Faulkner y supo escribir y publicar y conmover. Por el contrario, alguien que se sabe lector secreto, humildísimo e irritado, sólo consigue gritar y además empleando un nick un pelín cursi…
No debería contestar. En esos térmnos no, pero tengo el defecto de entrar al trapo de ignorantes y demás ralea.
Aprenda a leer. He dicho que Umbral debería estar en la Academia o, al menos, cuando era un magnífico escrtor (de El Pís Será por eso ¿no? :-)).
En mi foro y en el de su odiado Marías, hablamos de ello.
http://www.emboscados.com/foro/viewtopic.php?TopicID=641&page=0#5263
http://javiermarias.es/foro/viewtopic.php?TopicID=1724&page=0#12403
Un saludo, señor Serna. Gracias y ya dejo de ensuciar su blog.
Pues eso. Lo que dicen Iván y Miguel Veyrats: que hay que leer y opinar sensatamente. Curiosamente, mi paladar literario no le hace ascos a autores que entre sí se detestan: Juan Goytisolo o Javier Marías o… Precisamente, hoy en Levante publico un artículo, amigo Iván, en el que celebro a Javier Cercas…
http://www.uv.es/jserna/Levantequienesonlosheroes.htm
…y a partir del cual mañana espero escribir sobre la Guerra. No sé: esto parece una guerra literaria. Tal vez, para muchos, la literatura es eso, una guerra o, mejor, un certamen. Justamente lo que sabiamente evita Veyrats cuando nos recuerda la graciosísima etiqueta de una botella de coñac Fundador: “La Casa Pedro Domecq tiene por norma no concurrir a concursos ni exposiciones nacionales ni extranjeras”.
Perdone, pero con el alboroto, nos hemos cruzado. Gracias por el elogio. No tengo palabras y, si las tengo, las guardo, que coincido con el Sr Veyrat en que lo que hay que hacer es leer.
Mutis.
La escritura de Marías en los dominicales sirve para mejor conocer al escritor y a la persona que hay detrás. Durante una época gloriosa eran vecinos de escalera él y Pérez-Reverte, en el rellano mantenían fervientes discusiones que hacían las delicias de los lectores sencillos como servidor. Cierto es que ambos destilaban baba venenosa y aquello era cualquier cosa menos literatura. No veo grandes diferencias entre sus artículos dominicales y sus novelas, por lo cual me atrevo a calificarles como «entretenedores», uno mas pretencioso que el otro. Les veo a años luz de un Marsé, por ejemplo, al margen de ingresos en la Academia por motivos de politiqueo rancio al estilo cebrianesco.
Antes de nada enhorabuena por el blog y por el artículo
Asomarse a la lectura de Javier Marías supone arriesgarse a una forma diferente de entender la escritura, dejarse llevar hacia un viaje con dirección propia que puede terminar en verdades impensadas o quizás en piadosas mentiras, pero que justamente son verdades calladas. Tal vez sea esto lo que provoque adhesión o rechazo, pero desde luego, nunca indiferencia.
Ninguna de las obras de Javier Marías puede pasar ligera de fuerza, al menos para mi modestísima opinión. Corazón blanco fue seguida por tantos lectores que tuvo que ser traducida a una decena de lenguas. Mañana en la batalla. piensa en mí , le concedieron premios tanto en Europa como en América.
Creo que merece estar entre los miembros de la Real Academia Española de la Lengua y como bien señala Justo Serna en su artículo «hay reputaciones literarias muy mal ganadas que no justifican un ascenso»; sin embargo, éste no es el caso ya que se trata de uno de los escritores vivos más relevantes en lengua española.
No entraré en el juego del debate sobre tanta desafortunada opinión sobre Muñoz Molina, para mí uno de los valores más sólidos de la literatura actual. Como decía Ortega y Gasset «Sólo es posible avanzar cuando se mira lejos. Sólo cabe progresar cuando se piensa en grande».
Exacto, Julia Puig, muy bien traída la cita de Ortega, aplicable por cierto a quien se hace llamar «hombre de paz» y al que habría que pedir algo de sosiego y menos sectarismo a la hora de defender a sus autores favoritos con argumentos extraliterarios; o atacar a los que execra con alusiones tan torpes y desgraciadas como las que dirige de modo supuestamente irónico a la homosexualidad, por otra parte asumida públicamente, de Vicente —no Vicentito— Molina Foix. Claro que cada uno se adorna, al escoger pseudónimo, con las plumas que cree que le faltan. Por eso es mucho mejor firmar con la identidad propia en lugar de esconderse tras un mote muchas veces ridículo. Seguramente Justo Serna lleva muy dignamente el patronímico que llevó su padre o su abuelo, o del santo del día en que nació, como se estilaba antaño, en tiempos en que la Iglesia hacía la ley en la bendita teocracia franquista (y anteriores). En cambio, del autoproclamado «hombre de paz» sólo conocemos sus rabietas, no su nombre verdadero. Seguramente no lo sabremos nunca.
¿por qué se pasa de crítica literaria a asuntos mucho más triviales, personales y faltos de sustancia? es común eso de arremeter contra cosas de una forma encolerizada, pero no porque tengamos un mal día o simplemente por despotricar. Una opinión no es exclusiva, pero tampoco se debe ser intolerante con dicha opinión, vamos, y menos con palabras mal sonantes, supongo que lo fundamental es que se sepa defender una postura sin recurrir a ese tipo de cosas porque entonces empieza a perder sentido esa defensa de ideas. Ahí queda.
POr mi parte, disfruté muchísimo con «Cuando fui mortal», aunque algunos han criticado el hecho de contra de una forma extensa ideas que pueden resumirse en media página, pero eso no tiene ningún mérito y podemos hacerlo casi cualquiera, cada palabra es como un regalo más añadido a todo aquellos que disfrutamos con su lectura.
«Hombre de paz», estás desacreditando tu nombre…Defiendo la libertad de expresión siempre y cuando ello no agreda a otros.
Ah, «hombre de paz», ¿por qué esa crítica a lo que llamas pueblerino?…no es lo mismo ser de pueblo que ser de un pueblo.
Resulta sintomático este continuo ataque carente de argumentos. Lo que se pretende con él es separar en dos bandos a los escritores españoles: Los afines al grupo Prisa y los que no (que, por cierto, ¿son afines a qué o quién?). Creando esa falsa rivalidad se intenta hacer creer que, puesto que unos, por ser afines Prisa tienen de antemano un respaldo mediático que les hace ser buenos escritores sin serlo y que, por el contrario, los apesadumbrados opositores, que son excelentes literatos por el simple hecho de no estar en la nómina de Polanco, están siendo injustamente condenados al ostracismo.
Aquí sólo hay dos bandos posibles, los buenos escritores y los malos escritores. Y no se puede aceptar que alguien califique a un escritor de bueno o malo sin hacer un análisis objetivo y literario de su obra. No se puede aceptar el juicio y ponerse a discutir con quien emplea como único argumento para descalificar a Marías el que escriba en El País.
Que se polarice de forma tan absurdamente antagónica la vida de este país no lleva más que a un absurdo de consecuencias imprevisibles.
Personalmente me importa bien poco que Cela, por ejemplo, cometiese en su vida privada tropelías sin nombre, o que como persona fuese un ser intratable. Me interesa su obra y disfruto con ella. Me importa bien poco que Nabokov fuese un elitista resentido, me interesan y disfruto con sus novelas. Me importa bien poco si Marías escribe en El País en El Mundo, me interesa su propuesta narrativa a la manera de Sterne.
Pero son mis preferencias: No me gusta Umbral y no me gusta Almudena Grandes, nunca me han hecho sentir nada; Muñoz Molina es un gran articulista que ha perdido el norte narrativo en sus obras de ficción; García Viñó esta desperdiciando su enorme talento en una batalla ficticia de la que nadie saldrá beneficiado… y así.
Pero de mis gustos y mis preferencias soy yo el único responsable. Después de todo la lectura, el placer de la lectura, es algo demasiado íntimo, intransferible…
… el odio ya vemos que no.
Un saludo
JM en la Academia
Javier Marías ha entrado en la Academia Española. Su señor padre escribía siempre con cuartillas y sobres con el membrete de la Academia, quizá la única institución española que le merecía respeto. Al mirar los nombres que le han precedido en el sillón R descubro al traductor exiliado en México, Enrique Díez Canedo, de ahí el prestigio de la institución, pues murió en México y no cubrió su plaza hasta su muerte en 1944. También fue el sillón de Donoso Cortés, qué cosas.
Pero el personaje más pintoresco de sus precursores es sin duda un majo tipo Oneguin, retratado por Goya, el Duque de San Carlos, que tenemos la inmensa fortuna de tener en el Museo de Zaragoza. Que yo sepa no fue escritor de campanillas, sino un embajador fatuo y pomposo al que Goya clavó en el lienzo como un entomólogo a una mariposa, como decía mi maestro Julián Gállego.
Se le ha reprochado a JM su gramática personal, pero supongo que si algo es el estilo es la interpretación libre de la gramática o arte de escribir. Uno de sus pianistas favoritos fue Glenn Gould, el genio canadiense de las “Variaciones Golberg”. Es posible que en su prosa novelesca consiga una o dos gotas de ese talento rítmico o desparpajo melódico imprevisible. Su maestro Juan Benet sostenía que ni en broma hay que analizar nuestros gustos, literarios o del tipo que sean, pues son la urdidumbre misma de nuestra vida. Pienso que gracias a JM ha entrado también en la Academia el gran Benet, y en cierto modo, es un doble motivo de alegría para quienes somos lectores afortunados y agradecidos de ambos.
CÉSAR PÉREZ GRACIA
Heraldo de Aragón, 7 de julio de 2006
Nadie duda de las rarezas gramáticales que nos muestra el Sr.Marías en sus libros, pero me parece un oprobio decir que el Sr.Marías tiene una sintexis chapuzera y que no sabe escribir; ya que nadie duda que su manera «vanguardista» de juntar palabras es totalmente intencionada. Otra tema es que guste o disguste, lo cual es propio de cada ser y respetable.
En cuanto al tema del «prisaismo» mencionado en comentarios anteriores me parece una absurdez de una calibre magnánimo tildar al Sr.Pérez- Reverte de polanquista, ha debido leer pocos artículos de su columna dominical en el ABC. Asimismo calificar de autor pueblerino a Muñoz Molina no merece comentarios. Por otro lado también defiendo el merecimiento de un asiento en la RAE por parte del Francisco Umbral. Intentar mezclar política y literatura es un grave error; leamos a los artistas de la pluma sin mirar su DNI e ideología.
Un cordial saludo. Felicidades por el artículo Sr.Serna.
Jorge M.Quintas
PD: Sr. Veyrat, cuando habla sienta cátedra. Suscribo todas sus palabras.
A propósito de nombres y seudónimos decía S. Serrano en El País de 30 de abril pasado lo siguiente: «Miguel Veyrat telefoneó el lunes pasado para criticar que las opiniones que se recogen en el espacio Foro Digital, creado en febrero pasado, se publiquen firmadas con alias o seudónimos. «Esto ofende mi sensibilidad de lector», precisó. Veyrat, un veterano periodista dedicado ahora a la literatura, argumentó que un diario serio no puede ocultar a los lectores quién sostiene cada opinión que publica, y recordó que, salvo los editoriales, atribuibles al director, los textos de opinión siempre han figurado firmados con nombre y apellido, incluidas las cartas al director. El uso de seudónimos le trae a Veyrat a la cabeza las formas de «la agresiva ultraderecha, tan presentes últimamente en Internet…»
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Si los pseudónimos se emplean para arremeter emboscado, entonces, efectivamente, el nick es deshonesto. Menos mal que aquí escriben personas que usando un alias tratan con corrección a los restantes intervinientes.
Graias, señor Quintas por suscribir mis palabras. Aunque debo reconocer que su frase de que «siento cátedra», en un principio me dió un susto. De verdad, pretendo solamente argumentar, no sentar cátedra de nada, quiero ser sólo, como proponía Justo Serna hace unos días, alguien que imitando chapuceramente a R. L. Stevenson, va por la calle tomando nota con la actitud del periodista, del sociólogo o del novelista, solamente para saber qué pasa, cómo son las personas y la realidad que las rodea, cuál es su vida, si sufren, si son felices y por qué. Para después contarlo lo más honesta, comprensiva y bellamente posible.
Me alegro de volver a leerle, Justo. Sobre Javier Marías no puedo opinar, porque no he leído nada suyo, pero los artículos publicado por “no me acuerdo” en Rebelion.org me han quitado las ganas de intentarlo.
Saludos cordiales.
Despuiés de haber leído «Todas las almas» esperaba impaciente la aparición de «Negra espalda del tiempo». Su lectura me sumió en una gran confusión, acabé el libro como quien corona un puerto en bici, exhausto. Por supuesto que al segundo tomo ni me acerqué. Con mi mejor voluntad, humildemente pregunto, cuál es el interés de la citada novela.
No entiendo, ¿de qué se trata, «Hombre de paz»? ¿de que aceptemos nuestra estupidez y reconozcamos la opinión de los doctísimos, entre los que te incluyes, supongo, ya que estás investido de la Verdad, y aceptemos que Marías es un zote que no sabe escribir y que nombrarle académico es la mayor tropelía que se ha cometido en este injusto país?
No entiendo de que serviría esa aceptación de algo que, como casi todo, nos parece discutible, pero no determinante.
Ah… y sigues confundiendo la obra con el autor, es decir, tu odio personal te impide ver con claridad que incluso las críticas más doctas son subjetivas.
Y si tienes tiempo y ganas me explicas en que consiste la innovación literaria aportada por Umbral.
Para ‘Hombre de Paz’:
De ‘Los archivos de Justo Serna’ , Primera etapa
‘El estilo masculino de Francisco Umbral’ (2005)
Les supongo enterados de la polémica que enfrenta a Arturo Pérez-Reverte con Francisco Umbral. Se trata de una controversia de tintes acanallados, por la prosa deliberadamente retadora que se gastan y por la rivalidad pendenciera que les opone desde hace años. En su episodio más reciente, todo empezó con las críticas de Umbral a la falta de fuelle de la novela de Maria de la Pau Janer galardonada con el Premio Planeta, unas críticas en las que la comparaba con las obras del novelista de Pérez-Reverte, en su opinión carentes de estilo y, sin embargo, triunfadoras indiscutibles. «Es la novela sin estilo”, precisaba Umbral en la presentación de la obra ganadora del Planeta. “Pero el estilo es la impronta masculina por excelencia. Esta incardinada en las últimas tendencias, que no sabemos si son buenas o malas, pero tampoco Pérez Reverte tiene estilo y no se le critica por ello», añadió Umbral. Con esa comparación tan ingeniosa y audaz no sé si llamaba femenina a una escritora o si calificaba de afeminado al novelista de Cartagena. En fin… Más aún, añadía Umbral, «con la muerte del estilo viene la muerte de lo literario que es lo que representan los best sellers que se consumen hoy».
Era una declaración fantasiosa, osada, un ejemplo de su piadosa o infame avilantez (según leamos a José Zorrilla o Blanca Andreu), una declaración que ha tenido respuesta. “Francisco Umbral tiene –y nos lo recuerda a cada instante– la mejor prosa de España”, decía con sorna Arturo Pérez-Reverte. “También cultiva una imagen, más social que literaria, inspirada en el malditismo narcisista y la soledad del escritor incomprendido y genial. Pero eso es cuanto tiene. Nunca pisó una universidad como alumno, ni leyó un clásico, ni tuvo una formación que trascendiera la cita, el plagio entreverado y el picoteo de lo ajeno. La lectura tranquila de sus libros y columnas sólo revela frivolidad superficial, incultura camuflada bajo la brillante escaramuza del estilo”, añadía con dureza.
Ambos, el castellano y el murciano, son prosistas de fuste. Mientras Pérez-Reverte es un novelista que jamás defrauda, con una imaginación verdaderamente copiosa, fundada en la lectura de los clásicos, Umbral es un autor que se sabe dueño de un significante expansivo, poderoso, cosa que le lleva a despreciar a quienes no son capaces de imitarle o a los ‘laínes’, tan cultos ellos. Mientras Pérez-Reverte es señor de unas intrigas bien trabadas, Umbral es capaz de escribir sobre Dionisio Ridruejo diciendo algo así como: “Piadosa avilantez de quien había instrumentalizado su doctrina (que no era para usada en política ni justificaba muertos) y ahora la encontraba ‘pasé’. Y es que Ridruejo, hoy, está en la fascinación hitleriana. Ridruejo es un hombre que vive y morirá de fascinaciones. Ortega ya no es citable porque está en el exilio, y Franco lo ha dicho bien claro…”. Es éste el extracto de un párrafo de su ‘Leyenda del César Visionario’, para algunos su mejor novela.” Es curioso el caso de Francisco Umbral, tan torrencial, tan insistente…
Como otros autores prolíficos del siglo XX, Umbral ha hecho de su escritura inagotable un arte periódico de reafirmación, un modo de volcar en la prensa su urgencia creadora, su prurito, su autorretrato. Los literatos que se rehacen como él suelen cursar estudios, carreras de letras o de leyes, y si las acaban, no ejercen sus profesiones o simplemente las abandonan pronto: sueñan con hacerse escritores. Por ello, comienzan colaborando en los diarios para hacerse con un medio de vida primero o alternativo. Pero no es sólo un hecho alimenticio. Cultivar el periodismo les permite ver u obtener inmediatamente una recompensa: saberse leídos diariamente, saber que las observaciones, las crónicas, los reportajes, las tribunas tendrán recepción inmediata. Si se tienen aspiraciones literarias y se escribe en los diarios, el prosista se esmera cada día, pues deberá captar la atención, deslumbrar a unos lectores inconstantes y atraídos tal vez por los rivales de aquél. Se afanan, pues, y se vuelcan expresa y personalmente en esa literatura que son apreciaciones del mundo aunque también revelación de un yo observador. ¿Como los ‘blogs’ de hoy en día?
Los libros vendrán después, suponen. Y, en efecto, vienen pero muchos de esos volúmenes serán compilaciones, un fardo de textos que fueron transitorios, su reciclado. Pero no transigen. Escriben novelas, libros pensados al margen de la colaboración periodística con el fin de alcanzar la gloria literaria que la prensa creen que no les da. Como le sucedía a Josep Pla, por ejemplo, tan empeñado en inmortalizarse con ficciones para las que no estaba dotado. Sin embargo, en muchos casos, esa escritura periódica y torrencial no será algo accidental, accesorio, sino su forma más elevada de hacer literatura, su manera de enunciarse, de exponerse o de remendar la realidad para sí mismos. Como es frecuente señalar, algunos de los mejores frutos de la literatura del Novecientos se publicaron en los diarios: crónicas y artículos de opinión fueron ese instrumento. Escribir en prensa no es sólo un medio alimenticio que ciertos eruditos emplean, no es únicamente un modo de obtener una calderilla; es también y sobre todo una manera de limar su estilo (¿masculino?), un ejercicio casi musical y analítico, una evaluación. El artículo de fondo facilita el ingenio, la chispa, la ironía o el sarcasmo, la exhibición cultural y el aderezo, el ornamento; permite también el elogio, la censura, la valoración atropellada y la conmemoración; permite, en fin, pensamientos, exámenes y cavilaciones.
Esos escritores se lamentarán, seguro, de dilapidarse despachando textos contingentes, a manos llenas, impidiéndose la realización de la gran obra para la que estaban emplazados. Pero, si lo observamos bien, el supuesto derroche de estos literatos, esa disipación que se vierte en páginas y páginas, será su conquista mayor: la creación de un mundo verbal con las que dar fe, dar testimonio, con las que pintar lo que ellos aprecian o creen vislumbrar. Sin embargo, esa literatura efímera y caudalosa es también una descripción de sí mismos, una manera de retratarse y de mejorarse, de inventarse en el acto mismo de garabatear palabras. Por eso también hay razones psicológicas en esta escritura torrencial y ávida, un modo de hacerse una efigie caprichosa, variable, y la sinceridad será mayor o menor no sólo en virtud de la memoria, sino en función de los arreglos con que se rematen esos autorretratos.
Leí ‘Francisco Umbral. El frío de una vida’ (Espasa, 2004), de Anna Caballé, en cuanto apareció. La prosa diáfana y exacta de la autora y sobre todo la intriga que supo darle a lo que es una biografía literaria, algo que es lamentablemente infrecuente en el género, me llevaron a sus páginas y, después, a hacerle una larga entrevista para ‘Ojos de Papel’. ‘Francisco Umbral. El frío de una vida’, de Anna Caballé, es un combinado de biografía y examen literario, una mixtura de análisis freudiano y de estudio de estética, un libro, además, en que se hacen explícitas las condiciones de producción y de escritura: las dificultades, los reparos, los obstáculos que el afamado autor puso a la investigadora así como la laboriosa reconstrucción de unas verdades camufladas. Al leerlo se tiene la sensación de que asistimos a un escrutinio psicoanalítico.
En efecto, leyendo este libro, entretenidísimo y muy bien escrito, con el placer que da la prosa bien templada, uno tiene la impresión de que Anna Caballé hace hablar a Umbral. La analista (es decir, Anna Caballé) oye y oye ese río verbal que el paciente segrega o expulsa para aliviarse pero también para cubrir, como la tinta del calamar. El paciente, derrotado por su gigantesca producción, rechaza, evita, pero uno tras otro aparecen y reaparecen los indicios y la terapeuta le advierte: no soy yo quien ha descubierto lo que usted, mi interlocutor, quería ocultar (ser hijo de madre soltera), sino que es su yo el que por hablar tanto y tan seguido revela manifiesta o latentemente lo que le daña y que se obstina en desmentir.
Cuando nos las vemos con una obra literaria, cuando nos enfrentamos a un volumen de creación, como son los textos de Umbral, ¿hay que analizar sólo el libro o hay que analizar al autor? ¿Hay que sondear en el escritor lo que la obra dice? Creo que el análisis de Anna Caballé resuelve prácticamente y en un caso concreto esos dilemas propios de la vieja crítica (‘con Saint Beuve o contra Saint Beuve’), del formalismo, del estructuralismo. Ahora bien, no se trata de superar esos dilemas para incurrir en otro error: el de creer que la obra se explica averiguando las cosas que le pasan al autor empírico como si éste fuera la iluminación de aquélla. Creo que Anna Caballé hace un psicoanálisis de la escritura, de la voz, no del escritor. Es decir, hace como un buen analista, como aquel que se atiene a lo que el paciente le dice, a ese repertorio verbal que se hace explícito en la sesión. A Freud no le interesaba dar con la verdad histórica, cosa que por otra parte sería difícil de lograr cuando la única fuente es el propio analizado. Lo que le interesaba era dar con la verdad psicoanalítica, esas certezas que están en las palabras emitidas y en los actos fallidos y que expresan.
Para comprobar el acierto del ‘Francisco Umbral’, de Anna Caballé, podríamos fantasear con la siguiente circunstancia. Imaginemos que hubieran desaparecido todos los datos externos, empíricos, del autor llamado Francisco Umbral; imaginemos que sólo nos quedara su copiosísima obra: ¿sería posible reconstruir el sentido de esas palabras caudalosas sondeando sólo en ella, atendiendo a las imágenes y ecos que reverberan? Aunque fuera muy incierta la operación de reconstrucción, sería posible, como Anna Caballé hace. Y al final, lo que quedaría es un Umbral imaginativo y patético, alimenticio y literario, con estilo, sí: dueño de ese significante masculino (¿y embustero?), ese que ha sido sometido a escrutinio, la avilantez de un egotista de tinta que se confunde con la persona real, una figura hecha de palabras cuyos perfiles Anna Caballé recompuso, un “maldito narcisista”, un “escritor incomprendido y genial” con el que ahora combate Pérez-Reverte otra vez.
Por favor, vaya ignominia contra la literatura decir que el autor de Alatriste y el magnifico «Club Dumas» no forma parte del ámbito literario. Pérez-reverte, a tu pesar, es uno de los mejores novelistas que ha dado este país, además ha sido reconocido ostensiblemente tanto a nivel nacional como internacional. Los problemas entre ambos escritores es tema aparte, ya que no es algo que nos debe influir a la hora de leerlos. Yo prefiero al Sr.Reverte, aunque Francisco Umbral tampoco me desencanta. Me da la espina que la ideologías ciegan tus opiniones, pero bueno para gustos hay colores. Hay que saber fijarse en el libro no en la persona y en su ideología, porque si así fuera no hubiera leído un libro de Cela en mi vida, y por suerte lo he hecho.
Un cordial saludo.
Jorge M.Quintas
Acabo de releer el artículo de Garcia Viño sobre Marias y la verdad es que uno no sabe que pensar….. Algunas de las frases son de juzgado de guardia.
Puede que termine leyendo algo de Marías para llegar a conclusiones propias, a ver si tengo algo de él en la colección de El Mundo.
http://www.rebelion.org/noticia.php?id=21076
ME DA LA SENSACIÓN de que en este blog se vilipendia mucho al nick hombre de paz, que a mí (concretamente, Lindo) me da que dice cosas bastante puestas en razón. También el posadero, auténtico malade d’écriture, pone cosas excelentes, como esa visión de Umbral vía Caballé, que de malo tiene su sometimiento maso más que sado al psicoanáliis, pero de bueno observaciones dignas del Tom Wolfe periodista de los 60-70, es decir del único Tom (Thomas es otra cosa) Wolfe que vale la pena.
Dicho esto diré también que jamás he logrado leer más de seis o siete líneas de un artículo de Pérez (Reverte, no Martínez) y mis intentos de entrar en sus balzacadas dumásicas en español castizo nunca han superado la página y media. Debe de ser una cuestión de estilo. Ya lo decía Godard en los 60 del siglo 20, cuando era crítico de «Cahiers du Cinéma» y recorría los Champs Elysées de cine en cine, inventando el zapping avant la lettre: «Si una película no te ha interesado a los diez minutos, ya no te interesará y puedes largarte: es una cuestión de estilo.»
Pues si no haber pisado una universidad no cuenta, tampoco ser de pueblo, como Muñoz Molina. Vamos, digo yo. Pero no es eso a lo que vengo, machacona y pesada, nuevamente.
A punto estaba de poner aquí la entrevista que nuestro anfitrión le hizo a Anna Caballé, cuando ha hablado él mismo de ella. Fue una de las cosas que me deslumbraron de este señor (Don Justo, digo), su modo de entrevistar a alguien tan notable como la profesora Caballé. No se lo pierdan.
http://www.ojosdepapel.com/show_article.asp?article_id=2226
Iván: «ME DA LA SENSACIÓN de que en este blog se vilipendia mucho al nick hombre de paz, que a mí (concretamente, Lindo) me da que dice cosas bastante puestas en razón» , mi crítica no va contra las ideas de Hombre de paz, sino contra la forma de expresarlas, al margen de estar de acuerdo no.
A lo dicho Por Hombre de Paz sobre Umbral se le podía destacar una ausencia elocuente: No negaremos que todo estilo de un escritor es producto de la hibridación de sus predecesores, ¿por qué renegar de Galdós? Todo lo que dice HdP sobre Umbral podría ser aplicado al escritor canario, con la salvedad del tiempo transcurrido. Madrid ya estaba inventado literariamente por Galdós, quién ya había combinado los estilos de su predecesores y había incorporado el lenguaje popular a sus obras, contraponiéndolo al lenguaje culto y literario. ¿Dónde está el mérito innovador de Umbral? ¿Dónde una novela de Umbral comparable a La saga/fuga de J.B. de Torrente Ballester, aparentemente decimonónico? ¿dónde está la aportación de Umbral a esa frescura idiomatica y audacia verbal que llegaba con el boom? Se supone que todo eso debe estar en su obra, pero, por lo que he podido llegar a leer de él, no es así.
Pero no me importa Umbral, no leo más a Umbral, ni me indignaré el día que le hagan académico. Me parecerá una tontería pero no me dedicaré a ir a joder a casa de los otros poniéndo, sin más argumentos que mi aversión, el grito en el cielo.
Y no, Iván, no dice cosas puestas en razón, emplea los argumentos de otras personas para apoyar los suyos o para justificarlos, olvidando que una crítica es una crítica, es decir, una opinión. Nunca un axioma.
Y no continuo la discusión porque uno debe madrugar para ganarse los garbanzos.
Un saludo
No entiendo el alboroto por el ingreso de Marías a la Academia de la Lengua. He leído tan solo una de sus obras y a pesar de que no soy quien para emitir juicios sesudos y cacuménicos sobre su estilo, me parece que lo que tenido ante mis ojos ha sido un trabajo interesante, con personajes construidos con fundamentos psicológicos interesantes, con peso específico para la trama compleja. Si alguien no tiene a bien admirar su obra no es ápice para que comprenda que su gusto o disgusto no es el que se impone en estos asuntos de academias. Desde mi humilde perspectiva y sin afán de polémica, apuesto por el creciente reconocimiento de este autor. Algo diferente a lo que nos ha llegado a este lado del Atlántico en muchos años. Saludos Justo, un placer volverle a leer y a opinar en su foro.
Hombre, Roderick, una alegría volver a leerle…
50 coments! Felicitaciones al señor Justo Serna, un blog que genera estas reacciones es uno lleno de vitalidad. He seguido con general interés sus entradas en diversos temas, pero con particular interés sus notas sobre la más reciente embestida del pensamiento teocrático, en todos su disfraces y matices. El de Rorty y Valencia -y los enlaces que hay dentro de este- es enjundioso y provocador, e intelectualmente lo disfruté enormemente; es preocupante -en Puerto Rico, esquina del mundo desde donde gloso estas líneas digitales, también padecemos los peligrosos empujes homogeneizadores de funamentalismos cristianos- que actos públicos de tipo religioso pretendan borrar de un plumazo las diferencias que son las que hacen la vida vivible e interesante.
Un poco en esa línea y en lo que concierne a esta discusión, no puedo aportar sustancialmente al debate literario; a Marías lo he leído mucho y lo he disfrutado más: la tensión emocional constante, la ambigüedad como principio organizativo, la fantasmidad del sujeto como metáfora del momento presente, la arbitrariedad de los acontacimientos(«Mañana en la batalla…»), la volatilidad de la acción humana ante la aceleración de la experiencia («Negra espalda…»), son todos elementos trabajados por Marías desde un ángulo lúdico y una original postura literaria. Pero, no conozco casi ninguno de los escritores que se han mencionado aquí. Solo a Cela, que llevó el lenguaje a un nivel al que muy pocos llegarán (un repaso superficial de «Oficio de tinieblas» bastaría para darse cuenta que, como dijeron Deleuze y Guatari de Kafka, Cela es otra cosa); y de Umbral solo he leído un ensayo biográfico precisamente sobre Cela. De los demás nada.
Sin embargo, no es la preocupación sobre el pedigree literario lo que me llama la atención en esta discusión sino los acercamientos discursivos de entes como Hombre de Paz, criaturas vampíricas que reptan por la Red buscando un rincón donde hincar sus frustaciones para chupar la vitalidad de pensamientos disímiles, con todas las resonancias fundamentalistas que traen estas actitudes. ¿Por qué el señor Paz satura sus argumentos con alusiones y metáforas sexuales de índole peyorativo? ¿Serán estas expresiones un desliz freudiano, una oscura movilización en las catacumbas de su inconsciente donde habita una sórdida represión? ¿Qué es lo que realmente le molesta? ¿Por qué incomodarse tanto con la entrada de Marías en la Academia? Al fin y al cabo los méritos los tiene, seamos objetivos, vamos. ¿Que existan mejores candidatos? Tal vez, no sé, quizá el devenir les hará justicia y sean recordados como los Borges y los Joyce de su tiempo, que nunca se ganaron un nobel, pero están encumbrados en el olimpo literario. Ese no es el problema, señor Paz, el problema es que todavía existan personas como usted, obsesionadas con comprobar la autenticidad de los certificados de pureza de sangre… ¿Que está preocupado por la laxitud moral y estética de sus ciudadanos? Savonarola y Torquemeda han pasado de moda aunque sus fantasma tienen una asombrosa mutabilidad y movilidad histórica, como recientes encarnaciones así lo demuestran.
Por otro lado, habla muy de este blog que exista también el espacio para muy bien articulados disparates como los del señor Paz.
Muchas gracias y siga adelante con su excelente blog señor, muy bien llamado, Justo.
El alcohol que ahora mismo corre por mi sangre ha provocado varios deslices gramaticales. Algunos insignificantes y explicables con la naturaleza instantánea de los blogs, pero quiero corregir aquí uno imperdonable y muy feo: donde dice a «envestida» quise escribir «embestida», desde luego… Pido perdon a las autoridades españolas de Paz y orden por este desacierto
Muchas gracias, señor Bonilla, por su amable comentario (bien regado, por lo que dice), un amable comentario en el que la ajustada descripción de las virtudes literarias de Marías no le ciega para reconocer los logros de otros escritores. El problema en estas discusiones es cuando lo literario se convierte, mera y simplemente, en un campo de batalla. Reciba un cordial saludo, JS.
Con todo el placer del mundo me reintegro a sus lectores, estimado Justo. Nada como leer sus aportes, siempre tan sinceros, inteligentes y llenos de intenciones didácticas. Un cordial saludo.
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[…] ya ha leído esa prosa. En fin. Aquella pieza que publiqué en el blog hace dos años la titulé Cuatro buenas razones para leer a Javier Marías. Qué curioso: de casi todo hace dos […]
En cuanto ala”infame avilantez”de Umbral: jamás escribí en parte alguna esas palabras, que pronuncié de viva voz como una cita-aunque no recordaba el autor y no pude mencionarlo-en una entrevista de “El País”. Igual que si hubiera dicho, por ejemplo: “Cubre su frente negro capuz”. En fin. La gracia de la Cosa es que Perez-Reverte las repescó mil años después. Y yo me pregunto si tiene en su interior una poderosa máquina o si poseía un poderoso archivo “anti-Umbral” donde iba guardando esto y lo otro.
Estoy de acuerdo con quien ha dicho que “en su día “fue un gran escritor. A mi modo de ver, “en su día”, dominó el adjetivo de forma verdaderamente brillante. Sin embargo, su literatura era superficial. Es como si se hubiera quedado en la piel de la escritura, sin acceder a su corazón. Un párrafo de los buenos tiempos de Umbral resplandece como una salamandra en el fuego, pero jamás es el fuego, jamás logra trasmitir la vida profunda de ningún personaje ni es capaz de hilar un argumento. Porque lo que Umbral tenía era imaginación verbal, y no pasta de narrador.
En cuanto a Marías-y lo siento por Ana Serrano, a la que aprecio- me parece que le llega a Benet a idéntica altura que la estatua de la Virgen del Pilar sin el pilar, y no sólo físicamente.
En cierta ocasión le comenté al tan alabado autor que el protagonista de una de sus novelas ( el que se acuesta con una joven madre, que muere en sus brazos ) cometía un delito penal.
-Pero…¿tipificado?-me preguntó con gran asombro.
En efecto, tipificado: negación del auxilio debido.
Ese protagonista, tras mucho pensar-típico pensamiento mariístico-qué hago/qué no hago, decide finalmente largarse cerrando la puerta de la calle y abandonando en la noche a un niño de dos años con la madre muerta , bajo el supuesto de que tendrá una asistenta que probablemente aparecerá al día siguiente. Entre tanto, supone dicho protagonista que el niñito no se dará cuenta de que su madre está muerta , distraído por el televisor, que amablemente le enciende, y alimentado por un plato de salami que deja sobre la mesa de la cocina. Y se va tan campante. Ahí queda eso
A mí me parece muy bien que un personaje sea un delincuente, pero tengo para mí que el autor de un personaje delincuente tiene la obligación de saber que su protagonista delinque. Tambien opino que si un autor escribe sobre un niño de dos años y una muerta antes tiene que haberse molestado en conocer a los niños de dos años y saber qué son capaces de percibir. Y también qué clase de cosa es un cadaver, sobre todo cuando ha de tocarse por la circunstancia que sea. Por desgracia, cualquiera que se haya encontrado en esas-salvo que se dedique a la medicina forense- sabe sin ningún lugar a dudas que un cadaver es algo terrible y que ningún niño normal de dos años dejaría de darse cuenta de la catástrofe del cuerpo de su madre frío y muerto cuando la llamara desesperado intentando despertarla.
Es una escena completamente absurda si a renglón seguido no se plantea la noche de terror del pequeño, como mínimo, por no hablar de la posibilidad de su muerte por inanición( una muerte tantálica, por otra parte, intentando alcanzar el plato de salami sobre la mesa de la cocina) si resulta que la joven señora, en contra de las suposiciones del protagonista, finalmente no tenía asistenta.
En esa novela hay otro capítulo donde aparecen unas señoritas que trabajan en el Palacio de la Zarzuela y que van al hipódromo tocadas con sombreros como en Ascot. Según el texto, enla Zarzuela le hablan al rey de “vos” con gran naturalidad. Para poder argumentarle a Marías, me tomé la molestia de preguntárselo al mismísimo rey, que me contestó literalmente:
-¿Pero cómo me van a hablar de vos?¡Coño!¡No seas cursi!
Me abstuve de decirle de quién era en verdad la suposición.
Por último, hay otra escena en que el protagonista se encuentra a ¿una prostituta? y se pregunta(¿por qué no decirlo así? )marianamente si es su ex-mujer o no, ya que lleva DOS AÑOS sin verla.
Entiendo que alguien le guste cómo construye las frases Marías. Es cierto que tiene un modo peculiar de ir y volver y darle vueltas a lo mismo que ya Benet exploró hasta la extenuación pero que puede resultar seductor para quien tiene un determinado tipo de cerebro. Ýo prefiero a los escritores que “centran la jugada”, aunque reconozco que todo eso es un asunto del gusto, como el paladar. Sin embargo, no comprendo como estas escenas pueden leerse sin más y como la gente puede darlas por buenas y complacerse en ellas. Para mí, cuando las leí por primera vez con la mejor de las voluntades-ya que en aquel entonces Marías y yo éramos íntimos amigos-fueron impasables. Aún hoy me sorprende que alguien pueda tragarlas y no decir como el Angel del Apocalipsis: “Y porque no eres ni frío ni caliente, voy a vomitarte de mi boca”.
[Referencias: «Infame avilantez»:
supra
o http://www.arteliteral.com/arteliteral_32/opinion/opinion1.htm%5D
Thomas Bernhard, Juan Benet y Javier Marías
Sin duda es un honor que Blanca Andreu visite este casa para juzgar a Javier Marías, para juzgarlo tan inmisericordemente. Es ésta una casa en la que por principio no maltratamos a quien defiende al novelista ni tampoco a quien lo critica. En este blog he escrito repetidamente (y escribiré) sobre la frase de Marías, sobre su digresión creativa, sobre su vaivén verbal, que tanto me agrada. ¿El arte verbal de Marías es un estupefaciente palabrero? Con la frase del novelista nos aturdimos, con esos períodos largos que no tienen descanso ni desmayo. En Tu rostro mañana, cientos y cientos de páginas se emplean para decir lo menudo inexpresable, lo a menudo inexpfesable, lo insólito común, lo absurdo cotidiano. Junto con Muñoz Molina no recuerdo novelista reciente que me haya deparado momentos de mayor placer: en el caso de Marías, esa página que justifica horas de dedicación o esa escena –porque de escenas propiamente hablamos o de planos-secuencia incluso– que me enajena. Cuando leo a Marías, leo explícitamente o releo implícitamente a Thomas Bernhard: acabo regresando a ese autor austríaco que tanto influyó en el escritor madrileño, un autor austríaco a cuya difusión española tanto contribuyó Marías. Quiero decir, cuando leo Corazón tan blanco o Mañana en la batalla piensa en mí, me complace escuchar los ecos de un novelista que hace del monólogo –del monólogo propiamente dramático– y del sermón admonitorio su libertad expresiva.
Reproduzco textos de contracubierta que forman parte de mis lecturas. Por, ejemplo, en El sobrino de Wittgenstein, el editor nos dice que estamos a punto de disfrutar de «uno de esos soliloquios alucinados, repetitivos y despiadados de los que [Bernhard] posee el secreto». En Tala, leemos el texto de un «observador implacable (…) en vaivén jalonado de diatribas y refexiones». Etcétera. Alguien mira y se expresa con aturdimiento, derrota y rencor. En Marías, alguien mira y se expresa con guasa, con escepticismo, con ignorancia. Los narradores de Marías ignoran muchas cosas, en efecto. Hasta los delitos que cometen o las faltas en las que incurren o las vejaciones que infligen. Así he leído Tu rostro mañana. ¿Cabe reprocharle al autor empírico lo que sus narradores hacen, dicen o ignoran en sus ficciones? Ficciones que parecen historias verdaderas, mentiras que parecen certezas, recreaciones que parecen mimetismos. Hay personajes atolondrados y hay personajes inteligentes con los que ha de cargar el escritor. ¿Pero qué pasa cuando un novelista escribe un relato real con figuras históricas? O, en otros términos, ¿qué sucede cuando el autor de ficciones escribe un libro de historia?
Me dispongo a regresar al Londres victoriano, de Juan Benet: un volumen secundario y alimenticio de Benet recién reeditado, una obra que encargara originariamente Planeta y que exigió del novelista una especial contención y erudición. Benet influyó –y bien– en Marías y encuentro ecos benetianos en mi relectura de Bernhard: Marías, Benet, Bernhard. ¿Qué fue Viena para Bernhard? ¿Qué fue Londres para Benet? Lo verosímil es el dominio del novelista, ese espacio de lo verdadero dentro de una ficción. Y lo histórico no es mero adorno o escenografía… Repasemos ese Londres victoriano. En los próximos días les cuento.
A toro muy pasado:
Me alegra mucho encontrarte, de nuevo, aquí, Blanca. Dices: «En cuanto a Marías-y lo siento por Ana Serrano, a la que aprecio- me parece que le llega a Benet a idéntica altura que la estatua de la Virgen del Pilar sin el pilar, y no sólo físicamente.» También yo a ti y guardo un recuerdo verdaderamente hermoso de cuando te conocí hace seis años, en un momento terrible para mi, y de la amistad, el cariño y la comprensión que me brindaste. No lo sientas por mí. Tener distintos gustos y distintos criterios no creo que enturbie nada de nada, pero es que, además, no es el caso. Hace poco que expliqué aquí mi relación literaria con Marías; he logrado encontrarlo, con esfuerzo y te pego el enlace (es mi cuarta respuesta al post de Justo)
https://justoserna.wordpress.com/2008/07/07/escribir-corregir-editar/#comments
y los dos o tres ejemplos que nos das de la relación de Marías con la realidad serían hilarantes de no ser lamentables, aunque eso no sea obstáculo para que guste su modo de escribir que, evidentemente y no creo que nadie lo pretenda, no le llega a ningún sitio a Benet, pero llegar a Benet es muy difícil.
No creo que seas inmisericorde con Marías el chico ni tienes que sentir una opinión tuya por mí que suscribo casi enteramente todo lo que has dicho aquí.
Un cariñoso saludo.