Las ficciones de Pío Moa

iluminado.JPG  Semanas atrás, cuando apareció, cuando lo vi en los expositores de novedades, me interesé por el libro. Lo primero que me llamó la atención fue su cubierta, una instantánea que ocupa todo el frontis y en la que vemos saludándose a dos dirigentes políticos. Visten elegantemente, con ternos de excelente paño. Detrás aparece el granito de una columna que adivinamos sólida, pétrea. Parecen estar en el porche de algún edificio oficial, en la recepción que uno da al otro antes de pasar al interior. Se dan la mano, con cortesía, pero el protocolo se rompe cuando uno de ellos señala algo que está fuera de campo, en la parte superior. Quien indica parece ser el anfitrión, ya que ese dominio de la escena (hacer dos cosas a la vez con las manos)  sólo puede deberse a aquella persona que conoce lo que allí hay u ocurre.  

Pero no. Si lo pensamos bien, puede ser justamente al contrario. Puede, en efecto, que quien apunta con el dedo sea el huésped, tal vez admirado de algo que no esperaba: un ornamento o una gárgola o un cielo azulísimo. En ese caso, el anfitrión, chocando aún su mano, mira hacia ese punto que ignoramos, tratando de confirmar lo que el recién llegado le dice. Es el suyo un gesto de quien no esperaba tal cosa, esta leve ruptura del protocolo que alivia las rigideces propias de los encuentros oficiales. Le queda una mueca característica: la que solemos poner cuando miramos al cielo. Tal vez, no sea ese firmamento azul lo que ha sorprendido al visitante, sino unas nubes amenazadoras que anuncian lluvia. Muchas veces, cuando miramos el cielo, justamente porque levantamos la cabeza se nos suele quedar la boca entreabierta. Si alguien nos hiciera una fotografía en ese momento es probable que apareciéramos con una expresión poco favorecedora…  

Pero no: esos labios entreabiertos quizá sólo indican que quien mira está hablando a la vez, confirmando la amenaza de esas lluvias venideras, sonriendo para restarle importancia. El resultado del cuadro, el efecto que produce en el espectador, es que quien señala con el dedo parece dominar la escena, con resolución, con esa campechanía que dan los muchos años de experiencia. Nada sabemos de lo que en realidad hablaron huésped y anfitrión, pues el hecho es mudo, un momento que captó la instantánea creando una imagen de cuyo sentido no hay registro en la cubierta. El tiempo quedó congelado en la fotografía, la circunstancia está abstraída y nos falta profundidad de campo, el contexto preciso. Por supuesto que podemos averiguar estos datos. Quién hizo la foto, qué reunión es ésa. Aun así, no lograríamos reunir todas las informaciones que dan sentido a los gestos.  

Cuando una imagen está vacía o de ella se han amputado la mayor parte de los datos, entonces corremos el riesgo de fantasear, de añadirle lo que no tuvo, de sobreinterpretar, de manipularla para que esa instantánea diga lo que queremos que diga, para que parezca decir una cosa aun cuando no sepamos si efectivamente lo decía. Roland Barthes lo señaló con tino en dos de sus libros más sabios: Mitologías y La cámara lúcida. El momento se adhiere a la foto y eso le da un efecto de realidad a la instantánea. Pero si ese soplo está evacuado, vacío, entonces el retrato es como un significante sin significado, un significante cuyo relleno corresponde al espectador, inducido o no por quien dispone la fotografía, por quien nos la muestra.  

El retrato no nos da a los personajes en su contexto, sino que, como en este caso, se lleva a la cubierta de un libro: es una imagen rodeada de otros elementos que no estaban en el instante original y que ahora sirven para interpretarla, sobreinterpretarla o malinterpretarla según las intenciones del autor y del editor. No significa nada que dos hombres se den la mano, que uno extienda el dedo índice de su mano izquierda y que el otro mire fuera de campo con un gesto o mohín. Acabará significando lo que los responsables del libro quieran. Pues bien, si el título del volumen es El iluminado de la Moncloa y otras plagas, entonces comprenderemos cuál es el resultado.

¿Quién es el iluminado?  Desde luego aquel que está en las nubes, aquel que está mirando las nubes.  ¿Qué papel desempeña el otro personaje? Desde luego, se apodera de la escena con ese dedo y parece notársele un aire desenvuelto, dominador, y ello, además, siendo el huésped…, ¿en la Moncloa?  Ya lo sabemos: quien mira con ese aire ensimismado es José Luis Rodríguez Zapatero; quien señala con energía campechana, franca,  es Jacques Chirac. ¿Fue así la circunstancia? Insisto, la falta de datos permite manipular la imagen para reforzar un determinado sentido: se vacía ese significante y se rellena con el título y con los contenidos del libro. Pues bien, ése es el modo de operar de Pío Moa, el autor del libro. Utiliza la realidad a su antojo para que sus fuentes, sus vestigios, sus documentos (y esta foto es un documento más) digan lo que él quiere que digan.  

Leí el libro y confirmé lo que me temía y lo que le había reprochado yo mismo a Moa en una polémica que con él sostuve a propósito de Franco. Un balance histórico. El modo de argumentar que tiene, me decía, entraña un empleo dudoso de las fuentes y de los testimonios. Cuando éstos se atienen a la tesis previa que se desgrana en el libro, cuando aquéllas se ciñen a lo que quiere sostener, entonces se cita al adversario, incluso al enemigo, de quien se podrá tomar una u otra frase que se acomode al esquema interpretativo. Cuando así ocurre, Moa  no se pregunta por la verdad de ese testimonio. Sin más admite la certeza o el acierto, justamente porque confirman lo que él ya sabía de antemano. Cuando, por el contrario, el documento (del mismo testimonio, por ejemplo) contradice el hilo argumental, entonces lo atribuye a la falsedad o a la doblez o a la ceguera o a la ignorancia del testigo. Es decir, el expediente del ensayo (género nobilísimo donde los haya) le sirve para justificar su pereza documental o para legitimar sus temeridades interpretativas con frases sacadas de texto o de contexto.  

Frases sacadas de texto o de contexto. Pues bien, la lectura de este segundo volumen me confirma lo que entonces dije. La fotografía de Rodríguez Zapatero y de Chirac es el ejemplo externo de lo que digo: sacar de contexto la instantánea –el documento– para hacer de ella lo que uno buenamente desee. Y eso que desea está claro, como dije ayer mismo en un artículo en Levante: Pío Moa tiene como principal labor propagandística la de inculpar a los perdedores para hacer inmediatamente analogías con los socialistas de hoy: si las víctimas fueron victimarios y estos revisionistas ven ahora semejanzas casi completas con hechos del pasado, entonces la acusación recae sobre los políticos actuales. Ésta es la ficción de Moa que se despliega, uno tras otro, en sus libros. Algún incauto puede que los lea como si sus asertos fueran enunciados de historiador. Pues, ustedes verán: ustedes verán la foto y su manipulación…

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Regresamos el lunes con un nuevo ‘post’…

 

0 comentarios

  1. Excelente y ejemplar metáfora. La descontextualización es una de las añagazas usadas más frecuentemente por los falsarios. Como tú mismo dices, Pío Moa escribe para lectores que ya están convencidos de antemano, que «ya saben» y sólo quieren que les reafirmen en su creencia. Y para eso valen todas las mañas.
    Ninguno de los «suyos» va a protestar.

  2. Estoy completamente de acuerdo con la analogía trazada entre la portada del libro y las argumentaciones generales de Pío Moa. No conozco la obra, pero sí he tenido ocasión de leer algunos de los artículos que ha publicado en Libertad Digital (ya ve, a veces es necesario desconectar de lo serio y dedicar algunos instantes al humor), y son realmente tremebundos.

    Sin embargo, lo más preocupante no es, en mi opinión, las pseudo-argumentaciones que pueda defender Moa en este libro, sino que estemos asistiendo a una proliferación sin precedentes de este tipo de ensayos-panfletos, y que en consonancia hay un elevado número de personas que los leen e incluso los aceptan acríticamente. Llegué a leer hace unos días, a propósito de la visita del Papa, que «España será católica o no será»: ya saben, luz de Trento y espada de Roma, sólo que unos cuanto años después de Menéndez Pelayo.
    Y esta proliferación, corríjanme si me equivoco, tiene mucho que ver con la adscripción partidaria de quienes sustentan estos libros (y de quienes los leen, por supuesto). Creo, don Justo, que su artículo de ayer en el Levante ponía el dedo en la llaga ensalzando un individualismo que en gran medida falta en la actualidad. Si las opiniones personales están subordinadas a una ideología colectiva, entonces el raciocinio individual se ve resquebrajado y los argumentos se convierten en previsibles y acríticos.
    Hacen falta más «héroes» (a los que usted se refería ayer) intelectualmente capaces de escapar a la dictadura ideológica del grupo al que se adscriben. Desgraciadamente, en los tiempos que corren parece que la tendencia es justo la contraria: la polarización total y la eliminación de matices en los discursos de quienes deberían tener como método la investigación crítica, y no predeterminada al panegírico o al insulto.

  3. Moa arrima el ascua a su sardina, pero ¿qué historiador no lo hace? El presente escrito del Sr.Serna utilza la misma artera artimaña, la disquisición sobre la foto como método de descalificación a Moa carece del mas mínimo rigor.

  4. Oiga, marquesdecubaslibres, usted confunde gravemente dos cosas. La primera es suponer que un historiador arrima el ascua a su sardina, así sin más. Si quieren mantener su reputación, los historiadores académicos, esos a los que tanto deplora Moa, no pueden decir lo que les venga en gana sin documentos que respalden. El ascua a su sardina supongo que será para usted la imposibilidad de ser objetivos o algo así. Oiga, los historiadores estamos sometidos a la prueba enunciativa, a la consulta archivística y a la transmisión de los resutados a una comunidad académica que aprueba o desaprueba lo escrito e investigado. El señor Moa no está obligado a ello.

    La otra cosa que confunde gravemente, señor marqués, es el análisis textual e icónico: ¿usted cree que en la sociedad de la comunicación de masas el estudio de una cubierta es una disquisición sin interés? ¿Usted cree que yo manipulo esa cubierta? ¿No será más bien lo contrario? Moa y sus editores vacían una imagen y refuerzan la condición de iluminado de Rodríguez Zapatero con una instantánea muda.

  5. Pío Moa jamás tiene nada que perder salvo la oscuridad de su existencia, se ha dedicado a dinamitar la historiografía profesional, así como la idea de una derecha vocacionalmente golpista, antiliberal y reaccionaria. ¿Qué podíamos esperar? era previsible, que una vez más nos “iluminara”.

  6. Yo espero con ansiedad que las próximas elecciones pongan a cada uno en su sitio: que la ultraderecha que tan bien se está dotando de doctrina y actitudes se erija en partido y el PP termine de engañar a la mangoneada «derecha-democrática».
    Sólo entonces veremos el rostro de cada uno (y podremos, por tanto, combatirlo).

  7. Tiene razón Julia. Con Moa hay iluminaciones y hay grandes descubrimientos… que conducen a poco, a enredar en todo caso. Sospecho, pese a lo que dice Pablo, que las próximas elecciones no arreglarán gran cosa: al menos en el sentido de que el rencor de los más extremados se acentuará. Entre ellos, como refinado publicista de guardia, hallaremos a Pío Moa. Y, en fin, si confundimos a los publicistas o propagandistas con los historiadores –como hace el señor marqués– no adelantamos en el conocimiento y en la objetividad. Ya lo dije hace un tiempo y lo reitero.

    Señalaba Clifford Geertz que la verdad es un ideal regulativo en las ciencias sociales o en la historia o en el periodismo. Imaginemos, añadía, a un médico de campaña que debiera intervenir quirúrgicamente. Apresurado, próximo a las bombas que caen y que amenazan con arruinarlo todo, no podrá exigir las mejores condiciones para operar, esas que son habituales en tiempos de paz, las que le permiten curar en un quirófano esterilizado. Al no contar con un ambiente neutro, ¿deberíamos concluir que le dará lo mismo donde lo haga, en una sala aseada o en un estercolero?

    Hemos de suponer que evitará el lodazal o el muladar; hemos de suponer que tratará de tenerlo todo lo más lustroso y fregado posible, aunque sólo sea para convencer al paciente de sus buenas intenciones. Esas cautelas serían como las marcas del periodista o del historiador, las pruebas que atestiguan su respeto a las reglas de la profesión. Pero no bastan. El galeno deberá tener, además, la intención última de salvar al paciente: como el reportero o el investigador deberán, en fin, salvar la verdad de su relato. Confío en la rectitud y en los escrúpulos del historiador, como a la postre confío en la buena práctica del periodismo, que no de la propaganda extremada.

  8. Sí, Pablo, aunque a mi juicio las cosas están ya bastante en su sitio. La inflexibilidad radical y el maniqueísmo asumido por el PP desde su derrota del 14 M, le han situado ya en la extrema derecha, aunque no niego que en su seno queden silenciosos algunos dubitativos personajes. La mayoría, con su Rajoy a la cabeza, no nos engañemos, ha sustituído el chillido y la consigna elemental a las propuestas alternativas de gobierno razonadas. Su actitud cara la la negociación con ETA tiene más de pataleta infantil que de partido maduro de gobierno, y Pío Moa sólo es uno de sus más purulentos abscesos. Lo que pasará en las próximas elecciones, que tú evocas, es que las urnas refrendarán lo que estamos viendo. Y estamos viendo ya el rostro de cada uno. Si quieres, puedes combatirlo ya: No es difícil, basta con empuñar las armas de la razón, que son la únicas válidas contra el odio irracional y la mentira. Como hace Justo Serna cada día.

  9. Pensaba comentar, traer la foto de Franco y Hitler en Hendaya y elucubrar sobre la versión que daría Pío Moa del momento y la importancia que eso tendría de cara a los que están deseando que les den argumentos (incluso falsos; sobre todo falsos) para seguir pataleando, pero he leído el comentario de Miiguel Veyrat y no puedo decir más que amén.

    El refranero español suele ser muy certero: «Dios los cría y ellos se juntan» Justo Serna y Miiguel Veyrat. Los voy a poner en un altarcito ahora mismo (Un altarcito laico, no se me asusten).

    Y, como todo lo bien escrito, tiene un ritmo interior y una cadencia que, si colocáramos con las pausas propias de la poesía, nos daría que el comentario de Veyrat está en verso. Lo único malo es que el final, incluso rima. Y perdonen que esto no es un comentario jocoso. Trabajo en el compás oculto de la palabra escrita y es deformación profesional.

    Gracias a ambos. Un placer ver escrito así de lucida y bellamente lo que uno piensa.

  10. ¡Ay, Ana Serrano! Nada de altarcitos, aunque sean laicos. Siempre, siempre, caminos, y al borde de los caminos los montoncitos de piedras apiladas por los viandantes, homenajes silenciosos a Hermes, nuestro dios natural. Esas piedras son nuestras palabras y ocultan precisamente bajo su calor el diástole-sístole, latido de la escritura. Están quietas, tranquilas, nos representan y están cargadas de razón. Yo también trabajo en dilucidar el pensamiento poético, averiguar qué sucede cuando surge la chispa al encontrarse y chocar entre sí los pedernales del pensamiento y la emoción, para que se produzca el canto. Y en eso estamos, compañera.

  11. Pues me va a perdonar, pero voy a colocarle ahora mismo un cantito rodado blanco y limpio por lo hermoso de sus palabras, de esa chispa que las crea como a llamas que calientan y no queman y por llamarme compañera. Un honor.

  12. En cierta forma, ningún historiador será capaz de eliminar su cosmovisión por completo a la hora de hacer una observación sobre determinado tema, pero lo más importante es que aquello que se dice esté fundamentado y documentado, ahí los «creo que», «es posible que»…no sirven.
    No acabo de creer que las cosas estén en su sitio ya, pero al menos se van asentando.

  13. Don Justo, tardo en contestarle porque me fui a San Fermín. Tres breves precisiones sobre la supuesta objetividad de los historiadores académicos:
    1. Llevo toda mi vida profesional en el ámbito de la biomedicina académica y aquí todo el mundo «arrima el ascua a su sardina». Cierto que hay que conservar las apariencias. No me creo que el ámbito de la historia vaya a ser diferente del de la medicina.
    2.Hay historiadores académicos como Hobswan que se autoproclaman «historiadores marxistas». ¿Éstos son también objetivos?
    3.Hay historiadores no académicos como Jorge Martinez Reverte que en su pograma en tv2 se comporta como Moa, aunque en el otro extremo. ¿Por qué no le descalifican a él también?
    -Resumiendo: no valen las descalificaciones globales ni los argumentos de autoridad. Hay que discutir caso a caso, presentando pruebas que expliquen porque determinado historiador, académico o no, está equivocado.

  14. Dice, señor marqués, «no valen las descalificaciones globales ni los argumentos de autoridad. Hay que discutir caso a caso, presentando pruebas que expliquen porque determinado historiador, académico o no, está equivocado». Pues bien, yo lo hice y lo he vuelto a hacer co Pío Moa. El simple ejemplo de una cubierta de libro lo prueba. Y usted decía en su primer comentario que utilizo «la misma artera artimaña», que «la disquisición sobre la foto como método de descalificación a Moa carece del mas mínimo rigor». No me ha contestado a la pregunta y se la vuelvo a formular.

    ¿Usted cree que en la sociedad de la comunicación de masas el estudio de una cubierta es una disquisición sin interés? ¿Usted cree que yo manipulo esa cubierta? ¿No será más bien lo contrario? Moa y sus editores vacían una imagen y refuerzan la condición de iluminado de Rodríguez Zapatero con una instantánea muda.

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