Si hubiera un certamen periodístico titulado El peor artículo del verano, en la convocatoria de 2006 tal vez habría obtenido el primer puesto una columna firmada por Alejo Vidal-Quadras y aparecida en La Razón. Se publicó el 11 de agosto y tiene grandes merecimientos para figurar en los puestos de cabeza de los disparates periodísticos más llamativos. Desde luego, esa columna rivalizaría con los textos de otros significados articulistas, pero sobre todo Vidal-Quadras competiría consigo mismo. Es tal el extremismo verbal que le caracteriza que sus enormidades periodísticas se desalojan mutuamente: una hace olvidar a la otra. Le dediqué un artículo a este político, un texto en el que valiéndome de Umberto Eco lamentaba el tono incendiario de Vidal-Quadras, alguien que se ve a sí mismo como un intelectual metido en las instituciones.
Precisamente preguntándose sobre los intelectuales, Eco llegaba a una concusión inapelable: “El primer deber de los intelectuales: permanecer callados cuando no sirven para nada». En concreto añadía: «Cuando la casa se quema, al intelectual sólo le cabe intentar comportarse como una persona normal y de sentido común, como todo el mundo, pues si pretende tener una misión específica, se engaña, y quien lo invoca es un histérico que ha olvidado el número de teléfono de los bomberos». La posición de Umberto Eco era juiciosa, sí, sobre todo si consideramos la larga serie de declaraciones erradas y graves de escritores dispuestos a encandilar con sus voces a una concurrencia que se deja fascinar por el renombre de quien habla.
Hay hoy un estado incendiario de algunos intelectuales más o menos influyentes que se manifiesta en la radio, en la prensa, en Internet. Vidal-Quadras, por ejemplo, tiene todo el derecho a oponerse al nacionalismo catalán. Le asisten la libertad de expresión y el peso de alguna de sus posiciones. Sin embargo, el tono que emplea –desafiante, retador, frecuentemente vejatorio— es deplorable y muestra un incendio verbal que amenaza con propagarse. ¿Convendría llamar a los bomberos para que aplaquen esos fuegos?, me preguntaba tiempo atrás. Alejo Vidal-Quadras aviva irresponsablemente este incendio y, por ejemplo, hace un año se proponía acusar a Rodríguez Zapatero de «alta traición». ¿En qué quedó su imputación?
Ahora, el 11 de agosto, en su columna “El círculo cuadrado” prosigue con la campaña prodigando nuevos insultos al líder del PSOE, insultos que revela algo de impotencia argumentativa. Pero lo peor no es eso: lo peor es la conclusión a la que llega. Vayamos por partes. Reproduzcamos dicho artículo para así averiguar cuáles son los vituperios que le dedica. Pongo en cursiva y en negrita esas descalificaciones.
“En el mundo delicuescente y banal de ZP no rige el constitucionalismo liberal ni el método racional. En las ensoñaciones bobaliconas del presidente del Gobierno, impregnadas de infantilismo caprichoso, basta formular un deseo o tener una visión onírica para que la realidad o la ley puedan ser ignoradas. A mí lo que empieza a parecerme asombroso no es tanto la debilidad errática de la psique zapateril como el hecho de que la gente que le rodea en el Ejecutivo y en su propio gabinete le sigan en sus delirios tontiblandos. Es obvio que nuestro sistema partitocrático no nos protege frente a la posibilidad, remota quizá, pero hoy trágicamente consumada, de que llegue a La Moncloa un personaje que normalmente ninguna comunidad de propietarios hubiera elegido como responsable de la gestión de su inmueble. España ha podido sobrevivir a lo largo de su azarosa historia pese a ser regida en ocasiones por incapaces, por sinvergüenzas, por idiotas, por malvados o por degenerados. Pero lo que no estaba previsto es que a los españoles nos gobernara un chiste.
”Y formulo estas duras aunque justificadas reflexiones a raíz de la manifestación convocada por Batasuna para este fin de semana y que Baltasar Garzón parece decidido a abortar en cumplimiento estricto de la normativa vigente. Este episodio, uno más de los muchos incidentes bochornosos que vienen jalonando el absurdo proceso de paz puesto en marcha por Zapatero, demuestra algo que cualquier observador mínimamente lúcido sabía desde que el actual líder socialista forzó en el Congreso la penosa resolución sobre el diálogo con ETA: la absoluta imposibilidad de acabar con la banda terrorista sin atropellar el Estado de Derecho y sin triturar la Constitución. Lo que Zapatero pretende es la cuadratura del círculo porque Batasuna y ETA ya han dejado meridianamente claro que el crimen organizado no cesará sus actividades sangrientas si no son satisfechas sus exigencias de siempre, que, como es notorio, son imposibles de cumplir sin liquidar nuestra democracia y poner a los pies de los matarifes la dignidad de la Nación para que se limpien a gusto en ella el barro ensangrentado de las botas.
”Por tanto, seguiremos en esta danza macabra de desafíos y machadas por parte de ETA, de huidas hacia adelante del Gobierno y de actuaciones rigurosas del poder judicial hasta que el invento le estalle entre las manos a su frívolo promotor. Lo malo es que en el camino habrá quedado el pacto de la transición y con él los fundamentos de nuestra convivencia. Pero así lo hace todo el iluminado que juega a Presidente del Gobierno, con la misma superficialidad y voluntarismo ignorante enfoca la lucha contra el islamismo radical, los fuegos de Galicia, las oleadas de cayucos o las huelgas salvajes. Vivimos tiempos que requieren en el timón del Estado un cirujano de hierro y tenemos un muñeco de plastilina”.
Podemos estar de acuerdo no con la política gubernamental. Podemos convenir en lo acertado o desacertado de sus decisiones, pero los vituperios que hay en el texto de Vidal-Quadras sonrojan. Después de haberle acusado de traidor, ahora le niega el dominio de la lógica llamándole delicuescente, banal, irracional, bobalicón, infantil, caprichoso. Le diagnostica debilidad psíquica, delirio, irresponsabibilidad. Es, dice, un chiste, un frívolo, un iluminado, un superficial, un voluntarista ignorante, un muñeco de plastilina, en fin. Pero no es eso lo más llamativo. Lo verdaderamente preocupante es la alternativa que propone. Frente a Rodríguez Zapatero como muñeco de plastilina, defiende la necesidad de un cirujano de hierro. Es, qué duda cabe, una expresión inquietante. Veamos, para acabar, su genealogía intelectual.
Cirujano de hierro forma parte del dictamen que Joaquín Costa planteara a comienzos del siglo XX cuando deploraba los males del parlamentarismo español, cuando diagnosticaba sus males: la oligarquía y el caciquismo. “No es (y sobre esto me atrevo a solicitar especialmente la atención del auditorio), no es nuestra forma de gobierno un régimen parlamentario, viciado por corruptelas y abusos, según es uso entender, sino, al contrario, un régimen oligárquico, servido, que no moderado, por instituciones aparentemente parlamentarias”, decía Costa. En ese régimen, los caciques serían los agentes territoriales de los oligarcas asentados en la Villa y Corte, una red de auparía a los menos valiosos y que postergaría sistemáticamente a los mejores. Que exista esa oligarquía compromete la unidad de la Nación, añadía, pues fomenta la secesión territorial que apadrina cada uno de esos caciques. Para que sobreviva España como Nación y como Estado es preciso que desaparezca esa patología. Y la única manera de hacerla desaparecer es valiéndose de un política radical, quirúrgica, que intervenga de urgencia al enfermo, “una verdadera política quirúrgica” que sólo podrá aplicar un cirujano de hierro. El cirujano de hierro es sabio, es duro aunque compasivo, no le tiembla el pulso: es heroico, tiene entrañas y coraje, tiene un ansia patriótica. Es superior y se sabe providencial en la tarea de regenerar a la Nación.
¿Qué me dicen? A mí, estas expresiones de rancio historicismo exhumadas ahora me dan pánico, entre otras cosas porque las palabras tienen efectos, porque los enunciados no son meras descripciones de la realidad, sino muy frecuentemente su misma realización. Un cirujano de hierro es alguien a quien no le tiembla el pulso para enfrentar lo que juzga males o desvaríos. En la historia de España, esa mención siempre acaba con una llamada pretoriana, con un militar que se siente convocado y legitimado para gobernar por encima de un Parlamento averiado y para administrar unas instituciones que tampoco funcionan. En fin…
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Pueden leer también “Soldadito español”, artículo de JS en Levante-EMV, 5 de septiembre de 2006

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