En esta semana dedicada al Caudillo no podía faltar una pieza que me es muy querida, una pieza a la que vuelvo regularmente. Se trata de un artículo de Javier Marías, un texto en el que comenta la fotografía de Franco y Millán Astray que encabeza este post. En el tablón de anuncios que está a la entrada de mi despacho, tengo clavada la fotocopia de esa imagen. Pero también tengo colgado el texto de Marías como acotación. Ya amarillean. Desde hace unos diez años, si no recuerdo mal, lo pongo y lo repongo. Me parece un texto absolutamente cómico y escalofriante. De Marías siempre me gustaron sus glosas fotográficas, cosa que empezó en las páginas que el autor dedicara a John Gawsworth en Todas las almas (1989) para luego continuar en la segunda parte de su libro Vidas escritas (1992), en Miramientos (1997) y en otros volúmenes posteriores. He querido rescatar aquella acotación periodística para mi sección Scriptorium, aquella en la que la reproducción de un documento viene a ocupar parte del texto que les propongo. Lamento no disponer de todas las fotografías que Marías comenta en su artículo, pero, al fin y al cabo, la última es la fundamental, la que nos muestra a dos amigos o camaradas, uniformados y campechanos…
Cuando vemos fotografías, en especial las que publica la prensa cada día, todo son preguntas, como decía Juan José Millás en un volumen que tiene ese título. Un retrato es siempre un instante detenido en el tiempo, un momento que captó el objetivo de la cámara por intención expresa de alguien que al observar el mundo capturó una parte infinitesimal del mismo. La suma de todo ello haría el gran álbum de la humanidad, ese cuaderno de imágenes en el que estarían lo bueno, lo malo, lo abyecto y lo sublime. En principio, tiene razón Millás: “cuando repasamos el álbum familiar vemos reflejados en él todos los grandes acontecimientos familiares”, todos “excepto la muerte”. En efecto, “lo malo, en el álbum, sólo aparece como ausencia”, lo que se intuye, pero no se ve. “No hay fotografías de la abuela muerta, ni de su entierro, ni siquiera de sus funerales”. Haciendo una analogía, añade Millás en su libro: “la fotografía de la prensa diaria forma parte del álbum de familia de una sociedad”. ¿Hay diferencias? “La única diferencia entre el álbum colectivo y el familiar, es que en el colectivo sí aparecen los sucesos desgraciados”, concluye.
Y esa fotografía que comenta Javier Marías en su artículo es el preludio de un suceso desgraciado. A pesar de la alegría que a ambos protagonistas hermana –o tal vez por ello–, la imagen tiene algo de vaticinio funerario: seguro que los novios de la muerte entonan una canción sombría. Indicaba Roland Barthes en La cámara lúcida que a la efigie retratada puede llamársela propiamente Spectrum, con esa acepción fantasmal a la que alude la palabra. El retratado suele ser alguien que adopta una pose, su mejor pose, para inmortalizarse como alguien que se muestra y cuya fachada oculta lo que piensa, siente, hizo o hará. En el caso de Franco y su camarada, la fotografía es espectral, sí, pero esa pinta que exhiben no encubre ni disimula: sólo hay que proponer un sentido.
El procedimiento que emplea Javier Marías es el de conjeturar lo que no se ve a partir de lo que se muestra, profetizar lo que después de ese instante vino, lo que hubo previamente, lo que sentían en su interior el retratado o sus primeros espectadores: suponer, rellenar un espacio vacío, discurrir con más o menos tino acerca de lo que sugiere este o aquel retrato. Su operación no es propiamente informativa sino especulativa. Gracias a su inspiración y a su talento, Marías es capaz de decir fundadamente lo que jamás podrá ser averiguado, salvo que los protagonistas le refutaran. En cualquier caso, al desmentido informativo, Marías siempre podría oponerles su libertad interpretativa, su derecho a fantasear con lo que la imagen le sugiere. Insisto, pues, en que la suya es una operación imaginativa, más que informativa, basada en las licencias de la imaginación, esas que le permiten hacer presunciones de lo que fueron una persona o una circunstancia bien concretas.
Tal vez alguien me reproche la lectura que hoy les propongo, pero no por el autor, sino por su aparente anacronismo. ¿Franco y Millán Astray? ¿Qué tienen de actualidad? El día 1 de octubre se cumplen setenta años del ascenso del Caudillo a la Jefatura del Estado. Es un buen motivo para la reflexión y eso es lo que vengo haciendo a lo largo de estos últimos días en esta serie que bien podríamos titular «La semana del franquismo». Aun así, a despecho de esa actualidad conmemorativa, alguien –insisto– quizá me reproche hablar de espectros. Si lo son, me puede decir, es porque ya no están vivos y, por tanto, porque nada pueden hacernos. ¿Seguro? La cualidad reconocida a los espectros –y de eso Javier Marías sabe mucho– es seguir entre nosotros, vigilar nuestros actos, interferir nuestra existencia. ¿Por qué razón? ¿Porque algún vivo muy vivo agita esos fantasmas para acobardarnos? ¿O bien porque los espectros son aquellos muertos que acarrean su culpa inextinguible por la que han de penar eternamente? Es por eso por lo que se harían presentes sus aullidos, sus cánticos, sus gritos. No sé. Tengo la impresión de que esa pareja de militares que amenazan con su canto machote son efectivamente espectros que nos reclaman desde ultratumba. Yo sólo soy historiador y estoy habituado a vérmelas con personajes fantasmales: los que pueblan las fuentes históricas, todos muertos, pero de los que aún podemos ver sus rostros o leer sus manuscritos. Por eso, cuando repaso un texto u observo una fotografía sólo quiero distinguir la buena o mala vida que hubo en esos documentos, porque los documentos son una ausencia (lo que ya no está o no vive) y una presencia (lo que aún sobrevive entre sus líneas o en efigie). Presencias, sí, son eso: presencias. Echen un vistazo.
“La foto»
Javier Marias, 1994
«El pasado domingo, este periódico dedicaba unas páginas a la aparición en castellano de la biografía Franco, del historiador Paul Preston. La información venía ilustrada por cuatro imágenes. Ninguna tenía desperdicio: en una se veía a Serrano Súñer junto a Himmler y otros nazis eminentes; en otra, la más conocida, se veía a Franco y a Hitler en Hendaya, con ocasión de su famoso encuentro del 23 de octubre de 1940: Franco avanza mucho más marcialmente que el Führer (más ridículamente, por tanto, con las manos estiradas como si fuera a echar a correr) y pisa la alfombra que les han puesto, mientras que Hitler la evita y camina al margen; el austríaco lleva gorra y un correaje cruzándole el pecho; el español, gorro de soldado y un fajín que le queda alto. La tercera foto, con ser semifamiliar da bastante más miedo que las anteriores, pese a carecer del elemento germano: según el pie, se trata de una visita de Franco y su mujer, Carmen Polo, a las Torres de Meirás en 1938, y el matrimonio está acompañado del gobernador civil de La Coruña y el general Yuste. La señora tiene el gesto frío y seco que siempre la caracterizó; aún más, el gesto de asco o desprecio perpetuos, la ceja alzada, los labios finos de la rencorosa viuda que tanto tardaría en ser, la mirada difidente y de soslayo, una mujer ya convencida entonces (aún estamos en plena guerra) de que la altivez es un signo de distinción. Aun así no resulta distinguida, la delata la manera en que tiene agarrado el bolso, con fuerza y desconfianza, como si el general Yuste se lo fuera a robar. Es lo que le preocupa, el bolso; quizá también el pañuelo al cuello, su sombrero como boina ancha y su abrigo enlutado. A la izquierda de la imagen está su marido, Franco, ausente, distraído, por algo elevado, quizá las torres, de nuevo con su gorro de cuartel, sobre el uniforme un capote con cuello de piel, versión pobre y guerrera del manto de armiño que le llegaría, al menos en retratos oficiales e idealizados.
«Pero es la cuarta fotografía la que hiela la sangre. El pie dice: «Millán Astray y Franco cantan junto a su tropa. Millán Astray, fundador de la Legión, eligió a Franco para que dirigiera el primer batallón». Puede que estén cantando, pero la congelación del instante no nos lo permite ver. En todo caso, la cosa es aún peor si en efecto están cantando, porque nadie canta así. Más parece que estén abucheando o desafiando o escarneciendo a alguien. La cara de Millán Astray es la más acabada imagen de la chulería fanática. Alzado con desdén el bigote de hormigas, la, dentadura picada e irregular, los ojos semicerrados como para mirar sin ser visto, su gesto es ya un insulto, parece que estuviera diciendo: «¡Anda ya! ¡A tomar por saco!» o alguna frase similar. Le pasa la mano derecha a su compinche por encima del hombro, y la cara de éste es la de un individuo en el que lo último que debería hacerse es confiar. La expresión de irrisión. y rechifla, la denigración y la crueldad en la boca, las cejas turbias, los ojillos fríos mirando siempre con avidez, el conjunto del rostro mofletudo y fofo, es el de un criminal. Son un par de facinerosos, sin apelación. Si nos encontráramos hoy día con esas caras, ni la calle cruzaríamos en su compañía. ¿Nadie las vio? ¿Eran percibidas de otra manera en su tiempo? Hoy vemos las caras de la gente mucho más a menudo y con mayor impunidad: las vemos en televisión. Pero nadie parece ver lo que las caras dicen, y a veces dicen lo suficiente para no querer tener nada que ver con sus portadores (las apariencias engañan; sin embargo, no siempre). Me pregunto si en estos años nadie ha mirado de verdad los rostros de Javier de la Rosa y de Mario Conde, de Matanzo y de Álvarez Cascos, de Mohedano y Guerra y del ministro Belloch, de Idígoras y Roldán y de tantas figuras de nuestra política y nuestras finanzas. Si los hubiéramos visto en una película, habríamos adivinado en seguida sus papeles. Nos podríamos haber equivocado, pero es posible que no hubiéramos cruzado la calle con ellos, como tampoco con Jack Palance o Lee van Cleef. Que un pueblo entero se deje engañar por las caras de Kennedy o del propio González es comprensible; que se dejara engañar por Franco, no. Por favor, miren la foto otra vez”.
Sí, sí, usted mucho llamarlos espectros, pero mire lo que acaba de decir de ellos nada menos que Pedro J. Ramírez, director del segundo diario más leído en este país. Que el franquismo no fue sino «una larga transición hacia la democracia». (http://www.elplural.com/politica/detail.php?id=7018)
¿Qué tiene usted ahora que decir, eh? ¡¡¡Y nosotros con éstos pelos….!!!
Si los que aparecen en la foto se llamasen Pepito y Juanito, sería una foto intranscendente.
….
Dudo que un buen fisonomista pudiera llegar a las conclusiones de Marias. Puro mercantilismo intelectual.
Don Justo, sospechando que anda mal de tiempo libre, me permito hacerle un pequeño atraco, al cual tal vez se sumen otros habituales del Blog. Si la foto es más grande de lo que aparece en el artículo, como tiene nuestras direcciones, nos la podría mandar, para verla mejor y para conservarla. Gracias.
Inquisitor: estoy de acuerdo, si fueran Pepito y Juanito la foto seria intrascendente, pero al ser quienes son y viéndola ahora o en el 94, después de tantos años realizada y sabiendo lo que pasó hasta finales del 75, la foto para muchos nos puede resultar trascendente.
Creo que debe ser subjetivo, a mi me gusta guardar las fotos que veo en prensa de Aznar, poniéndose gorras de militar, de ciclista o de lo que requiera el momento, al tiempo que pone esa sonrisa de conejo, pues a otro no le dirá nada pero yo me rio mucho viéndolas.
Tiene razón el más antiguo de los javieres: Conozco esa fotografía desde hace tiempo (Millás la ha comentado también este verano) y al tamaño en que aparece en el blog no se aprecian las características fisiognómicas que tan bien describe Marías y usted comenta. Amplíe, amplíe, don Justo, y verán sus lectores cómo con esas «jetas» no se puede pensar, salvo en una matanza como la que seguramente ya estaban planeando.
Señor Veyrat, exactamente lo que dijo PJ Ramírez es: “El franquismo, ¿no fue una fase larguísima de transición para que se llegaran a dar las condiciones de desarrollo, ahora sí, de la democracia?”.
En efecto, en efecto, fue larguísima, no larga. Es decir, una dilatadísimo período que nos preparó para la democracia. Recuerdo que bajo el franquismo mi profesor de FEN decía: hasta que no alcancemos los 2 mil dólares de renta per cápita no será posible la democracia. Es a Franco, pues, a quien debemos esos niveles de renta que ampliamente hemos sobrepasado. No al trabajo abnegado de los españoles, sino a ese tutor que nos metió en cintura y que supo obligarnos a trabajar.
Gracias Cafeina, por decir lo de Juanjo Millás, lo he encontrado aqui:
http://www.iccppss.ull.es/teresaweb/Weblog/html/modules.php?op=modload&name=News&file=article&sid=172
Por si alguien lo quiere leer. Gracias.
Si fueran Juanito y Pepito, o viceversa y yo no supiera nada y usted me enseñara la foto, efectivamente me resultaría intrascendente. Pero, querido amigo, las fotos, esas instantáneas que atrapan un aliento del alma siempre hablan por sí solas.
Y si yo viera esa foto de Pepito y Juanito pensaría que se trata de dos borrachines que están de juerga, hermanados por los vapores etílicos, cantando a voz en grito aquello de «tengo un tractor amarillo». Porque no me negara que van borrachos. Y que Pepito, que aparenta ser el más atrevido, así con la cara alzada le responde a doña Antonia, que pasaba por allí camino de misa, y les ha increpado sobre su comportamiento. Y el otro, más comedido, le contesta a doña Antonia que se coma el misal.
¡Y que se vaya a fregar! Russafa, que se vaya a fregar que es para lo que están las «doñas».
Antes de que existiera la fotografía, el artista intentaba plasmar el espíritu del personaje en un lienzo. Y el retratado era el resultado de lo que el personaje deseaba, no lo que era exactamente, o como mucho, lo que el artista quería ver. Así que es difícil pillar a Viriato en una de sus aventuras e intrusiones en el terreno enemigo, o a Napoleón cabreado con su señora,o diciendo aquello de que no sé cuántos siglos nos contemplan.
La fotografía nos puede pillar desprevenido y mostrar lo que somos realmente. Y teniendo en cuenta el cariz de estos personajes, esto es lo que ahí.
Por mucho que se pretenda ahora, igual que siempre, la historia se puede reescribir. Es lo que han estado haciendo toda la vida, siempre del lado del vencedor.
De ahí que «el franquismo haya sido una larga transición hacia la democracia» . Seguramente, cuando se muera Castro la definición de una dictadura no será la misma.
Ya sabe usted, señor Serna, y todos los que hemos crecido en el franquismo también, que el dictador creía en la minoría de edad permanente de los españoles, a los que en el fondo despreciaba. Esa»fase larguísima de preparación para la democracia», que es una falacia más de las que acostumbra a soltar Pedro J. Ramírez en su actual «fase» tardofranquista, consistió tan sólo en muerte, represión, incultura, mentira y miedo. Todo ello adobado con la insoportable retórica imperial, sólo atenuada en los últimos años ante el encargo dado al Opus Dei en la persona de Alberto Ullastres, de empezar a negociar el ingreso de España en las nacientes estructuras europeas y dar así satisfacción a la inquietud de las fuerzas económicas adictas al Régimen, que querían salir del ostracismo al que las sometía el sistema de Capitalismo Monopolista de Estado.
Pero ni siquiera la templanza que el Opus intentaba introducir interesadamente en el comportamiento bestial del dictador, pudo impedir que asesinara de nuevo poco antes de fallecer de muerte natural: los fusilamientos de Burgos en el año de su muerte, 1975, y la ejecución a garrote vil del inocente Salvador Puig Antich son testigos históricos. Lo llevaba escrito en la cara, como usted ha mostrado hoy, inteligentemente, como siempre. Era el «novio de la muerte», amor compartido con su compañerete Millán Astray, con quien fundó la Legión y con cuyo himno debían de estar recreándose cuando los sorprendió la cámara. Y las cámaras, como bien dice Russafa, nunca mienten. Las instantáneas son el mejor retrato psicológico que se pueda dar. Y queda inmortalizado. En este caso valiendo más, pero que mucho más, que cien mil palabras.
quería decir que el retrato era el resultado ..
muchos sorris
Aquí la tienen más grande:
http://www.nodo50.org/sobrera/html/2006/franco_millan.htm
Creo que debe decirse el nombre del autor de la foto. Es costumbre, muy fea, me parece a mí, obviar los nombres de los fotógrafos: Bartolomé Ros. Me temo que debió ser pasado por las armas, porque la foto es tan intrascendente que, en ninguna de las páginas que pueden encontrarse en Internet de loa a estos dos monstruos, aparece reproducida, mira tú, la más famosa y nada.
Es cierto lo que dice Russafa. La fotografía es el mejor medio para captar las actitudes fugaces de las personas. Al fin y al cabo, toda la vida es una sucesión de esas actitudes fugaces, muchas veces inconscientes, y precisamente esa inconsciencia por parte de sus protagonistas es lo que mayor autenticidad otorga a las fotografías.
De ahí que, cambiando de tema, no considere a la fotografía como un arte, ni las instantáneas obras de arte propiamente dichas. El arte es creación, y la fotografía, selección de lo ya creado, de entre esa casi infinita sucesión de imágenes a la que llamamos realidad.
Gracias a Don Justo por emplear su precioso tiempo mandándome la foto.
Gracias a Cafeína por decir lo de Millás y a Ana Serrano por la foto definitiva; este articulo del «Eructo….» y el de «Los Pies», también de Millás, junto con la foto de Aznar y Bush poniendo los pies en la mesa ya están juntos en mi archivo de artículos para no perder y leer cada cierto tiempo.
También quería comentar, que no recuerdo haber visto fotos de Hitler, Mussolini, Stalin, Castro, Milósevich y demás dictadores o tiranos que no recuerdo, “cazados” en estas actitudes entre jocosas y temibles, incluso las fotos o imágenes de Sadam en ridículo, le fueron robadas.
Otro día, cuando corresponda, hablamos de arte. Pero, señor Veyrat, déjeme discrepar con usted. La fotografía puede ser un arte, porque no es sólo apretar el disparador. Hay que saber manejar un diafragma, un obturador y trabajar con la incierta luz de un laboratorio.
Estoy de acuerdo en que no esté a la altura de las otras artes, pero la fotografía no consiste en solamente en hacer fotos de cumpleaños.
A hilo de lo dicho por Javier (el más antiguo) ¿fueron «cazados» en esta foto?
Creo que muchos odontólogos tienen esa foto en su mesita de noche…
¡AGGGG!!!
Estimada Russafa, me temo que se ha confundido de interlocutor. Yo no he dicho nada acerca del arte y la fotografía, y por supuesto que estoy convencido de que ésta «puede» ser un arte, como puede serlo también un escrito si alcanza la condición literaria o cualquier trazo o color sobre papel o lienzo con intención clara de crear una realidad nueva y/o distinta de la cotidiana, que además pretenda una significación… En el caso de una instantánea, esa significación espontánea, inmediata puede resultar en arte por su irrupción brusca en nuestro mundo, alterándolo, por su belleza, dramatismo, ternura o miseria humana, como es el caso de la fotografía de la que hablamos. Por otra parte, un original fotográfico puede también trabajarse en laboratorio consiguiendo de la materia matices originales y creativos, tendentes a su constitución en obra de arte por voluntad de su autor. Sería el caso de fotógrafos insignes cuya lista sería ahora inoportuna.
Ana Serrano: puede que Bartolomé Ros no fuera pasado por las armas; por lo cerca que parece estar el fotografo de los sujetos, debia ser de su cuerda. Además creo que los sujetos estarian orgullosos de haber salido tan «MACHOTES»
Mirando la fotografía de Franco y Millán Astray siempre me pregunto, ¿por qué?, ¿por qué se produjo esa contaminación mental?, ¿por qué fueron conducidos importantes sectores sociales al hipnotismo bien por el carisma de un líder, bien por la conjunción de elementos ideológicos y espirituales que son movidos a partir de sentimientos de fanatismo o por el manejo inescrupuloso de las mentiras y las calumnias, o exacerbación de los más bajos sentimientos?
Siento que “la sangre se hiela”, como dice Javier Marías, cuando reviso esa foto.
También, al mirar la fotografía puede que nos llegue a la memoria el incidente ocurrido el 12 de octubre de 1936, con motivo del aniversario del descubrimiento de América, que se celebra en el paraninfo de la Universidad de Salamanca el Día de la Raza. Preside el rector, Miguel de Unamuno. En la sala, profesores y alumnos se mezclan con militares de los diversos cuerpos armados nacionales, falangistas, autoridades y vecinos de la ciudad. En el estrado presiden, en mesa corrida, Millán-Astray, fundador de la legión, la esposa del general Franco y el cardenal Pla y Deniel.
Pero aquella mañana, pese a su inicial apoyo a los nacionales, Unamuno disiente. No aprueba lo que está pasando en los dos bandos y decide limitarse a otorgar los turnos de palabra a los oradores que participan en el acto.
El general Millán-Astray suelta un bufido, da un puñetazo sobre la mesa y se alza gritando:
-“¡¿Puedo hablar?! ¡¿Puedo hablar?!”
La escolta de Millán-Astray hace acto de presencia y el público se queda más en silencio, si cabe, de lo que estaba antes.
-“¡Cataluña y el País Vasco – continúa Millán-Astray- , el País Vasco y Cataluña son dos cánceres en el cuerpo de la nación! El fascismo, remedio de España, viene a exterminarlos, cortando en carne viva y sana como un frío bisturí…”
Y entonces, o incluso antes, cuando Franco lo quiera y con la ayuda de mis valiente moros, que si bien ayer me destrozaron el cuerpo, hoy merecen la gratitud de mi alma por combatir a los malos españoles, porque dan la vida por la sagrada religión de España, escoltan al caudillo, prenden medallas y Sagrados Corazones en sus albornoces…”
En ese momento, una voz grita desde el fondo del paraninfo: “¡Viva la muerte!” “¡Muera los intelectuales! . En respuesta, Millán-Astray grita: “¡España!”. Automáticamente, algunas personas responden: ”¡Una!”. “¡España!”, vuelve a gritar Millán-Astray. “¡Grande!”, responde el auditorio . Y al grito final de “¡España!”, contestan: “¡Libre!”.
Unamuno: “VENCERÉIS PERO NO CONVENCERÉIS. Venceréis porque tenéis sobrada fuerza bruta, pero no convenceréis, porque convencer significa persuadir. Y para persuadir necesitáis algo que os falta: la razón y derecho en la lucha, me parece inútil que penséis en España. He dicho…”
Ana: No fué pasado por las armas, murió en el 74, y la foto no la vieron los sujetos, pues parece ser que hasta el 83 permaneció anónima, lo explican en:
http://www.nosoloarte.com/principal/modules.php?name=News&file=article&sid=421
y en :
http://cvc.cervantes.es/ACTCULT/fotografia/ros/biografia.htm
Un saludo.
Disculpe Señor Veyrat, tiene razón.
He visto una V y le he cargado a usted con mi perorata.
Si la foto fuese de Pepito y Juanito, nunca habría salido en varios periódicos y solo la hubiesen conocido sus íntimos y seguro que hubiese desaparecido en un cambio de casa de sus parientes.Es una foto tópica que nos hemos hecho todos,cantando «Asturias patria querida» o «El vino que tiene Asunción…..».Y si esta foto ha pasado a la Historia, no es por Millán Astray,que fundó la Legión.La foto está en la Historia por el gordito al que se le atribuye la fundación de un cuerpo de ejército que nunca fundó y por una prosperidad que solo hemos conseguido los españoles con nuestro esfuerzo y no por haber soportado la bota cuartelera de un dictador..
Passsa nada, Russsafa. Saludos afectuosos. Espero y deseo que esté de acuerdo, no obstante, con lo que he dicho.
Sí, señor Veyrat, estoy de acuerdo con lo que ha dicho.
Respecto a las preguntas que formula Julia, yo, que no soy historiadora supongo que para que se produzca una contaminación semejante a aquella tiene que haber un previo caldo de cultivo. Si los años y más años anteriores se produjeron tantas revueltas, si el analfabetismo era una lacra, si un gran sector de la sociedad se sentía amenazado y llega un salvador de la patria y promete tranquilidad, pan y toros …
A «la patria», si es que quiere ser salvada de una coyuntura adversa o desgraciada, se la puede sacar adelante de muchas maneras y por medios democráticos, políticos. La cesura brutal, la herida que produce un Golpe de Estado cruento seguido de una guerra cainita, en la que el «enemigo» es tratado peor de lo que se haría con un invasor extranjero, es la peor y más horrible de las soluciones. Y sobre todo, no es una solución. Es un crimen.
Muy oportuna, muy pertinente, la anécdota universitaria que nos recuerda Julia Puig. Me imagino en el Paraninfo oyendo a Millán -Killer– Astray cuando grita ¡Viva la muerte! Hiela la sangre, sí.
Esa anécdota que acabó de decepcionar al rector de Salamanca, precipitó su amargura y su fin. ¿No es así? Porque tengo entendido que Unamuno, en la guerra y los primeros días del Régimen franquista había aceptado la situación… Lo que no impide su digna gallardía de viejo intelectual al enfrentarse a esos cafres, en presencia además de la ínclita y todopoderosa doña Carmen. ¿Alguiien puede explicármelo?
Sí, Cafeína, Unamuno se jugó el tipo bien jugado y lo curioso es que parece ser que, quien lo salvó, fue justamente Carmen Polo.
La historia es más larga y me parece que es necesario, los pocos que no la conozcan, que la lean íntegra, así como qué fué lo que apoyó Unamuno, que no fue a los rebeldes sin más.
He escogido un enlace sencillo, en que lo explica creo que bien, para aquellos a los que les interese:
http://es.geocities.com/dfsandin/Miguel.htm
Gracias Ana, y buenas noches. Esto está muy solitario esta noche, muy silencioso… ¡Eh! ¿No hay nadie por ahí?
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