Honrar a los santos quemando cosas

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1. Estamos de vacaciones: para los cristianos, estamos en Semana Santa. En Semana Santa. Algunos no se resignan a que los laicos no celebremos la pasión de Cristo. Por ejemplo, un periodista de Abc, Ignacio Camacho, nos afea ese desinterés. Camacho es un antiguo simpatizante de la izquierda, ahora columnista principal de la derecha confesional. Tal vez por eso (¿por eso?), reprocha al jefe del Ejecutivo su laicismo: «Como a Zapatero no le gusta la Semana Santa –quizá nadie le ha explicado aún que ser laico no obliga a mantenerse por completo al margen de una fiesta en la que se involucra medio país, incluidos muchos agnósticos– se ha ido a Doñana a meditar el nuevo Gobierno«. Me parece insidioso ese comentario: qué más quieren, pero qué más quieren…  Aún recuerdo cualquier Semana Santa del franquismo, unos días en que los establecimientos estaban cerrados; el ocio, prohibido; la diversión, postergada.   ¿Que es una manifestación cultural, de interés etnológico? Pues muy bien. Declaro mi profundo desinterés antropológico por la Semana Santa. ¿Que es una fiesta popular en la que se mezclan lo sagrado y lo profano, en multitudinaria amalgama? Pues muy bien. Declaro mi aversión hacia las fiestas multitudinarias. Otra vez.

En Valencia, por ejemplo, acabamos de salir de las Fallas (cuyas jornadas finales han coincidido con el principio de la Semana Santa): que sean muy visitadas no mejora las cosas. También aquí se involucra medio país, incluidos muchos agnósticos (por decirlo con Ignacio Camacho). ¿Y…? ¿Eso nos obliga a compartir el contento del vecindario más jaranero? Las fiestas populares son una invasión del espacio común: en muchos casos, una violación de la intimidad. En estos días de cohete y explosión, ¿alguna autoridad local se ha preguntado por el daño que los petardistas hacían a los enfermos o a los que no podían huir?  Meses atrás, la alcaldesa de Valencia, Rita Barberá, rechazó todo freno o limitación: pólvora para todos, proclamó con demagógica expresión.  ¿Expresión cultural o antropológica?

El miércoles 19 de marzo, en Antena 3, emitieron Misión: imposible II, la secuela que filmó John Woo y que nuevamente protagonizó Tom Cruise. No sé si esa programación fue deliberada o no, pero el caso es que dicha coincidencia es un perfecto engarce para estos días en que acaban las Fallas y se consuma la Semana Santa. ¿Recuerdan el film? Al principio de la película, hay una secuencia que se desarrolla en Sevilla. Es voluntaria o involuntariamente cómica. No sé. Los guionistas cometieron un híbrido simpatiquísimo que, por supuesto, fue muy criticado por los puristas: dada la incultura antropológica que demostraban, supongo. ¿En qué consistía? En una mezcla de la Semana Santa con las Fallas. Hay nazarenos. Hay falleras. Incluso hay gentes con indumentaria blanca y pañuelos colorados, propio de los Sanfermines. Si recuerdan, la fiesta filmada acababa con una cremà: un paso de Semana Santa era incinerado, cosa que celebraba una multitud jubilosa y enfervorizada. «Estas fiestas son un fastidio«, confiesa desdeñosamente Anthony Hopkins.  Tom Cruise escucha. «Honrar a los santos quemando cosas. Curiosa manera de venerarlos, ¿no cree? Por poco me queman al venir hacia aquí«, añade el personaje que interpreta Hopkins. 

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2. Otras ficciones (21 de marzo de 2008)

Es evidente que no hay cinefilia en mi alusión: no les recomiendo la visión o revisión de dicha película. Toda ella es un disparate: algo que nos hace reír involuntariamente por su sincretismo inopinado e ignaro –seguro–. Pero es un disparate cuyo principio me recuerda algo muy cierto: mi aversión a las fiestas populares, que aquí ya les he expresado. Perdonen la cita, pero esto decía el 16 de julio del año pasado: «Vienen las vacaciones y, con ellas, vienen las fiestas populares. ¿Hay algo que deteste más? Me refiero, claro, a las fiestas populares, esas que se organizan en homenaje a un santo patrón al que se invoca. Verbenas atronadoras con orquestas humildes que empiezan a la 1:30 de la madrugada. Clavarios y festeros entregándose a la detonación, al estruendo del petardo universal, del pólvora para todos. Y, después, al día siguiente, una arrogante brutalidad de cristales astillados, de papeleras carbonizadas, de orines, botes y botellas… La fiesta patronal sin norma es, seguramente, lo peor que le puede suceder al ciudadano silencioso».

Como digo, no les recomiendo especialmente la película de Cruise para pasar la Semana Santa. Para estos días de la Pasión les invito a leer dos libros. Soldados de cerca de un tal Salamina (Comanegra) y El dinosaurio anotado (Alfaguara). Francisco Fuster me los ha prestado y la verdad es que le estoy muy agradecido. El primero, de Eduardo Fernández, recoge las pifias de los compradores de la Casa del Llibre, de Barcelona: como cualquiera de nosotros. Hay momentos en que trabucas un título, en que confundes editoriales, en que olvidas un autor. No es pereza: es creatividad insospechada del lector. Mezclamos lo sabido y lo desconocido, lo recordado con lo oído. El resultado es un repertorio de sincretismos, de títulos disparatados, de errores que en algunos casos mejoran los rótulos originales. Es una lectura recomendable y piadosa para estas fechas, pues nos rebaja la soberbia: ¿quién no ha cometido simpáticos deslices ante el librero?  No se culpen: no hagan penitencia.

El otro libro, el del dinosaurio, es difícil que lo puedan encontrar. Editada por Lauro Zavala para Alfaguara de México, la obra es una celebración del conocidísimo cuento de Augusto Monterroso. Ya saben cuál es. Paso a reproducirles íntegro dicho relato:

«Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí«.

Ese minicuento (o microrrelato o minificción) ha suscitado numerosa literatura secundaria, una parte de la cual se reproduce en este volumen que, por lo que sé, el editor le remitió a su corresponsal valenciano: Francisco Fuster. He leído, pues, un auténtico regalo que lamentablemente la mayoría de ustedes no podrán disfrutar. ¿Por qué es un cuento tan célebre? Piensen bien en lo que se narra y en lo que no: el dato escondido, lo elidido, el espacio vacío, lo que precede o lo que seguirá, lo que ignoramos, en fin, son parte de las ambigüedades que nos obligan a leer dicho cuento una y otra vez. Eso es lo que hacen los comentaristas de El dinosaurio anotado

Ahora, si me permiten, les dejo. Regresaré el lunes 24 a poqueta nit. Caminado, descansado y bien leído.

14 comentarios

  1. Jorge said,

    Marzo 20, 2008 at 20:47

    El señor Serna sigue rebatiendo a verdaderos fantasmas. Pretende la equidistancia analizando prensa conservadora sin parar, pero el procedimiento no puede ser más ramplón: el blog se convierte en una galería de personajes atroces que representan, por simetría, un papel similar al del ínclito Iñaki, Ekaizer, Escolar,…

    No es obligatoria la imparcialidad ante tamaña polarización, aunque afecte de manera positiva a la credibilidad(como nos han enseñado los estrategas de marketing). Ahora bien, resulta la mar de curioso que Don Justo caiga en el mismo vicio que tanto le molestaba del señor Espada, esto es, la falta de neutralidad. En su opinión, Arcadi no era coherente al cebarse con El País y su amigo Zapatero y, por contra, mantenerse en el más miserable silencio mientras el turolense perpetraba abominables atrocidades desde la ‘radio de los obispos’.Ahora bien, ¿es el señor Serna incoherente? No. ‘La culpa la tiene el maniqueísmo’.

  2. Quizás por primera vez no esté del todo de acuerdo con Justo Serna. Yo sí que declaro mi interés antropológico por las fiestas saturnales que descargan tensiones, y quizá culpas, colectivas no sólo en España sino en toda la cuenca mediterránea desde que la memoria existe, y en variadas formas herederas unas de otras.
    La semana santa sevillana no tiene nada que ver, por supuesto, ni Justo lo pretende, con las fallas. Son fiestas nada jaraneras, serias, concentradas de espiritualidad, en muchos casos laica, y practicada por gentes creyentes y otras muchas que si no son agnósticas (término ambiguo como quien lo difundió otrora en España, E. Tierno Galván en su «¿Qué es ser agnóstico» que se convirtió en la Bliblia-Progre de la Santa Transición), sí perfectamente ateos como yo mismo. Pero es quizás preciso reflexionar sobre el hecho de que ser ateo no es incompatible con sentirse perteneciente a una civilización, en este caso la romana judeo cristiana, que practica todavía determinada cultura ritualizada.
    La humanidad, la libertad o la justicia no son entidades sobrenaturales, aunque las reinvindiquen determinadas religiones como la cristiana, y por eso un ateo puede respetarlas, e incluso sacrificarse por ellas para defenderlas de la barbarie… igual que lo haría una creyente. Un ideal no es un Dios y una moral no constituye una religión. El filósofo francés André Comte-Sponville, que en su libro «El alma del Ateísmo» (Paidós Contextos) esboza una introducción a una espiritualidad sin dios, afirma que «una sociedad puede prescindir seguramente de dios (es), y quizás incluso de religión, pero ninguna puede prescindir duraderamente de «comunión». ¿Comunión?, palabra que a los ateos nos asusta, pero si pensamos un poco veremos que no hay tal: un pueblo es una comunidad, lo que supone que los individuos que lo componen «comulgan» en algo. El propio Comte-Sponville aduce el testimonio de la mística anarquista Simone Weil, a la que leí con pasion de adolescente, la cual se pregunta, «De dónde nos llegará el renacimiento?: Únicamente del pasado, si es que lo amamos». A esto añadiría yo un proverbio africano que siempre me ha fascinado: «Cuando se duda sobre hacia adonde avanzar hay que mirar de dónde se viene». Recuerda, querido y freudiano Serna el sentido del «superyo», que representa el pasado de la sociedad así como el «ello» representa al de la especie: podemos sentirnos unidos por unos valores, una historia y una comunidad, lo cual no nos impide criticar, innovar, cambiar, pues quizás no se trate de abolir sino de llevar cabo…
    Otra cosa es el uso que determinados bárbaros, e incluyo entre ellos a lo más granado de la categoría ultracatólica española, cuando bordean el fascismo e imponen por ejemplo el fajín de Queipo de Llano —que llamaba por Radio Sevilla a violar a las mujeres de los republicanos y asesinar a sus maridos— a la Macarena, o como la conducta de la hermandad homófoba que impide este año vestir el manto de su imagen a los modistas Luchino y … lo siento, he olvidado el nombre del otro… por haberse casado entre hombres, al amparo de una ley del Estado. Yo he sido testigo de excepción de la semana santa sevillana de este año, y aunque pasada por agua y abreviada, he aprendido muchas cosas y destruido muchos tópicos en mi comportamiento intelectual.
    Dicho ésto puedo coincidir con Justo en el horror que han inspirado siempre las fiestas falleras, precisamente por lo contrario de las que acabo de alabar (que no están tampoco exentas de actos de gamberrismo, afortunadamente controlados últimamente), pues creo que aquellas pecan de todos los excesos posibles en cuanto vulgaridad y bajo vuelo cultural, al igual que sanfermines. Pero, querido Justo, no practiques lo mismo que condenas aduciendo como apoyo a tus razones (¿O sentimientos?) el gamberrismo sincretista de unos pésimos e irrespetuosos guionistas (nada raro tratándose de una película del sectario y «cienciólogo» Cruise) que mezclan procesiones con fallas y sanfermines y se quedan tan tranquilos. Permitiéndose además filosofar, frívolamente por cierto, acerca de los «bárbaros» españoles que precisamente nunca honraron a sus santos quemándolos, aunque sí se deshonraron quemando inocentes heterodoxos. En todo caso los únicos «santos» quemados en España lo fueron, equivocadamente a mi juicio, por algunos bárbaros anarquistas inconoclastas en los albores de la guerra civil, creyendo que con ello destruían milenios de tradición y haciendo por ende un favor a los enemigos del progreso. Naturalmente, no pretendo tener razón en todo lo que digo, sólo añado que comprendo el cabreo de mi admirado Justo Serna, matizándolo, eso sí, compartiéndolo en parte.

  3. Estimado Miguel, he vivido la Semana Santa en Jumilla. Recuerdo, por ejemplo, una madrugada. Hacía mucho frío y el viento helado depuraba los pecados de los asistentes. He vivido la Semana Santa en Sevilla, con los pasos, con la lentitud, con la multitud. Admito la riqueza antropológica que tienen ambas celebraciones. Sé, incluso, de la jarana y de los vinos que corren entre los creyentes, entre los penitentes, entre los costaleros. Pero me asfixia la multitud enfervorizada, la hondura del sentimiento colectivo, qué quieren. Como expresión artística, la Semana Santa sevillana actual es superior a las Fallas del petardo, la explosión y el monumento adocenado, tan frecuente, ay. Pero el barroquismo estético me empalaga en ambos casos. Lo siento.

  4. Lo comprendo, a mí también me empalaga el barroquismo estético, pero quizá sea una cuestión de àngulo, no sé, o de aquello que cada cual espera ver cuando mira. Yo soy un observador, cada vez más distante, de las emociones humanas, sobre todo las colectivas: Ya «me lo sé». Y quizás por ello pueda ser más objetivo, no me siento personalmente agredido por nada, aunque tampoco va conmigo el homo sum et nihil humanum a me alienunmputo… Cada vez, quizá sean los años, me siento de otra galaxia…

  5. Respecto al comentario de Sánchez Cámara, qué le vamos a hacer. La derecha esperpéntica siempre encuentra algún motivo para atacar a Zapatero más que nada porque siempre los están buscando. Intente mirar una palabra sin leerla: es imposible. Lo mismo les ocurre a quienes practican la cultura de la guerra perpetua contra algo o alguien. Les resulta imposible no sentirse agredidos por la acción o la omisión de su oponente. A veces sucumbo bajo la idea de que esa reactividad es una impostura muy trabajada cuyo objetivo es mantener en vilo permanente a la soldada, pero la psique humana es demasiado buena economista como para disipar tanta energía recreando desde cero un comportamiento factible mucho más facilmente si se realiza desde el convencimiento absoluto.

  6. Yo también les recomiendo el libro de E.Fernández. Para todos los que somos asiduos de las librerías y disfrutamos no sólo con la lectura, sino con esos paseos inteminables por las librerías en busca de novedades y sorpresas, «Soldados de cerca de un tal Salamina» supone una lectura divertida y muy recomendable. No es aquí el lugar, ni hoy el momento, de glosar mis experiencias – que las he tenido y muy variadas – en librerías y bibliotecas, pero las pifias mentales y las tergiversaciones en los títulos que recoge este volumen, me recuerdan esos episodios propios y me hacen esbozar una sonrisa,al tiempo que compadezco a los pobres libreros que nos atienden – unos con más amabilidad que otros – cada día con paciencia y vocación. De verdad que se lo recomiendo si pueden hacerse con él. El libro es muy reciente (2008) pero lo pueden encontrar fácilmente.

    No puedo decir lo mismo del otro libro que cita Justo,»El dinosaurio anotado». Siempre me han gustado los relatos breves y entre mis tesoros bibliográficos, me jacto de tener una colección completa de los cuentos de Cortázar (4 vol.), así como otros libros de algunos de mis autores preferidos como Galeano, Borges y como no, Monterroso. El descubrimiento de «El dinosaurio» me transtornó durante un tiempo. Me lance a la caza y captura de bibliografía sobre el tema y descubrí para sorpresa mía la existencia de esta monografía dedicada en exclusiva a este cuento de Monterroso, famoso por ser el más breve de la literatura universal (sólo tiene 7 palabras).

    Como me resultó imposible encontrarlo en España, tuve que acudir a su propio autor, el bueno de Lauro Zavala (profesor de la Universidad Autónoma Metropolitana de Xochimilco) que tuvo la amabilidad de enviármelo personalmente desde México. De todas formas, si a alguién le interesa el tema puede empezar por este enlace como introducción:
    http://cvc.cervantes.es/ACTCULT/monterroso/acerca/zavala.htm

  7. Queridos Paco y Justo, Monterroso siempre me ha parecido, pero sólo es mi opinión, un cuentista mediocre a jugar por el conjunto de su obra hinchada por razones extraliterarias. Y el fementido cuento del dinosaurio, una broma tautológica, aunque puedo comprender su entusiasmo. Lamento ir una vez más contra corriente. Gracias y un abrazo.

  8. Perdón, se me olvidaba, compara Paco Fuster cualquiera de las extraordinarias piezas literarias que son los cuentos del gran Cortázar con el minimalismo barato de Monterroso. Es un excelente ejercicio crítico.

  9. Evidentemente Miguel, entre Cortázar y Monterroso no hay color: el dominio que tiene el argentino del relato breve es prácticamente inugualable. Ya os he dicho que en mi biblioteca la prosa breve de Cortazar ocupa un puesto central. Pero no sólo la de Cortázar. En general, el relato breve es un género que me encanta. El curso pasado tuve la ocasión de leer una antología de P.Calders a quién ustedes conoceran y lo hice en una asigantura de Literatura Catalana que impartía una profesora precisamente especializada en Calders y en la narrativa breve.

    Entre novelas y manuales, me gusta intercalar lecturas breves. En este sentido, el citado Cortázar es uno de mis predilectos, junto con Calders, Monzó o E.Allan Poe.

    Lo que pasa con Monterroso es que hay que diferenciar la narrativa breve – tipo Cortázar – de la narrativa más breve, el microrelato o como gustan de llamar en Latinoamérica, la minificción (allí organizan incluso congresos sobre minificción donde teorizan sin parar sobre este género tan posmoderno). Los latinoamericanos son quizá los mayores especialistas en este género breve y los que más han teorizado (el propio L.Zavala me envió desde Mexíco – les ahorró la referencia porque es imposible de encontrar en España – otro libro de teoría de la literatura centrado en el relato breve), consideran que el microrelato es por definición de una extensión menor a una cuartilla. Esto descarta toda la obra de Cortázar de este género, así como gran parte de la Borges (otro ídolo que comparto con Justo, aunque mi conocimiento sobre él sea infinitamente menor al suyo).

    Hablando de microrelato latinoamericano (no me meto en otras latitudes porque sería eterno), el que es para mi un auténtico fuera de serie es el maestro Galeano. Los cuentos breves de Galeano (quien por cierto acaba de publicar un libro, este no de cuentos sino de artículos) son para mi con diferencia los mejores que he leído. Junto a él,situaría tal vez algunos relatos breves de Borges o de Adolfo Bioy Casares.

    No comparto Miguel tu opinión sobre Monterroso. Si bien queda claro que no lo pongo a la altura de los arriba citados, me parece un cuentista muy bueno. Tengo ahora en mis manos una antología suya y mirando en el índice tengo marcados algunos cuentos suyos que me parecen excelentes: «Mister Taylor», «El centenario» o «Primera Dama» entre otros. Lo que sucede con este autor – según mi parecer – es que pese a tener un Premio Principe de Asturias, es un completo desconocido para el gran público en nuestro país (cuando digo gran publico quiero decir gente de la calle, no nosotros) a quienle pueden sonar nombres como Cortázar o Borges, pero raramente sabrá nada de Monterroso.

    Cuando yo descubrí «El dinosaurio» hice lo que suelo hacer con mis descubrimientos intelectuales: difundirlos entre mis allegados para que compartieran mi dicha. Pero nada más lejos. Entre que no sabíen nada del dinosaurio y no entendían el cuento (o mejor dicho, no entendían que no hay nada que entender en ese cuento), me resignaba y me dediqué a informarme yo mismo sobre él, para ver que opinaban otros del cuento. Así fue como tras meses de «investigación» y la verdad sea dicha, después de leer muchos artículos sobre Monterroso y sobre el cuento, di con el profesor Zavala y con su regalo. A mi el cuento me parece buenísimo porque cumple a la prefección su función, que no deja de ser epatar al lector y hacerle reflexionar. En el enlace que les he puesto arriba pueden leer un buen artículo en el que se esbozan diez razones que hacen único en su especie – y nunca mejor dicho – al dinosaurio monterrosiano.

    Es una pena Miguel que no puedas leer el libro que le dejé a Justo. No sé él, pero yo disfruté mucho leyendo todo lo que contiene el volumen, las diferentes lecturas que se han hecho del cuento y los diferentes finales que se han escrito para él. Además, contiene el añadido que tiene para el valor sentimental de un libro que tanto te ha costado de encontrar (no sé en cuantas librerías miré y cuantos correos envié a la editorial Alfaguara) y que por circunstancias de la vida, un amable profesor mexicano tiene el detalle de enviartelo expresamente para que lo disfrutes, como un premio que te mereces por tu perseverancia y tu interés en su obra. Es un bonito recuerdo la verdad.

  10. Estimados amigos, regreso –como prometí– ‘a poqueta nit’. No pondré hoy nuevo post, sino mañana. Mañana por la tarde, también a poqueta nit. No lo pongo hoy por respeto a lo que han escrito y aún no he podido leer lo que ustedes han dicho y escrito sobre el post. El último comentario es el de Paco Fuster apostillando lo comentado por Miguel Veyrat. El servidor lo había puesto en ‘espera de aprobación’: no sé por qué. Lo he autorizado, por supuesto. Paso a leerles.

  11. Lamento no recordar su autor, su título. Lamento haberlo olvidado pero no me resisto a evocarlo. Recuerdo haber leído un cuento –también breve, brevísimo– en el que, en primera persona, el narrador nos decía algo así como:

    Al despertar empecé a rascar el pescuezo de mi perro. Con lentitud, con suavidad, con amor. De repenté, conforme lo acariciaba, recordé, recordé… que yo no tenía perro.

    Mañana, precisamente, les contaré otro cuento, tampoco mío…

  12. Sí, Paco, estoy de acuerdo, yo mismo leí esa antología de Monterroso en su día y los tres títulos seleccionados por tí, los hago también míos. Aún así, nunca me pareció de la talla para descolgar un Cervantes, y si lo hizo fue por influencias político-mediáticas. No lamento nunca el dinero gastado en un libro, aunque en ese caso estuve al borde de ello. En cuanto al fementido Dinosaurio, sin denostar vuestro juicio entusiasta, me parece una simple greguería, manifiestamente mejorable por cualquiera de las del gran Ramón Gómez de la Serna, este sí que injustamente olvidado (exceptos sus excursus fascistoides del Madrid en guerra y en postguerra). Cocteau dispone también de un amplio muestrario, usado por los revolucionarios del ’68 en plan graffitti —por cierto que también fueron autores de piezas que esos buenos de snobs suramericanos calificarían de «mini-cuentos». Y es que me da la sensación de que creen haber descubierto un género nuevo… que ya estaba inventado.
    Justo, no sé si tu «mini» procede la insigne pluma de Millás, pero si no es así, merecería serlo.

  13. ¡AH! Y ENHORABUENA, PACO FUSTER POR SER MERECEDOR DE ESE «PREMIO» A LA CONSTANCIA LITERARIA EN FORMA DE ABRAZO DEL PROFESOR ZAVALA…

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