0. Leyendo…
Una cosa lleva a otra, una lectura lleva a otra. Estar atento tiene ese riesgo: que te multipliques exponencialmente. A veces de manera demente. ¿Estás ahíto? Sí, en ocasiones, resoplas, como el tipo ese de la foto… Como vio Marx, todo tiene resonancias, todo despierta un eco de otra lectura previa, de esa biblioteca que está detrás de ti y que te exige, una biblioteca en la que cada libro reclama tu atención. Para escribir, por ejemplo. En todo caso, cuando te pones, has de evitar el diletantismo. Ya lo dije: la mera expansión, el tratamiento superficial que liquida el tema, ese picoteo que sólo busca el dato escaso. Por tanto uno debe insistir, debe volver cada cierto tiempo, procurando imponerse rigores y disciplina intelectual: leyendo cosas variadas precisamente. El mejor antídoto contra las muchas lecturas es administrarte dosis no letales de ese mismo veneno.
Los mejores blogs son conversaciones a distancia, charlas virtuales en las que los comparecientes juegan, se interpelan, se retan, se recomiendan mutuamente lecturas y, en ocasiones, hasta se prestan sus libros.
Por ejemplo, en este blog. Si no me equivoco, Francisco Fuster se citó con Marisa Bou para pasarle un par de volúmenes interesantes. En esta bitácora, quienes intervienen se organizan para no dar descanso a los lectores más ávidos, ya ven. Por ejemplo, me han recomendado expresamente a un autor del que nada sabía: Bruce Bégout. Admito mi ignorancia. Me habló de él el propio Francisco Fuster, dejándome un ejemplar de su obra más célebre, ahora recién traducida: Zerópolis. Pero no es Fuster de quien parte esta recomendación: según creo, fue David P. Montesinos quien le habló con entusiasmo de este joven filósofo francés. Y ya ven. Yo, ahora, me veo leyendo este interesante libro. La verdad es que lo he acabado en unas pocas horas, de tan breve que es: eso no significa, sin embargo, que no sea enjundioso.
1. Leaving Las Vegas
¿A qué está dedicado? A Las Vegas. ¿A Las Vegas? ¿Y a quién le interesa algo así, un volumen sobre una ciudad tan estrafalaria, tan distante? Sí, en efecto, Nevada nos queda muy lejos. Pero no creo que el exceso de esta ciudad nos sea tan ajeno: el exceso de la mezcla, de la incongruencia. Ya nos hemos habituado a esas aleaciones imposibles: forman parte de nuestras vidas. De nuestras vidas imaginadas, fantaseadas con el auxilio del cine y de la televisión. Primero, Las Vegas fue precisamente el centro del urbanismo descentrado, extremo y, también, el lugar de la incoherencia impenitente: el espacio de la mera adición; la urbe incongruente de edificios que se repelen.
Pero es también el lugar del énfasis lumínico, la sede de la luz abundosa, sobrante, con neones explícitos que desafían la indiferencia del espectador, del jugador.
Para algunos, esa incoherencia descentrada y este exceso estético son un logro insólito y posmoderno, una operación que se vale del collage y la ironía. Entre otros, esta tesis la sostuvo Robert Venturi en un libro que leí años atrás y cuyo impacto aún me dura: Aprendiendo de Las Vegas. Sabemos de los hoteles-casino y de la compulsión de los jugadores, del ruido de las máquinas. Sabemos de la presencia de una clase de servicio que atiende con prontitud y frialdad profesional los deseos del visitante. Sabemos también de su excepcionalidad urbana: Las Vegas aparece como un artificio descomunal y superficial, luchando contra el determinismo de la naturaleza, del desierto. Aún nos sorprendemos de esas copias de edificios europeos y de esa invasión de los neones luminosos que hipnotizan verdaderamente.
Pero parece también la ciudad de la incomunicación, del ensimismamiento, del solipsismo. Cada jugador encerrado en su apuesta, ajeno al mundo exterior, atento al azar, dispuesto a consumir y consumirse. Es fácil, sí, hacer metáfora de Las Vegas: adoptarla como un microcosmos de nuestro mundo. Bégout evita convertir la ciudad en símbolo de nuestro tiempo. Es de agradecer que el filósofo francés no la tome como metáfora del mundo actual. Es lo obvio, lo falso obvio. Bégout, por el contrario, la recorre con mirada atenta, con los ojos de un antropólogo europeo que no se fía de la familiaridad inmediata de las cosas, que espera entender las formas de ese gigantesco parque de atracciones, el vértigo de su impacto visual. Es, en efecto, una suerte de parque temático cuyo objetivo será siempre divertirse hasta morir o, mejor, divertirse regresando sin haber muerto. ¿Es así? El parque temático nos procura solaz y nos pone en riesgo, recrea entornos urbanos, naturales e históricos, pero a la vez nos protege con la ficción, con lo que no es verdad. Yo, al menos, lo vivo así.
Leyendo a Bégout releo indirectamente a Roland Barthes (Mitologías), a Umberto Eco (La estrategia de la ilusión), a Jean Baudrillard (América), autores que me enseñaron a mirar de cerca las pequeñas cosas de la modernidad: los gadgets, el mal gusto, el kitsch propiamente. Entre otros, Bartes, Eco y Baudrillard me mostraron cómo enfocar la perspectiva microanalítica que me revela la porosidad y la profundidad de lo meramente superficial, de lo aparente: Superman y los moteles, la autopista y el museo inacabable de la utopía americana, objetos y el espíritu de esos objetos. No hay nada irrelevante o descontextualizado si miramos bien en el mundo saturado que nos rodea; no hay nada desprovisto de significado y todo se convierte en objeto de pesquisa. Eso hizo Walter Benjamin para el París del Ochocientos y eso mismo podemos hacer ahora cuando miramos la ciudad que nos rodea. No hay que quedarse absorto… Por ello, al menos de momento, me despido de Las Vegas, que es lo que recomienda Bégout (también el final ha de ser Leaving Las Vegas): abandono Zerópolis , esa ciudad en la que se confunden lo real y su sombra, el objeto y su ficción, la nada y su expresión. La abandono para vivir y leer de otro modo y en en otro lado. ¿Y qué encontraré?
2. Continuará…
No continuará. La situación del PP es tan grave (temporalmente grave) que suspendo este post. Martes 13, nuevo post.
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Hemeroteca
-Enric González, «El horror«, El País, 11 de mayo de 2008
-Gustavo Martín Garzo, «Las enseñanzas de Sherezade«, El País, 11 de mayo de 2008
Miguel Veyrat said,
Mayo 10, 2008 at 9:44 ·
Vivir y leer, y para mí también escribir, con la misma importancia, vienen a ser lo mismo. Y lo que también quiero afirmar ahora, apoyando a nuestra amiga Fuca, es que vivir es mucho más importante que lo que llamados “La Vida” misma, y leer y escribir mucho más que lo que llamamos la propia “Literatura”. Entiendo pues que lo que a ella importa es vivir leyendo y si acaso un día, ojalá lo intente, escribiendo. No hay mucho tiempo que perder, querida Marisa, salvo tu mejor criterio, y puestos a “perderlo”, que si se pone en práctica el sabio consejo latino —carpe diem— y se vive a fondo el instante sin preocuparse del pasado ni del porvenir personal, puede ser extraordinariamente grato, solo o acompañado. Y aquí, puestos a recordar a nuestros sabios antepasados romanos y su lengua, recordarle también a Kant la conseja que recomendaba insistente su homónimo don Emmanuel: Sapere Aude, atrévete a conocer. Y en los libros y la observación de la naturaleza se encuentra todo el saber.
Fuca said,
Mayo 10, 2008 at 10:37
Debería creer en la telepatía, amigo Miguel, porque te estaba leyendo hace unos minutos y pensaba copiar un párrafo de tus “Fronteras de lo Real” (ya ves que voy paladeándola poco a poco) para intentar expresar lo que espero yo de una obra literaria. Escribes en esta obra:
“Cuando el poeta es verdadero, y no un agente de cualquier poder que haya tratado de utilizarlo desde los comienzos del lenguaje humano, ciertamente actúa como un ‘àgent provocateur’. Mediante su ‘experiencia’ lógica añadida al ‘conocimiento’ radical tergiversador, desidentificador, paradójico y seductor, fruto de su acción existencial de ‘caminar conociendo’ y contándolo-cantando, se dirige valientemente, por la necesidad del deseo, a la acción de crear una realidad nueva a cada paso. Ahora no se trata de que pues está visto que ‘necesitamos’ (consumir e intercambiar) nombres apasionada y continuamente. Necesitamos nombres nuevos” (p.99).
Sí, Miguel, me importa vivir leyendo (no escribiendo, nunca tuve anhelos de ser escritora, me conformo con ser lectora), caminar conociendo, y para ello necesito nombres nuevos, obras literarias que me creen una realidad nueva a cada paso, eso que no encuentro en la última novela de Mendoza.
Y no, Marisa, no sobra tiempo, ni para leer ni para nada pero, puestos a perderlo, “carpe diem”, como nos aconseja nuestro querido Miguel Veyrat.
Fuca said,
Mayo 10, 2008 at 10:43 · Editar
No sé por qué no sale completa la cita de Miguel Veyrat, la virtualidad se “comió” un sintagma, por lo que no se entiende el final. Así lo escribí:
“Ahora no se trata de que pues está visto que ‘necesitamos’ (consumir e intercambiar) nombres apasionada y continuamente. Necesitamos nombres nuevos” (p.99).
Fuca said,
Mayo 10, 2008 at 10:47 · Editar
Ya entiendo por qué no sale completa la cita, los corchetes los elimina y “nombres” iba entre ellos; los borro.
“Ahora no se trata de que no tengamos nombres pues está visto que ‘necesitamos’ (consumir e intercambiar) nombres apasionada y continuamente. Necesitamos nombres nuevos” (p.99).
Marisa Bou said,
Mayo 10, 2008 at 11:06
Miguel, Fuca, creo que ustedes deben saber muy bien que, incluso cuando “se pierde el tiempo”, éste no se está perdiendo del todo, sino que se está empleando en una actividad que -vale- podríamos llamar “menor”. Pero también éstas actividades forman parte de la Vida.
No me malinterpreten: desde el momento en que les estoy leyendo (y contestando) a ustedes, es, precisamente, porque leer es lo más importante para mí, y ya bastante tiempo perdí, por cirunstancias que no vienen al caso, para perderlo ahora. Ése es el motivo de que lea este blog, y no otros, porque aquí la lectura me dá mucho más rendimiento. Por fortuna, me han hecho recuperar el placer de leer, de escribir y de intercambiar pareceres con personas con las que me sento unida, precisamente porque nuestros placeres son comunes. Cada día que paso con ustedes me aporta un poquito más de conocimiento, y es por eso que espero disfrutar de una larga vida (de todos nosotros) para así poderme llevar a la “otra” un buen bagaje de conocimientos.
He de buscar la fecha en que empezó mi relación con ustedes, para celebrar en ella mis aniversarios.
¿Qué puedo hacer, entonces, sino amarlos?
Kant said,
Mayo 10, 2008 at 13:50
Doña Francisca, no soy yo quien pone a todas las obras literarias en el mismo nivel. Parto del hecho que cada momento requiere su propia lectura. Las lecturas no se dan desconectadas del estado anímico del lector, salvo que éste sea una máquina o un profesional del medio literario. No habré de indicarle que prescindo por completo de cualquiera de esos dos casos, no los considero lectores, todo lo más leedores. Así que establezco un primer vínculo lector-momento-obra.
En segundo lugar introduzco la variable cultural. Obviamente, no es lo mismo para un joven que comienza sus lecturas, para un adulto tardolector, para un lector convulsivo, un licenciado en románicas o un jubilado, el hecho de la lectura. Qué es leer, qué busca en la lectura y qué le reporta son cuestiones que cada uno de ellos le responderá de forma bien diferente.
La tercera variable es la de la plena subjetividad. Lo que para ud. es una “gran obra” para otro puede ser una perfecta cataplasma. Me viene a la cabeza un bodrio al que llegué a modificar el título para su propio escarnio pero que supongo que reconocerán el título original: “La insoportable, insoportable, levedad del ser”. Como era joven y alocado traté de defender lo impresentable de aquello, lo cual me valió la reprobación de los sesudos del momento. El tiempo, justiciero, me dio la razón. La obra, “la gran obra”, no aguantó ni una década. Hoy, afortunadamente, ya ni se recuerda. Y eso que en sus días tuvo ventas masivas, claro, de personas que querían demostrar socialmente su modernidad introduciéndolo en la librería de casa, a la vista de las visitas, el tomo; pero lectores, lectores, bien pocos tuvo. Y de ahí su olvido. Sí, el triunfo de lo subjetivo. En intangibles siempre triunfa lo subjetivo, ya les advertí.
Las cosas no son como son, son como se perciben. Pero los hechos, son tozudos y por más que tilde ud (o quien fuere) una obra de “grande”, como no le den soporte los lectores, lo tiene claro. ¿Qué hace una obra grande?, se pregunta. No me atrevo a darle una solo respuesta. Hay muchos factores… dependen del lector, del objetivo de la cuestión, de la sagacidad del analista, de lo subjetivo ya hablado. No lo tome a mal, pero lo considero una pregunta vacua si no la contextualiza. Don Emilio Salgari pudo ser el más grande autor de las más grandes obras jamás escritas para una población española malnutrida, explotada, cenicienta y a duras penas alfabetizada pero que gracias a él, leyeron. Se maravillaron descubriendo el placer de leer. ¿Es por eso, el sr. Salgari, inferior al sr. Chateuabriand? ¿o tal vez, por eso, será superior?… de nuevo lo subjetivo…
Respecto a aquello de perder el tiempo riendo, dadas las imprescindibles lecturas serias que aún debe hacer, en fin, no pude dejar de pensar en “Momo”. Me temo que le está haciendo ud. demasiado caso a los “hombres grises” de su vida. Mi humilde consejo es que se lo replantee. Con todo, si ud prefiere la risa para determinadas ocasiones (por ejemplo, las que cita), no lo dejo de comprender, aunque no lo comparta. ¿Ve? he aquí otra subjetividad
Es más, precisamente por eso entiendo ahora que no le guste “El prodigioso viaje…”: por su particular percepción de lo risible en la literatura y por su propia búsqueda limitada de la risa. Sí, es algo muy propio, personal e intransferible, como el Carnet de Identidad. Por eso, finalmente, coincido con su conclusión, que es, por cierto, mi primer argumento: cada uno con sus gustos y sus tiempos.
Ah, y no he considerado que hubiera hecho ud. ninguna gala de pedantería en ningún momento.
Don Miguel en eso que me recomiendo estoy, en la lectura y en la natura. Por eso leo y por eso voy recorriendo la península de risco en risco y de oquedad en oquedad, andando y trepando inmerso en lo poco de natural que aún nos queda. Pero no por eso me desespera el tiempo. Dado lo imposible del conocimiento total, tratar de aprehenderlo es inútil (y doloroso). Sin embargo, considerado como un placer que puedes adquirir hasta el último de los días, se transforma en algo mágico y placentero. No tengo prisa. No tengo ansia. Leeré hasta donde pueda leer y trotaré por la montaña hasta que las piernas me den de si. Y lo no leído y lo no visto será como ese armañac que quedará en la bodega cuando me funda con el Universo. Reiré satisfecho.
Por último, contrariamente a lo que doña Francisca niega a doña Marisa, considero que sí, que sobra tiempo para leer, sobra tiempo para todo… lo que siempre falta es vida… ese es el auténtico “carpe diem”… eso es vivir el momento, no la angustia de ese “vivir leyendo”, se trata de vivir, sencillamente, de vivir. La vida está ahí fuera, en las personas. “Panta rei”.
Fuca said,
Mayo 10, 2008 at 15:41
Estoy de acuerdo contigo, amigo Kant, en que cada tiempo requiere su propia lectura; en mi caso ya pasaron los tiempos de lecturas intranscendentes, ya no me provocan placer (lo que sí pasó en otras épocas). Esto se relaciona con tu segundo punto, con la variable cultural; tienes razón, no se me ocurriría recomendarles a mis alumnos algunas obras que a mí me apasionan, cada libro tiene su momento, ya llegarán a leer esas magníficas novelas. Cómo no soy alumna ni tardolectora (mis padres dicen que nací leyendo) ni jubilada, yo sé lo que busco en la lectura y, desde luego, no busco sólo pasar un buen rato. Y mira en lo que coincidimos, la obra de Milan Kundera que citas la tengo en mi biblioteca y la leí hace muchos años; no me gustó (a pesar de que era difícil defender esta postura en aquel tiempo), por ello no volví a comprar nada de este autor, que aún hoy tiene muchos seguidores.
Creo que cada uno nos vamos a quedar con nuestro criterio en esta discusión, cada cual que lea lo que quiera y que pierda o gane su tiempo de la manera en que le plazca; es difícil que yo me deje aconsejar por hombres grises, no dejo que se me acerquen; mis amigos reales son risueños, cultos, inteligentes, de grises nada. Y sí, Kant, creo que se debe “vivir leyendo” (no sólo se lee en los libros, yo suelo leer mucho en los ojos de las personas que me rodean e interesan), “caminar conociendo”.
Ps. ¡Menuda contradicción! No me interesan las “obras menores” de Mendoza y las compré y leí todas. A una persona tan contradictoria no le debéis hacer mucho caso.
Pavlova said,
Mayo 10, 2008 at 19:18
Vivir leyendo y morir leyendo, sí, pero a veces…
No tengo un criterio claro sobre lo que hablan, pero sí en el poco o en el mucho tiempo que tenemos, que nos queda para vivir-leer y, una vez más, iré a lo personal, ustedes perdonen, pero más o menos descaradamente todos estamos en eso, todos lo hacemos.
Mis padre eran las personas más lectoras que he conocido nunca; en mi casa lo normal era el silencio absoluto de cuatro personas que leían en el cuarto de estar, roto, de tanto en tanto por el entusiasmo de todos nosotros y cada uno, que, de pronto, quería compartir lo que le entusiasmaba o indignaba: “¿Os puedo ler una cosa?”, decíamos cualquiera de nosotros y siempre había alguien que decía la frase más oída por mí en casa: “Espera que llegue al punto”. Cuando todos estaban en el punto, el que había llamado la atención leía el fragmento de marras y se comentaba largamente.
Mi padre, que fue profesor de lengua y literatura y de preceptiva literaria, mantenía el criterio de que había cosas que “había que leer”; mi madre y yo discutimos muchas veces con él eso y los tres quedábamos siempre convencidos de nuestra razón. Y llegó el verano de 1988. Todos veraneábamos en la misma casa, para felicidad de los que ya no compartíamos la vida diaria de mis padres y mi padre llegó con su maleta de libros. De uno de ellos no se explicaba cómo había llegado a los 79 años sin leerlo porque era de esos que “había que leer” y, en lineas generales, le parecía que ya había leído lo inprescindible para ser la persona culta y prepara que se debe ser, pero ese no y, nada menos que Cervantes lo recomendaba en su Quijote. Era Tirant lo Blanch de Joanot Martorell. Durante muchos días mi padre leyó en silencio hasta que, de pronto estalló, comenzó a despotricar (sin dejar de leer). Aquello era un peñazo insoportable, le parecía inexplicable que una obra así fascinara a Cervantes y elucubró largamente sobre la época, el momento y cómo una obra prescindible podía isnpirar otra genial. Todos insistíamos en que lo dejara y nos miraba con horror ¡qué disparate, cómo lo iba a dejar aunque le aburriera soberanamente, si era un libro esencial!
Yo regresé a primeros de septiembre, antes que mi familia, pero dejé a mi padre con el libro concluído y a mi madre riéndose de él. “Esa manía tuya de que hay que leer determinadas cosas; ya ¿para qué?”. Ellos volvieron a Madrid a finales de septiembre. El 29 de octubre, tras una agonia atroz de diez y siete días, murió mi padre. Mi madre lloraba en silencio junto a él y le oí decir bajito: “¿Lo ves? es lo último que has leído y no te ha servido para nada.
En principio pienso que mi madre tenía razón, pero nunca olvidaré ese verano último y la pasión de mi padre, tan lúcido y brillante como siempre, equivocado o no, comentando el Tirant lo Blanch. Verdaderamente, si pensamos en que vamos a morir, casi no haríamos nada, pero, sin ir tan lejos, cada vez que comienzo un libo, pienso que puede ser el último y que, fundamentalmente lo que tiene que hacrme es disfrutar. Quizás es que tenga un concepto de la falta de imprtancia de lo que yo haga o deje de hacer
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Pavlova said,
Mayo 10, 2008 at 19:37
Perdón, me he puesto tan pesada (estaba pensando mientras escribía que tenía que reducirlo) que se me ha colgado repentinamente (con lo que cuesta otras veces). No es que corrija mucho nunca, pero esto ha salido sin revisar, perdón y hay dos ler por leer, un líneas sin acento, un imprescindible con ene (hay la proximidad en el teclado), un isnpirar por inspirar, un hacerme por hacerme y un imprtancia por importancia. N fin, sabrán disculparme.
Decía que quizás es que tenga un concepto de la falta de importancia de lo que yo haga o deje de hacer con respecto a los demás e incluso a mí, que me permite leer el Tirant, dejarlo si no me gusta y el humor de Mendoza sin ningún cargo de conciencia. No voy a trascender y eso es un descanso.
Y ya que tengo que colgar éste final, aprovecho para comentar algo sobre lo que no quería decir nada, con respecto al artículo de Serna, porque el libro que iba a mencionar lo leí siendo tan niña que casi no lo recuerdo, sólo que me impresionó vivamente y que creo que tiene algo que ver. Hablo de Lourdes, de Zola y de la tremenda impresión que produjo en el escritor su peregrinación a la gruta de Masavielle con un tren de enfermos desahuciados. Recuerdo que era casi periodístico, terrorífico y demoledor. Hablaba más de la fe de aquellos pobres desgraciado que de la enfermedad misma que padecían. No sé, el comentario de Justo sobre el horror de la enfermedad me ha traído a la memoria aquella lectora mía casi infantil y que fue como un mazazo; leí ese libro porque tenía en la portada el nombre de mi madre y me dejó hecha polvo…
Alejandro Lillo said,
Mayo 10, 2008 at 20:09
Creo que aún me dará tiempo a expresar mi opinión en este post antes de que Justo introduzca su nueva entrada. Primero de todo, agradecer al señor Kant, aunque sea con retraso, su recomendación literaria (“Imposturas intelectuales”, le aseguro que la leeré con sumo interés) y sus explicaciones sobre el post anterior, también muy interesantes.
Ahora, intentaré ser breve.
El sanatorio de leprosos me parece un lugar horrible, y el trabajo de ese médico valenciano del que nos ha hablado Justo, admirable. Admirable la convicción de sus principios y su esfuerzo por cumplir con su deber, aunque le repugnen sus pacientes. Muchos ejemplos de esa abnegación podríamos citar con igual reconocimiento.
La intervención del señor David P. Montesinos me parece muy acertada. Por eso me gustaría añadir una pequeña reflexión a lo que dijo: la lepra de nuestros días, esa enfermedad que se quiere ocultar y a cuyos enfermos se les rechaza constantemente, es la vejez y la muerte (entendida ésta como consecuencia última de aquélla). Vivimos en una sociedad que no acepta el paso del tiempo y los estragos que causa en nosotros, no sólo por las operaciones de cirugía estética y esa cultura de lo eternamente joven que el señor David P. Montesinos tan bien conoce y nos ha explicado, sino por la ocultación social de la muerte, de la muerte como lo cotidiano, como una parte de la vida… justamente lo contrario que sucede en “La montaña mágica”.
A ese respecto debo decirles que llevo unos meses leyendo la novela del señor Mann (hize una pausa cuando iba por la mitad que aproveché para leer al Pomponio de Mendoza y una policiaca de Fred Vargas bastante recomendable) y creo, don Miguel, que la señora Fuca tiene razón (por cierto, señora Fuca, estoy leyendo la traducción de Mario Verdaguer y me interesaría saber si existe mucha diferencia entre ésa y la que usted comenta de Isabel García Adánez). Como decía, don Miguel, esa novela es demasiado para los adolescentes. Es más, a veces dudo de si es demasiado para mí, tal vez no esté maduro del todo.
Y aquí entro en el debate sobre los momentos de lectura y los gustos literarios. Creo que la señora Fuca y el señor Kant llevan razón. Los dos. A nivel general estoy de acuerdo con doña Fuca. A mí tampoco me gusta perder el tiempo con lecturas insustanciales, aunque también creo que lo mismo les sucede a la mayoría de los contertulios de este blog. Respetando a los autores enormemente, pues imagino la dificultad que entraña la creación literaria, no me atrae para nada la lectura de Ruiz Zafón, del autor de la “Catedral del mar” (ahora no recuerdo su nombre) o, para hablar de un peso pesado de la literatura actual, Arturo Pérez Reverte. No se lo que me pasa con él que me aburro con sus novelas, que me da la sensación de que estoy perdiendo el tiempo, que no me aporta nada.
Otra cosa muy distinta es lo que cada uno considera que es perder o no el tiempo, y en ese sentido Mendoza siempre tiene algo que enseñarme. En este caso particular coincido con el señor Kant.
Dicho esto, me gustaría distinguir entre la buena literatura y la mala literatura, porque creo que ahí es donde descansa el malentendido. Ambas, la buena y la mala, pueden distinguirse con un grado de objetividad bastante alto. Para la mala literatura nunca voy a tener tiempo; para la buena, sí considero que tiene sus momentos y sus épocas, sus estados de ánimo y las circunstancias emocionales por las que cada uno atraviesa.
¡Me gusta la historia que cuentas, querida Aniña Pavlova, sobre tu padre y los libros! Ves, “Tirant lo Blanch”, es otro de los muchísimos que aún no he leído. A mí me pasa un poco como a tu padre, es difícil que deje un libro sin terminar, pero algunas veces los aparco y espero tiempos mejores (es lo que me pasó con el “Ulises” de Joyce, dos veces lo intenté y no pasé del primer volumen).
Sobre lo que preguntas, Alejandro Lillo, acerca de la traducción de “La montaña mágica”, sí hay diferencias importantes entre las traducciones de Verdaguer e Isabel García Adánez; parece que el primero tradujo la obra desde la versión francesa, mientras que la segunda la tradujo directamente del alemán. Hace meses, cuando aún funcionaba un foro literario llamado “El Refugio”, escribimos sobre las traducciones de esta obra y comparamos algunos fragmentos; intervenía una forera que estaba leyendo la obra en alemán y contrastábamos los textos. Si te interesa, entra en ese foro, pincha en “Mesa redonda” y el primer mensaje es el de “La montaña mágica” (no sé cómo se pone un enlace directo).
Es cierto, Paco es un muchacho encantador, que me ha prestado un par de libros muy interesantes. Creo que a él le pasa lo que a mí: cuando leo algo que me interesa, que me llena, de inmediato lo presto a algún amigo para ver si le contagio mi intusiasmo y luego lo comentamos.
Fuca, en mi casa no había silencio, en vez de leer se cosía (y se cantaba). Pero yo tenía la habilidad de «desconectar» de lo que me rodeaba para introducirme en algún libro o para escribir mis impresiones sobre lo que había leído, puesto que no tenía con quién comentarlo. No sé cómo lo hacía, pero conseguía aislarme de lo cotidiano, que no me interesaba nada, y vivía en mi propio mundo de fantasía. Eso fué durante la infancia y la adolescencia. Después, tenía que robar horas al descanso para leer. Afortunadamente, ahora puedo leer cuanto quiero, en el tiempo que me deja libre mi trabajo, aunque, ahora sí, sin dejar de preocuparme -y, en lo posible, ocuparme- de lo que me rodea.
El título de esta seción del blog, La felicidad de leer, es el más atinado que he visto en mi vida.
¡Ups! Cuando dije Fuca, quise decir Pavlova, que fué quien hizo el comentario de sus lecturas en familia. Lo siento.
Doña Fuca, le agradezco mucho la información que me ha trasmitido. He tenido ocasión de ver ese foro literario y me ha convencido. Intentaré conseguir la nueva traducción de «La montaña mágica». Me he quedado justo en el capítulo VI, la mitad exacta del libro, así que leeré la mitad en la traducción de Verdaguer y la otra mitad en la de García Adánez. Muchas gracias.
Me interesa mucho lo que usted, don Justo, dice en este inicio de la nueva entrada, eso de «uno debe insistir, debe volver cada cierto tiempo, procurando imponerse rigores y disciplina intelectual: leyendo cosas variadas precisamente. El mejor antídoto contra las muchas lecturas es administrarte dosis no letales de ese mismo veneno.» Espero impaciente que su desarrollo pueda aclarar mis dudas.
Y si de lo que se trata es de compartir lecturas, aquí me tienen el primero: ya les dije, «La montaña mágica», de Thomas Mann; y antes, el último que me ha encantado «El quinto en discordia», de un canadiense espectacular y maravilloso, Robertson Davies; y lo que se me viene encima: primero, una (así se presenta) apasionante historia de Egipto, desde la invasión árabe hasta nuestros días, y una novela de Sandor Marai, «La mujer justa», según parece una delicia.
Yo quiero comentarles una de mis últimas lecturas, El abridor de cartas, de Molina Foix. A través de una larga serie de cartas construye una interesante novela que recorre los años que van desde la 2ª República hasta la Transición, narrada de forma epistolar por diferentes personajes, unos reales y otros de ficción, pero que podrían perfectamente haber sido reales, por las características de que les ha dotado el autor.
Es sorprendente el modo en que se sigue el hilo de la historia, siempre desde la lectura de las cartas, y el modo tan natural en que se relacionan la ficción y la realidad.
Por cierto, ¿alguien más echa en falta las relaciones epistolares? A mí me encantaba escribir largas cartas y también recibirlas. Ahora el correo sólo es comercial. ¡Qué pena!
Paco Fuster parece entonces un buen recomendador de libros. Su artículo sobre Obama en «Claves» me ha dejado con un buen sabor de boca, así que felicitemos de nuevo a Fuster, que debe tener también sus buenos precursores.
Zerópolis parece una versión organizada de Chueca, versión municipal, si nos atenemos al título y lo asociamos a la revista. Una ciudad solo de gays. Carnaza para novelista oportunista.
Y si hablamos de libros y ganas de leerlos, el otro día compre de madrugada «Mis amigos», de Emmanuel Bove, al que describen como el maestro del detalle y lo inadvertido. Llegó con un mensajero, con su plastiquito protector, en plan profilaxis literaria, en una edición de estas cuidadas de Pre-Textos. Le tengo ganas, tantas que me da miedo abrirlo y que me decepcione.
Querid Pavlov, la historia de vida que nos ha relatado es una de las más hermosas que he escuchado. Ese feroz empeño de su padre por caminar conociendo (aunque no sea «todo», amigo Kant, aunque no sea todo, hay que intentrlo) y enterarse, saber aquello que aún merecía la pena saber antes de morir… Seguro que le sirvió. Claro que le «sirvió», y sobre todo cumplió con el propósito que había identificado su vida. En Tirant lo Blanch me abrió personalmente muchas perspectivas inéditas sobre el mundo de la época que me permitieron entender otras que permanecían obscuras. Seguro que a su padre también, pese a la dificultad de lectura que entraña.
Querida Fuca, gracias por la cuidadosa lectura que está haciendo de «Fronteras de lo real», y del provecho que extrae, lo que me lena de satisfacción viniendo de una profesora de literatura. La frase caminar conociendo viene de un verso concreto —»poetas, caminad conociendo»— de un poema publicado en mi segundo libro «Aproximática» (Endymión, editorial Ayuso 1978) seguramente inencontrable aún, aunque por Internet circula alguna oferta «de viejo».
Dejen que la nostalgia de un viejo de verdad, le copio aquél viejo poema que, por cierto, formó parte de un recital mitin del PCE en el que me rodeaban Rafael Alberti y Nicolás Guillén, amen de algunos querido compañeros de la Nueva Trova Cubana, aún imberbes.
Se titulaba «Sexto Conocimento de la noche» y hablaba de soledad. Fue escrito en Paris unos pocos años de la muerte de Franco y estaba dedicado, como es evidente, a Blas de Otero, el gran olvidado.
tu voz un dejo de oriflamas
y lijas en la lengua y olor a clítoris ajenos
Oú tu vas?. Prendre le train pour Cithére.
Ah! de la barca y una mueca prendida en el tercer pliegue
intercostal a las tres de la mañana
exactamente a la hora en que sucedió el resumen
después de descubrir un nido de algas sobre el pene
del hombre desguazado
pero todo había sucedido mucho antes
y empezaba de nuevo en la lenta maniobra de un nuevo cuerpo
una boca nueva una piel descubierta lentamente disecada
a filo de cuchillo besando limpiando chupando lentamente
cada nervio cada vena ligando ligamentos despacito
para seguir caminando
Paris a golpe de fluído traficando el puente de los franceses
San Francisco el Grande y pitagóricas estrías
nacidas en el momento en que la idea
descubrió que en él estaba
un hombre
apto ya para el desguace:
oxidado tendido con el viento por sudario
y un hervir de élitros latiendo en sus costillas
los ojos abiertos en dos lagunas rojas
las algas van y vienen
anidan en las cuevas que fueron
y la neta caracola presta laberinto al ermitaño
y casi ni se nota el paso de los siglos
pronto traed cizallas separad despacio esos dos huesos
cómo fluye todavía
la linfa que debidamente tratada deja escapar su reserva
clorofila que puesta al sol sobre placas salinas
puede dar pequeñas descargas eléctricas capaces
de alimentar un marcapaso la soledad no puede
desguazarse pero
Dios quita ya esa mano de encima
y en eso estábamos cuando de pronto paso a paso se quemaba
el alcol resumido de vez en cuando en cada monótona estación
en gota de sangre condensada lento grifo pájaro que pica
las entrañas destroza el gusano visceral
hace estallar el ano y vuelve gesticulando un poco
por la calle sonriendo para tí como si no pasara nada
y caminar a éstas horas por la calle Saint Lazare fuese solamente
un cartel de sociedades sin embargo
aquí en el río y la vieja horrible que toca el paquete frío
tengo miedo me hase usted miedo
apto para el desguace te declaro y sigo este texto
que debo dejar para mejor conocimiento de lo que es
la preparación salina de lo eterno quedamos
en que debidamente pertrechados de guantes de goma
iniciáis el rito de forense
para mejor comprender qué sucede cuando se separa
éste alijo de hierros
hombre después de triturado por los dientes
de una sociedad bien alimentada
quiero que os fijéis en la lenta caravana de gusanos
que pace a éstas orillas
poetas caminad conociendo
dios quita ya esa mano pero cuando la noche avanza
Place Blanche Clichy Pigalle Villiers
y el corazón es ya paté marchito brillan los sexos pintados de purpurina
y una lengua lame la última gota de semen de la noche
son muchos los cuerpos expuestos dispuestos
ya para el desguace el dolor humano jamás os faltará
es como dios y como él exactamente en él vestido de infinito
dispuesto a embarcarse pour Cithére o donde haga falta
jamás supe de algo tan bien dispuesto tan bien nacido para ello
tan propio para el dolor como el corazón de un hombre
esa manzana verde y ácida atragantada en la garganta de un efebo
con alas llamado arcángel a quien maldigo
en ésta identidad colgada de la pija que tengo que rendir en ésta hora
de nada sirve maldecir las paredes decoradas
de papel de mierda estremecida a lo largo de cerrado y berza fría
en el segundo izquierda de la rue Constantinople no
de nada el haber fracaso al acecho del placer
rehacer la cama fría aspirar
el eco del tabaco frío estremecerse
por el frío de la noche
y lobos aullando en las entrañas
acometer el lento desvarío de otra noche
transido de frío
con el llanto trizado entre los dientes
llorando de frío en un rincón de la cama reducido
por el frío con el culo
frío de la soledad enfriando tus meninges
mientras estalla en hilos de baba ametrallada
de frío definitivamente apto
ya para el desguace
y el sueño no viene a poner
tregua entre tu charco y tu plato de frío
cuando la noche se da ya por oficialmente
terminada y solo deja paso al día.
Qué maravillosa foto, don Justo, la que ha publicado. Aparte de la de mi adorado Harpo, la imagen de los dos niños hablándose por el tubo a dos metros de distancia, es el más tierno homenaje a la comunicación que he visto nunca. Trágico contrapunto a la incomunicación que destila todo entero el poema de Miguel Veyrat.
Leo ‘Aproximática’, «pisando la dudosa luz del día» (como le dije a Miguel Veyrat). Incomunicación y frío, sexo frío y forense, puro sexo frío: abandono del individuo a su propia soledad y ensimismamiento, tras una noche de derrotas. Todo lo que le rodea le amenaza: es cifra de su propia desazón, que –desde luego– no sabe y ni puede aclarar.
Hosti tu. serna se nos pone divino con las Vegas. Leer pa no trabajar. Marchando de la leproseria de las Vegas al sanatorio de nevada. No te jode!
Justo Serna, como master de esta bitácora ¿no puede usted impedir que entren las obscenidades del anterior interviniente y acólitos? Resulta aberrante. He comprobado persnalmente tras el aviso de Miranda, que el blug de Juan Cruz ha sido objeto de los mismos zumbidos molestos que impiden el curso de un diáloo enriquecedor. En este caso no sería censura, pienso.
Pero nos leen otros, don Justo… Tal parece que Enric González en su columna del El País de hoy, responde a su anterior post y nos recuerda que olvidamos a Conrad y El Corazón de las Tinieblas, paradigma del HORROR. También el estupendo escritor Gustavo Martín Garzo, en su artículo «Las Enseñanzas de Sheherezade» parece intervenir, e interviene, en nuestra pequeña polémica entre mito que se convierte en «verdad» y ficción que no alcanza la verdad universal de mito. ¿Por qué no los cuelga? Ahuyentaría quizás a los poltergeist que dejan sus caquitas de mosca por aquí… Sería una especie de censura en positivo…
Confirmo que le dejé los libros a Marisa (un placer conocerla en persona) y que fue David quien me habló de los libros de Bégout.
Es curioso. Antes de saber que ibas a hablar de Zerópolis (le hablo a Justo ahora) estave hablando de ese libro con Marisa.Le dije que lo había acabado de leer y te lo había prestado esa mañana. También le dije que conociéndote (y esto lo puede confirmar ella), no tardarías mucho en escribir sobre ese libro en el blog. Pensaba que el próximo post sería sobre el Mayo del ’68 (ya hablaremos de la mesa redonda a la que asistí el viernes en la facultad), pero ya veo que has precipitado tus reflexiones sobre Las Vegas en detrimento del manido aniversario.
Yo recomiendo vivamente a la gente la lectura del libro. No quiero extenderme porque no acabaría, pero si digo que hay pasajes primorosos, de un análisis sociólogico exacto y muy irónico. A mi, concretamente, me encantó el capítulo titulado «American Dream» en el que Bégout define lo que es para él, el sueño americano. Luego si es verdad que el libro da la impresión de ser deudor de otros libros. Cuando lo leí había muchas cosas que me sonaban e incluso algunos pasajes repetitivos (sobre todo, creo que dedica excesivas páginas al tema de las luces y la electricidad; con menos ya nos quedaba claro la idea del autor sobre el tema). Pero son pequeñas cosas, en líneas generales es un libromuy interesante. Yo reconozco que no soy objetivo: el tema de Las Vegas siempre me ha atraído sobremanera. En general, todo lo excesivo e irracional que hay en lo americano, me ha interesado siempre mucho. Frente al antiamericanismo militante de algunos que van de auténticos y anticapitalistas, me confieso un fan incondicional de la Coca-Cola, McDonald’s y los Simpson.
Luego también hay que decir (no sé que opinará Justo) que «Zerópolis» está muy bien traducido. Esto que parece un dato menor, es fundamental en este tipo de libros que usan – y a veces abusan – de la ironía y los juegos de palabras. El traductor de «Zerópolis» (el mismo del otro libro de Bégout) lo ha hecho muy bien. O sea, todo lo contrario del traductor del libro de Barack Obama. Cuando lo lea Marisa, le voy a dejar este mismo libro a Mª Josep Cuenca, una Catedrática de Filología Catalana, que pasa por un gran traductora también. Leyó mi artículo y le gusto mucho. Ahora le quiero prestar el libro para que le leo y compruebe la pésima traducción. Estoy intentando convencerla para que traduzca el primer libro de memorias de Obama («Dreams From My Father») que no está aún en castellano.Lo veo difícil porque está pluriempleada, pero yo haré lo que pueda.Ya informaré.
Espero que David Montesinos se pronuncie sobre Bégout. A mi hay algunos pasajes de «Zerópolis» que me recordaron a las mejores páginas de «La juventud domesticada». Cuando Bégout habla de lo previsible que es todo en Las Vegas y del protocolo que lo impregna todo, me acordé de las magníficas páginas que David dedica al análisi sociólogico de McDonald’s, a su funcionamiento previsible y a los efectos de seguridad y tranquilidad que este protocolo genera en los clientes. Recomiendo la lectura de ambos libros, el de Bégout y el de Montesinos. No les defraudarán, se lo aseguro.
PS: Gracias Edu por tus palabras. Me alegro de que te decidas a intervenir en este blog. Sé del escaso tiempo que tienes, pero espero que te sirva para relajarte y dejar de ser «imparcial» por unos momentos.
Kafeína, colgados los dos artículos que me pedía. Kafeína, otra cosa: no olvidamos a Conrad en el anterior post. ¿Cómo se titulaba la primera parte? ‘El horror, el horror’. Conrad puro. El viernes compré en Viridiana (Valencia) ‘Las novelas de Marlow’: la nueva edición en Edhasa y en un único volumen de ‘Juventud’, ‘El corazón de las tinieblas’, ‘Lord Jim’, etc. Me reservo para este verano la relectura. Para mí, Conrad es la dicha. Se lo comentaba, precisamente, a Juan Campos, de la librería Viridiana.
Otra cosa, señor Fuster. Bueno, bueno. El traductor de Zerópolis no lo ha hecho tan bien. Pongo un ejemplo, entre otros. Un subjuntivo necesario en castellano lo ha olvidado: «Está próximo el tiempo en que el azul turquesa de la fachada del Binion’s Horseshoe se convertirá…»
Decía Umberto Eco en el capítulo que firma en el libro colectivo ‘El fin de los tiempos’ (Anagrama, precisamente) que el subjuntivo es un pérdida dolorosa y, al parecer, irreparable en ciertas lenguas que nos son muy próximas… Un pérdida. La frase que les he reproducido es caracerísticamente catalana, pero no castellana. Ya sé que todos cometemos errores, pero lo que no es perfecto no es perfecto.
Bueno, es cierto que hay errores. Yo también vi cosas – pocas, pero las vi – que no me cuadraban mucho. Lo que quería decir es que lo ha hecho muy en comparación con la lamentable traducción del libro de Obama. Es que llevo toda la semana intercambiando impresiones con Mª Josep sobre el tema de la posible traducción del otro libro de Obama. Quizá por eso cuando leí a Bégout pensaba en la traducción de Obama. Así y todo, el hombre – me refiero al traductor de Zerópolis – si que ha intentado ser fiel al original (de hecho habrás visto que en ocasiones avisa con notas de traducciones que ha hecho de frases hechas francesas que el lector puede no conocer) y al mismo tiempo hacer un texto agradable de leer. Por los adjetivos que usa, imagino que en el original francés habrá encontrado adjetivos y expresiones difíciles de traducir. En resumen, yo creo que convenimos en que es un libro que merece la pena. Las pocas horas que demanda su lectura sonbien empleadas. Veremos el otro que han traducido qué tal es.
Hablando de Umberto Eco y de la traducción, tengo muchas ganas de leer su último libro: «Decir casi lo mismo. La traducción como experiencia» (Lumen, 2008). Siempre que paso por delante de la librería de «Tres i Quatre» (la de Octubre CCC), lo veo en el escaparate y me dan ganas de adquirirlo, pero su extensión (592 pp.) y su precio (26 euros) me frenan de momento. Aunque Eco es garantía de calidad, no está mi bolsillo para dispendios así, si haber comprobado el interior. Esperaré a que lo traigan a la biblioteca para verlo. No sé si lo has visto/leído ya (le digo a Justo) o si alguno de ustedes lo ha leído.
Me he ido a cenar porque me llamaban y se me ha olvidado una cosa, al hilo del anterior comentario de Justo. En el alemán, lengua que me es muy próxima – por su estudio que me lleva ocupando cuatro años, no precisamente por su uso, que de momento me resulta casi imposible -, el subjuntivo sencillamente no existe, con las dificultades que esto supone a la hora de traducir.
La cita de Nietzsche que encabeza el artículo sobre Obama es un claro ejemplo. Consulté tres ediciones distintas de «La Gaya Ciencia» y ninguna de ellas coincidia. Hay una expresión en el original de ese texto («hinein in seine Sonne») intraducible al castellano. Lo consulté incluso con mi profesora de alemán y tampoco ella sabía que decirme. Al final hice yo una traducción que no coincide tampoco con ninguna de las ediciones del texto en castellano.
Señor Fuster, le regalo un ejemplar en italiano de ‘Dire quasi la stessa cosa. Esperienze di traduzione’, de Umberto Eco. Lo tengo repe… Si puede leer en italiano, claro. Le garantizo diversión y aprendizaje.
Sobre traducción, lea este divertido artículo.
De todos modos, en este blog quien más sabe sobre traducción es… Miguel Veyrat, a quien no le hará ninguna gracia la pieza de Javier Marías de la que arriba pongo un link. Básicamente, porque a MV no le gusta JM, según creo. Veyrat, estoy seguro, me perdona mi debilidad por el Joven Marías, cuyas novelas digresivas me llevan indirectamente a Conrad. Pero regresemos a MV. Como ustedes saben, la Asociación Colegial de Escritores y Traductores concedió a Miguel Veyrat el Premio Stendhal 2007 por la traducción del libro de Jacques Darras Antología fluvial. Es posible leer su prólogo aquí.
Hombre Justo, muchas gracias. Ya me extrañaba que no tuvieras ese libro, por eso lo decía. Como imaginas, me cuesta mucho leer en italiano.Leí el librito romano sobre Toaff fácilmente, pero de ahí a un ensayo de casi seiscientas páginas sobre literatura…En todo caso ya hablaremos.
He leído el artículo de Marías. Sí es indudablemente divertido, aunque el tema de las palabras «feministas» está muy visto ya. La literatura sobre el sexismo en el lenguaje es abundante ya hace tiempo y a mi me resulta un tanto pesada. El de Marías me ha recordado a un artículo del blog de Ojosdepapel que leí hace unos meses (algunas de cuyas conclusiones no comparto en absoluto):
http://www.ojosdepapel.com/Personales.aspx?blog=144,%20640
Hablando de feminismo y de lenguaje, ya te pasaré (te lo fotocopiaré entero y aquí pondré algún dia – cuando el tema se preste – alguna cita) el prólogo de un libro que me envió amablemente una profesora de Girona. Es el último libro del grupo Duoda (las de el feminismo de la diferencia), un libro sobre biografias – incluso te puede servir alguna idea para lo de Santander y no lo digo en broma, es un libro importante y muy novedoso en el ámbito de la biografía histórica – de mujeres medievales. Eso sí, si no entendías algunas citas que puse en mi trabajo (que por cierto lo he terminado ahora), sacadas de «La diferencia sexual en la historia» de M.Rivera, espera a ver este prólogo. No te digo más de momento. Ya pondré aquí algunas muestras.
Serna no me tirareis de aqui. M Vernuda dice que me vaya pero yo vigilo y no os dejaré en pazzzzzz. Como dice Zp. Solo hablais de libros y no de la vida. A b u r r i d o s.
Gracias, Justo, por la cita. Pues mira, «básicamente» (je, je) estoy de acuerdo con el Joven Marías que precisamente está viviendo «un momento dulce», como dicen los filisteos culturales que traducen literalmente las expresiones americnas o británicas. Sweet momento que ¿por qué no? le hace disfrutar de un frac ¿o jaquet, chaqué? que le va como guante a su personalidad pomposa, vanidosa, engolada: Tiene usted razón, a mí no me gusta ni como escritor ni como persona, por lo que procuro cuidadosamente no leerlo, pero jamás diré una sola palabra en su contra ni contra su pertenencia a una institución que acoge, y es sólo un ejemplo, al peor de los tres Goytisolo —José Agustín falleció trágicamente hace cinco años— o a poetas y periodistas absolutamente irrelevantes como escritores, ignorando por filias, fobias, policastrerías de «familia» etc. a otros con más méritos o calidad. Sí, en la Academia también hay «cuotas». Por no hablar de los linguistas.
Y dicho ésto, ¡claro que el DRAE sólo es una guía! arreglados estaríamos si la lengua fuera un fósil. Recordemos a nuestro padre Heráclito. Nada es. ¿Incorporar anglicismos o galicismos? ¿Pensamos en que el anglicísimo «aparcar» se dice en castellano «estacionar»?, ¿que el galicísimo «desapercibido» se dice en castellano «inadvertido»? Y sin embargo todos lo usamos a diario en nuestra vida cotidiana y lo leemos y escuchamos continuamente en los medios. ¿Cuántas palabras germánicas o árabes forman parte del castellano, como guerra o alféizar, gracias a las ocupaciones y civilizaciones de sus parlantes a sangre y fuego de esta bendita península? ¿Que en catalán del Norte, trigo se dice «Blat» , casi como en francés, «blé», y en el catalán del Sur valenciano «»Forment», del latín africano «frumentum»? ¿De cuántos factores ambientales, geográficos, políticos, étnicos dependen las lenguas? Dentro de medio siglo, el español hablado y escrito diferirá grandemente por la influencia mayoritaria de la lengua europea, que ya es el inglés, de la que existe incluso un resumen «global» de cien palabras y de uso corriente entre comerciantes que usan Internet a diario.
Y en cuanto a la traducción en sí, no he leído el libro de Eco, y me pone usted los dientes largos: la que tiene «repe» y mi querido Paco «Obama» Fuster no puede «recepcionar» porque no lee italiano: yo lo acepto encantado pues Eco es uno de mis «gurús» y el italiano una de mis lenguas de adopción, ya que mis maestros poéticos, aparte de Eliot, Yeats y Rilke, fueron los italianos del «Novecento», Montale, Ungaretti, Quasimodo, etc. ¿Cuándo quedamos?
Bueno, pues en cuanto a la traducción en sí, yo distinguiría primero entre la traducción «técnica», que debe ser literal y exacta, y la literaria, que consiste sobre todo en crear una obra nueva, notablemente en poesía, respetando su sentido original. Y digo en poesía aunque podría valer para la prosa y así lo creo yo, porque aquella se compone fundamentalmente de pensamiento —metafísica— y música, que crean lo que Zambano llamaba la «Razón poética». El pensamiento no es posible reproducirlo en una traducción literal pues las distintas lenguas han nacido de la reproducción a menudo onomatopéyica de la designación de objetos, ideas, cosas, pecios, lágrimas. Y la música, prosodia, no tiene traducción posible. Muchos escritores usan palabras inventadas o extraídas del pozo sin fondo de su memoria personal, escuchadas a lo mejor en una calle, una guerra, una sesión amorosa, o de labios de su madre durante su infancia, deformadas a menudo y que sólo tienen sentido en el contexto del poema. En ese sentido la poesía —y muchas de la literatura en prosa— sería prácticamente intraducible, tanto tanto que recuerdo haberle escuchado a Margueritte Yourcenar en una ocasión que ella, en las soberbias versiones que realizó al la lengua francesa de la Antologia Palatina griega, había creado poemas nuevos para todos y cada uno de ellos.
No quiero alargarme más, pero sí darle la razón a Paco O. F. en que merece la pena luchar por la versión lo más exacta posible, y que una mala traducción, tan abundantes hoy en día por la mezquindad culposa de los editores (como constructores depredadores que buscan dinero rápido) estropea si no impide la lectura de un buen libro. No quieran saber las tarifas vigentes en el gremio de la traducción.
Sólo se puede y traducir por aproximación. Y naturalmente, todo dicho anteriormente es discutible.
Tiene razón, Justo, debí fijarme mejor: El Horror, el Horror, es Conrad puro. Y por méritos propios también Francis Ford Coppola. Sorry.
En la penúltima frase de mi entrada anterior sobra la copulativa, por supuesto. Sólo se puede traducir por aproximación. Y debo insistir que en las traducciones técnicas no vale ese principio: estas deben ser impecablemente exactas pues nada tienen que ver con la literatura, ni por tanto con emociones.
Regreso un poco tarde a esta república, con un nuevo “post” iniciado (continuación del anterior), y me gustaría, sólo, hacer algunas apostillas a lo aportado por algunos contertulios. Me acojo, pues, a la reiteración de los últimos mensajes que nos facilita don Justo y algo les digo. Lo haré, como siempre, por orden de su intervención:
Doña Francisca (Fuca para uds), coincidimos pues: atienda cada cual su mejor opción, ud defiende el “vivir leyendo” y yo el “vivir viviendo”. Y se lo digo desde mi valladar bibliófilo y los problemas – graves – que tengo en casa donde se acumulan, como pueden, unos entre doce y quince mil ejemplares (doce mil fue la última vez que los conté). La vida está en las personas. En la carne y en el hueso, en el pensamiento y la acción, no en los libros.
Coincidente con más de uno, quiero mostrar mi emoción ante la escena familiar que nos narró doña Ana Pavlova. ¿Ve ud, sra. Pavolova como debe escribirnos más?
Sr. Lillo, gracias por su amplia visión sobre lo que tratábamos al respecto de gustos y momentos literarios. No obstante, sí me gustaría recalcarle el hecho de que salvo lo que es el análisis gramatical de un texto – que de alguna manera puede objetivarse, siempre referido a una ortodoxia canónica que no siempre conviene acatar – el resto es subjetividad. Su desprecio por el sr. Zafón (que, por cierto, comparto plenamente con ud) no puede llevarlo a tratarlo de “lectura insustancial” más allá de lo que es su soberana – y subjetiva – opinión. Para ud. (o para mí) carece de sustancia pero para millones de españoles le ha supuesto un placer pleno que no puede denostarse o minimizarse. Respetemos al autor, aunque sólo sea por el esfuerzo de escribirlo y respetemos la inteligencia de quienes han disfrutado leyéndolo. Seamos un poco más templados en las generalizaciones aunque, en nuestras opiniones personales, podamos ser volcán o iceberg.
Doña Marisa, yo también añoro la epístola personal pero no dejo de ser consciente que ésta requiere de un tiempo de elaboración que el género de vida que llevamos hoy día entorpece y las nuevas tecnologías salvan. Recuerdo cuando aún era habitual enviar un telegrama dentro de la misma ciudad o escribir a la “novia” que quedaba en el pueblo donde se veraneaba. Hoy día el teléfono o incluso el correo-e, convierten en prácticamente irrecuperables – en el mundo real y cotidiano (hay otros mundos, buscados y extraordinarios, donde aún es posible) – esas páginas que conservábamos (y conservo) ataditas en cinta roja de seda.
Sin duda, don Miguel, “hay que intentarlo”, sin duda, pero insisto, antes, hay que vivirlo. Antes la piel que el papel, antes la sangre que la tinta, antes la palabra que la escritura, antes la acción reflexiva que pasión constreñida. Me parece a mí. Respecto a mi lectura del Tirant fue algo merecedor de ser narrado por mejor pluma que la mía pues no tuve mejor inconsciencia – o chulería – que hacerlo, en la edición a cargo de don Martí de Riquer (en “Classics Catalans” Ariel), mientras hacia el servicio militar. Con él lo comencé y con él lo acabé. Puede imaginar los ojos de plato de la milicia chusquera (miraban lo que leía, me miraban a mí y se alejaban de mí como si ante un poseso estuvieran) y mi contrapunto de vista entre mi realidad cotidiana en el cuartel y el mundo al que, cotidianamente, accedía a través de la magia del libro. Por otra parte, qué buen ejemplo para mi argumento sobre la subjetividad de la lectura entre el sr. padre de doña Ana, su caso y el mío. Tres realidades, tres lecturas, tres opiniones. Por otro lado, gracias por el regalo que nos hace de su poema enviado a doña Francisca, el pasado 11 de mayo, y gracias por la lección de traducción que nos ofrece el 12.
Don Justo: me sumo al aplauso de doña Kafeína sobre las fotos elegidas por don Justo para ilustrar el actual “post”. Espléndidas.
¡Huy, huy, huy, amigo Miguel Veyrat, se está usted metiendo con uno de “mis” escritores!
Antes de empezar el ataque, querido Miguel, quiero darte las gracias por el poema que nos dedicas a todos los contertulios (¡es un lujazo tenerte entre nosotros!), donde aparece contextualizado el “caminar conociendo” al que me refería en un comentario anterior. Paso al asunto Javier Marías, ya veo que no te cae bien ni como persona ni como escritor; entiendo lo primero, la relación interpersonal sí es subjetiva en muchos casos, a ti no te gusta JM y a mí sí; pero de ahí a deducir que se sienta cómodo con el frac, “que le va como guante a su personalidad pomposa, vanidosa y engolada”, media un abismo; sabes que JM es contrario a las convenciones, que no una ni corbata en los pocos actos “pomposos” a los que asiste, que se niega a acudir a congresos o a programas televisivos, que no acepta ser miembro de jurados literarios…, en fin, todo lo contrario de lo que haría una persona vanidosa. No es vanidoso, amigo Miguel, no seas injusto con él. Quizá su estilo periodístico sea algo pomposo, pero también lo es muchas veces el de nuestro amigo Kant y no por ello pensamos que es un engreído o vanidoso.
En cuanto al segundo punto, no lo entiendo, no comprendo cómo una persona entendida como tú pueda decir que no le gusta JM como escritor; quizás sea uno de los tres mejores narradores españoles vivos. Es imposible que un poeta no disfrute con la prosa de JM, una prosa que sacrifica la sintaxis y la puntuación en aras de la musicalidad y el ritmo, que se asemeja mucho a la prosa poética. ¡A ver si Kant va a tener razón cuando habla de la subjetividad de la literatura!
Con lo que estoy de acuerdo es con lo que escribe nuestro querido Kant, hay que “vivir viviendo”; difícilmente se puede leer en los ojos de las personas que nos rodean (que era una de las maneras de leer a la que me refería en uno de mis comentarios) sin vivir.
Fuca, debo hacer una autocrítica. La antipatía personal ha podido sobre mi voluntad de disfrute que supones que obtendría de la lectura del Joven Marías. No lo he leído. He hojeado, u ojeado, como prefieran, alguno de sus libros y lo he vuelto a dejar en los anaqueles de las librerías. Y al aburrimiento que me produce seguramente ha contribuído la suficiencia didactista de sus artículos publicados en periódicos. Supongo que a él le pasará lo mismo con mis libros, la antipatía es mutua, lo sé. Lo siento, y me alegro muchísimo de que tú disfrutes con su lectura, como consta que son legión los que tal hacen, tanto en España y América como en los países a los que se traduce constantemente su extensa obra.
Kant, claro que hay que vivir viviendo, mas para muchos vivir reside en conocer cómo todo cambia, cómo nada es ( cité al buen Heráclito llamado «el oscuro» por los santos padres que tradujeron su pensamiento e hicieron desparecer su obra dejando unos pocos fragmenta ) fluyendo, y eso, al menos yo, todo lo aprendí en los libros (imposible eludir el recuerdo al título de Benavente) y poniendo las manos sobre la naturaleza para sentir cómo su calor y su sentido penetra por los poros.
«Panta rei», don Miguel, «panta rei»
Desde este otero en el que me encuentro repantingada, sin decir nada porque me da palo (palo paloso) habida cuenta de lo bien que se manifiestan, me veo obligada a firmar lo que Veyrat opina del ilustre JM.
He intentado leerle varias veces y acabo dejando el libro encima de algo, por no tirarlo de la grima que me produce.
El colmo ya es cuando asoma alguna vez por la tele o en fotacas que le hacen.
No me cabe duda de que tiene que realizar un titánico esfuerzo de humildad para hacerse el accesible.
Cada uno en su corner, el de Prada y el JM, me producen parecida sensación.
No será su deseo, y mi sensación será subjetiva (fijo, soy subjetiva y emito juicios temerarios con la mayor tranquilidad al más genuino estilo Marple), pero tienen una pinta de sebosos, de flaccidos, de fatuidad, de egolatría que produce nauseas.
Todo ello envuelto en un «allure» de mariconería y misoginia (sí, misóginos natos, ojo, misóginos, no machistas) que supera mi ya escasa tolerancia.
Dicho queda.
Besos.
M.
En la zarzuela La Corte del Faraón, estrenada en Madrid en 1910, y convertida en película hace unos años por José Luis García Sánchez, con guión de Azcona, por cierto, a los guionistas Guillermo Perrín y Miguel de los Palacios (música de Vicent Lleó) sólo se les ocurrió hacer cantar a las vicetiples que se dolían de la impotencia de Putifar, una cantilena que empezaba así «Panta, la suripanta…». Y es que lo de Pantha rei, querido Kant, no es sonaba a griego, sino… ¡A egipcio! Así se escribe la historia… llena de subjetividades….
¡Miranda, por todos los dioses! Misoginias a parte, nunca se me ocurrió pensar y menos decirlo que el llamado JM fuese homo, lo cual me traería al fresco, por supuesto. Del otro no sé, no lo conozco, ¿Quién es Prada? ¿Una marca de zapatos y bolsos de lujo?
Oiga, Miranda, ¿por qué arremete así contra Javier Marías o contra Juan Manuel de Prada? No creo que ésa sea una reacción sensata. No.
Don Justo, cuanto le agradezco esto que me dice.
Creía que me estaba volviendo cabal.
Lo digo en serio ¿eh?, sin ironía.
Gracias.
Beso enorme.
M.
Estimado señor Kant (si me permite este tratamiento, ya afectuoso): es usted un provocador, pero por mucho que lo intente no lo va a conseguir, no pienso afirmar que la mayoría de los libros de Zafón comienzan igual, y que me da la sensación de que durante años a estado buscando la fórmula… oppss… vaya, creo que metí la pata.
Ejem… bueno, vayamos a lo importante. Sin duda ha habido un malentendido por mi limitada habilidad en el arte de plasmar mis confusos pensamientos por escrito.
En primer lugar querría dejar bien claro que para nada desprecio al señor Ruiz Zafón, y que si mis palabras han dado lugar a esa interpretación, permítanme corregirlas y pedir mil disculpas. Sucede más bien al contrario. Siento mucho respeto e incluso admiración hacia él y hacia otros muchos escritores (la mayoría). El “simple” hecho de tener la capacidad para escribir una novela le colocan a él y a los demás en un lugar muy destacado dentro de mi, digamos, escala de valores. En otra intervención escribí: “Respetando a los autores enormemente, pues imagino la dificultad que entraña la creación literaria, no me atrae para nada la lectura de Ruiz Zafón…”. Lo que quería decir en esta frase es justamente lo que pone (otra cosa es que no me explique correctamente): que respeto a Zafón, pero que no me atrae, hasta el punto de que aún no le he leído nada (excepto, como dije arriba con algo de sorna, el principio de cada uno de sus libros). El desprecio, señor Kant, lo reservo para ciertos escritorzuelos vinculados a esos trolls de las cavernas que de vez en cuando salen a la luz del día y con los que sólo comparto el idioma, y, a veces, ni eso.
De lo dicho anteriormente creo que queda claro que no es mi intención denostar o minimizar intelectualmente a los millones de españoles que leen con sumo gusto y placer a Zafón, faltaría más. Nunca jamás lo haría, ni siquiera se me pasa por la cabeza. Sus gustos, intereses y motivaciones son tan válidos, respetables y legítimos como los míos. Como usted bien dice, señor Kant, a mi tampoco me gustan nada las generalizaciones, e intento evitarlas, por eso le agradecería, a usted y a los contertulios, que si alguna otra vez corro el riesgo de caer en ellas, llamen mi atención sobre el asunto, pues raudo me dirigiré a desfacer el entuerto.
Con respecto a la subjetividad en la literatura sin duda lleva razón en que cada uno tiene sus gustos. Reflexionando tras sus palabras, creo que cuando yo hablaba de “objetividad” me refería a esos criterios, variables y también subjetivos, por supuesto, que utilizamos para distinguir con mayor claridad el grano de la paja. Un saludo.