W. Héroes alfabéticos. Francesc Vila

Los ‘Héroes alfabéticos’ que yo leí

Francesc Vila

Valencia. 2008. Noviembre. 26

 

Bona vesprada, buenas tardes.

 

Me privaré de decirles “seré breve” porque yo mismo temo al orador que amenaza con tal falacia. En todo caso, procuraré no importunarles mucho rato dándole mi opinión sobre Héroes alfabéticos de Justo Serna.

 

Los libros tienen una cosa divertida: cada uno lee lo que le da la gana por más que su autor se empeñe en que lo sesguemos de una u otra forma. Así me pasa con ésta obra. Creo que Justo nos propone una estructura “frankensteniana” – si me permiten el exabrupto – entendiendo por tal la suma de retazos que en su momento tuvieron vida propia y avatares (sus artículos) y que ahora, cosidos por él, dan lugar a otra vida diferente y libre de su pasado: el presente libro.

 

Hasta los tristísimos ojos del héroe-monstruo de Frankenstein de la portada – tan espléndidamente ilustrados por Víctor Serna, alias (incomprensible) “Monigote” – nos sugiere esa voluntad del autor… Sin embargo… Si es cierto, como dice Borges, que “dos espejos contrapuestos generan un laberinto”, leí Héroes Alfabéticos bajo ese influjo.

 

Debo aclarar previamente un aspecto de mi exposición, para mi el laberinto borgiano no es el angustioso de Minos, una construcción hecha para muerte. En el del argentino no hay más monstruo que destroce a quien lo recorra que uno mismo. Como en La casa de Asterión, la responsabilidad de atravesarlo descansa en cada persona. En ese sentido, es un laberinto de vida, es la propia vida.

 

Concretar esa idea, aunque sin salirnos de ese mundo borgiano simbólico, La Biblioteca de Babel nos podría representar ese laberinto del que hablo por su percepción humana de infinitud (como todo lo humano cree, absurdamente, ser infinito), por su disposición ordenada (donde el orden actúa como razón) y al final, por su propia entropía representada en esas sombras y luces que alberga a través de pasillos, escaleras, puertas y salas hexagonales tapizadas de volúmenes. Pensemos en los gravados de Pironessi y de Escher o recordemos simplemente el escenario oculto de El nombre de la rosa rodado por Jean-Jaques Annaud (1986) y tendremos su imagen.

 

Para mí, Héroes alfabéticos es como ese laberinto. Allí es donde Serna nos invita a entrar. Ojo, es un lugar consagrado a los héroes literarios, es un lugar peligroso.

 

El riesgo lo asumimos porque el héroe, entre sus múltiples labores encomendadas por los Dioses Inmortales, tiene la de ser ejemplo para los míseros mortales. El héroe literario, pues, se convierte en “el otro” con el que el lector interlocuta. Su espejo heroico, literario, se refleja en otro espejo, el del propio lector. Espejo y espejo, el laberinto está servido.

 

Y, con todo, la propuesta de Justo es aún más arriesgada. El lector establece una relación dialéctica con el héroe, sí, pero el héroe ha sido convocado por un autor nada neutral pues él, el autor, Serna, también interpela e interpreta y se mira en el espejo del héroe convocado. El laberinto se multiplica exponencialmente y seduce con igual interés al lector.

 

Héroes alfabéticos, como cualquier laberinto, tiene múltiples accesos. Cada lector puede comenzarlo por donde mejor le parezca. Cada héroe tiene su propia imagen, su propio camino, universo, código, mensaje. Así que el deambular por sus caminos no exige una rígida etiqueta sino atención al lugar que hoyamos.

 

Y puedo hacerlo con total tranquilidad: el autor no revienta la obra en la que vive el héroe. Respeta la hechura de la obra y su inspección de su protagonista no nos despieza el conjunto. Por eso, el libro le da la medida necesaria a quien ya conoce a algún héroe, a reconocerlo y a quien lo desconoce, a descubrirlo. Tras cada capítulo leído, les doy mi palabra que al lector le dan ganas de releer o leer al héroe visitado.

 

La traza laberíntica y flexible de la obra de Justo nos permite evitar la linealidad. El lector no sólo no la encontrará por ese acceso múltiple a su contenido, tampoco lo hará aunque decidiera seguir el rígido orden capitular. No lo permite el texto, ni su tratamiento intelectual, ni el mediático. Las alusiones literarias no son una plúmbea exposición de tesis literaria, al revés, se ven enriquecidas y ensanchadas por la erudición humanística del autor que le da su mirada rica y amplia sobre diversas disciplinas: antropología, sociología, filosofía, historia, psicología, comunicación… Serna nos ofrecen nuevas miradas sobre los viejos héroes pues éstos no se ciñen a la imprenta donde nacieron, saltaron a nuevos universos – la radio, la televisión, el cine – y el autor en ellos los persigue y alcanza. De esta forma transitamos por el laberinto siguiendo a sus héroes por trampantojos, escaleras paradójicas, pasillos colaterales… descubriendo nuevos deleites que el lector disfruta.

 

Justo, eso sí, no es complaciente con el lector. Da, regala, inteligencia pero se la reclama igualmente. Que no sea aburrido no quiere decir que no sea serio. Y, ¿qué quieren?, en un tiempo de editores sin escrúpulos que publican a redomados sinvergüenzas obras carentes de todo interés, la obra de Serna se agradece enormemente.

 

Por otra parte, su mismo rigor permite un tempo de lectura sosegado. El lector saborea cada página, párrafo, frase, incluso cada palabra pues no hay ninguna elegida al azar. Ese ritmo es el que permite al lector interesado disfrutar de la inteligencia de la obra a la vez que la generarla en él. Ello, en la práctica, supone una relación muy dinámica del lector con el libro. Se vibra al encontrar convergencias y divergencias con las opiniones de Justo. En todo caso, nunca deja indiferente. Hay adhesiones efusivas cuando se encuentra el refrendo o la explicación asertiva de algo muy propio del lector y hay discrepancias airadas como la de uno de sus primeros lectores, el cual pretendía colgar por los pulgares al autor tras leer lo que dice sobre Vázquez Montalbán o lo que no dice de Julio Verne.

 

El libro, pues, es muy vital. Como el laberinto borgiano, se vive. Da vida. Estimula.

 

¿Reproches?… También hay que hacerle. Dado que la elección de los héroes respondió a criterios muy subjetivos y en ocasiones, muy coyunturales, la obra se le queda corta al lector. Justo crea avidez y tiene esas consecuencias y una paradoja: el lector que explora el laberinto un día descubre que ya lo ha recorrido por completo. Que sale y entra de/en él repleto de ideas y saciado de otras realidades, de ver y de verse. Hasta que se da cuenta que ya no le queda nada por visitar y entonces se vuelve exigente con el autor.

 

Una queja tal vez injusta pues a él, al lector, le queda todavía la posterior labor lectora que comentábamos más arriba: ha de volver a leer a este o aquel héroe que lo fascinó o leerlo por primera vez si es que lo descubrió con las luces que Héroes alfabéticos prendieron en él.

 

Además, también debe ser paciente con Serna. Justo necesita tiempo para construir otra sala laberíntica, babilónica, donde alojar a nuevos héroes, nuevos espejos, nuevos “otros” que nos den nuestra propia dimensión como “uno”, como personas, como seres humanos transitando por el laberinto de la vida.

 

Quiero, pues, instar públicamente a Justo para que vaya preparando ya, aunque con la paciencia y serenidad – una serenidad que tristemente no pudo tener a la hora de concluir esta obra – que lo caracteriza, otra hornada de personajes heroicos que nos muestren imágenes para la reflexión en este laberinto que es el vivir.

 

Y a ustedes, además de agradecerles su paciencia conmigo, recomendarles vivamente la adquisición, sobre todo la adquisición, y lectura, ¡cómo no!, de la obra que nos ha traído esta tarde aquí. No crean que es fácil acceder a la biblioteca laberíntica de la vida, un obsequio que Justo Serna nos hace con sus Héroes alfabéticos.

 

Francesc Vila

Con profundo cariño a su amigo Justo.

 

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