A Kant, en su despedida…
0. ¿Impostores? Echen un vistazo a la viñeta que hay a la izquierda. Procede del capítulo «Impostores», de Héroes alfabéticos.
V. S. la hizo con trazo firme y naïf a un tiempo. ¿Qué quiso decir el dibujante con ese grafismo? ¿Que se nos ve la impostura, quizá? Nos imaginamos en mundos alternativos. Nos proyectamos en éste o en aquél. Nos enmascaramos. Queremos ser otros: mejores o peores, más temibles o más adorables. Buscamos a quienes nos confirmen o nos desmientan, pero sobre todo buscamos a aquellos que corroboren o nieguen el perfil que uno mismo se ha ideado. Nos gusta el embozo.
Cuando obramos así, ¿somos impostores? Nos creamos una personalidad ficticia más sutil o más tosca, pero con rasgos propios, con elementos reales. Quizá nos inventemos un alias. Tras ese apodo seguro hay un suma de seres o de cualidades o de vicios en parte nuestros. Rehacemos ese yo previsible que tanto nos aburre; o reescribimos con otras letras ese nombre que nos rotula. Pero siempre dejamos un resquicio abierto: siempre hay algo que sirve para revelar finalmente la identidad. Lo hacemos a propósito o inconscientemente, pero sobre todo lo hacemos para reemprender el juego: para que nos auxilien o para que nos sorprendan, facilitándonos así la escapada o la redención. Es una técnica antigua que ha rendido muchos frutos. Quien creíamos pobre resulta ser rico, un magnate; quien creíamos de baja cuna resulta ser distinguido y noble. La necesidad de inventar, de rellenar, de complementar, de adosarnos a la chepa aquello que no somos: o en parte sí somos…, porque aquello que imaginamos ser al final acabamos siéndolo, claro.
1 ¿Poesía oscura? Cuando un lector, Pedro, tilda de oscura cierta poesía, me resulta difícil averiguar a qué se refiere. Cuando, además, dice apreciar a Sigmund Freud, aún me resulta más enigmático. Freud escribe con denuedo y tanteo lo que no puede ser dicho de manera transparente y recta. O según sus críticos: Freud escribe ficciones; escribe literaria y tortuosamente lo que no puede abordar directa y científicamente. Tal vez sea así. O al revés: lo oscuro es tratado abstrusamente por la ciencia y, en cambio, lo claro, lo evidente, es recreado luminosamente por la poesía. Por su parte, las ficciones son vestiduras del poeta y del científico…
Ahora, entre la gente que está in se lleva detestar la poesía o la ficción para así profesar oralmente la ciencia. Oralmente: o, mejor, de boquilla. No me refiero a Pedro, sino a algunos periodistas que hinchan pecho para descreer de la literatura y para afearnos la conducta a quienes estamos out: aquellos que aún nos deleitamos o nos atormentamos con ciertas creaciones verbales. «Leo a este o a aquel científico y así puedo evitarme a todos los poetas que no entiendo», pueden decirnos. «Mi mente es científica y tolera mal los raptos literarios, que es confusión y mito», pueden añadirnos.
No creo que la poesía sea oscuridad, sino libramiento verbal que nos acerca o nos aleja de lo que de verdad nos preocupa: el sentido. Y el sentido –en el caso de que algo tenga sentido– es algo que se nos escapa casi siempre. Los versos cifrados serían su expresión, la expresión de un referente que es un dato desconocido, un arcano que no sabe ni el propio escritor. En realidad, el poeta no se vale del lenguaje neutro de que nos servimos los humanos en tantos usos ordinarios. Un manual de instrucciones debe facilitar la lectura transparente, sin ambigüedades creativas que podrían dañar el aparato domésctico, por ejemplo. En cambio, el mayor logro de un poeta se da cuando es capaz de recrear la cifra de lo cotidiano, de lo vulgar, de lo chabacano, de lo dicho mil veces.
Hace unas horas repasaba el reproche literal que Pedro hacía a la poesía oscura y esa desazón me ha llevado a leer Paisaje desde el sueño, de Juan Antonio Millón (Brosquil).
Raíz y ruina, lo presente y lo ausente, lo visible y lo evocado. Cientos, que digo cientos: miles de veces cantado y aún intentado. El poeta descubre algo y lo transmite: «Somos hombre, barro moldeado en las caricias / y en las ásperas soledades. Vida anhelante / que indaga el infinito y reclama un arcádico mar». ¿Evidente? Nada de eso. Toda su poesía es el rastreo de una identidad confusa, como la de sus contemporáneos. Quiere averiguar con ansia qué le constituye y, por eso, espera la anagnórisis. Literalmente: el descriframiento final de lo oscuro para así alcanzar «la plenitud del ser». Pero buena parte de lo que nos edifica es inmaterial o está perdido o se ignora. Por ello, en este libro de poemas lo cantado son las ausencias, incluso las máscaras que nos tapan precisamente las oquedades. También las soledades, los silencios que al yo del poeta lo han ido formando, las penumbras, la luz umbría, las sombras, la tiniebla, el humo, la ceniza, la ruina, el vacío. Puro aliento, que es fuelle. «Rescoldo que genera ser / y ansia de lejanía. / No ser, / consumación que aleja del cobijo / hiriente de la brasa». La imagen del rescoldo, en efecto. «Como un fuego retenido en la memoria de la brasa, / extinción serena, / desdibujada marca de esa parva amistad / sollozada, gemida».
Extinción serena, ¿feliz hallazgo? No todo es muerte o ausencia. Mientras tanto, mientras avanzamos lentamente hasta nuestra difuminación, hay cuerpo y hay deseo, hay voces y hay caricias. Hay un ser-ahí que se materializa. «Humedad de tu vientre, / sonoro río en el que sumerjo / mi conciencia, ese atrabiliario ser, / ese barro que en tu líquida presencia / su apariencia en humus trueca, / haciéndome, pues, más hombre, / empapado mi ser de un ser más cierto /cobijado en el agua / que a la vida, en su locura, / como leño me arrastra». Pura lubricidad
2. La poesía del impostor. En el capítulo dedicado a los «Impostores» en Héroes alfabéticos no hablo de Juan Carlos Onetti. Algunos lectores y amigos me preguntan, ¿Ah, pero no hablas de Thomas Bernhard? ¿Pero cómo puedes hablar de la impostura, de las reflexiones a que obliga la impostura, de la angustia de la impostura, sin mencionar a Bernhard? ¿Acaso no lo has leído? Lo he leído (aunque, eso sí, muy mediatizado por Javier Marías). Efectivamente, no menciono al escritor austríaco. Tal es mi temeridad. Pero tampoco aludo a Juan Carlos Onetti, que es imprescindible para tratar de la poesía del embuste: imprescindible para abordar la figura de quien se inventa, de quien se rellena con personajes ficticios para recrearse; de quien imagina sus faltas, sus cobardías, sus ausencias con audacias impostoras.
Hay un cuento de Onetti que lo resume muy bien. Se titula El posible Baldi. Perdonen que les revele el caso, un caso que descubrimos al final. Baldi es un tipo corriente, un individuo ordinario que fantasea con vidas alternativas y siempre aventureras, en el límite mismo de lo imaginable: existencias inventadas, ficciones de las que alardea ante damas impresionables. Baldi dice haber estado en África cazando…: no les diré qué. Baldi dice haber emprendido todo tipo de hazañas o locuras, actividades de contrabando –por ejemplo– de las que extrae sumas de dinero fácil. Baldi se imagina a sí mismo en identidades que se desdoblan. ¿Hace daño a alguien? Bien: en principio engaña a esas mujeres que le escuchan embelesadas o sorprendidas. ¿Pero inflige daño?, insisto.
Baldi, el auténtico, se nos parece a los individuos ordinarios: sólo ha llevado «una lenta vida idiota, como todo el mundo»; sólo ha sido un «hombre tranquilo e inofensivo que contaba historias a las Bovary de plaza Congreso». Como tantos de nosotros, «no fue capaz de saltar un día sobre la cubierta de una barcaza, pesada de bolsas o maderas»; tampoco se animó «a aceptar que las vida es otra cosa, que la vida es lo que no puede hacerse en compañía de mujeres fieles ni hombres sensatos». Baldi, el auténtico, «había cerrado los ojos y estaba entregado, como todos. Empleados, señores, jefes de las oficinas», leemos en el cuento de Onetti. ¿Baldi, el auténtico? Estamos hechos de ausencias irrecuperables, de lo inconcluso o no consumado; de cobardías de las que siempre nos arrepentiremos; de temeridades insólitas de un solo día; de sueños incumplidos que nos han constituido; de heridas fantasiosas que aún nos duelen. ¿Y? No somos sólo esos seres tranquilos e inofensivos a que nos resignamos: también somos como el «Baldi de las mil caras feroces que la admiración de la mujer hacía posible».
¿Impostores? No todo el tiempo. Mientras esperamos nuestra extinción serena.
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Hemeroteca del día
«Carmencita», nuevo artículo de JS en El País, 10 de diciembre de 2008.
Filmoteca del día

Esta tarde del miércoles 10 de noviembre, a las 17 horas, estreno académico y proyección del documental Hollywood contra Franco (2008), de Oriol Porta. Se proyectará en la Sala Joan Fuster: el salón de actos de la Facultad de Historia de la Universidad de Valencia (Avda. Blasco Ibáñez, 28). Las puertas se abrirán a las 16:30 horas. Antes de la proyección se hará una breve introducción al tema y al documental.
Es una primicia cinematográfica galardonada, además, en el pasado Festival de Valladolid.
http://www.hollywoodcontrafranco.com/
https://justoserna.wordpress.com/2008/09/08/compromiso-y-distancia/
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