¿Educación? No, gracias

pedagogoydiscipulo1. La educación. Todos los días, por hache o por be, las páginas de los periódicos dan cuenta de los problemas del sector, de las manifestaciones o movimientos de los estudiantes, organizándose contra el Plan de Bolonia (el Espacio Europeo Superior de Educación).

Todos los días, las secciones de opinión de la prensa publican artículos o columnas sobre el estado de la enseñanza. De todas las piezas leídas, la que más me ha sorprendido y disgustado es la de Ricardo Moreno Castillo, catedrático de Matemáticas en Enseñanza Media y profesor asociado en la Universidad Complutense. Se titula “Algunos males del sistema educativo”. Se publicó en El País.

De su autor ya he hablado en varias ocasiones. Una en un artículo de prensa y otras en este mismo blog: aquí y aquí. En ambos casos, lo hice para deplorar el tono escandaloso que le da a sus escrutinios educativos y para lamentar sus soluciones pedagógicas. Pero qué digo pedagógicas.

Para Moreno Castillo, los males de la educación proceden de la pedagogía. Lo decía en el primer libro que dedicó a este tema, lo repite en el nuevo volumen que ahora publica y lo reitera otra vez en ese artículo de El País. Nuestro autor busca dos tipos de lector, principalmente: los padres que se quejan de la educación; y los profesores que protestan por las condiciones en que están obligados a impartir sus clases.

Los busca diciéndoles lo que, seguramente, esperan oír: que las cosas van mal y que cualquier tiempo pasado fue mejor. En los viejos buenos tiempos, numerosos muchachos estaban instruidos, eran educados, sabían todo lo que había que saber, operaban matemáticamente sin grave dificultad y, como retóricos de la mejor clase, sabían exponer, argumentar, escribir. En cambio, ahora, todo se ha deteriorado.

¿Causas? Las leyes de educación, que han trastornado el aula, su autoridad, su función, su razón. La pedagogía habría sido así el mal de fondo, el que habría inspirado a los ministros tontamente reformadores, y a los profesores engañados por un deseo inocente: el de que los muchachos estudien en mejores condiciones que ellos.

Lo que me molesta de Romero Castillo es su forma de argumentar: se vale de inventarios imprecisos, de generalizaciones abusivas, de apelaciones emotivas, de descripciones que son acusaciones, de pruebas que no pueden seguirse, casos que no podremos comprobar. Verifiquémoslo en su artículo “Algunos males del sistema educativo”.

Algunos males del sistema argumentativo de Ricardo Moreno Castillo

1. El inventario impreciso. “Hay alumnos que acaban la Educación Secundaria Obligatoria incapaces de operar con decimales, ignorando cosas muy elementales de geometría y, en algunos casos, sin saber la tabla de multiplicar”. Hay alumnos. ¿Cuántos? Cuando presentas un hecho objetivo debes describir concretamente el caso, no hacer una generalización con la que no puedes no estar en desacuerdo.

Claro que hay alumnos que son incapaces de operar con decimales. Yo me recuerdo operando con dificultades…, no con decimales: simplemente me salvaron estudiar Letras y operar con las calculadoras de Texas Instruments. Desde adolescente he podido sobrevivir con estas graves carencias. Eso sí, antes de librarme de aquello, en clase fui golpeado con una fusta, fui abofeteado, se me repartieron capones. Ah, los viejos buenos tiempos…

2. La generalización abusiva. “No es insólito que un ‘niño’ vaya con su mamá a matricularse a la facultad, y se han dado casos de alumnos universitarios que han ido a la revisión de notas acompañados de sus padres”, dice Moreno Castillo. 

Alf llamaba hipergeneralizaciones a este tipo de enunciados. ¿Alf? ¿No lo recuerdan? Era aquel personaje extraterrestre que salía en televisión. Desde mi punto de vista, razona mejor que el catedrático de Matemáticas. ¿Qué probaría que algún “niño” acudiera con su mamá a matricularse? ¿Que el mundo está en declive, que la civilización se derrumba, que la juventud está perdida? ¿Qué probaría que algún alumno revisara las notas acompañado de sus padres? Que España ha perdido madurez, que Occidente ha entrado en un proceso de regresión?

Puestos a generalizar a partir de un caso, propongo el mío: yo no me matriculé con mi mamá; tampoco mi hijo. Han pasado más de treinta años, los hábitos familiares se mantienen. Como profesor que imparto clase veintitantos años, puedo decir que sólo una vez acudió una madre con una hija para la revisión de notas. ¿Qué he de inferir de ello? Veo entre mis estudiantes bastante madurez y algo de amor propio: o de vergüenza torera, ¿no?

3. La apelación emotiva. “Si los efectos de la reforma no son todavía más desastrosos, es porque los profesores hacemos bastante más de lo que estrictamente nos corresponde”, apostilla Moreno. Esa frase, leída por un docente a las 20 horas de un día corriente, sólo puede suscitar aprobación: a esa hora, repasando el periódico, te tropiezas con un artículo que te dice que haces más de lo que debes y que sólo por eso no se derrumba el sistema educativo.

Lo suscribes inmediatamente: estás cansado y quien escribe carga en otros la responsabilidad de tu sobreesfuerzo. Es un modo muy curioso, autoindulgente, de granjearse el apoyo de tus lectores. Esa interpelación implícita es demagogia.

4. La descripción que es una acusación. “Entre los males de nuestro sistema está la proliferación de unos presuntos expertos que, usando un discurso vacío, están empeñados en intervenir en la formación de los docentes”, añade Moreno Castillo. Se refiere, claro, a los pedagogos. ¿Qué quiere decir? ¿Que la pedagogía puede ser una disciplina inútil por sus verbalismos?

En el caso de que sea así, lo que le sucede a la pedagogía no sería algo distinto a lo que le ocurre a otras ciencias sociales. Decía Henri Poincaré que “la sociología es una teoría que puede ofrecer el mayor número de métodos y el menor número de resultados». Y la antropología, y la economía. Y la historia, si mucho me apuran. ¿Vamos a echar la culpa de los malos conocimientos históricos a una historiografía densa?

5. Las pruebas que no pueden seguirse. Dice Moreno Castillo que los responsables de la pedagogía escolar, de ese mal, son algunos profesores de instituto. En concreto, algunos que habrían “desertado de la tiza y aprendido la jerga pedagógica. No tienen que soportar las consecuencias de sus propias teorías, pero se dedican a dar cursillos a quienes seguimos dando clase. Otros son profesores de Universidad, que jamás han trabajado con alumnos de instituto, pero que hablan del tema con el atrevimiento propio de los ignorantes. Veamos algunos ejemplos”.

Pone ejemplos de afirmaciones tontas, pero no identifica a sus autores y el número que representan. Por tanto, impide su verificación: has de creer que lo que te dice es cierto. Un científico aporta las pruebas y deja indicaciones suficientes (las notas, por ejemplo) para que el lector pueda seguir la investigación. De lo contrario, el único crédito de lo que dice es su palabra, la fe que su palabra te inspira: algo inaceptable en una discusión racional con datos y argumentos.

¿Sigo? Podemos convenir en que la formación merece un cuidado especial, una atención legal y pedagógica adecuada, unos profesores preparados y motivados, unos alumnos respetuosos que han sido educados por sus padres. Lo que la instrucción pública no merece es el sombrío diagnóstico del apocalíptico de turno. Hace daño y convierte la materia en munición peligrosa.

¿Educación? No, gracias

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wittgenstein2. ¿La pedagogía es un mal? Creo que plantear así las cosas es una muestra de pensamiento gallináceo. Passe moi le mot. Una reflexión sobre la docencia, sobre el aprendizaje, sobre las condiciones en que se produce el acto educativo no es algo baladí. Es una pregunta sobre el sentido, sobre el lenguaje que empleamos, sobre las determinaciones que ignoramos. Es una pesquisa sobre las circunstancias del pensamiento, de la instrucción y del análisis. La pedagogía no es puro humo, como sostiene Àngel Duarte.

Una mala experiencia con la pedagogía es igual de dañina que una mala experiencia con la sociología. O con los mixtos o con los venenos. Los pedagogos examinan y tratan con un material explosivo o tóxico… La pedagogía es examen circuntancial y es estudio de procedimientos: una indagación acerca de los marcos del pensamiento. Es análisis de metas y de objetivos. ¿Un absurdo estratégico? Digan esto mismo sobre la guerra y sus rectores.

Recuerdo haber leído numerosos libros de pedagogía cuando preparaba mi oposición a profesor. No me hicieron ningún daño: me hicieron más cauteloso con mi ignorancia procedimental. Como recuerdo también los volúmenes leídos sobre archivonomía cuando me disponía a presentarme a las oposiciones del ramo. Tampoco me hicieron daño: me hicieron más precavido ante mi inocencia textual.

La pedagogía y la arhivonomía ordenan, clasifican, catalogan las acciones humanas. Claro que en un archivo podríamos avanzar sin ayuda alguna, sin índice, sirviendonos del olfato y de la pura intuición. Sin catálogos, sin inventario alguno. Igual que en una clase podríamos adentrarnos sin técnicas, sin procedimientos, valiéndonos sólo de la palabra libre en el espacio libre. Pero el aula

Analizar las condiciones de producción del documento, de su archivo; analizar las condiciones de recepción del discente, del alumnado…, no son tareas inanes de pseudociencias abstrusas. Son pura disciplina intelectual, lo que no impide valorar la excelencia. Lamentablemente, Ricardo Moreno Castillo  ha puesto de moda despotricar contra la pedagogía para así oponerla a la excelencia. Es sencillísimo: las causas del mal estado educativo están muy claras y sabes los nombres de los responsables. Qué comodos nos sentimos todos los ex progres, dirá el feroz Moreno Castillo.

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ricardomoreno3. Links de o sobre Ricardo Moreno Castillo citados (y otros…).

JS, «¿La mala educación?», Los archivos de JS, 19/7/ 2006

JS, «Violencia pedagógica», Levante-EMV, 26 de septiembre de 2006

JS, «Los profesores están en las nubes», Los archivos de JS, 27/11/

RMC, «Entrevista televisiva», 16/3/2007

RMC, «Algunos males del sistema educativo», El País, 4/12/2008

JM, «Una ocasión perdida», El País, 6/12/2008

RMC, «Respuesta a Julián Moreiro», El País, 9/12/2008

MAGC, «Aprender a enseñar», El País, 14/12/2008

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investigador4. Scriptorium. Perdonen la autocita de 2001. «…Pero para que ese acto milagroso se consume, para que en un libro inerte haya vida y de él se extraiga lo universal que encierra la vivencia particular, hacen falta profesores sabios y dotados, profesores que ejerzan la inteligencia y la tolerancia y que empleen la historia y la literatura y la filosofía, no porque lo dicte el currículum ministerial, no porque lo exijan los contenidos impuestos por las comunidades autónomas, sino porque esas disciplinas son sus nutrientes, porque les alimentan el espíritu, porque les forman integralmente y con su ejemplo de excelencia persuaden. Hacen falta adolescentes dispuestos a tomarse como individuos, dispuestos a hacerse hombres por sí mismos, como insistía Fromm. Hacen falta padres orgullosos de ser tal cosa, que les exijan a sus hijos con fuerza y con tolerancia, con energía y con ironía, que den ejemplo y que cuiden a la prole, que la atiendan sin apresuramientos y que lean y que les lean. Pero –insisto– hacen falta también profesores de humanidades que ejerzan como educadores, que no se abandonen a un fatalismo avinagrado, que se descubran igualmente creadores de sí mismos más allá de las obligaciones escolares y de las prescripciones ministeriales, que inspiren con el caudal de ejemplos que aportan, que tutelen porque se saben, ellos y nosotros, arrojados al mundo».

http://www.uv.es/jserna/Historiador.htm

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intelectuales5. Fernando Savater, Antonio Muñoz Molina y Eduardo Mendoza, entre otros. ¿Por qué avalan a Ricardo Moreno Castillo gente fina e intelectual? Fernando Savater, Antonio Muñoz Molina y Eduardo Mendoza son, entre otros, los escritores que han hecho público su apoyo a las tesis de Moreno Castillo.

Si intelectuales tan distinguidos y sensatos se expresan así, ¿no deberíamos convenir con el autor del Panfleto antipedagógico? ¿No deberíamos rendirnos a la evidencia de su superior sabiduría?

«No hace falta compartir uno por uno todos su argumentos para sentirse intelectualmente estimulado por ellos», decía Savater del último libro de Moreno Castillo. Hablando de su primer volumen, el filósofo añadía: «ese texto, sin duda poco complaciente hacia lo establecido pero bien razonado y mejor escrito». Lo «poco complaciente hacia lo establecido» siempre es un acicate para el intelectual… 

Hay momentos en que algunos de tus escritores favoritos aprueban lo que tú también lees y no aprecias. ¿Moreno Castillo, razonando bien cuando habla de pedagogía? Sin duda, es poco complaciente hacia lo establecido por las normas de la argumentación.

Yo pensaba que no es procedimiento correcto valerse de inventarios imprecisos, servirse de generalizaciones abusivas, utilizar apelaciones emotivas, usar descripciones que son acusaciones, aportar pruebas que no pueden seguirse, ilustrar con casos que no podremos comprobar.

Creo que Savater o Muñoz Molina o Mendoza tienen una seria preocupación por la enseñanza preuniversitaria; creo que están muy interesados por el aprendizaje. Pero creo que escriben de oídas o a partir de informes personales: testimonios de amigos, por ejemplo.

Si los informes sobre la Educación en España no son favorables, entonces es normal que uno atienda a quienes denuncian con mayor contundencia. Quizá se hagan oír porque la laceración es mayor. Pero la contundencia no es prueba de acierto. Como tampoco acertaba

Insisto: ¿por qué intelectuales de criterio fino atienden a alguien que dice estas cosas? Sólo puedo pensar que comparten su preocupación por la educación sin haber leído

62 comentarios

  1. Sobre el Plan de Bolonia digo esto (mañana):

    Mientras tanto, los alumnos de la UIB se encierran hoy contra el Plan de Bolonia. He analizado el tema pero las variables resultan difusas y contradictorias, tiznadas por las ideologías o por otros intereses. Me gusta la propuesta de UPyD de crear, primero, un espacio universitario español para, luego, ocuparse del europeo. Lo difícil es pasar de la teoría a la práctica y desligar la universidad del entramado político-estatal de turno y recuperar los viejos conceptos de la excelencia y la educación de primer orden. Yo no sé si los alumnos desean formarse como personas o tan sólo encontrar trabajo. No es lo mismo, pero se comprende su confusión. O la mía.

  2. La educación empeora cuando faltan medios y recursos. En la Comunidad Valenciana tenemos experiencia. El Instituto de mi hija, el Ferrer i Guàrdia, tiene barracones desde hace once años. En muchos artículos he denunciado el maltrato de la educación por el Partido Popular, en esta Comunidad. Mis hijos acuden a la enseñanza pública y han prosperado con el auxilio de unos profesores buenos y con la ayuda que nosotros podamos prestarles. El resultado es excelente, pero no precisamente gracias al Conseller de turno o del ramo…

    Pero la educación también empeora cuando quienes analizan su estado lo hacen de manera apocalíptica. Es el caso de Moreno Castillo. Lamentar el estado de la educación en la ESO o en el Bachiller en términos apocalípticos no ayuda: enreda, confunde y reafirma un estado de desasosiego y de derrota. Hay gente que cree que los textos de Moreno Castillo son una radiografía. Desde mi punto de vista son un brochazo impreciso.

  3. Adornar cualquier tiempo pasado con los mejores atributos es, además de radical, injusto. Los que antiguamente salían de la escuela sabiendo operar (sin calculadora) y manejando bastante bien el idioma (oral y escrito) y teniendo unos mínimos conocimentos de ciencia, no lo hicieron porque el sistema fuera mejor entonces. Sobre todo, teniendo en cuenta que las asignaturas que más primaban en la época eran «los veintisiete (?) puntos de la falange» para los niños y las «labores» para las niñas.

    Lo que aprendieron, se debe a que tuvieron buenos profesores. Pero también a su interés por aprender. Y por el interés de sus mayores en que aprendieran. Buscar culpables de lo que a uno le sucede, es la manera más cobarde de «esquivar el bulto», de no reconocer las propias deficiencias.

    Justo tiene mucha razón cuando dice que la falta de medios es un tremendo problema. Y hay que acabar con ése y con todos los demás que nos acechan en la cuestión educativa. Porque los ciudadanos tienen derecho a disfrutar de las mejores condiciones para aprender. Y los maestros para enseñar. Pero incluso de esos barracones, pueden salir niños perfectamente formados porque, a pesar de todos los escollos, han sabido luchar por obtener lo que era su derecho.

    Me gustaría creer que, los que ahora se manifiestan airadamente, tengan por costumbre asistir a sus clases y estudiar en tiempos tranquilos. Porque las cafeterías de las facultades, demasiado a menudo están abarrotadas…

  4. Estoy completamente de acuerdo con el párrafo que Don Justo nos transcribe aquí, de su artículo «El historiador como educaddor», y con la intervención de Doña Marisa.
    Desde luego hacen falta «profesores sabios», de esos que aman la enseñanza y por ende son capaces de sacar lo mejor de sus alumnos, esos profesores que disfrutaban explicando filosofía, historia, literatura (o Derecho romano, por qué no), haciendo que tomaras un interés por la disciplina hasta entonces para ti deconocido; también hacen falta «padres orgullosos de ser tal cosa», que ejerzan como lo que son (padres)y que por supuesto, no hagan sentir a sus hijos como una molestia (que se interesen realmente por ellos).

    Dice Dña. Marisa: «(…) incluso de esos barracones, pueden salir niños perfectamente formados porque, a pesar de todos los escollos, han sabido luchar por obtener lo que era su derecho». Seguro que sí, con «profesores sabios» y «padres orgullosos».
    También, hace 30 o 40 años, todos los jóvenes que podían acceder a estudios superiores (que eran pocos), eran conscientes del privilegio que tenían por ello, de modo que sabían aprovechar al máximo tal circunstancia (ya me lo confirmarán vds.). No existía la educación pública que hoy en día tenemos. Si los jóvenes tomaran conciencia de tal privilegio ( a veces no nos damos cuenta de lo que teenemos hasta que nos falta), y supieran lo que cada matrícula le cuesta al Estado, quizá muchas cosas cambien.

    (Dña. Marisa: también tengo suerte de conocerla a usted :-)

  5. Excelente análisis, don Justo. Permítame además completar algunos datos que D. Ricardo Moreno debería tener en cuenta.

    De dada 100 alumnos que iniciaron la enseñanza primaria en 1951 (D. Ricardo Moreno y yo teníamos entonces 1 año de edad, pero los datos probablemente no eran mejores en el 56), llegaron a ingresar 27 en la enseñanza media; aprobaron la reválida de bachillerato elemental (habitualmente con 14 años): 18; aprobaron la reválida de bachillerato superior (16 años): 10 alumnos. Si tenemos en cuenta que había una bolsa importante de analfabetismo y niños sin escolarizar en absoluto, nos encontramos que a los 16 años el 90% de la población no había alcanzado un nivel escolar que en este momento es obligatorio, gratuito y está extendido al 100% de la población española e inmigrante.

    Seguimos con datos (por cierto están tomados del Libro Blanco con el que Villar Palasí defendió la primera gran reforma «pedagógica» del sistema tradicional): sólo un 5% de esos alumnos que habían empezado primaria aprobaron el curso preuniversitario (equivalente a 2º de Bac. actual); y sólo un 3% siguió estudios universitarios.

    Cuando D. Ricardo y yo iniciamos nuestro trabajo como profesores (en 1974) sólo cursaban enseñanza secundaria el 37% de los y las jóvenes en edad de hacerlo.

    Sin duda ninguna es mucho más fácil y gratificante impartir docencia a un tercio de la población que al 100%. Tal vez D. Ricardo Moreno añore esos tiempos felices en los que, sobre todo, éramos más jóvenes, pero que la calidad de la enseñanza era infinitamente peor. Porque en cualquier aula de secundaria podemos encontrarnos al menos a un 10% de alumnos estupendos. Les puede parecer un porcentaje pequeño, posiblemente sean más. Pero aún así sería ya mucho mayor que el de mis tiempos de estudiante de bachillerato (y los de D. Ricardo). Porque entonces no llegábamos más que ese 10% de los que habíamos iniciado la enseñanza primaria al final de la enseñanza secundaria. Y puedo asegurarles que no todos éramos buenos alumnos. Algunos eramos bastante malos en muchas asignaturas (a mi también se me atragantaban las matemáticas)y los había también muy malos.

    Trato de seguir aprendiendo mi oficio de profesor, porque todos los oficios se aprenden. Se aprenden en la práctica, pero las buenas teorías son las que nos permiten avanzar más y mejor en la práctica.

  6. Efectivamente, hoy llega más gente a la universidad que en los años cincuenta. Efectivamente, hacen falta más medios. Siempre. Por el camino, se ha perdido la sintaxis. Pero eso no es lo grave. Lo grave es que el chamanismo pedagógico ha liquidado la relevancia de los contenidos.
    Esta afirmación no es de Moreno Castillo.
    Véase, por ejemplo, el enlace que puse en:
    http://adu1.wordpress.com/2008/08/02/la-pedagogia-como-fraude/

  7. Sr. Duarte, ¿qué me dice de la forma de argumentar de Moreno Castillo? ¿Le parece normal que las pruebas de un hecho deban basarse en el crédito personal de quien razona? Por otra parte, ¿la pedagogía es sólo humo? ¿También la historiografía, la sociología, la antropología? Estupideces hay aquí y allá, pero eso no nos hace estúpidos a todos.

  8. Primero, Moreno Castillo razona de manera impresentable.
    Segundo, la pedagogía fue un campo de conocimiento que contribuyó poderosamente al progreso de la humanidad. Fue. Dejó de serlo el día que, confundiéndose en un todo con lo ‘psico’,entro en el terreno del esoterismo igualitarista. Lo importante, a diferencia de lo que predicaba la enseñanza republicana (en sentido lato, no específicamente español), no está en la igualdad de oportunidades, sino en la de los resultados. No importa lo que el estudiante haga o haya dejado de hacer. No importa el esfuerzo. Se le DA el aprobado, porque éste se ha convertido en un derecho. Usted lo sabe del mismo modo que yo lo sé.
    Tercero, a modo de ejemplo: usted sabe, perfectamente, que en las facultades de ciencias de la educación las asignaturas de contenido desaparecieron de los planes de estudio. Los maestros, gracias a la hegemonía -en términos gramscianos- de los psicopedagogos, estudían cómo enseñar, sin saber qué tienen que enseñar. Ítem más: hacen ostentación de ello.
    Cuarto, si fuese partidario de las explicaciones paranoicas pasaría a sostener que hubo un día en que se tramó una conspiración para acabar con el poco, mucho, escaso, notable… prestigio de la escuela pública. El núcleo duro de la conspiración no serían los sabios de Sión, claro está. Estaría compuesto por… psicopedagogos.
    Quinto, como no lo soy, atribuyo el proceso a una bienintencionada, pero desenfocadísima, pulsión redentorista (sin olvidar lo que de gremial ha tenido: los niveles de poder e influencia que han adquirido son asombrosos). Combinada, eso sí, con una dejación de responsabilidades por parte de los profesionales de la enseñanza que creemos que lo que enseñamos también es importante.
    Abrazo fraternal en el magisterio, la docencia y la investigación

  9. Por cierto, me olvidaba. Ni la historia, ni la antropología, ni la sociología, con todos sus defectos, no han hecho ni la mitar de daño que la psicopedagogía a la educación nacional… e internacional.

  10. Tengo 58 años, soy profesor de secundaria desde 1974 y profesor asociado de universidad desde hace unos pocos años (6 o 7).

    Me he ocupado en alguna ocasión en asuntos relacionados con la enseñanza (y el aprendizaje) de la historia y su evolución histórica. He tratado de rastrear en el tiempo las críticas a las reformas educativas. Me he encontrado con algunas en casi todas las épocas: LOE, LOGSE (por cierto las críticas a la LOGSE suelen ser tan incoherentes como que esa ley nunca ha llegado a desarrollrse porque fue sustituida antes de su aplicación completa por la LOE; las críticas a la LOGSE realmente se refieren a los resultados de la LGE de 1970, pero eso sería otra historia larga de explicar).

    En todo caso he encontrado críticas a la LGE de 1970 (las he vivido: la «egebeización» de la enseñanza que degradaba el viejo y buen bachillerato… ¿el de Pedro Rodríguez? les recomiendo que lean su justificación: se la puedo proporcionar)

    La crítica más antigua a las «novedades» en educación («mejor lo que había que esto») en lo que yo conozco, está en los Diálogos de Platón y el mito de Teuth (en Fedro, discúlpenme si no busco ahora la referencia exacta) en el que se cuestiona el uso de la escritura porque como «fármaco de la memoria» arruina la vieja enseñanza de siempre basada en la memorización… Hermoso análisis de este mito el qe en su día ha realizado Emilio Lledó y que les recomiendo vivamente.

    Podemos llegar al absurdo de considerar que la mejor educación es la que pudo existir en las sociedades del paleolítico. En la negación de la educación formal y de la escuela.

    En mi experiencia, muy limitada y que desde luego no es fuente de autoridad, desde que tengo memoria siempre he oído-escuchado que «ahora los alumnos no saben nada», y no así los de «antes». Y que la culpa de lo mal preparados que llegan los alumnos a un determinado nivel educativo es siempre de los profesores de la etapa anterior. (La culpa de lo poco que saben los alumnos universitarios es de la enseñanza secundaria; la culpa de lo mal 1que llegan a la secundaria es de la educación primaria… de la educación infantil… Les aseguro (no es broma) que una vez he oído a una profesora de preescolar diciendo que «ahora» los alumnos llegan sin saber controlarse para hacer sus necesidades fisiológicas… y «no como antes»…

    Y yo, que entre otras tareas también imparto cursos a postgraduados, me encuentro preguntándome a veces ¿pero qué les enseñan a estos alumnos en la Facultad?

    La realidad es otra. Nunca ha habido en este país tantos jóvenes que se pueden expresar razonablemente en otros idiomas; nunca se ha leído tanto; nunca se han hecho investigaciones como las que se hacen ahora (tesis y proyectos de tesis magníficas estoy leyendo estos días; frente a las muy mediocres de algunos consagrados historiadores que, con otros medios y circunstancias, han presentado en el pasado.

    En verdad que los alumnos ahora no saben muchas cosas que nosotros aprendíamos (habitualmente de memoria: yo he recitado todos los partidos judiciales de España, y en verso, todavía me sé algunos). Pero saben otras cosas, cosas diferentes: Suelen ser bastante hábiles con la utilización de las TIC… y mil cosas más

    Discúlpenme que me haya extendido tanto, pero este asunto suele alterarme. Y podría seguir, o como suele acabar D. Justo Serna, continuará.

  11. A mi el tema también me altera. O sea que, con el permiso de todos ustedes, me retiro hasta mañana. Pero… ¡volveré! Lo prometo. No para defender la enseñanza del paleolítico. Descuide, don Ramón. En realidad, para criticar la erosión que la enseñanza, entendida en su sentido moderno, ha sufrido. Tengo 52 años y, como usted, memoria. Aunque, por lo que parece, distinta.
    Abrazos y buenas noches (que tampoco vamos a arreglar España a estas horas)

  12. Don Ángel Duarte: preveo que puede ser provechoso, al menos para mi, contrastar sus datos con los míos sobre el deterioro real o imaginario de la educación en España. Le agradezco su interés

  13. Antes de entrar en el tema, felicito -con un notable retraso, lo sé- al amigo Alejandro Lillo por su relato. Te animo Alejandro a seguir con este género que a mi, particularmente, me apasiona.

    A ver cómo lo digo todo sin pasarme. El otro día me habló Justo de este artículo de Moreno Castillo y de sus discrepancias con él. Ahora que ya lo he leído, comparto su rechazo. No descubro nada si digo que en esto de la educación pasa como con la selección española de fútbol. Dicen que cada español lleva dentro un seleccionador y yo digo que cada español que forma parte del sistema educativo, lleva dentro un legislador y un pedagogo. Cada uno tiene sus propuestas y su idea sobre cómo mejorar el sistema educativo. En el caso de Moreno Castillo, me sorprende que se dedique a criticar sin aportar nada nuevo (me sorprende porque «El País» le paga por ello; para eso te vas un día a un claustro de profesores de secundaria y lo tienes gratis). Decir que el sistema educativo español no da buenos resultados, para mí, es no decir nada. Precisamente este año estoy cursando el CAP («Curso de Actitud Pedagógica», obligatorio para ejercer la docencia en secundaria) y me he tenido que hacer a la fuerza un «experto» en la LOE. Confieso que no había leído el texto de ninguna ley sobre educación hasta este curso y, la verdad, no sé si lo volveré a hacer…

    Dos cosas más sobre Moreno Castillo. Ese estilo que le crítica Justo, basado en apoyar sus teorías con «pruebas» no probadas de ninguna forma, me resulta totalmente desconcertante. Eso de: «como dice un profesor de La Coruña…»; «como dice uno de Valencia…». Es un sistema que me genera cierta curiosidad. No sé si el autor cree que es tan conocido como para que sus lectores estemos obligados a conocer a sus críticos de anteriores contiendas, o es un recurso retórico consistente en ampliar su supuesto eco a una escala nacional, a través de un reparto geográfico de sus ofendidos interlocutores. No lo entiendo.

    También digo una cosa al hilo del comentario de Justo: «¿Le parece normal que las pruebas de un hecho deban basarse en el crédito personal de quien razona?». Yo no sé si al autor le parece normal, pero a mi no. Ahora bien, también digo que últimamente he dejado de leer «El País» (sobre todo a raíz de algunas cosas que leí sobre Obama) porque está extendiendo la práctica de publicar artículos por criterio del firmante y no del contenido (ya sé que la firma vende mucho, pero otra cosa es abusar). No sé si Moreno Castillo es una voz autorizada en materia de educación -por lo que se ve ha publicado varias cosas- pero si sé que he visto artículos sobre política firmados por escritores latinoamericanos cuyo conocimiento del tema era -quizá estoy equivocado- más bien escaso.

    El tono de Moreno Castillo viene perfecto -como dice Justo- para que simpatizen con él los padres irascibles y, sobre todo, esos esforzados profesores de secundaria que se identifican con él. Curiosamente, el otro día hablaba con un profesor de nuestra facultad sobre el CAP y le comentaba que era algo muy mal planteado. El hombre me decía -curiosa coincidencia- que son los pedagogos quienes «se han cargado el sistema educativo». Como digo, es un tema en el que cada uno tiene su propia visión del problema y su explciación según su posición y experiencia propia dentro del mundo académico. Dentro de poco empiezo mis prácticas en un instituto de Valencia en el que trabajan 150 profesores. Ya se pueden imaginar la variedad de opiniones sobre el tema si se me ocurre hacer una encuesta.

    Y una última cosa. Hablando de educación y de Bolonia, esta tarde he ojeado por primera vez el esbozo de plan de estudios que ha elaborado la Facultad de Geografía e Historia de cara a la implantación del sistema de Grados (las carreras de cuatro años, para entendernos). Había escuchado varias opiniones sobre el tema de profesores que han participado muy directamente en la confección del programa (que si van a quitar no sé que asignatura, que si van a quitar la «Histtòria del País Valencià»…), pero no había visto todavía la que parece propuesta final. A quien pueda (está en un apartado de la web de la Universidad restringido a usuarios con cuenta y contraseña) y le interese (quizá tenemos algún lector que piense estudiar historia próximamente), le recomiendo que eche un vistazo al plan (viene todo detallado). Me reservo de momento mi opinión sobre la selección que se ha hecho y el criterio usado. Supongo que habrá tiempo para hablar más adelante porque es muy interesante ver como se recorta un año a una titulación y ver porqué se prescinde de unas asignaturas y no de otras. En la web de la UV está la propuesta (de todas las carreras, no solo de historia) con toda la información sobre el reajuste de Bolonia.

  14. Suscribo el post de Justo Serna y la aportación de don Ramón, a quien invito a explayarse más en sus argumentaciones que me consta que son muy solventes, por los muchos años de investigación teórica y práctica sobre el oficio de enseñar Geografía e Historia. Y por contribuir con algo sustancioso les sugiero que lean esta entrevista reciente a una de las personas que más saben de la enseñanza secundaria española, Julio Carabaña

    Haz clic para acceder a 297.pdf

  15. Le agradezco sus elogios, don Juan de Castrillón, aunque mi no estoy yo nada seguro de mi «solvencia». Me ha venido a la memoria un artículo que sobre este he publicado hace casi 10 años (en una revista de la UV)que he vuelto a releer ahora y con el que, sorprendentemente sigo estando de acuerdo. Pero son 15 o 16 páginas y me parece excesivo reproducir aquí. Únicamente, y para inalizar hoy, les reproduzco una cita de un libro de literatura infantil (o juvenil) de 1939:

    Se trata de una parodia del tipo de aprendizaje memorístico y tradicional que algunos hemos sufrido. El libro, Las aventuras de Celia, personaje creado por Elena Fortún (1939) tiene por protagonista a una niña de siete años, de la alta burguesía madrileña que, en uno de los episodios, pide a su madre que «le tome» la lección:

    «—Vamos a ver que sabes. ¿Es esta la lección? Empieza
    »Yo crucé las manos por la espalda y comencé a balancearme, porque si no hago como en el colegio no puedo dar la lección.

    »—“Sila, señor y tirando de Roma…”

    »Mamá se espantó, no sé por qué.
    »— ¡Jesús! ¿Pero que disparates estás diciendo!

    »Y yo me puse muy encarnada y me entraron ganas de llorar…

    »—Si casi no la sé… Si no…

    »—Pero, hija, si es que no sabes lo que dices. Vamos, ven acá… No llores. Siéntate a mi lado. ¿Qué quieres decir con eso de “tirando de Roma”? ¿Qué es eso de “tirando”? Lo que dice es: “Sila, señor y tirano de Roma…” ¿Tú sabes lo que es un tirano?

    »—No, no; yo no sé lo que puede ser un tirano ni a nadie se lo he oído decir nunca.

    »—Hija, el otro día me dijiste que tampoco sabías lo que era “muchedumbre”, ni “límite”, ni “fluvial”, y así, sin saber las palabras, no es posible que aprendas la lección.

    »—¡Anda! ¿Si es por eso!… La lección nunca se sabe lo que dice… Ninguna la entiende… Ni las profesoras tampoco…

    »—¿Pero de dónde sacas esas tonterías? —dijo mamá.

    »—Pues porque en los libros nada está claro… Todas son palabras que no se dicen nunca.

    »Y Mamá dijo que sí, que los libros de los colegios son retorcidos y confusos. (…)»

  16. Si la causa del mal estado de la educación es la pedagogía, entonces ya tenemos la solución, bien fácil por otra parte: eliminar todo vestigio de pedagogismo, aquello que nos reviste o disfraza, y acudir con lo puesto. ¿Cómo no se nos había ocurrido antes? Que los profesores vean expropiado su saber, ¿se debe a la pedagogía? ¿O se debe, más bien, a la multiplicación de reclamos y de fuentes de información? Los muchachos se valen de soportes varidísimos y, además, los prestigios sociales ya no se destinan a los maestros o a los docentes. El desconcierto masivo que provocan las fuentes innumerables altera la percepción y las jerarquías: hemos de aprender a discriminar significativamente, con criterios. Los rendimientos que premia la sociedad, ¿son aquellos que se enseñan en la escuela? Tal vez haya que educar con saberes eruditos y críticos que permitan examinar mejor el presente.

    Dicho esto, regreso a los viejos buenos tiempos de Moreno Castillo. Hace muchos muchos años, en otra galaxia, Ricardo, mi profesor, me enseñó a puntuar, a poner los acentos. Se lo agradeceré siempre. Estábamos en sexto de bachiller y fue entonces cuando aprendí a poner acentos y comas, como Dios y la gramática mandan. Con años de retraso, pues. Previamente había recibido golpes (como tantos otros coetáneos míos) sin que las violencias hubieran rendido fruto alguno. Yo leía mucho pero no me fijaba en los signos de puntuación… Aquella enseñanza providencial –la de mi profesor– no se la debí ni a los golpes ni al colegio religioso en que cursaba, sino al esmero de aquel docente que había hecho más de lo que debía y que, por cierto, tenía saberes pedagógicos muy adelantados para su tiempo.

  17. Saberes pedagógicos «republicanos», o adelantados como usted prefiere, querido Justo. No no-saberes. Proyecte su razonamiento en el tiempo. La foto no es fija. ¿Saberes eruditos? ¿Jerarquías? Asuma, por favor, que está usted en las antípodas de la psicopedagogía. Del experimentalismo grosero que se ha ejercido sobre las nuevas generaciones. Y no recurra a demagogias: la memoria se puede ejercitar sin golpes, ni violencias, ni adoctrinamientos religiosos. Sólo exige una conjdición previa: que no se la niegue como valor en sí misma. No «el» valor, pero si «un» valor imprescindible.
    El «único» problema no es la psicopedagogía -en tanto que nueva modalidad, nada laica, por cierto, de adoctrinamiento. Pero es un problema, y muy gordo.

    Muy buenos dís.

    pd. Me disculparán, pero hoy tengo un montón de clases: última semana antes de vacaciones. Y, yo, como todos ustedes, me las tomo muy, pero que muy en serio. O sea, que hasta la noche cerrada no podré volver a visitar su archivo. Ha sido un placer.
    Abrazos laicos y republicanos

  18. serna el franquismo y de los golpes. ayyyyyyyyyy. ahora resulta que es una victima de la violencia. JoJoJoJuJuJu. y sus amigos le llaman demagogo y se van con viento fresco. falta poco para que cierre el «blog». ya lo veo!!!!

  19. Ayer se me olvidó recomendar un libro que aún no he podido leer y que trata, precisamente, el tema de la educación, la pedagogía y los problemas que plantea actualmente la escuela.

    El libro se titula «Mal de escuela» (Mondadori, 2008) y su autor es Daniel Pennac.

  20. 1. Gracias, Paco Fuster. Gracias por esa recomendación: dicho libro -precisamente- me lo había prestado Alejandro Lillo. A ver cuándo puedo leerlo. Y gracias por tu comentario de anoche: sensato, razonado, argumentado.

    ———

    2. Ah, Paco (el otro Paco), el blog no se cierra. Por la ojeriza que me tiene lanza bulos como éste con el fin de que se cumplan. Algo así como la profecía falsa que se cumple… Creo que no es la primera vez que lanza estos embustes. Paco: no se cierra porque usted quiera. Lo cerraré cuando me canse.

    ———-
    3. No estoy de acuerdo con Juan Planas y sus análisis sobre la educación, pero comparto un deseo:

    «Casi dan ganas de que –como en Ultimátum a la Tierra- lleguen los extraterrestres y nos pongan a caldo». http://jplanas.blogspot.com/2008/12/la-telaraa-en-el-mundo.html

    Yo he visto (con Kant, con mi señora esposa y con mi avispada hija) el remake de Robert Wise (1951). Sobra buen rollito, pero me enternece la maldad intríseca de los humanos. Amén.

    Dice Planas: «vivimos días en los que la matización, la duda sistemática y la divergencia con la corrección política, son declaradas, de inmediato, reaccionarias». Y vivimos días en que la posición antiprogre nos permite ser reaccionarios sin complejos.

    ———-

    4. Miguel Veyrat sabrá entenderme a propósito de la excelencia. O de la pedagogía. O de la libre discusión intelectual…

    ———-

    5. Buscamos que nos hagan mimitos, pero la pedagogía no es el mimo, sino la reflexión crítica.

  21. Paco, Marisa, gracias por sus felicitaciones. Viniendo de ustedes aún me dan más alegría.

    Pero pasemos al tema de la educación, aunque sea rápidamente. Veo que están interviniendo personas bastante informadas al respecto (saludos a don Ramón y a don Juan de Castrillón). Don Ángel, a usted ya le disfruto siempre que puedo en su propio blog y cuando interviene en el del señor Serna, y siempre es un placer leerle. Por cierto, creo que debería explicarnos con un poco más de detalle, cuando disponga de tiempo para ello, esa afirmación contra la psicopedagogía, pues me tiene usted intrigado.

    Recuerdo haber leído el artículo del señor Moreno Castillo del que habla don Justo, y debo confesarles que me gustó, que me pareció bastante interesante y lo suficientemente escandaloso para poner, yo mismo, el grito en el cielo. Lo leí y no le di más vueltas, simplemente me sirvió la constatar lo que yo mismo sospechaba: que la educación está muy mal etc., etc.

    Ahora, leído el post del señor Serna, no puedo sino darme cuenta de la razón que lleva en sus críticas al señor Moreno Castillo y lo manipulador y demagógico que en realidad es dicho artículo, y, lo peor de todo: el mal que todo ello hace al sistema educativo. Bien, más vale tarde que nunca. Al menos me he dado cuenta.

    Y como espero la intervención de otros contertulios habituales, muy versados también en el tema, me limitaré a decir que para mí la educación tiene un problema con los padres, o mejor, que los padres tienen un problema con la educación.
    Creo que el señor Serna hablaba de “padres orgullosos de serlo”. Ahí reside una de las claves de todo esto. Evidentemente, ese problema de los padres con la educación viene motivado por el tipo de sociedad en la que vivimos. Si se tercia, más adelante desarrollaré mi argumento, que otros asuntos me reclaman, pero sigo escuchándoles con mucha atención…

  22. Don Justo, le había respondido en mi blog, pero se lo repito aquí…

    Yo también discrepo, a menudo, de Juan Planas;-)

    PD.- Pero de qué análisis me habla… si no lo hago ni lo intento. Válgame, Dios.

  23. En realidad, todas mis utopias sobre la educación se quedarón en mi fe juvenil en la educación incidental…

    Pero me temo que han cambiado mucho los tiempos desde aquél lejano entonces:-)

  24. Item más. El polo contrario u opuesto del trivial progresismo al uso no puede ser, en ningún caso, el también trivial reaccionarismo sino la cada vez más escasa y visible inteligencia (o independencia crítica, si lo prefiere) Saludos.

  25. Mire don Justo en eso estoy de acuerdo con usted. Basta de mimitos. Que los pedagogos nos traten, de nuevo y tanto a profesores como a estudiantes, en tanto que adultos. Que dejen estar, de una puñetera vez, ese empalagoso asistencialismo universal de matices orwellianos. Y, de paso, que dejen de marear la perdiz con los créditos y vuelvan a la sensatez de las asignaturas. Que el cinefórum vuelva a ser un cinefórum, y no tres créditos. Que quien quiera hacer ‘castells’ que los haga por la patilla y no para ahorrarse materias académicas ¿No le parece?
    Por cierto, la clase anterior, de miedo. Y la que viene, de 19,30 a 21 horas, ni le cuento.
    Saludos

  26. Queridos contertulios: el tema que están tratando pide a gritos participación. Pero me van a permitir que me abstenga durante unos días, pues un buen (o el mejor) amigo, ha sufrido hoy un infarto y, aunque está fuera de peligro, me ha dejado muy «tocada». Advertencia a los que fuman, beben y sufren de estrés: ¡cuidado! Tienen todas las papeletas para el infarto. Yo misma, voy a tener que imponerme un cambio en mi estilo de vida.

  27. Doña Marisa, cuanto lo siento. Espero de todo corazón que su amigo se reponga lo antes posible. Un fuerte abrazo.

  28. En relación con la excelente aportación «¿Educación? No, gracias», felicito a Justo Serna por haber desmenuzado con tanta lucidez el discurso demagógico -sonrojante para muchos docentes- del artículo de Moreno Castillo… Y sin embargo, el éxito dese tipo de soflamas está asegurado. Es que en eso consiste la demagogia, claro.
    En ese sentido, es importante recordar que muchos profesores de Secundaria no comparten dicho discurso, sino que mantienen otras reflexiones y consideraciones, manteniéndose, afortunadamente, alejados de la descalificación y el griterío. Os recomiendo la lectura de una interesante aportación de este «otro» estilo, llamada «Hartazgo (un acto reflejo ante tanto despropósito)», en: http://www.redires.net/?q=node/130 Ahí, en la portada de esa página de la Red IRES, http://www.redires.net/ ,podéis encontrar también el Manifiesto «No es verdad», con el que los profesores y profesoras de esta Red hemos querido salir al paso de la cantidad de tópicos y despropósitos que suelen circular en los medios en relación con la situación -deficiente, por supuesto, pero que ha de ser analizada con mayor rigor- de la educación. También en el Manifiesto hemos querido manejar argumentos -o, mejor, contraargumentos-, en vez de descalificaciones. El efecto del Manifiesto -que se puede firmar on line en:
    http://www.firmasonline.com/1firmas/camp1.asp?C=1821 -ha sido sorprendente, pues muchos colegas se han sentido representados por una posición que, sobre todo, en los Institutos, parece estar en minoría (frente al fácil posicionamiento «a lo Ricardo Moreno», y, sobre todo, desde muchos sectores sociales se está recibiendo un apoyo del tipo «ya era hora». Bueno, nuestro primer objetivo al respecto era promover un debate más serio y riguroso sobre el estado de la educación, como también ocurre en esta página… Y ahí estamos.
    Cordiales saludos

    Paco García (profesor de Geografía e Historia durante 20 años en un IES y desde hace unos años profesor de Didáctica de las Ciencias Sociales en la Universidad de Sevilla)

  29. Dña Marisa solo voy a entrar hoy para desearle a su amigo que se mejore y que tenga una total recuperación y a usted misma que no sufra, que hoy en día los infartos tiene mejor pronóstico que hace unos años,si se superan las primeras horas.
    En otro momento les quisiera exponer lo que pienso de este asunto que les desazona tanto (contemplado desde el punto de vista de un profano)

  30. Muchas gracias, Paco García.

    Marisa, creo que ya sé quién es la persona que ha sufrido el infarto, un amigo común. Creo saberlo. Espero que se recupere. Le doy un abrazo.

    Abrazos para ti, J.

  31. En primer lugar, ánimos a su amigo, doña Marisa. De estas cosas, hoy en día se sale. Hace 13 años, con 38, tuve mi primer infarto. Vino un segundo. Hace dos un stent de última generación. El ángor es recurrente pero se aprende a convivir con él. Eso sí, hay que dejar de fumar, ¡ya! Espero que su amigo pueda dar la misma guerra que doy yo estos dos últimos días. Efectivamente, las biografías explican muchas cosas. Pero, con un poco de suerte, se pueden rehacer. Ánimos.

    Segundo: transcripción
    «Hasta ahora se valoraba a un estudiante sobre la base de lo que demostraba saber, durante la prueba del examen, acerca de la disciplina en cuestión y sobre la base de la inteligencia y la capacidad crítica con la que demostraba saber interpretar y reelaborar las nociones de las que se tratara. Era asunto suyo haber empleado uno o tres meses para entender un teorema o un acto de Hamlet. Ahora parece perfilarse la tendencia a cuantificar (en créditos) cualquier actividad de un estudiante, escolar y extraescolar; parece que no debiera quedar nada que fuera gratuito. Como es obvio, en la formación de un estudiante concurren, al igual o más que las cosas expresamente estudiadas para el examen, muchas experiencias vividas: los libros leídos desde la adolescencia, el ambiente que se respiraba en casa, los amigos y amigas con los que uno ha ido creciendo, los juegos, la escuela, los enamoramientos, las discusiones políticas o religiosas, la música que se ha escuchado, los bosques. los mares, las fiestas, las peleas, las innumerables vicisitudes de cada día. Pero esas experiencias fundantes no pueden ser inmediata y formalmente medidas con el fin de formar parte de un currículum»
    (C. Magris, hace ya diez años).

    Tercero: a la atención de Paco García. Hace eso, más de una década, y más de dos, que la psicopedagogía ostenta posiciones decisorias -de PODER- en la formalización de los curricula y en otros terrenos educativos. Incluyendo en de las descalificaciones a quienes veíamos con pasmo su compulsiva tendencia a renovar mediante una operación de vacíe sistemático de saberes. No sean modestos y no se pongan ahora a la defensiva. No hay porqué. El éxito que han conseguido es clamoroso. Felicidades.

  32. Marisa querida, vaya racha que llevamos con los amigos. Que se recupere my pronto. Todos conocemos casos de uno u otro signo, pero quizás le anime saber que como una rosa está la abuela paterna de mis hijos con un triple bypass desde hace siete años, tras tres infartos seguiditos y 87 años y tengo otros dos amigos, muchísimo más jóvenes y haciendo una vida estupenda tras accidentes coronarios: Luis de Pablo, el músico, lleva 24 años magnificamente; José Luis Temes, el director de orquesta, lo mismo desde hace quince que tuvo un infarto bestial.

    Hoy se me ha ido alguien que más que amigo era una especie de segundo padre, un ser maravilloso y el mayor erudito que yo haya conocido; doctor en filosofía, compositor, ensayista, traductor, catedrático y la persona más buena del mundo. Ha muerto después de treina años de su primer infarto y ha sido de muerte natural, muy dulcemente y tiene usted razón. Hay que dejar de fumar, de beber, de… sí, pero ¿Sabe? ninguno de los cuatro que le cabo de contar, fumaban ni bebían.

    Un abrazo muy fuerte y ánimo.

  33. «…5. Fernando Savater, Antonio Muñoz Molina y Eduardo Mendoza, entre otros. ¿Por qué avalan a Ricardo Moreno Castillo gente fina e intelectual? Fernando Savater, Antonio Muñoz Molina y Eduardo Mendoza son, entre otros, los escritores que han hecho público su apoyo a las tesis de Moreno Castillo. Si intelectuales tan distinguidos y sensatos se expresan así, ¿no deberíamos convenir con el autor del Panfleto antipedagógico? ¿No deberíamos rendirnos a la evidencia de su superior sabiduría?

    “No hace falta compartir uno por uno todos su argumentos para sentirse intelectualmente estimulado por ellos”, decía Savater del último libro de Moreno Castillo. Hablando de su primer volumen, el filósofo añadía: “ese texto, sin duda poco complaciente hacia lo establecido pero bien razonado y mejor escrito”. Lo “poco complaciente hacia lo establecido” siempre es un acicate para el intelectual… Hay momentos en que algunos de tus escritores favoritos aprueban lo que tú también lees y no aprecias. ¿Moreno Castillo, razonando bien cuando habla de pedagogía? Sin duda, es poco complaciente hacia lo establecido por las normas de la argumentación. Yo pensaba que no es procedimiento correcto valerse de inventarios imprecisos, servirse de generalizaciones abusivas, utilizar apelaciones emotivas, usar descripciones que son acusaciones, aportar pruebas que no pueden seguirse, ilustrar con casos que no podremos comprobar.

    Creo que Savater o Muñoz Molina o Mendoza tienen una seria preocupación por la enseñanza preuniversitaria; creo que están muy interesados por el aprendizaje. Pero creo que escriben de oídas o a partir de informes personales: testimonios de amigos, por ejemplo. Si los informes sobre la Educación en España no son favorables, entonces es normal que uno atienda a quienes denuncian con mayor contundencia. Quizá se hagan oír porque la laceración es mayor. Pero la contundencia no es prueba de acierto. Como tampoco acertaba Jean-Paul Sartre cuando, aupado a un bidón, tomaba un megáfono lanzando soflamas incendiarias. Lo incendiario, que es “poco complaciente con lo establecido”, no es recomendable. Y, sin duda, la generalización que simplifica las cosas no es la mejor técnica razonadora. En historia, quienes quieren acabar pronto y expeditivamente buscan una explicación monocausal para los hechos del pasado. Quienes, por el contrario, esperan abordar cuidadosamente un problema complejo renuncian al grito y al factor omniexplicativo. Para Moreno, los culpables están claros: son los pedagogos y sus aliados, seguramente hijos del sesenta y ocho. Punto y seguido. Para Moreno Castillo, un buen mamporro a tiempo no es mala instrucción: una pedagogia factual para infantes pendencieros. Vamos, una hostia bien dada y a la edad en que el muchacho aún es pequeño.

    Insisto: ¿por qué intelectuales de criterio fino atienden a alguien que dice estas cosas? Sólo puedo pensar que comparten su preocupación por la educación sin haber leído la letra pequeña de Moreno Castillo: ¿la letra que con sangre entra? ”Llega un momento”, decía Josep Pla en una página ya citada, “en que casi todo el mundo habla. Todo el mundo es interrumpido. Nadie puede terminar de decir lo que le habría gustado decir, ni esperar una respuesta de lo que pretendía decir. Si en la reunión hay un espectador, (…) cuanto más se esfuerza por sacar algo en claro, más oscuro lo ve”. Así estamos, así estoy.

  34. En relación con la excelente aportación “¿Educación? No, gracias”, felicito a Justo Serna por haber desmenuzado con tanta lucidez el discurso demagógico -sonrojante para muchos docentes- del artículo de Moreno Castillo… Y sin embargo, el éxito de ese tipo de soflamas está asegurado. Es que en eso consiste la demagogia, claro.
    En ese sentido, es importante recordar que muchos profesores de Secundaria no comparten dicho discurso, sino que mantienen otras reflexiones y consideraciones, manteniéndose, afortunadamente, alejados de la descalificación y el griterío. Os recomiendo la lectura de una interesante aportación de este “otro” estilo, llamada “Hartazgo (un acto reflejo ante tanto despropósito)”, en: http://www.redires.net/?q=node/130 Ahí, en la portada de esa página de la Red IRES, http://www.redires.net/ , podéis encontrar también el Manifiesto “No es verdad”, con el que los profesores y profesoras de esta Red hemos querido salir al paso de la cantidad de tópicos y despropósitos que suelen circular en los medios en relación con la situación -deficiente, por supuesto, pero que ha de ser analizada con mayor rigor- de la educación. También en el Manifiesto hemos querido manejar argumentos -o, mejor, contraargumentos-, en vez de descalificaciones. El efecto del Manifiesto -que se puede firmar on line en:
    http://www.firmasonline.com/1firmas/camp1.asp?C=1821 -ha sido sorprendente, pues muchos colegas se han sentido representados por una posición que, sobre todo, en los Institutos, parece estar en minoría (frente al fácil posicionamiento “a lo Ricardo Moreno”, y, sobre todo, desde muchos sectores sociales se está recibiendo un apoyo del tipo “ya era hora”. Bueno, nuestro primer objetivo al respecto era promover un debate más serio y riguroso sobre el estado de la educación, como también ocurre en esta página… Y ahí estamos.
    Cordiales saludos
    Paco García (profesor de Geografía e Historia durante 20 años en un IES y desde hace unos años profesor de Didáctica de las Ciencias Sociales en la Universidad de Sevilla)

  35. Visto los niveles a los que está llegando el debate, la pregunta sería, ¿a quién le interesa que se siga denostando a la educación y a los educadores? ¿Con qué objetivo se critica todo eeste sistema educativo? Y lo más significativo, ¿por qué otro sistema se lo quiere sustituir?

  36. Supongo que algún sitio existirá -digo yo- entre el bofetón presuntamente educativo -que casi todos, aunque sea como puntual excepción, no siempre venerable, no siempre repudiable, recordamos- y el volátil espejismo de las siglas vacías de sentido y contenido -se supone que son planes de estudio- actualmente vigentes…

  37. Estudiantes que aprenden cada vez menos pero que saben cada vez más

    Resulta un lugar común oír hablar al profesorado, padres y madres, medios de comunicación, responsables políticos, sindicalistas o patronal… del deterioro de la enseñanza, sosteniendo como algo ya demostrado y con frecuencia explícitamente, que la buena y sólida formación era «la de antes» o, al menos, que los y las estudiantes actuales aprenden cada vez menos. Cuando se investiga en historia de la educación no deja de sorprender que esa unanimidad sea universal en el tiempo y el espacio; podemos recoger declaraciones de este tenor en cualquier país y casi en cualquier época que estudiemos; y la tribulación es mayor en tiempos de mudanza, es decir, cuando está en marcha cualquier tipo de reforma educativa.

    Menudean declaraciones catastrofistas sobre, por ejemplo, la escasa afición a la lectura entre los escolares actuales que resultan contradictorias con el constante incremento en las ventas de la literatura específicamente infantil y juvenil y con los datos disponibles sobre índices de lectura entre adolescentes que superan muy ampliamente a los de la población adulta o a la de estudiantes de generaciones anteriores.

    No suele valorarse adecuadamente el enorme cambio cultural que ha supuesto que en la actualidad esté escolarizada toda la población hasta los 16 años, cuando hace 30 años no alcanzaba el 10%. Cada vez hay más personas escolarizadas y por lo tanto el número de los que aprenden, antes excluidos del sistema, se incrementa aunque tal vez «se noten menos» en las aulas. Cualquier profesor que se lamente del escaso interés de los y las estudiantes pero que admita tener al menos un 10% de buenos alumnos está reconociendo, implícitamente, que la situación ha mejorado muy notablemente en el período comprendido entre la aprobación de la Ley General de Educación y la actualidad puesto que, es evidente, que hace treinta años también existían malos escolares.

    Algunos recordamos bien las duras críticas con las que fue recibida la LGE sobre todo entre el profesorado universitario; críticas por otra parte no demasiado originales, ya que pueden identificarse valoraciones parecidas referidas a la educación en la época de la Restauración (Joaquín Costa, 1916), o las formuladas por Menéndez Pelayo (1882) al Plan Pidal con el que se inició el moderno sistema escolar español; o los ácidos comentarios de Balmes a la ley Moyano… y podríamos seguir remontándonos en el tiempo en busca de esa edad de oro en la que la enseñanza era idílica y comenzó su deterioro. Y ya Platón puso en boca de Sócrates reproches a alumnos que no eran «como los de antes». O nunca ha existido una enseñanza que la generación adulta considerase satisfactoria o debemos concluir que el deterioro empezó…, o tal vez

    «… lo que los padres se resisten a entender es que si sus hijos “no ven las cosas como ellos” es, sencillamente, porque las cosas no son lo mismo para ellos. Un aparato de televisión parece ser, objetivamente, “la misma cosa” para todo el mundo, pero es muy distinto haber nacido en un mundo donde el televisor (o el coche, el avión, los anticonceptivos…) apareció en un momento dado y fue extendiéndose poco a poco, que haber nacido en un mundo donde el televisor estaba ya, “desde siempre” sólidamente implantado en los usos y hábitos cotidianos. (…) Esto cambia sin duda la forma de ser de las “cosas” y cambia también la forma de ser de las personas». [Ibáñez, 1988, 17]

    Nunca, como en la actualidad, hubo tantas personas que dispusiesen de tal cantidad de conocimientos, algunos de ellos insospechados hace pocos años. La avalancha de información que recibe cada año cualquier adolescente de nuestro país supera ampliamente a la que podía acceder durante toda su vida una persona de las antiguas sociedades agrarias tradicionales. Y si analizamos los contenidos de los manuales escolares utilizados en el pasado no resisten la comparación con el rigor científico con los que, a pesar de sus deficiencias, se recogen en la actualidad en la inmensa mayoría de los libros de texto.

    ¿Por qué existe pues una percepción tan generalizada del fracaso de la educación y del bajo nivel de los estudiantes? Sin duda es un fenómeno complejo que, en parte, es tan antiguo como el género humano y en otra parte obedece a factores actuales.
    Probablemente tendríamos que recurrir a la psicología para poder explicar por qué la mayoría de la humanidad ha considerado siempre que «a nuestro parecer, cualquiera tiempo pasado fue mejor» y podemos referirnos a la cultura, la calidad de los alimentos, las diversiones o las costumbres. Idealizar la propia formación recibida también puede tener que ver, a veces, con la desconfianza que inspiran los nuevos conocimientos o las tecnologías novedosas que muchos jóvenes son capaces de incorporar con naturalidad, junto al abandono de destrezas que en algún momento hemos considerado imprescindibles y en cuyo aprendizaje habíamos invertido tiempo y esfuerzo.

    La identificación entre educación y memorización (listados de ríos y afluentes, reyes y batallas, clasificaciones y taxonomías de todo tipo, fórmulas químicas o matemáticas…) era coherente con la creencia en unos conocimientos inmutables, eternamente válidos, acumulativos, en una sociedad en la que la escritura estaba reservada a una minoría y en la que uno de los valores de la educación era la sumisión a la jerarquía social o intelectual (confianza en las fuentes de autoridad). La desvalorización de conocimientos que se vuelven inútiles para una sociedad tan aceleradamente cambiante como la nuestra se siente íntimamente como pérdida de la verdadera cultura. La institución escolar siempre ha tardado en asumir nuevas funciones e incorporar los contenidos más adecuados para convertirse en instrumento eficiente de socialización intelectual en cada época. Las rutinas educativas de la tradición escolástico-jesuítica del Antiguo Régimen pervivieron largo tiempo en la escuela liberal que las adaptó a sus propias finalidades: elitismo, ausencia o marginación de enseñanzas técnico-prácticas, tardía incorporación de contenidos nacionalizadores (la historia de la literatura nacional no se incluyó en España hasta la dictadura de Primo de Rivera), etc.

    En la actualidad se puede percibir la resistencia a prescindir de contenidos introducidos durante la formación y consolidación de los estado-nación liberales como son las exhaustivas síntesis de historia patria.

    La resistencia al cambio y a la innovación es, como hemos dicho, una constante tal como se refleja en el mito de Theuth y Thamus que relata Platón en Fedro, brillantemente analizado por Emilio Lledó (1192, 1998:

    El dios Theuth expone a Thamus, rey de Egipto, las ventajas de la escritura que acaba de inventar:
    «Este conocimiento, ¡oh rey! hará más sabios a los egipcios y más memoriosos, pues se ha inventado como un fármaco de la memoria y de la sabiduría. Pero él le dijo: ¡Oh artificiosísimo Theuth!…, precisamente como padre que eres de las letras, por apego a ellas, les atribuyes poderes contrarios a los que tienen. Porque es olvido lo que producirán en las almas de quienes las aprendan, al descuidar la memoria, ya que, fiándose de lo escrito, llegarán al recuerdo desde fuera, a través de los caracteres ajenos a ellas, no desde dentro, desde ellos mismos y por sí mismos» (Platón, Fedro, 275ª) [Traducido y citado por Lledó, 1998, p.28].

    El horror que le produce a Thamus el fármaco de la memoria es similar al que experimentan hoy quienes reclaman la presencia en la historia que se enseña hoy de antiguos contenidos pacientemente memorizados en su infancia; de ahí que se cuestione la conveniencia de cualquier cambio, como el incluir los contenidos de historia dentro de un área de ciencias sociales, que pretendan limitar los que corresponden al «mundo actual» y se reclame, en cambio, más Julio César y más Felipe II.

    En la actualidad los estudiantes aprenden muchas más cosas que antes pero mucho menos, o cosas diferentes, a las que se pretende que sepan. Muchos procesos de instrucción en los que se invierte una cantidad considerable de tiempo y dinero apenas logran sus objetivos (Pozo, 1996).

    Periódicamente se nos brindan datos sobre la ignorancia que manifiestan los escolares de cualquier país sobre cualquiera de la materias del currículo: matemáticas, ciencias, historia, lengua… Lo más fácil es atribuir la responsabilidad a los agentes que intervienen en el proceso: al profesorado porque no quiere o no sabe enseñar y/o a los estudiantes porque no tienen el menor interés en aprender y no estudian.

    En los últimos tiempos se ha elaborado una sorprendente imagen de lo que es y lo que debe ser la escuela. Por una parte se acumulan numerosos juicios negativos que se pueden resumir en el tópico de que «hoy en la escuela no se aprende nada» (que suele equivaler a que «no se enseña nada»); y por otra parte se reclama que asuma cada vez más tareas y funciones. Desde la introducción de tecnologías emergentes o más idiomas extranjeros hasta que se haga cargo de prevenir o solucionar problemas para los que la sociedad es incapaz de hallar soluciones: la violencia juvenil; los malos hábitos alimentarios y sanitarios; el consumo de tabaco, alcohol y otras drogas; el deterioro del patrimonio y del medio; la educación vial… y un largo etcétera. Estos pronunciamientos suponen habitualmente un idealismo ingenuo y reduccionista que ignora que ya no es en la escuela —si alguna vez lo ha sido— donde las personas aprenden la mayoría de las cosas que hacen y mucho menos donde asimilan las representaciones sociales o donde adoptan los hábitos y actitudes que condicionan en gran medida el aprendizaje:

    «Esta sociedad del aprendizaje continuado, de la explosión informativa y del conocimiento relativo genera unas demandas de aprendizaje que no pueden compararse con las de otras épocas pasadas, tanto en calidad como en cantidad. Sin una nueva mediación instruccional que genere a su vez nuevas formas de enfocar el aprendizaje, las demandas sociales desbordarán con creces las capacidades y los recursos de la mayor parte de los aprendices, produciendo un efecto paradójico de deterioro del aprendizaje. Parece que cada vez aprendemos menos porque cada vez se nos exige conocer más cosas y más complejas». [Pozo, 1996, pp 36-37]

    Lo que hoy se identifica socialmente como cultura se asimila cada vez en mayor medida fuera de las aulas, incluso sin ser conscientes de que se está aprendiendo algo. En el pasado se concebía la cultura como algo inmutable y acumulativo y por ello no era raro que los manuales escolares se reeditasen sin apenas modificaciones durante más de sesenta años. Hoy en día las ideas que tiene los adolescentes sobre otras épocas históricas lo deben en mayor medida al cine, los cómics, la literatura o la TV que a las informaciones de sus libros de texto. Es muy difícil, en estas circunstancias, que el conocimiento escolar riguroso se imponga sobre deformaciones y sobre las representaciones sociales sólidamente asentadas; gran parte del conocimiento se produce de manera implícita o incidental dando lugar a teorías y conocimientos también implícitos que no son fáciles de verbalizar ni de modificar. La escuela no puede competir con los medios de comunicación, por lo que su principal tarea no puede ser la de transmitir informaciones sino diseñar estrategias educativas que ayuden a los y las jóvenes a interpretar, analizar, dudar, relacionar, valorar… sus propias representaciones sociales acríticamente asumidas y que son las que condicionan sus actitudes sociales. Debemos orientar el trabajo escolar en el sentido de propiciar que reelaboren las informaciones fragmentarias e inconexas que reciben sobre determinados acontecimientos para que sean capaces de reformular los datos en una opinión propia conscientemente fundamentada. Es decir, desarrollar la capacidad crítica y no limitarse a repetir una definición o una relación de datos por muy rigurosos que estos sean desde el punto de vista académico. Cuantas más informaciones diversas se incluyan en el currículo, más superficial será su enseñanza y aprendizaje; e inversamente, la profundización en el aprendizaje (elaboración) de conceptos y procesos históricos implica la selección y delimitación de contenidos.

    Disculpen la exetensión de esta itervención. Me he limitado a reproducir un fragmento del artículo
    «Aprendizaje de la cultura y cultura del aprendizaje» publicado en Didáctica de las Ciencias Experimentales y Sociales, nº 13, 1999 (Universidad de Valencia). He eliminado notas y una más amplia argumentación que los interesados pueden localizar y que si alguno de ustedses está interesado puedo hacerles llegar de manera privada

  38. Después de leerles y como he sido muchos más años discente que docente, aunque he entrado alguna vez en el campo de la enseñanza,estoy bastante confuso.Dada mi edad, todos los estudios que he hecho fueron durante la «innombrable».Accedí al bachillerato después de pasar por un examen de «ingreso».¿De ingreso en donde?.En el bachillerato,logicamente.En ese examen se valoró mi capacidad para las cuatro reglas,no tener faltas de ortografía y saber algo de historia.Ahí empezó mi andadura por la vida de la enseñanza, que no de la educación, que esa la recibí en una gran parte en mi casa,procedente de mis padres, que no emplearon nunca la bofetada como correctivo.De ellos aprendí que hay que ceder las aceras a los ancianos, las mujeres y los asientos de los tranvías a los mismos y de añadidura a las embarazadas, no debiendo escupir ni blasfemar en ellos,porque a fumar llegué mucho más tarde.En el colegio (tengo que decir sin ninguna vergüenza por mi parte que fui a un colegio reliogioso), clases de formación política, las mínimas para cumplir el expediente oficial.Pero clases de religión,historia sagrada y catecismo,a saturación y misas y rosarios para toda mi vida.No obstante,también me enseñaron Geografía,Historia, Ciencias Naturales, Matemáticas, Inglés, Francés,Física ,Química, Dibujo y Música,Lengua y Literatura españolas,Filosofía,etc (un etc que no recuerdo,claro).
    Con ese bagaje, pasé dos exámenes de reválida,en cuarto de bachiller, en sexto y el preuniversitario,en el que aprendí a recopilar notas de clase, confrontarlas con bibliografía y resumirlas en un examen.
    La Facultad fue otra historia.Recuerdo la primera clase que tuve en Medicina.El catedrático avanzaba por el amplio psillo, rodeado de sus inmediatos colaboradores, que iban un paso detrás,intentando seguir la perorata del profesor.Entró en la clase y entramos todos y sin ninguna presentación,empezó a hablarnos de una especie animal extinta, cuyo cráneo debió ser muy importante.No me enteré de nada, mis apuntes eran frases deshilvanadas sin ningún sentido y bien que lo sentí, pues esa clase sirvió como pregunta para un examen.Más adelante fui comprendiendo que solo con los apuntes y sin un texto en la mayor parte de las asignaturas, no podía contestar correctamente los examenes y que tenía que buscar material para adquirir conocimientos que sirvieran para aprobar las asignaturas y ,sobre todo, para poder aplicarlos a mi práctica profesional más adelante.Nadie me orientó en aquella tarea.Solo los intercambios con otros alumnos sirvieron para rellenar ese vacío, que no llenaba el profesorado.
    Ahí comprendí la importancia de un buen profesor, que no solo explica y perora, sino que enseña.No quiero decir cuantos hubo así a lo largo de siete años.
    Más tarde, cuando tuve que impartir una asignatura, de una carrera media,me acordé de mis tribulaciones y mis flaquezas y les di a mis alumnos no clases magistrales, sino bibliografía y les inste a que, más que aprenderse la asignatura de memoria, la discurriesen, pensando que se debía hacer con aquella arma que les daba para trabajar más tarde.Al cabo de muchos años,me encuentro a alguno de aquellos alumnos y me recuerdan con cariño, incluso a los que tuve que suspender,porque no habían ni pensado ni memorizado algunos conceptos básicos.
    Perdonen por mi largo rollo,que no sé si encaja en este post.

  39. Trato de contestar a continuación a lo que pregunta A.Lillo y suscribo la interesante intervención de Paco García, a quien no tengo el gusto de conocer, aunque pienso atender de inmediato a los textos que nos ofrece. Perdonen que me extienda, pero no sé hacerlo de otra forma y el tema me apasiona.

  40. Soy uno de los pocos profesores de instituto que expresa abiertamente su absoluta antipatía por las tesis de Moreno Castillo. Esto es acaso lo que debería preocuparnos. Comparto el diagnóstico de Justo Serna respecto a la falta de rigor de sus procedimientos explicativos. “Como todos sabemos…”, “ustedes también lo habrán advertido”, “no es raro encontrarse a algunos que…”. Este estilo, que renuncia a especificar cuáles son los ámbitos reales del problema, tiene la ventaja de que permite a su autor extender los síntomas de la patología por donde le apetece sin necesidad de rendir cuentas. Esta forma –en la que por cierto todos deberíamos plantearnos si no caemos de vez en cuando- es en el fondo esencial al pensamiento reaccionario. Si alguno de ustedes todavía escucha de vez en cuando a los almuacines de la COPE, se dará cuenta de que estos personajes, que filosofan a martillazos para terminar echando la culpa de todos mis problemas a los impostores que medran en el poder, consiguen fáciles adhesiones porque lo que me evitan pensar es qué es lo que yo hago mal. Y quien dice “yo” dice sobre todo profesores y padres.

    Moreno Castillo insiste tanto en que el sistema educativo se sostiene gracias a los profesores que no es extraño que sea precisamente en los claustros donde encuentra su principal granero de lectores. Su obsesión por la pedagogía me parece enfermiza. Ya me he oído en otros lugares eso de que la pedagogía –o la sociología, o la antropología- “no es más que una patraña”. Pero es que ya Platón hablaba de pedagogía porque entendía perfectamente que la única manera de sacar de la caverna al pueblo manipulado por los demagogos era ayudar a cada individuo a encontrar la verdad con sus propios ojos. Cuando, como creen todavía muchos profesores, se trata tan solo de la comodidad de soltar un rollo aprendido de memoria para, a su vez, exigir a los alumnos que lo vomiten en un examen, entonces sí que cualquier discurso pedagógico salta por los aires. Y es eso lo que, una vez tras otra, reivindica M.C. en su Panfleto.

    ¿Por qué tantos docentes e incluso padres de alumnos se sienten identificados con este libro? De entrada, porque comulgar con el pensamiento reaccionario es la manera más cómoda de echar la culpa al “sistema” o a los “políticos” de mi propio fracaso como padre o como profesor. El principio fundamental de la ideología pedagógica que trajo la modernización del sistema educativo implementado por el PSOE desde los ochenta con la LOGSE era el de la “primacía del aprendizaje”. En otras palabras, el profesor ya no es un comunicador, un simple depositario y transmisor de información que debe ser asimilada o memorizada por los niños. El docente ahora -antes que un especialista en una materia que imparte conocimientos y luego evalúa si los alumnos los han aprendido- es un enseñante, en toda la extensión de la palabra, y eso significa que o se implica directamente en el proceso de aprendizaje de sus alumnos, cada uno de ellos con sus dificultades características, o no estará haciendo nada.

    Me parece demagógico confundir este razonamiento con la “negación de la memoria”, como pretende M.C. Lo intolerable en nuestro tiempo es obligar a un alumno a aprenderse imponentes tochos de memoria como un loro para olvidarlos –pura necesidad neurológica- en cuanto acaba el examen. El almacén de información que es la memoria es imprescindible -¿cómo escribir correctamente si no recuerdo como se conjuga un verbo?-. Ahora bien, si el alumno que en su casa memoriza como un loro el reinado de Carlos III no entiende nada de lo que está diciendo y no se hace con ello una idea razonada de qué le pasaba a los españoles de aquella época, ¿qué diferencia su esfuerzo del de aprenderse el listín telefónico?

    La escuela que recuerdan con nostalgia los reaccionarios es simplemente odiosa. Yo he visto en los años setenta a profesores reírse de alumnos tartamudos. También he visto a profes excepcionales, pero con frecuencia eran censurados por compañeros y padres por su excesiva indulgencia con los alumnos o por preocuparse en exceso de aquellos que tenían dificultades, los cuales debían etiquetarse simplemente como vagos y zoquetes. La moderna pedagogía es en ocasiones un reducto de tecnócratas que ocultan su ignorancia tras una hueca retórica y que con frecuencia viven alejados de la tiza y se encargan de vender en los telediarios los magníficos adelantos con los que se experimenta en las escuelas… Es cierto.

    Pero miren, en mi instituto el entorno del departamento de Orientación Pedagógica está formado por personas que se ocupan entre otras cosas de tratar con los chicos con retraso, de garantizar los accesos al centro para los niños con problemas motóricos, de los extranjeros que llegan sin conocer ni papa de castellano, de mediar en conflictos, de promover campañas contra el racismo en las aulas, de reglamentar los mínimos curriculares para los chicos con dificultades de aprendizaje. ¿Saben cuantos niños “con problemas” ,de distintas índoles, tenemos por ejemplo en 2ºA (ESO)? Alrededor de un 40%… ¿Por qué no los echamos del centro? Seguro que así a todos nos será más fácil dar la clase. De paso impedimos que vengan inmigrantes… Y ya puestos podemos acabar con todo el alumnado y quedarnos solos los adultos en el centro. Así daríamos todos unas clases que te cagas. El problema del reaccionario es que no entiende que lo que se encuentra en el aula es una materia prima, y que esta nunca es dúctil y fácilmente maleable excepto en las dictaduras. La actual no lo es desde luego, pero no por culpa de los pedagogos. Si no se entiende eso es mejor cambiar de profesión… porque, señores, no volverán la tabla de multiplicar con el corro alrededor de la clase ni las orejas de burro ni el florido pensil. Vamos hacia una sociedad más heterogénea y compleja, donde la atención a la diversidad no es una opción, sino la demanda esencial que la institución educativa ha de satisfacer.

    Dicho lo cual, insisto:¿por qué el malestar es tan general en el profesorado? (y yo me incluyo, pese a lo que pueda parecer) ¿Por qué la LOGSE ha fracasado tan estrepitosamente? Les doy un ejemplo. En un curso tengo treinta y tres alumnos, cada uno con sus dificultades. Les doy dos horas a la semana. ¿De verdad creen que puedo enseñarles a analizar textos filosóficos y a exponer y debatir argumentaciones éticas “implicándome en el proceso de aprendizaje” de cada uno de ellos, incluyendo a quienes –como Jonatan, Alex, Silvia y algunos otros- llevan meses o semanas en España-? Quienes idearon la LOGSE hablaban hace dos décadas de veinte alumnos máximo por aula ¿Se dan cuenta de cuál es el problema?

    Si de algo sirve ese catálogo de quejas sin soluciones viables que es el “Panfleto antipedagógico” es para que entendamos justo lo contrario de lo que propone Moreno Castillo: una nueva sociedad requiere un modelo educacional completamente nuevo y una reforma profunda y con todas sus consecuencias. Si implementamos leyes que parecen ambiciosas pero luego la sociedad no carga con la responsabilidad de financiarlas en todas sus implicaciones, entonces seguirán teniendo éxito esos discursos nostálgicos que, como el de M.C., vienen a decirnos que “para esto, mejor lo de antes”. La LOGSE fue un proyecto ciclópeo para atender a unas necesidades amplísimas y complejísimas. Bien aplicado habría podido hacer grande a este país, mal aplicado no crea más que descontentos. Y fue nefastamente aplicado.

    De aquellos barros vienen lodos como la Ciudadanía en inglés, solo una gota en el océano de los despropósitos… un síntoma de lo poco que la sociedad –no solo los políticos, ojo- respeta esa Enseñanza en la que dice creer con toda su alma.

  41. Suscribo punto por punto sus reflexiones, señor Montesinos. Como profesor de historia en un Instituto desde hace 34 ños (ni soy pedagogo, ni simpatizo con mucha frecuencia con algunas actuaciones de ese colectivo académico) pero negar la necesidad de una formación pedagógica es, como usted muy bien dice, sencillamente reaccionario

  42. Bueno, primero de todo agradecer a don David, a don Ramón y a don Arnau sus tres grandes intervenciones :-)

    Don Ramón, su intervención me parece sencillamente brillante, es especial el último párrafo del artículo, en el que dice, aparte de otras muchas verdades que «…la escuela no puede competir con los medios de comunicación, por lo que su principal tarea no puede ser la de transmitir informaciones sino diseñar estrategias educativas que ayuden a los y las jóvenes a interpretar, analizar, dudar, relacionar, valorar…». Ay, si mí me hubieran enseñado eso en vez de lo otro…

    Esta cita va por usted: «Nuestra juventud es decadente e indisciplinada. Los hijos no escuchan ya los consejos de los mayores. El fin de los tiempos está próximo». ESto es una inscripción anónima caldea, data en torno al años 2000 antes de Jesucristo.

    Don Arnau, que comparta usted su experiencia con nosotros es impagable. Cuánto mérito tiene lo suyo, cuánto mérito.

    Don David, nada puedo decirle que usted ya no sepa sobre lo que pienso generalmente de sus intervenciones. La suya me ha dado que pensar, no sé por qué, en las pruebas de acceso a la Universidad, en lo extrañas que se me antojan, pero ¿sabe?, por un momento leyéndole lo he visto todo claro y me ha venido a la cabeza una palabra. Es una palabra muy vinculada al ser humano, que explica muchos de sus comportamientos, pero que tampoco le es ajena a lo reaccionario: miedo. Cuando Moreno Castillo (¡vaya, han conseguido que me aprenda su nombre!) lanza su perorata contra tirios y troyanos, cuando se puede palapar en la calle la indignación y el «malestar en la educación» (¿acaso no es ella parte de la cultura?), saco la cabeza y huelo el miedo. Y es el miedo, amigos mios, y no la fe, el que mueve montañas. Por favor, combatámoslo. Hagamos reflexionar los políticos y – sí don David, completamente de acuerdo – a la sociedad entera. La educación es un tema demasiado importante como para dejarla sólo en manos de los políticos, en la educación participamos todos. Sin embargo, ese miedo que detecto y que fomentan los reaccionarios, es el producto de un mundo que se reproduce a una velocidad vertiginosa. Y es un miedo que no debe arrastarnos. Reivindiquemos la lentitud – ya lo he dicho en otras ocasiones. Reivindiquémosla. Seguro que el amigo de doña Marisa, don Ángel Duarte y dona Ana Serrano estarán de acuerdo. La lentitud. Entiéndanla como quieran, como conversación pausada, como método de reflexión crítico y reposado, como disfrute de los goces y dones que nos da la vida, como un intento de comprender el mundo que nos rodea, como una forma de aprendizaje, de enseñanza a nuestros niños, como una forma de vida que pone el énfasis en la reflexión, en el conocimiento razonado, en la necesidad de ir quemando etapas, en las pausas, en los silencios.

    Dice el señor Serna al final de su post citando a Pla: ”Llega un momento (…) en que casi todo el mundo habla. Todo el mundo es interrumpido. Nadie puede terminar de decir lo que le habría gustado decir, ni esperar una respuesta de lo que pretendía decir.

    Eso es todo lo contrario a la pausa, a la mesura, a la lentitud en los tempos, al silencio. Pero eso, también, es Educación.

  43. ¡Ah! y otra cosa, les oigo mucho hablar contra y a favor de la pedagogía. Perdómenme, pero yo a esa palabra, la conozco por otro nombre: vocación.

  44. Don Arnau, mis elogios son son sinceros, y no se ría usted de mí, que aunque joven, yo sí que soy pobre.

    Otra cosa (vaya como estoy este noche): Me gustaría mucho conocer la opinión que sobre el señor Moreno Castillo tienen sus alumnos. Digo.

  45. ¿Y quien no es pobre en estos tiempos,excepto los ladrilleros y los banqueros?.Usted es una persona excelente y no es un elogio desmesurado.
    Un mal profesor,como un mal médico o un mal político siempre cree que la culpa la tienen los alumnos, los enfermos, los ciudadanos.

  46. No se haga el pobre hombre, don Arnau, no le creo.
    La lentitud… da usted en el clavo, Alejandro, el microondas y la educación -a no ser que la entendamos como instrucción- son asociaciones imposibles.

  47. Estoy abrumado con el nivel y el interés de las intervenciones. De verdad. Con la experiencia que transmiten. Hay que leerles con lentitud. En efecto. El mejor elogio.

  48. Don Justo, me siento casi como un ocupa con mis extensas intervenciones en su blog. En todo caso quiero manifestar mi agradecimiento a un lugar que visto habitualmente (habitualmente como simple «mirón» porque considero casi siempre que poco puedo aportar a sus sagaces reflexiones y complicidades) y en el que ahora he sido incapaz de contenerme al tratar un tema que vivo apasionadamente desde hace muchos años

  49. Coincido con la valoración muy positiva de las detalladas intervenciones que se han desencadenado en torno al estado de la educación y sus causas, como, por ejemplo (sin desdeñar otras) las de Ramón, de David P. Montesinos o de Arnau Gómez, por citar las últimas. Comparto básicamente los análisis que se hacen y coincido, especialmente, con Ramón en la importancia que tiene -aunque no lo detectemos, pues somos prisioneros del paso del tiempo, de nuestro tiempo vital- ese síndrome de «cualquier tiempo pasado fue mejor». Pero no pretendía ahora entrar en detalle en esos análisis, sino simplemente presentarme, pues he irrumpido en vuestros debates con el vínculo a la Red IRES y al Manifiesto «No es verdad» y no he dicho quién soy -como bien pregunta David, y para aclarar, de camino, la sospecha de Ángel Duarte de que soy del campo de la psicopedagogía. Pues no (ni para mal ni para bien).
    He sido profesor de Geografía e Historia durante 20 años en el IES Martínez Montañés de Sevilla, y desde hace 10 años soy profesor de Didáctica de las Ciencias Sociales en la Facultad de Ciencias de la Educación. Y los colegas que hemos promovido el citado Manifiesto petenecemos a educación infantil, primaria, secundaria y a áreas de didácticas específicas de la universidad, habiendo sido importante el papel de redactor y aglutinador del proceso que ha tenido Rafael Porlán (biólogo y catedrático de Didáctica de las Ciencias. Por tanto, lo que quiero indicar simplemente es que no estamos nada alejados de los problemas reales de las aulas de secundaria (y de otros niveles); es más, en mi caso, como he dicho, he tenido la suerte de poder analizar el problema de la educación desde diversas perspectivas, y por eso creo que tengo una visión que intento que no sea simplificadora.
    Pues en esas estamos… porque a todos los aquí intervinientes les importa mucho la situación de la educación, y para intentar definir buenas soluciones (o buenos caminos a seguir), conviene disponer de un análisis complejo de dicha realidad. Gracias por vuestra acogida.

  50. Por azar llegué a este sitio. Me parecen muy interesantes las aportaciones de todos, sin embargo, creo percibir una cierta confusión conceptual. Todos hablan indistintamente de educación, enseñanza, aprendizaje y, me parece, como si las tres cosas fueran lo mismo. Creo que no lo son.
    Varios de quienes han mandado sus aportes, mencionan algunos datos personales. Creo que esos datos ilustran sus opiniones. Bien, aquí van algunos datos míos.
    Soy mexicano y tengo 51 años; vivo en México y nunca he vivido en otro país. Mi educación, en el sentido que parecen darle quienes aquí escriben, se reduce a 6 años de educación primaria y 3 años de secundaria.
    Auiero compartir esta pequeña reflexión con ustedes y espero no ser demasiado extenso.
    En los últimos cuarenta años del siglo pasado se han producido innumerables cambios políticos, económicos, sociales y culturales que han sido acompañados de o antecedidos por revoluciones conceptuales en la axiología, la ciencia, la tecnología e incluso en la representación popular del Universo. Estos cambios y sus consecuencias no parecen ser comprendidos en los espacios políticos y todavía menos en los ámbitos educativos, aún cuando impliquen autenticas revoluciones que trastocan relaciones humanas, filosofías, teorías, lenguajes, métodos, estrategias de acción.
    Estas transformaciones sociales, culturales, políticas, económicas, están intrínsecamente vinculadas con el concepto de educación y han alterado a ésta desde sus cimientos. Analizar la educación desde la perspectiva de la revolución conceptual nos obliga a situarla en el tiempo y el espacio y a considerar todas las nuevas circunstancias que las citadas transformaciones han producido.
    La transformación del concepto de educación que ha tenido lugar en las últimas décadas del siglo pasado, no ha remplazado los dogmas atados al concepto tradicional. Gobernantes, políticos, administradores de la educación, empresarios, y no pocos maestros, siguen creyendo que educación es igual a escolarización. Que escuela es igual a adquisición de conocimientos. Que adquisición de conocimientos es igual a memorización de datos. Que repetición de datos trae consigo cambios de comportamiento de una vez y para siempre en toda la vida del individuo.
    Esta creencia simplificadora es mantenida y alentada por organismos internacionales como la OCDE, el FMI, el BM, el BID, y por múltiples centros nacionales de “especialistas en educación”, así como por “observadores y especialistas de la educación”. Resulta difícil señalar cuántos y cuáles de ellos lo hacen con fines perversos y quienes lo hacen por simple confusión conceptual, lo que sí es seguro es que esta perspectiva dogmática y simplificadora desmoviliza, desmotiva y atomiza a un gran número de agentes educativos.
    La revolución conceptual que se ha producido en el campo educativo apremia que la educación sea permanente y vitalicia; trascienda los muros y aulas escolares; se enfoque prospectivamente a desempeños sociales y promueva la capacidad vital de la convivencia humana.
    La educación es –debe ser- un movimiento personal y social permanente, una evolución de la humanidad; la educación es un proceso que dura toda la vida de los individuos y los grupos sociales: desde el núcleo familiar o del trabajo, hasta los estratos más complejos de la sociedad nacional. Es una transformación consciente, deseada, intencionada que nos humaniza y que considera a la democracia no solamente como una estructura jurídica y un régimen político, sino como un sistema de vida fundado en el constante mejoramiento económico, social y cultural del pueblo, esto es propiamente lo que consideramos hoy en día como educación.
    Como se ve, ni comienza ni termina en las aulas. Tampoco es monopolio de la escuela ni de los maestros. Es -debe ser- un compromiso asumido individual y socialmente.
    En esta concepción educativa, la naturaleza de la educación cambia respecto a quiénes son los agentes reales de la educación, de suerte que se descubra que el proceso educativo no es sólo un fenómeno que afecta al individuo sino también a los grupos sociales y a toda la sociedad. De hecho, es preciso relativizar el hecho educativo diferenciando pero a la vez reforzando lo individual y lo social como dos manifestaciones educables de la energía humana.

    Por tales razones, no puede haber educación sin:
    A. La participación social cada vez más real y comprometida. Participación concebida y realizada como un proceso educativo en sí, tendiente a educar en la identidad, la justicia, la democracia y la soberanía.
    B. La concepción de la transformación educativa como movimiento social que exige adhesión y compromiso y que parte de la solidaridad, sin cuyos valores no es posible la educación moderna.
    C. La permanente revisión personal, familiar, grupal e institucional del sistema de relaciones consigo mismo, con los demás y con el entorno.
    La convicción de que la calidad de la educación exige también eficacia que sólo se cumple si las vidas de las personas son mejores y si los propósitos nacionales se cumplen.

    Lo más cómodo, como hace el señor profesor Castillo, es culpar a los pedagogos, a los políticos; o, como hacen los políticos y muchos padres de familia, a los maestros.

    Saludos.

  51. El Manifiesto “No es verdad” me parece un cúmulo de despropósitos. He elaborado un escrito, titulado “No es verdad que no sea verdad”, en el cual procuro rebatir al susodicho manifiesto punto por punto. Es un poco largo (unas veinte páginas), pero si alguien desea conocerlo, que se ponga en contacto conmigo (mi correo electrónico es moreno.castillo@terra.es) y se lo haré llegar
    Atentamente

    Ricardo Moreno Castillo

  52. Aun coincidiendo en que metodológicamente el artículo de Moreno Castillo es impresentable y argumentalmente falaz, no por ello la pedagogía deja de ser una pseudociencia, del mismo modo que una crítica infundada contra otras disciplinas de su mismo pelaje, como la homeopatía o el espiritismo, tampoco cambia la condición de éstas.

  53. La pedagogía es la sofística del siglo XXI, junto con otras disciplinas como la periodística, la psicología y el discurso político de los partidos, que es eurística principalmente. Naturalmente los pedagogos, como los otros, defenderán gremialmente lo suyo, lo que no quita los graves disparates e ingeniosidades con que nos obsequian. Lo peor de todo son los hábitos cientifistas con los que pretenden vestirse, para justificar las arbitrariedades con las que están arruinando el sistema educativo. Esta clase de impostura comenzó hace siglos haciendo ejecutar a Sócrates y muchos otros. Ahora simplemente desprestigian al que hace la necesaria labor crítica, pretenden hundir a quien disiente por cuestionar su dogmática. Y mientras tanto nuestra sociedad es cada vez más ignorante, está más amansada y carece cada vez más de herramientas críticas para hacer mínimamente inteligible su propia realidad porque usar cosas como la memoria es horroroso, porque lo que cuenta es la forma en lugar de la materia, que queda subrogada. Y ni siquiera ellos entienden qué demonios significa nada de eso porque son dogmas y axiomas que no requieren de explicación. Son asumidos y punto. Puedo dar fe de la corrupción total de esas disciplinas pseudocientíficas como la psicología y la psicopedagogía, por desgracia, y de los cabezas de chorlito que creen estar enseñando «ciencia» a futuros «científicos», cuando en las clases que imparten no hay más que metafísica y mística. Y, en consecuencia, se comportan como curas secularizados.

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