1. Aceite de ricino. El Gobierno italiano ha publicado un decreto-ley que aprueba la constitución de rondas de voluntarios que patrullen las ciudades para evitar las violaciones, un delito supuestamente creciente. Son patrullas nocturnas de seguridad formadas por ciudadanos. Según establece el decreto y leo en Abc, «no irán armados, pero tendrán a su disposición un teléfono conectado directamente con las fuerzas del orden».
Leo con estupor esa noticia y no sé por qué pero me hace recordar a los squadristi del viejo fascismo. Sus acciones se ejecutaban espectacularmente para así hacerse ver, atemorizando a los rivales. Llegaban apelotonados en sus furgonetas descapotables o en sus pequeños camiones, cantando virilmente, haciendo gestos broncos y amenazantes. El final de la fiesta solía ser la destrucción material de casas y propiedades o la práctica de la violencia personal. Es tristemente célebre el aceite de ricino que administraban a sus enemigos.
Digo lo anterior y me detengo. Soy contrario a las analogías históricas inmediatas y, por tanto, no olvido que son contextos diferentes. Así es: cierto. Pero, qué quieren, las brigadas de voluntarios que mantienen el orden de la ciudad armadas únicamente con un telefonino también pueden asestar mamporros, como los viejos fascistas; o pueden hacer tragar el odioso purgante o pueden intimidar a los inmigrantes sólo por el hecho de serlo. Leo en El País que «Italia, pese a la algarabía mediática a la que se ha sumado demagógicamente el Gobierno, no se encuentra ante una verdadera emergencia. Lo confirman los datos más recientes: en 2008 hubo 4.465 casos de violación, lo que supone 432 menos que en 2007. Incluso Berlusconi lo ha confirmado». Ah, vaya, entonces es todo pura demagogia, victimización imaginaria.
De todo lo que rodea esta noticia, lo que más me impresiona es la apostilla del ministro de Interior, Roberto Maroni. La añadió para tranquilizar a quienes temen violencias incontroladas practicadas por rondas de justicieros, por individuos organizados que llevan a cabo «expediciones punitivas». Para que nadie se tome la justicia por su mano –dice el ministro–, los guardianes de seguridad irán acompañados por policías y militares retirados, «que saben cómo actuar en caso de peligro». O sea, que todo va a depender del critero personal de un viejo uniformado. Se supone que su experiencia le permitirá saber en todo momento lo que hay que hacer. ¿Evitará el linchamiento, por ejemplo? Por favor, relean el párrafo anterior. Yo sigo bajo los efectos de la impresión.
2. Del rosa al amarillo. Antes, la prensa rosa se distinguía del periodismo noticiero. La primera se vendía siempre aparte, con el formato de revista de colorines: páginas satinadas de mucha foto y poca letra. La prensa sensacionalista, como El Caso, tenía la textura de un diario, sí: de un diario informativo. Pero no había confusión posible: tales eran la pésima calidad de su papel, sus enormes titulares o las noticias escabrosas que servía. La prensa rosa se ha incorporado materialmente hablando al periodismo cotidiano: en España, una vez a la semana algunos grandes diarios reparten alguna revistilla del corazón sólo por un módico aumento de precio. Esas publicaciones no pueden rivalizar con el ¡Hola!, ese semanario de elegancia inconmensurable con exclusivas de postín. Pero las repartidas son mucho más baratas: te llevas dicha publicación y el resto del periódico, con sus suplementos, con la publicidad encartada, con las fichas para adquirir edredones o tarros de cocina. ¿Y la prensa amarilla? El sensacionalismo se ha incorporado también a los diarios. Es muy cómodo poder leer las noticias más obscenas en tus periódicos de referencia. Te ahorras tener que pagar aparte por el morbo: te lo sirven también por un módico precio.
El Mundo ha sabido aunar ambas tradiciones periodísticas. Los sábados reparte como un cuadernillo encartado –y no como revista de colorines– La otra crónica: no es un ¡Hola!, ni un Semana, ni un Lecturas. Parece un Pronto de gran formato. Al no distinguirse materialmente del resto del periódico, las noticias de dicha crónica se confunden con las del diario y, entonces, lo cursi, lo irrelevante o lo morboso afectan a todas sus páginas: leo los editoriales, las tribunas de opinión o la revista de Jiménez Losantos como ejercicios del mismo estilo. Del rosa al amarillo. Uf, se dice el lector exigente y severo: menos mal que la carta semanal de Arcadi Espada está a quince páginas de la sentina.
Así, leyendo esas cosas el sábado 21, tropecé con un reportaje firmado por Irene Hernández Velasco desde Roma. ¿Su título? «Silvio Berlusconi. Proezas de todo un setentón«. Ya les veo: se estarán preguntando que dónde está el enlace que lleva a dicha crónica. No se preocupen ni se precipiten: aquí lo tienen. Por favor, léanlo y después hablamos. Yo sigo impresionado. Muy impresionado: no sé si envidiar al macho italiano, al amantísimo padre o al hijo devoto. Insisto: lean esa crónica rosa y amarilla y luego, si quieren, detallen sus impresiones. Sólo lleva seis números, pero, desde que empezó, cada semana espero La otra crónica. Yo también hozo.

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