Literatura y autobiografía en la España contemporánea.
Éste es el título del ciclo de conferencias que dirige Jordi Gracia y que organiza la Fundación Juan March. Se desarrolla los martes y jueves del mes de octubre de 2009, en concreto los días 13, 15, 20, 22, 27 y 29. Intervenimos Jordi Gracia, José-Carlos Mainer, Enric Sòria, Miguel Ángel Aguilar y yo mismo. Para el último día, el 29, está prevista una mesa redonda con Andrés Trapiello, Antonio Martínez Sarrión y Esther Tusquets.
En mi caso la conferencia es el día jueves 22 a las 19:30 horas. Y su título es Autobiografía e historiografía. El caso de Antonio Muñoz Molina. En cincuenta minutos he de hablar de ambos géneros, de lo que distingue y aproxima a ambos géneros: lo que separa al memorialista del historiador, lo que acerca al autobiógrafo y al investigador. Trataré de la escritura del yo, del testimonio; hablaré del valor que el historiador puede conceder a la versión subjetiva del pasado; y hablaré, en fin, de la novela como espacio de autoficción y como recreación histórica.
Tomaré el caso de Antonio Muñoz Molina. Me basaré en alguna obra suya, comparándola con otras. Analizaré su condición de novelista, su condición de historiador (del arte), su perspectiva y observación a partir de la memoria, del recuerdo emocional de los hechos. Justamente, el recuerdo emocional de los hechos.
Perdonen que sea tan escueto, pero estoy en plena fase preparatoria, concentrado y ordenándome.
2. En ausencia de Blanca. La última novela de Muñoz Molina que he releído es En ausencia de Blanca. Aunque yo tenía ya mi ejemplar, muy gastado y subrayado y anotado, me he vuelto a comprar la nueva edición, fechada en 2007. ¿Me sirve para la exposición que debo hacer en la Fundación Juan March? Aparentemente, no. La historia menuda de un delineante de la Diputación de Jaén perdidamente enamorado de su esposa nada tiene que ver con el tema central: con la Autobiografía y la Historiografía. Muñoz Molina jamás ha sido delineante y que yo sepa tampoco ha trabajado en esa Diputación.
¿Qué es? ¿Una autoficción? Por supuesto. Como otras que él ha escrito y que le sirven para cotejarse, para pensarse en situaciones distintas de las efectivamente sucedidas. ¿Cómo habría reaccionado yo si en vez de irme a la capital me hubiera quedado en la provincia? Eso lo aplica en sucesivas ficciones con ingredientes varios y es una manera de hacer autoanálisis. Pero atención: no es mero autoanálisis. Hay que saber contar, saber mezclar materiales y recursos, y hay que saber persuadir al lector para que se quede, para que se interese por una historia que en principio no le concierne.
Contada en tercera persona, la narración tiene el punto de vista del varón protagonista. El personaje se llama Mario López y su circunstancia es conmovedora. Perdidito por su mujer, ve cómo ésta se aleja sentimentalmente. Blanca tiene muchos pájaros en la cabeza. Nacida en el seno de «una opulenta familia malagueña de abogados, notarios y registradores de la propiedad», se cree destinada a grandes empresas culturales. Pero es víctima de sus muchos intereses e iniciativas: a la postre, sus metas suelen quedar en poca cosa. Quizá frustrada por ello, Blanca aprovecha para reprocharle a Mario su poca energía, su indolencia o pasividad de funcionario… Eso es lo que se nos cuenta en tercera persona, pero con la perspectiva del marido. La novela rinde homenaje a muchas historias ya contadas, aunque de manera directa se inspira –así lo advirtió Muñoz Molina– en un cuento fantástico de Adolfo Bioy Casares: En memoria de Paulina.
En ausencia de Blanca se publicó originariamente en 1999. Desde entonces la he releído varias veces sin venir a cuento. Quiero decir, sin tener necesidad, que es la mejor manera de disfrutar de una ficción y de sacarle provecho después. Umberto Eco decía que una tesis doctoral es como un cerdo: que todo aprovecha. Salvando las distancias –las distancias entre una novela y una tesis–, podríamos decir que también en una narración hay un despiece absoluto. Vamos, que lo leído nos regresa tiempo después y para otros fines.
Sin duda, no es la novela decisiva del autor, pero es una de esas obras menudas que tanto le agradecemos sus lectores. De cuando en cuando, al salir de un empeño de mayor cota, Muñoz Molina se divierte con una novelita. No tomen el diminutivo como algo despectivo. Toménlo como sinónimo de ligera. Según sostuvo el propio autor en Santillana del Mar, «ligereza, se ha dicho, no es lo contrario de seriedad, sino de pesadez». Así es. Y allí, en esa novela ligera, hay una historia de amor, hay una historia de adulterio, hay una historia fantástica, de delirio, y hay una recreación muy convincente de la España de los ochenta. O, al menos, de cierta España cultural y banal. Pero no voy a seguir por aquí. Veo que me aprovecha, que las páginas de esta novelita también son historiografía recreada.
3. La casualidad. Martes, 20 de octubre. Recibo en mi casa la edición de las jornadas de Santillana del Mar: Lecciones y maestros. Es un precioso librito de tapas rojas en las que se recogen los textos de Luis Mateo Díez, Ángeles Mastretta y Antonio Muñoz Molina. También se editan las palabras de sus respectivos presentadores. No sé si la Fundación Santillana lo va a distribuir. He aprovechado para deleitarme en sus páginas, recordando las intervenciones de los escritores.
Miércoles, 21. Recibo en mi domicilio la nueva novela de Antonio Muñoz Molina. ¿Su título? Ya se ha divulgado en la prensa: La noche de los tiempos. Tengo una edición en pruebas que debo a la amabilidad del autor, a su amistad y cortesía. Por supuesto no podré tenerla leída antes de mi conferencia. Es literalmente imposible cumplir esa hazaña: mi ejemplar tiene novecientas cincuenta y ocho páginas, de las que sólo he leído las primeras. Para disfrute, vaya. Cuando pensaba en ello días atrás –cuando admitía que no podría llevar leída la nueva novela–, lo lamentaba. Ahora no. Ahora creo que es mejor así. Lo que yo pueda decir en la Fundación Juan March es fruto de la larga, repetida y demorada lectura de obras que ya han hecho su efecto, que a mí me hacen efecto. Lo que en Madrid diga no puede adelantar aquello que aún no existe, pues ese nuevo libro aparecerá dentro de unas semanas. Y un libro no es un texto, sino un artefacto material, algo que se completa cuando tiene tapas, cuando tiene paratextos, cuando llega al público. Esperaremos. Esperaremos a escribir sobre ello.
¿Y mientras tanto? Mientras tanto tengo otros dos originales que también estoy leyendo. Son las obras que un par de amigos me han confiado sin estar editadas aún: la novela de Isabel Barceló y el nuevo poemario de Juan Planas. ¿Ustedes se imaginan qué cortesía me hacen? Dedico mi tiempo a leer folios impresos, volúmenes que pronto –en los próximos días– verán la luz, textos que aún no han llegado al público. Tengo la suerte de que no los leo por obligación. Me procuran gran placer y, sobre todo, me permitirán dentro de poco discutir con sus autores. Líneas atrás citaba a Adolfo Bioy Casares. Pues bien en una página suya, el narrador –un trasunto de Bioy– se lamentaba de la lectura de originales a que estaba forzado, y en concreto deploraba la actitud de un tipo avasallador y hasta vulgar que le amenazaba con su gran creación. «Esgrimía, en la ocasión, un copioso manuscrito», leo, «y el despótico derecho que la obra inédita confiere sobre el tiempo del prójimo». Yo no lo vivo así, claro. Yo no veo que se ejerza sobre mí ese despótico derecho. Lo que tengo es mucha suerte. Pronto podrán compartir esta fortuna.
4. Crónica de la conferencia por Eduardo Laporte en El NáuGrafo digital.
Justo Serna, Antonio Muñoz Molina, autobiografía e historiografía: croniquilla del asunto.
Habíamos quedado a una hora de exactitud británica…
6. La crónica que no pudo ser, por JS.
Una conferencia es una conferencia es una conferencia
Justo: se van a publicar las actas?
Ahí estaremos. La de ayer, Enric Sória, estuvo muy bien, con aforo completo (me senté en la única butaca libre). A la tuya habrá que ir con tiempo de antelación. Suerte!
SaraB, no, no va a haber actas. No se publica. Al final del ciclo habrá un audio con las conferencias. Le agradezco su interés.
Sr. Laporte, qué ilusión, hombre, que podamos encontrarnos. No espere gran cosa de mí. Haré lo que pueda. Me alegra lo que me dice de Enric Sòria. Sòria, además de ser un gigante de la literatura catalana actual, es un diarista muy muy estimable. Por eso, estoy seguro de que el conocimiento que demostraría de El quadern gris, de Josep Pla, y del dietario de Joan Fuster sería proverbial. Y entretenido. Es periodista de prestigio.
Sr. Serna. Yo también iré a su conferencia. Perdone pero usted no me conoce. He leido un libro suyo sobre este escritor. Me gusta mucho Muñoz Molina y creo que nos puede dar una visión general. Me gustará saludarle. Buenos días.
Sr. Serna ¿usted y Muñoz Molina?.Qué quiere que le diga…Si no fuera porque una está sujeta a condicionantes laborales y familiares ¡ ah ! y académicos iría, claro que iría.
Quizá luego pueda contarnos algo a los que nos quedamos aquí.¿No?.
¿Y quién mejor que Justo Serna para hablarnos de Muñoz Molina, con esos ‘Pasados ejemplares’ que tiene? :-)
Me apunto a la propuesta. Ya que no podemos ir, haznos un detallado relato del evento.
Nuevamente, les agradezco el interés, Manuel, R.S.R, Rata y Pumby. ¿Me proponen que yo mismo haga un detallado relato del evento? ¿Pero qué quieren que esté en el plato y en las tajás, que hable, que perore y que además me fije en lo que sucede? Suceder, suceder, no tiene por qué ocurrir nada. Simplemente procuraré tratar el tema con orden y con entretenimiento. No sé si con pericia. Sí, con entusiasmo, que es lo que me salva.
Quizá podría abusar de la amabilidad de Ana Serrano o de Eduardo Laporte, pidiéndoles la crónica del acto. No sé. En todo caso, yo escribo en este post y hablo de Muñoz Molina. Ni hoy puedo callarme.
Justo, algún postecillo caerá..
Eduardo
Un honor, Eduardo.
“Pensó que también él aprendía a fingir y quiso justificarse diciéndose, mientras le retiraba el pelo de la cara y le besaba los párpados y le mordía sólo con los labios un lóbulo tal vez ligeramente más carnoso que el de Blanca, que el aprendizaje de la simulación le serviría para descubrir la mentira, nunca para acomodarse a ella. Pero lo cierto es que conforme la iba acariciando y besando y le desabrochaba del todo la camisa verde de seda cerraba con más fuerza los ojos, y así había instantes en los que estaba seguro de acariciar y de besar a Blanca, de reconocerla en la voluntaria oscuridad con una certeza que ni su razón ni sus sentimientos podían ya concederle”.
Hablando de artefactos materiales, yo he recibido hoy (vaya, he ido esta mañana a Correos a recogerlo) mi ejemplar de la primera edición de «El árbol de la ciencia» (diré algo en mi blog). Sobarlo y olerlo te transporta al Madrid de principios de siglo.
Espero que vaya todo bien mañana en Madrid. Ya nos contarás y ya lo escucharemos cuando cuelguen el audio.
Justo,¿cuánto daríamos algunos por leer aunque fuesen sólo algunas páginas de la nueva novela de Muñoz Molina. Le felicito por ese honor y esa suerte, como la que le deseo para su conferencia en Madrid. Llévele a doña Ana nuestros más sinceros recuerdos. Cuánto se echa de menos la vida cultural de Madrid con esa maravilla de Fundación que con mano tan certera dirige Javier Gomà. Todo un ejemplo.
¡¡¡Ajajá!!! Llámenme rencorosa, envidiosa, ruin, miserable y villana, pero me congratula que no puedan venir la mayoría de ustedes. Venga quedadas, venga actos, exposiciones y piscolabis llenos de risas, horchatitas y productos locales y aquí, en la remota, vilipendiada y socavada (y vallada) ciudad de Madrid, Ana Serrano mirando fotos, tratando de adivinar el olor cálido del anochecer en una terracita y, en una de sus mesas, Justo y los contertulios ¡Al fin llegó mi hora! Ya, ya sé que los dos o tres que iremos de este pueblo masacrado, no podremos crear un espacio tan cálido, amistoso y alegre como el que allá tienen ustedes y no se recatan en «restregarnos» a los míseros capitalinos, pero se hará lo que se pueda, a fe mía.
Hace más de una semana que entro aquí, miro si hay algo nuevo y me marcho sin poder leer. Miles de acontecimientos (sí, miles), la mayoría gozosos ¡por una vez! y tres muertes muy próximas, por lo de la ley de las compensaciones que, en mi caso, no fallan, me han tenido y me tienen sin parar y sin poder sentarme ni un ratito, no ya a leer o escribir, simplemente a comer. Esta tarde me he puesto a leer los atrasos y sus desvíos en forma de carta de mi querido Kant y respuestas de mi gato Pumby, con el regreso de Fuca (Fuca y bien Fuca, que ella sí es de verdad, siempre y a toda hora, lo dude quien lo dude) y estoy al borde del colapso. Esto es mucho para mi estad de ansiedad actual.
En fin, sólo quería antes de mañana, en que asistiré a la conferencia de Justo, hacer lo que no he podido hasta ahora, felicitarle por la entrega de su premio. No digo más, porque lo haré mañana y en persona (Je, je).
Y más por ese espíritu malvado que han despertado ustedes en mí que por otra cosa, me comprometo a hacer la crónica que piden y que Justo, valiente, delega en Eduardo Laporte y en mí. Aunque no me acueste, como hoy (me disculparán mañana las ojeras).
Gracias, de nuevo.
«…Esperaremos. Esperaremos a escribir sobre ello.
¿Y mientras tanto? Mientras tanto tengo otros dos originales que también estoy leyendo, son las obras de dos amigos que me han confiado sus obras sin estar aún editadas: la novela de Isabel Barceló y el nuevo poemario de Juan Planas. ¿Ustedes se imaginan qué cortesía me hacen? Dedico mi tiempo a leer folios impresos, volúmenes que pronto –en los próximos días– verán la luz, textos que aún no han llegado al público. Tengo la suerte de que no los leo por obligación. Me procuran gran placer y, sobre todo, me permitirán dentro de poco discutir con sus autores. Líneas atrás citaba a Adolfo Bioy Casares. Pues bien en una página suya, el narrador –un trasunto de Bioy– se lamentaba de la lectura de originales a que estaba forzado, y en concreto deploraba la actitud de un tipo avasallador y hasta vulgar que le amenazaba con su gran creación. “Esgrimía, en la ocasión, un copioso manuscrito”, leo, “y el despótico derecho que la obra inédita confiere sobre el tiempo del prójimo”. Yo no lo vivo así, claro. Yo no veo que se ejerza sobre mí ese despótico derecho. Lo que tengo es mucha suerte. Pronto podrán compartir esta fortuna».
Pues yo tampoco podré estar en Madrid escuchando a nuestro amigo Justo Serna, nos separan demasiados kilómetros; aunque a lo mejor no soy galega, como insinuaba Justo en otro post, y vivo junto a la mayoría de los contertulios, al otro lado de la calle (¡menos mal que nuestra querida Aniña –echo de menos tus comentarios- responde por mi identidad, sino ya me veía convertida en un fantasma o en una meiga! –algo meiguiña soy, así que no os acerquéis demasiado).
Nuestros gustos literarios, Justo, no siempre coinciden; los dos apreciamos a los grandes escritores y valoramos sus obras, pero yo soy más restrictiva, nunca recomendaría una obra menor aunque esta la haya escrito un buen escritor. Es el caso de la obra que comentas de Muñoz Molina, “En ausencia de Blanca”, una novela ligera, en esto coincidimos, pero no sólo porque pese poco o se lea con facilidad sino, sobre todo, porque es leve (de poca importancia o consideración, según la RAE en su cuarta acepción). Muñoz Molina me parece un buen escritor, uno de los mejores narradores españoles de la 2ª mitad del siglo XX; las novelas que más me gustaron fueron las primeras: “Beltenebros”, “El invierno en Lisboa”, “El jinete polaco”…; espero que la que va a publicar dentro de unas semanas y tú ya tienes en tus manos vuelva a entusiasmar a los lectores que, como yo, estamos un poco decepcionados.
Aquí, en mi tierra, Galiza, Muñoz Molina está de enhorabuena; los de la CIUG acaban de seleccionar una de sus novelas para que la lean los estudiantes de 2º de Bacharelato y se examinen en Selectividad. Creo que no acertaron en la selección de la novela, “Plenilunio”, sobre todo si tenemos en cuenta que va a sustituir a “La verdad sobre el caso Savolta” de Mendoza, una obra, según mi criterio, superior. Así que yo también volveré a releer a Muñoz Molina y disertaré sobre este autor, aunque mi público supongo que va a ser muy diferente al de nuestro amigo Justo.
Meigas haberlas haylas, pero buenas y malas: tú eres de las segundas.
Y, ahora que lo pienso ¡qué imposible imaginarte de otro lugar que no sea el tuyo!
Yo tampoco me la imagino… de otro lugar que no sea el suyo.
Será un honor, don Justo, «discutir» con usted;-)
Eduardo Laporte ha tenido la gentileza de escribir un extenso y detallado e irónico post sobre mi conferencia en la Fundación Juan March. Lo pueden hallar en su blog El NaúGrafo Digital.
Muchas gracias.
¿Me pasa sólo a mi?… ¡no puedo acceder al blog de referencia!
Dita sea! No puedo entrar en mi propio blog! Esto es como que no te dejen entrar en tu propia casa, pero sin haber hecho nada malo!! Estas cosas solo me pasan a mí.. Ya me pasó en WordPress y tuve que buscarme otro chiringuito y ahora esto… Fatal destino!!
Nada como ponerse apocalíptico como para que las cosas se arreglen. Y solas, como para siempre en este mundo de internet. Gracias, Justo, por tus gracias y por enlace. Fue un verdadero placer asistir a la conferencia. De estas tardes que permanecen.
Muito obrigado, señor Laporte, señero naúgrafo en su isla, por su amena crónica de la conferencia de don Justo. Nos hace presente el cuadro de la exposición a los que no pudimos acompañar a Serna, envidiando a doña Ana -en justicia recompensada-, columbrado en su crónica las excelencias a las que don Justo nos tiene acostumbrados. Retengo algunas características reseñables, que me han llamado la atención: las «evocaciones orteguianas» de la cabeza de Serna y «el aplomo en el acto de beber agua». Excelente.
Por cierto, don Justo, García Gual, a quien conocí en Palma de Mallorca, en una exposición sobre Robert Graves, particípó en una revista literaria que editábamos aquí en Sagunto, «Abalorio», con una traducción de algunos relatos de Luciano de Samosata. Una delicia. Departí con él algunas suculentas cartas y una maravillosa tarde con él y Luis Alberto de Cuenca -empeñado en llamarme «Il millione» marcopoliano-, en un lejano Madrid de comienzos de los ochenta…Oh tempora…
Muchísimas gracias, señor Millón.
Ahora sí, ya, lo leí. Un placer, Eduardo. ¡Ya podrá Serna, con cronistas así!
¿Ana, no nos cuentas tu nada? No estaría de más unas palabritas desde tu perspectiva.
En fin, Serna, ahora también te debía tocar a ti. Di, ¿qué se veía desde la tarima? Venga, hombre, haz una autocrónica que lo único que nos has contado desde el blog de Eduardo es a quien te encontraste…
Perdón, perdón; estoy en ello, pero me pasa como a nuestro náufrago. Hay un montón de cosas (catastróficas) que sólo me pasan a mí. Iba a escribir anoche, cuando llegué a casa después de acompañar a Justo a su hotel, pero tenía un aviso de vandalismo en la terraza de mi casa (me ha tocado la presidencia de la comunidad en esta temporada de agobios). Alguien había arrancado gran parte de la impermeabilización y, con las torrenciales lluvias de estos días, los cuatro áticos estaban inundados. Hube de mirar, gotera por gotera, las de las casas de cuatro familias desiquiciadas que, ante la imposibilidad de matar a nadie, me gritaban a mí. La mañana ha sido de operarios, subidas, bajadas…
No me cambie esto, Justo, que esta tarde les cuento el magnífico acto al que asistí… Simpre que no se incendie nada, claro ¡¡Ay!!
No se preocupe, Ana, que no cambio el post. Esperamos su crónica (sin agobios, qué barbaridad con el vandalismo). Luego escribiré yo la mía, ya que me lo piden. Y agradezco a Eduardo Laporte sus palabras. Lástima que no pudiéramos charlar después de la conferencia. Juan Antonio, aún me pregunto qué es eso de… “el aplomo en el acto de beber agua”, palabras del sr. Laporte que usted cita. Con tal de no tirarse el agua encima ya va bien, ¿no?
Por cierto, sr. Millón, hace nueve años Carlos García Gual hizo una reseña muy generosa de Cómo se escribe la microhistoria. Anaclet Pons y yo le estaremos siempre muy agradecidos.
Pongo aquí un escáner muy tosco, pero es lo único que conservamos:
Cuando estén sobre la imagen hagan click para que se amplíe. Se ve muy mal pero se puede leer, vaya.
Bueeeno, ya están cambiando «los paramentos verticales» y cambiando la cerradura de la puerta de la terraza para que no vuelva a entrar el loco de la casa. Si no me llaman muchas veces más, vuelvo en seguida.
Y perdón, perdón, Fuca (hoy es día de disculpas). Escribí más arriba: «Meigas haberlas haylas, pero buenas y malas: tú eres de las segundas.» Evidentemente quise decir: Tú eres de las primeras
Ana, perdone, pero no lo puedo evitar. Su lapsus con Fuca es divertidísimo. Queriendo llamarla meiga buena acaba llamándola meiga mala. Ajajáááá. Es divertido, no me lo tomen a mal. Les recomiendo que repasen o lean (si no lo conocen) aquel libro de Freud, que es seguramente de los más divertido que escribió. En sus páginas están nuestros actos fallidos, los lapsus que cometemos, las palabras que dicen lo contrario de lo que queremos decir. Psicopatología de la vida cotidiana es su título, claro.
No me tienes que pedir disculpas, querida Aniña, te conozco y sé lo que opinas de mí; es más, cuando leí tu comentario, entendí que me incluías entre las meigas buenas, ya ves, otro acto fallido, esos que tanta gracia le hacen a nuestro amigo Justo (y no se lo tomo a mal, el sentido del humor es uno de los aspectos que más aprecio en las personas; me gusta cuando Justo ríe, aunque la mayoría de las veces lo noto demasiado serio). Además no tengo nada claro que prefiera que se me incluya entre las buenas; cuando militaba en el movimiento feminista, vendíamos unas pegatinas que decían lo siguiente: “Las chicas buenas van al cielo, las malas a todas partes”. Espero que los vecinos no te molesten más, amiga Ana, y podamos disfrutar pronto con tu crónica de la charla de ayer. Te esperamos. Un abrazo.
Eso lo decía Mae West y sí creo que tenía razón. También decía: «Cando soy buena, soy buena; pero cuando soy mala soy mejor. Estaba bien Doña Mae.
Justo no es demasiado serio, no. Lo parece, pero no.
Para Encarna, que no pudo venir y a
quien echamos muchísimo de menos
Fundación Juan March. Ciclo de conferencias. Las máscaras de un género. Literatura y autobiografía en la España Contemporánea. Jueves 22 de octubre de 2009 Justo Serna. Autobiografía e historiografía. El caso de Antonio Muñoz Molina.
Habíamos quedado a una hora de exactitud británica, propuesta por Justo, naturalmente: las 17,45 de la tarde de ayer. Vadeando socavones, zanjas y vallas de obra de nuestro ayuntamiento, llegué bastante antes a la puerta del lujoso hotel del Barrio de Salamanca en que se alojaba Justo, muy próximo a la March. A las 17,45 en punto, apareció en la puerta del hotel, sonriente y cálido, como es nuestro Justo. Saludos efusivos de lado a lado de una zanja y paseo en una tarde luminosa y de temperatura ideal, por el caminito que, en la calle Velázquez, dejan para los peatones las vallas amarillas de la obra. Nos pusimos al día de nuestras cosas paterno filiales y llegamos a Pérgamo, justo a tiempo de quitarnos nuestros respectivos baberos. Justo quería conocer mi librería y allí nos fuimos a que se la enseñara. Le presenté a mi hermana (aprovecho, desde aquí para agradecerle el trato que dispensa a mis amigos y el regalito que suele hacerles de bienvenida), le enseñé el peldaño roto de mis lecturas infantiles y, saltando pedruscos nos fuimos a la difícil tarea de buscar un lugar donde tomar café en ese barrio donde prácticamente sólo hay lujosísimas tiendas para señoras (de las de Fuca)ricas. En este nuevo paseo, Justo me deleitó con la narración de todo lo concerniente a la expo de los Trenor, que no he podido ver.
Yo he coincidido con Justo dos o tres veces en mi vida, pero el trato con él es tan próximo y cálido (próximo y cálido, dos palabras que se inventaron para Justo y que perdonarán que repita muchas veces. No queda otro remedio)que, a su lado, la sensación es la de estar con un amigo entrañable de toda nuestra vida. Viudas insignes, Borges, Bioy, Onetti y, claro, Muñoz Molina estuvieron con nosotros, con la presencia destacada de su amigo del alma Anaclet Pons, con el que forma un tándem como el Borges-Bioy, aunque él se sonría, modesto, al decírselo. También hubo rodilla (menisco, mejor dicho) de su madre y mi hermana, pero, para no eternizarme, evito lo doméstico.
Justo parecía tranquilo, muy tranquilo teniendo en cuenta lo que iba a hacer, pero al yo decírselo, me confesó una cosa que le tenía preocupado. La tarde anterior le había llamado Muñoz Molina y le había pedido el regalo del texto que Justo iba a leer, ya que está en América y no podía venir ¿Leer? ¿Leer yo?, le dijo Justo. No, unas notas, un pequeño guión… Escándalo de Don Antonio e inquietud para Justo que se puso a escribir, más o menos, lo que iba a decir (De ahí el leo, pero no leo, amigo náufrago). Tengo yo que hablar con AMM. ¿No sabe este hombre que Justo hace mil años que es profesor? No creo yo que prepare sus clases con menos seriedad que la conferencia de ayer y, naturalmente, no las lee. Los profesores y los grandes oradores, los de antes, no leen, Don Antonio y a ver si usted se cree que nuestro Junto no es ambas cosas, vamos, hombre.
Ya en el moderno y magnífico edificio de la March, nos recibió la elegante, bella y encantadora (cálida también, muy cálida y exquisitamente educada, como debe de ser), Lucía Franco, una de las subdirectoras, que lee este blog. Nos llevó a su despacho, le explicó a Justo las palabras que iba a decir para presentarlo, nos guardó los abrigos y las bolsas y nos acompañó, aún era muy pronto, a ver la exposición de dibujitos y apuntes de Caspar David Friedrich; exquisita, delicada y preciosa. Qué bien hacen las cosas en la March; que bien iluminada (ni un solo brillo en el cristal), que bellas las cartelas, escritas directamente en la pared… Ahí Justo que, cual adolescente, suele llamar ancianas a personas que no han llegado a los setenta, hizo un juego de gafas que me gustaría hubieran visto. Los dibujos de Friedrich parecen realizados por medio de una lupa muy potente. Justo sacó otras gafas distintas a las que tenía puestas, pero igual de «cuidadosamente seleccionadas» y, sin abrir las patillas, las fue colocando sobre los dibujos a modo de lupa y en un gesto en el que yo creí percibir una coquetería de pretenderse anciano. Anciano juvenil, porque discrepo algo de la descripción que hace de Justo nuestro amigo Eduardo Laporte. Buena y elegante planta sí; lo de las gafas y la cabeza, también, pero Justo no resulta imponente (ya, ya sé que era muy tentador lo de ponente imponente), es demasiado cálido y próximo :-) para ser imponente. Es seguro y eficaz; uno no tiene ningún miedo a que ocurra nada inesperado cuando Justo se pone a hablar porque irradia una seguridad y una sabiduría sobre el tema tratado que uno se puede relajar y, simplemente, escucharlo y aprender. Sí me gustó mucho el terno de justo. Un traje de esos como de profesor americano o músico de jazz, como los que viste Javier Marías, pero sin arrugas; un traje que parece blandito, sin forro ni hombreras, pero traje que sirva para asistir a un acontecimiento debidamente vestido, pero no incómodo. Justo estaba cómodo, seguro y serio.
Tras saludar a los amigos, al director de la Fundación y a García Gual, con el que fue agradecido y exquisito, entró en la sala y a mí Lucía me dijo que me pusiera en la primera fila, en uno de los asientes que rezan “Reservado”. Un lugar de privilegio, que hacía muchos años que yo no ocupaba (Gracias, otra vez, Justo), junto al director. Era la sala pequeña, con enormes cortinas de seda salvaje gris-azul pastel, tras el conferenciante y moqueta azul cobalto. Elegante y sobria como todo en ese edificio y como todos los que trabajan allí. Unas brevísimas palabras de presentación de nuestra amiga Lucía, que tiene esa cosa próxima, pero en su lugar, indispensable en su trato con los demás ahí, que no sé cómo explicarles… es una exquisitez diplomática, es eso que le falta a Leticia Ortiz para ser como debería de ser en el puesto que ocupa.
Y comenzó Justo en sus 50 minutos exactos que había programado. Lo que dijo me lo ha pisado Eduardo Laporte, que no tiene goteras y pudo escribir ayer, pero me gustaría destacar algo en lo que Justo insistió mucho para convencernos de que el novelista podía ser historiador, al ser autobiográfico y al tener muchas cualidades comunes a los historiadores. Porque dijo que la autobiografía no es algo que asociemos a la historia, pero utiliza la misma premisa, un pacto con el lector sobre que lo que va a leer está documentado y el documento es el soporte material de lo que se va a contar. El historiador es testigo de lo que cuenta, aunque no lo haya vivido y necesita otros testimonios de los hechos que narra, testimonios que no suma, coteja; dijo que su labor es similar a la del traductor, porque habla un idioma que no es el suyo Me gustó mucho esto y que Justo dijera que es el mismo sistema de la autobiografía.
También me gustó mucho su teoría sobre que el novelista no miente porque, el que se adentra en una novela, sabe que lo que va a leer es una ficción; su diferenciación entre detalle, una parte de algo conocido y fragmento, una parte de algo que no conocemos. Habló mucho y muy sabiamente de AMM; dijo que actúa como un auténtico rastreador de lo ocurrido. Se documenta y narra como un excelente historiador. Habló de anagnórisis y se disculpó por el “palabro”; dijo palabro en esa proximidad educada y distante que no sé explicar bien en Lucía y que Justo lució desde que subió al escenario confirmándome en la idea que ya tenía de que debe ser un profesor excepcional. Justo no debe tener problemas de disciplina en sus clases porque parece que es de aquellos a lo que uno no tiene reparo en preguntar, porque sabe que va a ser ayudado, pero a los que jamás llamaría de tu.
Terminó diciendo que AMM suplía las escasas experiencias personales con lecturas, como aventajado discípulo de Borges. Una influencia, la de Borges, lejana y constante. Influencia de los múltiples Borges que Borges fue.
Ameno y erudito sin ápice de pedantería, sin avalancha de citas, entretuvo y enseñó a un público que llenaba la sala y que, ni en el caso de los viejecitos, numerosos, dio ni una cabezada.
Saludos, felicitaciones, regalo a Justo del precioso catálogo de la exposición (son elegantes los de la March, sí) y marcha en taxi, compitiendo en nuestras Rita y Espe, a la zona que les gusta a Encarna y a Justo para cenar comida rica entre ruido infernal que fomentó nuestra capacidad de mimos. Paseo hasta la Castellana, entre grúas, más zanjas, calles cortadas y escombros (no creo yo que la reconstrucción de Berlín fuera más aparatosa), pasando por los enfundados leones de las Cortes y Justo al hotel con todas las recomendaciones que una anciana consciente debe hacer al amigo juvenil (Justo es flexible y juvenil, mal que le pese). Que te acuestes pronto, que te tapes bien… Y regreso a mi casa después de una tarde gratísima en la que, al fin lo diré, los echamos a todos de menos.
Un privilegio este Justo nuestro. Ya puede estar orgulloso Muñoz Molina, ya.
Ana, qué le puedo decir. Que sus palabras son generosas y amigas. Qué puedo decir.
No me diga nada, hombrepordios. Yo le digo que me emociona mucho que siempre ilustre mis pobres cosas con la preciosa foto de mi madre niña. Mil gracias, siempre, Justo.
Ana: lo primero, dinos donde está tu librería para que dejemos de dejarnos los cuartos en la FNAC y similares. Lo segundo, bravo por tu crónica, completa, cargada de datos e impresiones desde todos los ángulos y enfoques. Ole. Y sobre la imponencia o no imponencia, diré que yo lo vi directamente desde el atril, y eso impone ya per sé. Como las barras a las camareras, o los escenarios a los músicos, y las tarimas a los profes de secundaria (ahí va mi opinión sobre ese concreto punto, ya q estamos).
Fue un placer ser co-cronista oficial de la March con usted. Una pena no haberla saludado, ya habrá más ocasión.
Un saludo autobiográfico,
Eduardo
El placer es mío. Esto ha sido, como en los toros (que odio), un «ayudado» :-) La próxima la hacemos de verdad a medias, como Justo y Anaclet hacen las cosas, je, je
La FNAC ¡Ay! qué atractiva es, como la Casa del Libro. ¿Se puede figurar la tentación que es, cuando voy al cine o algo así, en sábado o domingo, la veo abierta y llena de gente, porque ellos se lo pueden permitir, y entro y me muero de ganas de comprar… Ainsss.
Le pongo aquí dos enlaces en que hablé de la FNAC y otro sobre mi librería (me da vergüenza hacer aquí publicidad, comprendame).
http://www.emboscados.com/foro/viewtopic.php?TopicID=1043&page=0#8880
Aquí aparece la dirección de Pérgamo
http://www.abc.es/la-ultima/noticia.asp?id=1868&num=20090324&sec=35
El link de ABC que me envía aparece inmaculado. ¿Es ésta, quizá?
http://madrid.salir.com/pergamo/fotos/12539
Qué raro, yo pulso aquí mismo y sí se me abre el enlace. Es una entrevista que le hicieron a mi hermana en la contraportada de ABC en que contó la história de Pérgamo, como yo misma en lo que escribí para Ínsula y que tiene puesto Justo aquí al lado. Pero sí, si es esa del enlace que ha colgado. No lo conocía y me ha hecho ilusión, Gracias.
Los que deseábamos saber algo de la aventura madrileña del sr. Serna, no sólo vemos más que colmado este prurito -que no deja de ser ramplón-, sino que con sorpresa, al menos para mí, nos deleitamos con una prosa límpida, de una cuidada tersura y precisión, que me ha sorperendido, de veras; no sólo por lo imprevista, sino por su luminosidad y viveza. Doña Ana, le felicito, no ya por su información, sino por su palabra cálida, hermosa. Don Justo qué suerte tiene.
No, no, todos tenemos suerte de encontrarnos aquí y eso se lo debemos a Justo. Pero mil gracias, Señor Millón, mil gracias por sus palabras, que me sonrojan y agradezco en el alma.
Por el amor de Dios y por los clavos de Cristo: a mí no me deben nada. Y no sigan echándome incienso.
Perdonen mi brusquedad en las palabras anteriores. No quise expresarme tan malamente, pero también esa brusquedad es un acto fallido de quien siente azoro. Mañana por la mañana escribo mi comentario o breve crónica.
No se disculpe, Justo. No creo que nadie se haya molestado. A mí me divierte mucho lo de los clavos de Cristo, que nos dice de vez en cuando.
Una conferencia es una conferencia es una conferencia
Una conferencia no tiene nada de singular. No es una excepción. Ya saben: a partir de las siete de la tarde o das una conferencia o te la dan. En Madrid y fuera de Madrid. Lo que cambia cuando eres tú quien la imparte es el ánimo. Éste no depende de si eres activo o receptivo. Depende del humor, incluso de la alegría, de la energía. Puedes prepararte la conferencia resignada y tediosamente. Luego eso se notará. O puedes preparártela con el entusiasmo que dedicas a una cosa que interesa, una cosa que tiene fecha fija, una cosa que tiene que salir bien. Ni siquiera lo bueno dura mucho: el esfuerzo, la angustia que te pueda provocar…, todo se resume en dos o tres o cuatro hojas manuscritas.
Allí han de figurar –y en el orden preciso– las ideas que no pueden olvidarse, dejando espacio y tiempo para la improvisación controlada, para la anécdota recordada, para la palabra comodín. Puedes llevar escritas todas tus ideas (dos o tres, pues no hay más), pero entonces lo que ganas en tranquilidad lo pierdes en fluidez o en frescura. Por ello, desde mi punto de vista, lo mejor es combinar la lectura con la soltura, el texto con la ocasión. Sí: lo puramente ocasional que dejas como algo sobrevenido. Los muchos años de docencia te proporcionan recursos y pistas, sin duda; pero dar una conferencia no es impartir una lección. En clase siempre hay un «continuará…» En cambio, en una charla debe haber un planteamiento, un nudo y un desenlace: es un círculo que cierra lo que originalmente planteas. Con orden, siempre con orden.
Pero, además, en una conferencia has de estar descansado y físicamente cómodo. No puedes acudir a la charla habiendo dormido mal. No puedes vestir de cualquier manera, como si estuvieras en tu propia casa. Pero tampoco debes calzarte lo que nunca llevarías en tus mejores galas. Has de someterte al contexto sin dejarte esclavizar por la circunstancia. Busca la indumentaria correcta con la que te sientas mejor, más seguro, más suelto, esas prendas que no ofendan a quien te invitó. Y piensa que todo tiene su tiempo, que todo tiene fin, que no valen excusas, que no te des excusas, que te ha de salir bien.
No mires fijamente a nadie, dirígete a todo el auditorio y busca la complicidad de tu público. Moderadamente. Es decir, plantea algún guiño o, si la ocasión lo facilita, haz algún chiste. Mueve las manos con cuidado, con delicadeza, con tranquilidad, evitando todos aquellos gestos que puedan revelar tu nerviosismo. Si corres el riesgo de derramar el agua al echarla al vaso, llena el recipiente antes. Habla y bebe pequeños buches con cierta frecuencia. Sé erudito y entretenido. Es decir, evita las pedanterías o la jerga profesoral.
Piensa en ti. Esto es, piensa en la charla que te gustaría escuchar. No querrías dormirte, ¿verdad? Pues eso. Respira a fondo, ponte cómodo y habla alto y lento, vocalizando: con un punto de energía o mala leche, si es preciso; con esa rabia que te saca del miedo o del aturdimiento. Piensa que estás rodeado de gentes que no te odian, que no te tienen inquina. Son personas que comparten algún interés y son personas que no van a por ti, necesariamente. Piensa que hay amigos en la primera fila, amigos cariñosos que te están dando ánimos, que no te examinan aunque luego tengan que contar lo que allí hiciste. Y en todo caso, para evitar todo envaramiento, si la conferencia te angustia mucho tómate un orfidal o, mejor, léete un divertido o terrible cuento de Antonio Muñoz Molina, aquel que lleva por título Nada del otro mundo’.
Entre otras cosas, es el relato de una charla. Alguien debe impartir una conferencia en una localidad distante e improbable, en un pueblo llamado Pozanco. Un nombre espantoso. “Me senté, cohibido, tras la pequeña mesa donde había un flexo, un micrófono y una jarra con agua”, dice el narrador. “Con algo de ceremonia abrí la carpeta donde guardaba los folios de mi conferencia. Di en el micrófono dos o tres golpes con el dedo índice que resonaron en las profundidades del salón. Muy lejos, desde el pasillo lateral, el director me miraba con melancolía e impotencia, casi con fatalismo, como si me supusiera ya inaccesible a cualquier ayuda”, admite el narrador. Está perdido: se deja impresionar por lo que no sabe o no distingue bien, por lo que parece o desea o teme.
“Observé que el público, por llamarlo de algún modo, vestía espesas ropas de abrigo, más adecuadas para resistir la temperatura polar de la sala y su aguda humedad que mi americana de penúltima moda. En la primera fila, un anciano, el más audaz y al parecer el más interesado de mis cuatro oyentes, llevaba una pelliza de pana con el cuello subido, una bufanda que le tapaba la barbilla y una gorra de visera calada. Entre la visera y el filo de la bufanda se discernía una cara amarillenta de ojos claros y húmedos. Me pregunté qué interés podía tener aquel hombre en la nueva narrativa española. Dejé de preguntármelo unos minutos después, cuando ya estaba leyendo el segundo folio de mi conferencia y al levantar los ojos en busca de una señal de comprensión o asentimiento descubrí que el anciano estaba dormido”. Abatimiento, sí. El conferenciante se siente abatido y confuso: habla y se interroga a sí mismo. No pueden pensarse dos cosas a la vez.
“Mis palabras sonaban con ecos lúgubres y metálicos en los altavoces, que eran de un modelo muy antiguo, como los primeros que empezaron a poner en las iglesias cuando yo era niño, y que le daban a uno la sensación de estar oyendo no la voz del cura, sino la del mismo Padre Eterno. Cada vez que miraba hacia la sala me deprimía más, y la congoja me apretaba la garganta y me hacía difícil articular las palabras, así que decidí leer sin levantar la vista ni desear que aparecieran Inma o Funes [los amigos que lo habían invitado], leer cuanto antes los diez o doce folios que llevaba escritos y marcharme de aquel lugar lo más rápido que pudiera, ojalá que esa misma noche, aunque tuviera que pagarme un taxi”, confiesa el narrador. La prisa por acabar es, ahí, lo peor que a uno le puede ocurrir.
“Pero la tristeza me secaba la boca: al pasar una página aproveché para servirme un poco de agua y me detuve un segundo antes de beberla. Era un agua translúcida, de color verde agrisado, con filamentos como de algas flotando entre tenues grumos de cieno…” Qué asco. Miedo y asco en la conferencia, indiferencia y frialdad. Lo que Antonio Muñoz Molina cuenta en su relato, con derivaciones propiamente fantásticas, lo hemos experimentado alguna vez todos los que hemos dado charlas. Yo, en Madrid, en la Fundación Juan March, me sentí cómodo, bien tratado y bien acompañado, con sentimientos muy diferentes a los que tenía el personaje de Muñoz Molina.
Pero eso no quita para que la próxima vez, en otro sitio… acabe como el conferenciante del cuento: admitiendo que la charla no interesa nadie, justo cuando aún le falta “por leer un número incalculable de hojas mecanografiadas, llenas de citas ridículas, de nombres eruditos, de reflexiones vulgares enjaezadas y maquilladas de literatura”. Esperemos que no nos pase. Y que no nos ocurra lo que le sucede inmediatamente después, cuando acaba la conferencia. No hay aplausos. “Una mano helada y húmeda se cerró en torno a mi muñeca: una voz ronca me habló al oído.
–Vete de aquí, vete ahora mismo, no hagas caso de nadie, escápate antes de que venga la luz”.
Está claro que en este blog no necesitamos asistir a las conferencias de nuestros contertulios, tenemos cronistas que nos acercan al acto y que nos crean la sensación de que nosotros también hemos participado en el evento. Al Náufrago no lo conocía pero a Ana sí y por ello no me extraña la calidad de su escrito, es la mejor cronista que conozco (es raro que aún no le hayan ofrecido un trabajo en un medio de comunicación de masas; aunque, a lo mejor, sí se lo han ofrecido y ella lo ha rechazado, eso no lo sé). Insiste mucho Ana en la calidez y cercanía que inspira Justo y estoy de acuerdo con ella, aunque mi valoración es desde la distancia; lo que ya no tengo tan claro es que sea un hombre tan seguro como lo pintáis, más bien me parece una máscara no sé si de género pero sí de persona. Un placer leeros.
¿Una máscara de persona? Máscara y persona, Fuca.
Cuando escribí mi comentario anterior, no estaba aún la crónica de Justo. Me gusta su disertación sobre conferencias y conferenciantes, sólo discrepo en un asuntillo, el de las vestimentas; forman parte de nuestra personalidad y nuestros interlocutores nos tienen que aceptar tal como somos; sería ridículo que yo me tuviera que comprar un vestido para dar una conferencia o asistir a una entrega de premios o para recibir una condecoración.
Uno no se viste tal como es, sino que cambia según contextos de acuerdo con los gustos personales. Uno siempre se viste para la ocasión, para cada ocasión, con las prendas que tiene, que le gustan o con las que se siente cómodo.
Para clase mi indumentaria es una y para casa es otra. Nos ponemos máscaras y adoptamos poses. Yo no conozco a nadie natural, sin afeites.
Creo que estamos llegando a la cuadratura del círculo, al encuentro con piedra filosofal de toda conferencia. No sólo podremos acceder a su audición -que como es previsible la Fundación March expondrá en su web-, sino que poseemos de ella crónicas y percepciones del público -selectas, todo hay que decirlo-, y, ahora, la propia imprensión del conferenciante ante su propia conferencia, amén de una metaconferencia, una autoreflexión, un «modelo para armar», con formato conativo y una mirada irónica dada -para colmo de la autorreferencialidad- por el propio escritor del que la propia conferencia ha tratado. ¡La cuadratura del círculo! ¡Viva Eco! ¡Albricias para los que gozamos de esta stoa virtual por la que gratamente deambulamos!
Cada vez que escribo algo que no es un simple comentario, una respuesta a alguien, una sonrisa o un bufido escritos y es para un lugar en que sé que me va a leer Fuca, no sé bien cómo explicarlo porque uno siempre escribe, al menos, con cuidado y no porque le aplaudan, por uno mismo, tratando de ser claro, amable, comprensible y ordenado; cada vez que eso pasa, digo, además tengo presente a Fuca. Yo sé que ella es sincera, a veces abruptamente sincera; lectora infatigable y erudita lingüista y, desde que la conozco ¿Cuántos años ya, Fuca? sus palabras a las cosas que escribo han sido siempre como las que acabo de leer más arriba y eso me asombra. Por su sinceridad sin fisuras, sé que piensa lo que escribe, que no diría nada si no pensara así y eso me sorprende por mí misma, por el concepto que tengo de mis cosas escritas; me sorprende y me hace ir aun con más cuidado «porque es muy probable que me vaya a leer Fuca». Gracias, Fuca, soy más cuidadosa cuando sé que me lees y aquí pondría un muñequito sonriente, pero sé que no te gustan y me abstengo.
No, nadie me ha ofrecido ningún trabajo ¡¿Rechazarlo?! No creo que me lea nadie con posibilidad de hacerlo. He escrito mucho y durante mucho tiempo, para dos revistas, una literaria y otra musical, gratis, pero ya no y era algo que me hacía muy feliz porque necesito escribir, el hecho físico de hacerlo, para vivir.
Me gusta la crónica de Justo; me gusta mucho y puedo asegurarte, Fuca, que por lo poco que yo lo conozco, no es una máscara de ningún tipo, salvo la contención natural, que yo agradezco mucho, de la educación y la mesura. «Para clase mi indumentaria es una y para casa es otra.» Pero parece que todas sus indumentarias son coherentes y son para estar cómodo. Comprarse un traje para una conferencia… no o sí, depende de lo que uno tenga, porque no creo que uno se vista igual para sacar al perro que para ir a un concierto y no es disfraz ni máscara, es cuestión de comodidad y de respeto.
De nuevo gracias, Justo y gracias, así, entre nosotras y en aparte amistoso, para Fuca, que me hace creerme una Ana Serrano mucho mejor de la que creo ser.
Magnífica la conferencia es una conferencia… (ceci n’est pas un pipe) del conferenciante metido a cronista desde la trastienda.
Un detallito que ha comentado en ese texto, sobre ir bien dormido y bien calzado, me ha hecho recordar en una cosa que decía Salvador Dalí, con cierto pavor a hablar en público. Cuando tenia que dar una conferencia, se ponía unos zapatos más pequeños y apretados de lo normal. Esa tensión le hacia canalizar las otras tensiones, y hallar un cierto relajo. Si algún dia doy una conferencia (en un pueblo de mala muerte, pero conferencia al cabo), contaré esa anéctoda o bien me pondré zapatos pequeños. O las cosas.
Nos conocemos desde hace años (unos siete u ocho), querida Ana, en este mundo virtual y siempre me has parecido (no sólo a mí, creo que a casi todo el mundo que te lee) una persona brillante cuando te pones a relatar hechos de la vida cotidiana; no creo que nadie se atreva a decir lo contrario. En lo que discrepamos es en la acepción de respeto; no creo que el respeto y la vestimenta no convencional estén reñidos (es muy parecido a lo que pasa con el tuteo, nunca creí que estuviera reñido con el respeto, por eso me río de las personas que creen que van a conseguir que los alumnos respeten a los profesores obligándolos a tratarnos de usted).
Sobre la mesura de nuestro (tu) amigo Justo, no sé qué decirte, no sé si me gusta más la educación que Justo demuestra en el blog o el deslenguamiento de Pumby; quizá lo ideal sería un camino intermedio.
Les agradezco otra vez sus palabras, Ana, Fuca, Eduardo. Si me permiten, especialmente a Juan Antonio. Ha captado, en efecto, lo que quería decir cuando he escrito la crónica que no es crónica: metarreferencialidad y guasa.
Retomando una idea expresada por el Sr. Serna, con el relato que hacen el Sr .Eduardo y la Sr. Ana Serrano es posible acercar esa realidad que nos ha sido ajena a algunos de los que frecuentamos este blog. A través de las palabras, de lo que otros construyen- ya sea ficción o no- para nosotros, podemos crear una imagen mental del hecho relatado, podemos imaginarlo; con esa representación mental y con esta realidad virtual se han se han difuminado esas barreras espaciales y cada uno a su manera ha ido a esa conferencia, más no se le puede decir a los cronistas.
El relato que usted realiza acerca de lo que pasa por la cabeza de un conferenciante no está exento de ironía, pero podría ajustarse bastante a lo que pudo ser esa realidad, es simpático que lo contraponga además, no solo con un relato del autor sobre el que usted conferenciaba, sino porque ese relato, al menos el fragmento que usted nos muestra, sería la expresión el miedo a lo que uno nunca quiere que ocurra.
Desde luego, no es lo mismo que ir, pero ha sido bastante satisfactorio. Ahora ya solo falta que le podamos escuchar.
No acabo de salir de mi asombro, señores. He abierto el Boletín de la Fundación Juan March y en el apartado de las Noticias de la semana del 19 al 24 de Octubre de 2009, he leído este escueto y aterrador texto:
» En la tarde del día 22 de Octubre, a las 19:30h., tuvo lugar la conferencia del profesor de la Universidad de Valencia, D. Justo Serna, en la que iba a disertar sobre «Autobiografía e historiografía. El caso de Antonio Muñoz Molina». El conferenciante se situó, con cierto aire cohibido, tras la pequeña mesa donde había un flexo, un micrófono y una jarra con agua. Con algo de ceremonia abrió una carpeta y dio en el micrófono dos o tres golpes con el dedo índice que resonaron en las profundidades del salón. Comenzó a leer como si algo le acongojara, dirigiendo contínuas miradas de asombro y perplejidad al público que se sumía por momentos en un clima de confusión y temor, ante las palabras incoherentes que sonaban con ecos lúgubres y metálicos en los altavoces. El profesor llevó, ante el asombro de la concurrencia, la mano a la jarra y un terrible grito en sordina restalló en aire, pero con un aplomo inusitado llevó el agua al vaso y dio unos breves y aplomados sorbos, que dejaron estupefactos al público. Acto seguido, se levantó de su silla con firmeza y decisión, y abandonó la sala, seguido por dos de los concurrentes, a los que la policía ha identificado como amigos secuaces del impostor y que responden a los alias de Crusoe y Bergama.».
¿Alguien puede dar alguna explicación a esto? ¡Porlosclavosdecristo!
La poli nos metió en un zulillo infame, en la que nos obligó a escribir a toda pastilla nuestra respectiva crónica, mientras por un radiocassette de los años ochenta sonaba en bucle Los mejores chistes de Philippe Lejeune, vol.2.
¡Nos han pescado, Náufrago! Sí, así fue tal cual, pero, además, ya puestos a contar toda la verdad, terminadas las atropelladas crónicas, con un flexo similar al de la mesa del conferenciante enchufado a los ojos (debía de tener una bombilla de 100, nada de bajo consumo), nos pusieron en una pantalla con las esquinas redondeadas, como de tele antigua, varios discursos de Franco y de Hitler, mientras sonaban, a toda pastilla, marchas militares. Lo que se conoce, vulgarmente, por un tercer grado en toda regla.
Como responsable de los ciclos de conferencias que imparte nuestra ínclita y afamada Fundación Abril, quisiera salir al paso y desmentir la publicación asaz falaz que el reconocido impostor, alias «Il milione», ha vertido, con declarada impudicia, en su ponderada bitácora. Pido disculpas por el daño a que terceras personas pudiera haber producido tamaña irresponsabilidad, e invito a todos los perjudicados a visitar la seriedad y pulcritud con que todas nuestras actividades se desarrollan. Tamaño dicterio o «crimen ejemplar» no quedará impune ante la ejemplaridad pública.
PD: Fuentes policiales me han advertido que andan a la zaga de unos félidos, a los que «il milione» acusa de causarle serios disturbios mentales.
Anda que no tienen ustedes guasa ni ná.
Por los clavos de Cristo.
De verdad, sois divertidísimos.»il milione»…¡se os ocurre cada cosa!.
Enhorabuena a Justo, por su conferencia y por la transcripción de la misma. En efecto, por lo leído fue una conferencia que era una conferencia, no una pipa, como bien apunta el cronista NáuGrafo; casi como un sombrero es un sombrero que diría René Magritte, aunque menos surrealista. Enhorabuena a los que pudieron asistir a la cita. Y enhorabuena al resto de cronistas del acto. Felicidades a Ana Serrano por esa librería familiar con tanto encanto y que tanto recuerda otras que había en Valencia.
Biografía, autobiografía, historia, periodismo,…el tema da para mucho. Aquí van algunas citas tomadas de préstamo a escritores que admiro y abiertas a la reflexión:
“Me di cuenta de que la materia de la que está hecha mi memoria es mi manera de ver la realidad”.
Es una de las frases que dice Juan Cruz en un artículo que publicó el diario El País, el viernes 23 de octubre, con motivo de la edición de su último libro: “Egos revueltos”.
http://www.elpais.com/articulo/cultura/Egos/revueltos
http://www.elpais.com/articulo/cultura/Emociones
“No me he sumergido en mi memoria, he traído los recuerdos a mí, es decir, al Yo de este momento, el que ahora me siento ser, como si fuera posible decir “he sido”, como si no fuera el mismo que en otros momentos fui”.
Así comienza Carlos Castilla del Pino la nota preliminar al primer volumen de sus memorias: “Pretérito Imperfecto”.
http://www.lecturalia.com/libro/16255/preterito-imperfecto-autobiografia-1922-1949
Biografías y autobiografías, gran tema para un gran debate. Al margen de estos géneros tan personales, no debe ser fácil para un escritor mantener su obra al margen de cualquier “contaminación” del mundo que le rodea.
Circulan por ahí algunas anécdotas sobre cómo retrató Muñoz Molina -creo que en “Sefarad”- a algunos miembros de la familia de su mujer, Elvira Lindo. Por lo que sé, a una parte de su parentela política no le gustó demasiado como salía reflejada en el relato. Ya se sabe que no siempre gusta el retrato que hace el pintor. Algo parecido le pasa al escritor que corre el riesgo de transitar por la siempre delgada línea que separa ficción y realidad.
http://www.scribd.com/doc/13989311/Munoz-Molina-Antonio-Sefarad
Lo dicho, enhorabuena a don Justo y al resto de contertulios.
Un aparte para el Señor Millón. Le estaré eternamente agradecida por el nombre que me ha puesto. Llámeme tonta, pero jamás se me hubiera ocurrido: Mary Wollstonecraft, por motivos literarios evidentes; Anacrusa, por musicales y porque me llamaba así un amigo; Ana de York, como más «fino» ese jamón que el Serrano; Ana Pavlova, por mi devoción al ballet; incluso la despreciada por nuestro clasista gato criada Mary Reilly, por haber tenido una vida parecida a la suya; los nombres de mis dos bisabuelas… Todas tenían algo que ver conmigo, pero nada como Bergama. Es precioso.
Mil gracias, otra vez
Deja, Bergama, que el dulce Asklepios
siga trenzando en tu sueño el paso alado,
el aire musical y la palabra amada.
y sean en tu mismo seno un beso sellado.
Que las manos amigas despidan y saluden
tu nuevo nombre como un bien preciado,
una dádiva que el céfiro nos alcanza,
un aliento por su sola gracia otorgado.
Palabras no tengo. Sólo diré que estoy conmovida, trastocada
Qué cosas suceden en este blog. Me tienen sorprendido. Llamé al blog ‘El pensamiento ordinario’, la práctica de la reflexión cotidiana, modesta, sin alto vuelos, la inspección a ras de suelo. Es lo que yo intento hacer, hable de lo que hable. Pero ustedes se elevan y pueden hacer de esta experiencia algo distinto, abriendo derroteros imprevistos, comunicación común, sí; y expresión individual de la imaginación reflexiva. De aquí, de lo que dicen, no se sale indemne.
Si no me dicen lo contrario, esta tarde publicaré nuevo post.
¿Fundación Abril? ¿Crusoe, Bergama y Serna impostado? ¿Pero esto qué es? ¿Pero qué invento es este?
¡¡¡¿¿¿Qué han hecho con el verdadero Serna???!!!
¡Marededèusenyor!Qué peligro tienen ustedes…
Anoche volví a casa a horas un tanto intempestivas. Tras la experiencia vivida en el terreno de la política -positiva, por supuesto, porque demostramos que «otra manera de hacer política es posible» y nos ganamos el respeto de tirios y troyanos- una parte del grupo nos resistíamos a terminar la jornada y la prolongamos cuanto nos fué posible.
Pero como yo no me puedo ir a dormir hasta haber echado mi preceptivo vistazo a este blog de mis entretelas, pasé una hora larga leyendo intervenciones, enlaces, reseñas, piropos… a pesar de que tuve que hacer ímprobos esfuerzos para que el sueño no me venciera.
Tomado así, como compensación a las tareas del día, como masaje reparador al intelecto vapuleado, este blog es una medicina impagable. Lo agradezco, de veras.
Por cierto, me encanta volver a leer a mis queridas amigas Ana y Fuca. ¡Qué poquito se me prodigan ustedes, porlosclavosdecristoyporlasbarbasdelprofeta!
Las reseñas, impagables, como era de esperar. ¡Gracias, Náufrago!
Y ¿qué puedo decir de Justo? Mientras daba una conferencia sobre el admirado Muñoz Molina, visitaba a doña Ana en Madrid y tenía al corriente de todo a sus lectores de aquí, aún tuvo tiempo de entrar en otros blogs a dejar sus palabras de ánimo a estos locos quijotes de la política. ¡Gracias de nuevo y mil veces más!
En fín, que tuve que abandonarme al sueño reparador para poderles poner hoy algo mínimamente coherente. Espero haberlo conseguido.
Cuánto me hubiera gustado asistir al ciclo de conferencias de la Fundación March y escuchar la intervención del Sr. Serna sobre Muñoz Molina en vivo y en directo (eso es algo que todavía tengo pendiente…ejem, ejem… más bien, que tenemos pendiente en Valencia ;-).
Las magníficas crónicas de Dña. Ana Serrano y del Sr. Laporte me acercaron muchísimo al acto. Gracias a los dos.
Marisa… qué alegría verla de nuevo por aquí.
Yo también te echaba de menos, amiga Marisa, ¡qué alegría volver a leerte!, porque, aunque casi no intervengo, os leo siempre. Y no te desanimes, tienes razón, «otra manera de hacer política es posible». Un abrazo.
Ana, perfecta, como siempre. Un placer tu crónica. A Serna se le amontonan las buenas noticias… maldita sea…
Marisa, bienvenida – aunque nunca te hubieras marchado – ya te echaba yo en falta.
Marisa, bienvenida. Deberemos tratar ampliamente la cuestión de la socialdemocracia cuando pasen unos días… Me he decidido a tratarla hoy. Bona nit.
Gracias a todos. Sois un encanto. Con razón os habéis convertido en imprescindibles para mí.
Marisa, escribía mi comentario anterior sin haber leído el suyo.
Hablaremos.