Dado en la Ciudad de València.
2009.VIII.19. / 2762 a.u.c.
Inconmensurable amigo Justo:
Dada mi palabra de no volver a su “blog” (y discúlpeseme el barbarismo), no lo hago. Ésta, no es una intervención. Con la presente le ruego que a bien tenga su consideración para implantarla en algún lugar del citado “blog” que no le molestara en demasía a usted, caro amigo, pero que quedando a la vista pública, pudiera satisfacer la curiosidad y, a la vez, serenar el espanto de algún contertulio de los primeros tiempos que, incomprensiblemente, siente algún tipo de afecto hacia mí.
Puede suponer el motivo de la presente. Conocida su prudencia, comprendo que no me advirtiese usted de la última infamia que mi hermanastro ha perpetrado contra mi, mi honor y dignidad. Y no es cosa menor. Me refiero, claro, a que su jocundo avatar, el de ese cínico “Pumby”, ha usurpado las intervenciones que, yo, yo personalmente, firmé en su “blog”. Si el abominable “gatito feliz” sólo señalara a sus propios dislates, no me alarmaría. Esas pendencias barriobajeras y salidas de tono y gusto retratan perfectamente su personalidad colérica y desatada. Pero es que, éstas, se entreveran con las mías, ¡las mías propias!, y ello da lugar a la confusión, la duda, el escepticismo, la sospecha… Compréndalo/me, es inaceptable. Un caballero no lo puede permitir.
Si bien es cierto que su silencio respecto a este lamentable asunto le honra, pues adivino en ello el respeto a nuestra intimidad familiar y el cuidado que tiene por mi delicada salud, no es menos cierto que alguno de los contertulios habranse quedado estupefactos, pasmados y boquiabiertos al creerme en una deriva mental como la que se induce de la lectura de los comentarios de aquel. Por eso mismo, necesito una satisfacción suya, de él, en forma de duelo a primera sangre con espada ropera y daga para propinarle su merecido y, a la par, he de proporcionar una explicación satisfactoria a los que fueran amables contertulios durante mi estadía en su “blog”. Del primer aspecto, dará razón la galería de esgrima de la que está provista Ámbar, mi nueva, opulenta, mansión; de la segunda, su reconocida generosidad, teniendo a bien incluir esta nota en su “blog”, como le ruego.
Así, me reservo el derecho a denunciar a mi hermanastro y eso hago ahora, públicamente, desenmascarando la figura ominosa de Joan Planxadell i Recatalà; que ese es el individuo que se esconde tras el embozo gatuno. ¿Qué, quién es?… un ser siniestro dedicado a la física experimental. Usted, don Justo, lo conoce desde hace años y, por eso, puede ratificarme pues de sobra conoce sus maquinaciones disolventes y sus actitudes disolutas.
¿De dónde sale?… Cuando mi honrada madre, de antigua estirpe con noble abolengo, casó en segundas nupcias con quien sería mi padrastro, un industrial turronero, se cernió sobre el solar y la herencia de los Cantarell el triste sino de las aspiraciones pequeñoburguesas de su nuevo esposo. ¡Dioses!… nosotros, los Cantarell, de los Cantarell i Ferragut de toda la vida, emparentados con un fabricante de turrón… El amor todo lo puede, sí, como mi madre dejó bien claro, pero la incompatibilidad, aún puede más. El fruto de aquel matrimonio fue él, Joan, mi intimo enemigo desde el mismo momento de su concepción hasta nuestros días. Es cierto que ambos tuvimos el mismo seno materno, que dispusimos de los mismos ayos y tutores, que asistimos a las mismas escuelas e iguales maestros, que los dos gozamos de una educación exquisita, mas, ay, qué radicalmente diferentes somos. Cuan incompatibles. Yo sigo entroncado con la aristocracia y las letras, viviendo la vida extravagante que me quiero regalar, él sólo es un asalariado de fuertes convicciones industriales y científicas.
Si bien los años de encono entre ambos son incontables, sucede que, por gracia a nuestra común madre, debilidad de uno u otro, rapto irracional de bonhomía o simple senectud, no ha habido década en la que, durante algunas breves semanas, no hubiéramos tratado de reconciliarnos. Ambos, ello, aunque lo tuvimos por obra sisífica, siempre lo intentamos, infructuosamente. Tal fue lo que aconteció cuando rompí amarres con nuestra Casa Pairal de Corona y me trasladé a Ámbar. Ayudado por nuestro común amigo, Francesc Vila, empaqueté mi ordenador a posteriori, cuando Paquita (q.e.p.d.) ya se había preocupado de hacer el traslado de la parte gruesa de mi cenobio. Quedó el instrumento, pues, en tierra de nadie y fue el caso que Joan, con quien vivía por aquellos días una situación de tregua, vino a mi todavía morada de Corona para interesarse por el accidente motorístico que tuve por aquellas fechas.
Como así estábamos, de buen talante; dado que el citado Vila me había vaciado el disco duro; y puesto que Joan se quejaba amargamente por su falta de recursos para adquirir un nuevo ordenador, obsequielo con el mío propio. Toda vez que, como recordarás, coincidió con que emprendí un largo periplo mundial de varios meses acompañado de mi amada Ester. Sólo hasta su regreso no encontré el estropicio que había perpetrado con él. Joan, “Pumby”, había hecho uso de mi ordenador en el mismo “blog” que yo había abandonado y al reconocer, su servidor, la máquina, atribuyó el avatar de mi hermanastro a cuanta intervención tuvo ese IP. ¡Y aun tuvo el valor negar que me conociera, el muy canalla, cuando algún contertulio le preguntó por mi! Ese es su honor… Mi nombre, mancillado. Mi fama, en entredicho. Mi honor, cuestionado. ¿Qué puede esperarse de ese sinvergüenza?… nada si no es traición y arrebato.
Ruego, pues, a los contertulios que algún interés mostraron por mi persona que, por piedad, si releen antiguos “posts” no confundan mi acerado estoque verbal con el torpe mazo de mi truculento hermanastro a pesar de ese infausto avatar gatuno.
Y a usted, amigo mío, sólo puedo reiterarle mi agradecimiento por su generosidad al concederme este espacio aclaratorio.
Suyo afectísimo,
Manel Cantarell i Recatalà.
Ciudadano valenciano de Nación catalana. Patria humana.