1. Santo Job. Al leer los titulares de la prensa digital, la pasada noche del jueves 29 de octubre, no daba crédito. Distintos líderes del Partido Popular parecían haberse puesto de acuerdo para diagnosticar la crisis de su organización empleando metáforas atávicas, imágenes bíblicas. Estamos en tiempo de recogimiento, de reflexión, de recuerdo de los muertos y de las ánimas, pensé.
En el titular de elpais.com leo un titular que ya ha desaparecido. Es todo un poema: «Rajoy pierde la paciencia y anuncia que el martes tomará medidas». Oh, vaya. No sé que es más sorprendente si la guasa del periódico rotulando así o la verdad que literalmente proclama: Mariano Rajoy ha perdido la paciencia, cierto; por eso, coge carrerilla y convoca al Comité Ejecutivo de su partido para cinco días después. ¿Por qué razón? Porque «Santo Job sólo habido uno en la historia». Añado algo más: «Probablemente a veces hay que ser audaz, a veces prudente, a veces no siquiera se sabe si se acierta o no, porque no hay matemáticas en todo esto. Pero yo os digo que la paciencia -que es una de las más importantes virtudes que debe tener un político-… Santo Job sólo ha habido uno en la historia».
Hombre, qué coincidencia: la próxima reseña que he de entregar, sobre Caín (2009), de José Saramago, me ha obligado a refrescar mis lecturas bíblicas, algo descuidadas en los últimos años. En uno de los momentos de la novela, el escritor portugués reproduce el pasaje de Job. O, mejor, lo recrea cambiando el sentido positivo que tradicionalmente se ha dado al hecho de aguantar, de aguantar lo que Dios mande (mande en el sentido de quiere y mande en el sentido de remite). Pero, para Job, la paciencia debía probarse ante la Providencia: ese Dios del Antiguo Testamento, tan irascible y exigente.
Digo y esto e inmediatamente recuerdo un cuadro típico de la pintura religiosa del Ochocientos. Es una imagen célebre que hemos visto mil veces, la del Santo Job, de Léon Bonnat: una obra de 1880 que se conserva en el Museo del Louvre. Su tratamiento de los personajes bíblicos le reportó cierto escándalo. Por su verismo. Troppo vero, podría haberse dicho otra vez. Como se sabe, Job, que tenía fama de ser recto e incorruptible, fue un varón a quien Satán sometió a todo tipo de desgracias y tentaciones. Esas sevicias fueron idea del Diablo pero fue Dios quien las autorizó para ponerle a prueba. Ello le causó enormes desdichas, a las que supo hacer frente. Fue declarado santo como ejemplo de virtud, de paciencia, y la Iglesia celebra su santoral el 8 de mayo.
Mariano Rajoy, que no es Job, no tiene paciencia para soportar las desgracias que le manda… ¿Dios? No es la Providencia la que manda directamente los males a Job. Es el Diablo bajo la autorización de Dios. En el caso de Rajoy, ¿quién es Dios y quién es el Diablo? Echen un vistazo al cuadro de Bonnat.
2. El pastor y su grey. Leo un despacho de Efe. Son unas declaraciones que Manuel Pizarro ha hecho a Telemadrid, en concreto a El Círculo a primera hora. La primera parte de sus palabras alude a una tradición de las organizaciones que ahora se ha roto: los traspos sucios se lavan en casa. «La justicia tardía no es justicia. Confío en que el PP actúe con ejemplaridad porque es lo que espera el ciudadano. Hay conductas que son punibles y, si no pasa nada, esto es la ley de la jungla», asevera. A su juicio, «las discusiones tienen que darse en los órganos internos de los partidos. No te puedes pronunciar por ahí fuera en esos términos». Y añade: «En cualquier situación de la vida hay que cuidar las formas y ser educado, porque cuando se pierden las formas, se pierde la educación y muchas cosas más». Hasta aquí, lo previsible.
Luego Pizarro habla del descontrol verbal de su partido y concluye en términos muy rurales o muy bíblicos: «el ganado tiene que tener un pastor por delante y un perro guardián. El líder tiene que ir delante, llevar un secretario general que ponga orden y un motor muy claro que son los principios, los valores e ideas con los que intentas imantar a la sociedad». «Cuando no se hace esto», añadió, «el ganado se desparrama».
En efecto, desde antiguo sabemos que hay pastorear las ovejas. En Juan 21,16, Jesús le pide a Pedro que apaciente su ganado. «¿Me amas?», pregunta. Pues «apacienta mis ovejas». ¿Ganado, pastor, perro guardián? Por lo que parece, para Pizarro, esos tres elementos son los recursos imprescindibles para el funcionamiento de un partido político. Para José María Aznar, los ingredientes también son tres: «Un líder, no varios; un partido, no varios; un proyecto, no varios». Desde entonces, sin duda, repite esa fórmula. Y, como en la Biblia, también esos tres mandamientos se resumen en uno, su propio ejemplo: «la conjunción de estas tres cosas a mí me dio resultado».
3. La Torre de Babel. Pero Aznar no se limita a endiosarse, no peca de arrogancia luciferina. Sabe diagnosticar: «Si los dirigentes políticos actuales no reaccionan con urgencia [ante los últimos escándalos de corrupción], habrá un momento en que no podrán salir a la calle». Así lo ha advertido el presidente de honor del Partido Popular para acabar con una apostilla: quien no acepte su diagnóstico es que «está totalmente fuera de la realidad».
Justamente es lo que he pensado al leer las declaraciones de Francisco Camps avalando a Ricardo Costa tras haber sido defenestrado. Según dice, «todos en el partido tenemos por [Ricardo] Costa el mayor respeto y avalamos su excepcional gestión». Excepcional gestión. Vale, admitido: excepcional gestión.
¿Entonces a qué se debe su caída? ¿En qué ha pecado? Camps no aclarado esto. «Avalamos su excepcional gestión», ha insistido al tiempo que indicaba que la suspensión adoptada por la dirección nacional del partido «nada tiene que ver» con los cargos que ha desempeñado como secretario general de los populares valencianos ni como portavoz del grupo parlamentario en las Cortes valencianas. Entonces deberemos admitir que la falta de Costa es un pecado de soberbia. Ha retado varias veces a la dirección nacional y su líder como un Dios tonante lo elimina. La soberbia no es sólo el mayor pecado según la Biblia, el primer pecado capital, sino también la fuente misma del mal. Es por eso por lo que de ella misma nace la mayor debilidad. Soberbio no es sólo el orgulloso, no es sólo quien se envanece, sino también quien menosprecia al otro, quien no lo reconoce. Como advirtió San Agustín,»la soberbia no es grandeza sin hinchazón, sino hinchazón; y lo que está hinchado parece grande, pero no está sano». ¿Quién es el grande y quien el hinchado en el Partido Popular?
4. La imagen de Rajoy se derrumba. Leo en El País un titular que reza así: «La imagen de Rajoy se derrumba«. Sirve para encabezar la noticia de una Encuesta para dicho periódico. En concreto, la «Encuesta de Clima Social de Metroscopia». Según leo, «revela que la imagen de Rajoy como líder político está hecha añicos cuando va a afrontar la semana en la que, según anunció el viernes, piensa aclarar las cosas en la caótica situación interna del PP. Cuando se les pregunta [a los españoles] si confían en Rajoy, el 83% de los ciudadanos dice que le inspira ‘poca o ninguna’ confianza. Un asombroso 68% de sus propios votantes dice que no confía en él».
¿Es una encuesta cierta o falsa? No es la pregunta pertinente. Por supuesta está realizada con la mayores garantías que estos sondeos precisan. Pero los sondeos no son sólo retratos de situación, como queremos creer. Las encuestas, como las imágenes de gran difusión e impacto mediático, provocan efectos, quizá los contrarios, de los que captan. Si yo dispongo de suficiente poder de convocatoria y aviso a la ciudadanía del hundimiento de una entidad bancaria o de la carrera de un político, es probable que ocurran dos cosas: o lo hundimos, justamente porque la acción posterior de todos nosotros –los clientes o los electores– refuerza la impresión previa; o lo rescatamos, precisamente porque la respuesta del conjunto compensa o corrige la previsión.
Por eso, un titular tan rotundo («La imagen de Rajoy se derrumba«) no es sólo una descripción de lo real. Es también un enunciado realizativo que provoca consecuencias. Sus responsables saben que traerá efectos. Enunciado realizativo. Así lo llamó John Austin en su libro Cómo hacer cosas con palabras. Fue un libro que leí hace mucho tiempo, influido por Juan Goytisolo. No me pregunten por qué. Es probable que en alguno de sus ensayos lo mencionara con elogio. Cuando hablamos o cuando escribimos, cuando nos manifiestamos, simplemente nos expresamos, hay frases puramente descriptivas. Este arbol es verde. Y hay frases que realizan acciones. Un enunciado realizativo o performativo (depende de las traducciones del original performative) es algo más que una descripción: al describir cierto hecho lo ejecutamos. O, de otra manera, por la sola circunstancia de ser expresado realiza el hecho. ¿Puede evaluarse en términos de verdad o falsedad?
La aseveración de El País, que en la edición digital del domingo ya figura en cubierta, provoca un efecto, su efecto, por el solo hecho de enunciarse. ¿Cuál? ¿Recuerdan aquella imagen de Mariano Rajoy en el balcón de Génova inmediatamente después de perder las elecciones? Veíamos al político popular y a su esposa tiernamente abrazados: con la tristeza y la desolación reflejadas en el rostro de la mujer. Nos daba congoja el abatimiento que ambos experimentaban, y al menos mis sentimientos se parecían mucho a los de la caridad. Quizá me volvía el efecto de tanta lectura bíblica. ¿Cuál fue la consecuencia de aquella instantánea?
5. El milagro de los panes, de los peces y de los manifestantes. Hablando de instantáneas…, el sábado 31 de octubre hubo una manifestación en Valencia. Fue muy fotografiada. Aunque era una concentración convocada contra la corrupción, los asistentes se centraron básicamente en Francisco Camps. Creo que fue una decisión injusta: le dieron un enorme protagonismo al president valenciano, en estas horas terminales. Lamentablemente hay casos, numerosos casos, que salpican a este y a aquel partido y, por eso, protestar contra un Gabinete cadáverico es ensañarse con el débil. Ya podrían, ya…
Sin duda, el caso Gürtel es una particularidad local y, por eso, esta manifestación rindió homenaje a nuestros representantes más eximios. Lo entiendo, lo entiendo. Yo no acudí porque, entre otras cosas, tengo aversión a la multitud y al estrépito. No trato de justificarme ni de defender misantropía alguna. Simplemente, nadie es perfecto.
A lo que me cuentan, la concentración fue masiva y festiva: acudió un gentío de ciudadanos ruidosos y bullangueros, algunos muy conocidos de este blog. Viendo las fotografías que abajo reproduzco, creo que el Gobierno de Camps no tiene razón: no había decenas de personas; había unos poquitos más. Fue como un milagro, raro en esta tierra atea y descreída: se multiplicaron los panes, los peces y los manifestantes. Había pancartas muy ocurrentes, lemas simpáticos y mucha guasa. Uno de los carteles más celebrados fue aquel en el que podía leerse: «Si me queréis, irse». Un bello homenaje a Lola Flores.
En la última instantánea que reproduzco vemos a un grupo de jaraneros tras la manifestación. Parecen contentos. ¿Litros del alcohol corren por su venas? Tienen aspecto de peligrosos alborotadores, extrema izquierda o algo así. O quizá sea la Última Cena que se conceden, quién sabe. Aunque no podemos verificarlo, es probable que alguno de ellos calce zapatillas: por si hay problemas al ir volao.








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