Silvio Berlusconi. Lees la prensa y hay noticias que te incomodan, que te desconciertan. No sabes qué decir, cómo reaccionar. Te crean estupor. Pienso, por ejemplo, en la colusión de fútbol, política y mass media: esa mezcla produce monstruos.
Uno de los casos más evidentes y temibles es el del primer ministro italiano, Silvio Berlusconi, dirigente del que aquí nos hemos ocupado repetidamente. Aprovechó el desmantelamiento de la democracia cristiana, la crisis enésima del partido socialista, el proceso de mani pulite. Un empresario de éxito, dueño de Canale 5 y de tantas otras televisiones, amo del Milan y de tantas otras instituciones de la sociedad civil. El resultado, a la vista está. La política italiana parece sumida en un cenagal: demagogia, populismo y escándalos mediáticos. Espero que algún día ese país, envidiable por tantas cosas, puede rehacerse y desprenderse legalmente: de Berlusconi. Con la legalidad.
De Berlusconi, precisamente, yo ya no sigo ni sus ocurrencias, dichas para epatar al adversario: en realidad, pronunciadas para despistar, para distraer la atención sobre lo fundamental, su ataque al Estado de Derecho, su defensa venal de intereses particulares. Ahora me entero de que ha sido agredido en un mitin. Me entero, además, de que fue al acabar un mitin en Milán, en la imponente plaza del Duomo. Busco más detalles. Leo en El País que «el agresor es un hombre de 42 años, Massimo Tartaglia, que (…) sufre desde hace años problemas mentales». Al parecer «lanzó un souvenir –una estatuilla de plástico y yeso en miniatura de la catedral de Milán– que impactó en la boca del primer ministro». Esto es el colmo del esperpento. Al ser detenido, confesó: «Yo no soy nadie». ¿ Berlusconi agredido por un don Nadie o por Nadie? En el primer caso, es el Uomo Qualunque, su encarnación, quien ataca; en el segundo, es Nemo, el hombre agraviado que reacciona contra el poderoso. La realidad se presta a metáforas muy torpes…
Después de lo que le ha ocurrido a Berlusconi, alguien ha dicho: se lo tenía merecido. Ha estado provocando mucho últimamente. Desde luego es una barbaridad pensar tal cosa. Me parece simplemente horroso. ¿Y ahora qué vamos a hacer?, me pregunto. ¿Vamos a justificar la violencia? Me pregunto esto con espanto y a la vez me interrogo sobre las milicias que autorizó legalmente el Gobierno de Silvio Berlusconi meses atrás, esas partidas de ciudadanos honrados a la caza de los presuntos delincuentes. ¿Han capturado a muchos maleantes? ¿A qué estamos llegando?
Joan Laporta. Repaso las declaraciones de Joan Laporta a El País. Las he leído varias veces. Es tan penosa la impresión que me causan que no puedo creer lo que sostiene. Ante el presunto maltrato que se le inflige a Cataluña, Laporta dice: «Tenemos que evolucionar. Cataluña se está muriendo, la están matando y tenemos que reaccionar». El nacionalismo –de aquí o de allá, con o sin Estado– siempre parte de la misma idea consoladora: nuestra nación no nos apoya totalmente porque está adormecida, porque está narcotizada, porque su nervio está debilitado. Ya vendrá el día en que podamos levantar cabeza.
Es una idea consoladora, sí. Pero es sobre todo un precipitante totalitario, gracias al cual se abre la senda antisistema: CiU y Esquerra están domesticados, pues se empeñan en utilizar unas vías institucionales que «cada vez están más agotadas y las estructuras son obsoletas. No podemos hacer el juego a quienes quieren diluir y narcotizar a los catalanes». Narcotizar, sí. Hay una conjura del Estado para hacer tal cosa a los catalanes. Tenemos que reaccionar, pues. «Es el momento de que Cataluña despierte», dice Laporta. Completemos la imagen del presidente del Barça. Desde el Ochocientos, siempre la misma cantinela historicista: Desperta ferro! ¿Y si no despierta Cataluña? A Joan Laporta no le cabe en la cabeza: en cualquier caso «se verán las ventajas de tener un Estado propio. Creo que la gente votaría a favor [en un referédum que no autoriza ni legaliza el Estado]. No me cabe en la cabeza que alguien vote en contra. Es incontestable que nos conviene un Estado para mejorar la calidad del país». No me cabe en la cabeza que alguien vote en contra…
Joan Laporta es un fenómeno. Tan fenomenal como Silvio Berlusconi. Es abogado y actualmente presidente de un club de fútbol. Es un aspirante político y su alzamiento se hace fuera de los partidos tradicionales. Le falta una televisión. En su país, Berlusconi empezó con Forza Italia, una suerte de partido-movimiento que se adueñó del Estado. En Cataluña, Laporta podría comenzar con algo semejante: Desperta Ferro. Hace unos años escribí sobre Joan Laporta sin que el fútbol me importara. Y ahora David P. Montesinos, amante del balompié, acierta con su fino análisis. ¿A qué estamos llegando?
Hermann Terstch. Un periodista está en el hospital desde hace días, víctima de una presunta agresión. ¿Su nombre? Hermann Tertsch. Ayer leí en Abc sus declaraciones: «… «Me propinaron una fuerte patada por la espalda y me levantaron tres cuartas por encima del suelo y luego caí de bruces. Estoy convencido de que se trataba de profesionales». Así de contundente se muestra Hermann Tertsch al describir la agresión de que fue objeto el pasado lunes cuando se encontraba en una zona de ocio de la capital. El periodista se recupera de sus lesiones, varias costillas rotas y contusiones de diversa consideración, en un hospital de Madrid».
En ciertos sectores de opinión se acusa a El Gran Wyoming de ser el inductor implícito de esa agresión por haber presentado en su programa televisivo, El Intermedio, unos vídeos jocosos en que se veía a Tertsch diciendo estar dispuestos a asesinar a pacifistas, etcétera. Todo era una manipulación sarcástica y evidente, como acostumbran a hacer en dicho espacio. No me gusta nada ese procedimiento porque la imagen de cualquiera puede ser objeto de ultraje, muy jocundo, eso sí. Preguntado por Abc, el periodista hospitalizado «no quiere vincular lo ocurrido con el polémico vídeo emitido en el programa que dirige el Gran Woyming, en el que era calificado reiteradamente como asesino, según las propias palabras de Tertsch. «A mí me han insultado antes de ese programa y después. Me han llegado a llamar hasta judío nazi, lo que demuestra la tensión de odio que hay últimamente en este país». Insiste en que «espero que se aclare este asunto. La querella contra «El intermedio» está en marcha . Y por otra vía diferente, se investiga la agresión de la que fui objeto el lunes pasado por la noche»…»
Algunos de sus enemigos dudan de la agresión de Tertsch, pero no de sus contusiones. Es decir, que se habría caído sin necesidad de empujarle o propinarle. Yo no tengo porque desconfiar de lo que él dice. Esto es, si él sostiene que le propinaron esa patada es que le dieron ese puntapié. ¿A qué estamos llegando? Desde luego, deploro la violencia física y verbal. Me parece repugnante atacar a alguien porque tenga ideas contrarias a las tuyas: si además las expresa con ultrajes y dicterios, eso no justifica nada de nada. Tertsch lamenta cómo ha crecido el insulto, cómo se odia en la esfera pública, cómo se propalan acusaciones gravísimas.
Hace unos años tuve una polémica con él. Yo publiqué un post en la primera época de este blog. Se titulaba: El periodista Hermann Tertsch (13 de julio de 2005). Creo que fui contenido en mi crítica, severo pero respetuoso. La mía era una andanada política. Tertsch me respondió llamándome «tonto perfecto. Y tiene la proverbial mala baba de los tontos». Para después añadir que «Justo Serna (…) debía quitarse de la cabeza que descalificarme a mí puede ser una forma de aliviar sus frustraciones. Aunque hoy me atropellara un tren de mercancías, puede dar por seguro que él sería el último en beneficiarse». Desde luego llamarme tonto perfecto es menos grave que acusarte de «judío nazi». ¿Pero por qué Tertsch acaba siempre sus críticas ad hominem con alguna imagen violenta, con algún ultraje? Me repito: ¿a qué estamos llegando?
Continuará en algún otro post. Las penosas impresiones no acaban

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