Elecciones a rector en la Universitat de Valéncia 2010
Crónica de una victoria augurada
Tras ocho largos años (dos mandatos) de Francisco Tomás, en el otoño de 2009 la perspectiva de la elección de un nuevo rector para la Universitat de València se ofrecía rica y estimulante. Después de filtrarse que Vicent Soler, político local de antiguo ejercicio, era candidato seguro y que también lo era María Antonia García Benau, ambos profesores en la Facultat de Economía (del campus de Tarongers, el de más reciente creación, del que nunca había salido un rector), se proponía a un nuevo candidato de orientación nacionalista en el seno de una algo desnutrida y añeja, aunque útil, Assemblea Interestamental: Antoni Furió, historiador medievalista, prestigioso director durante doce años de Servei de Publicacions, el primero de las universidades españolas en actividad editorial.
La incógnita era saber quién del equipo rectoral saliente finalmente se iba a presentar también. Se sucedieron los rumores hasta que se hizo público que el vicerrector de investigación, Esteban Morcillo, profesor de farmacología, había dado el paso, en el que después le acompañarían algunos compañeros que hasta poco antes habían sonado como candidatos ellos mismos (María Vicenta Mestre, Antonio Ariño, etc.). El que en esos mismos días se hubiera frustrado en lo fundamental la concesión por parte del Ministerio de Educación de un “Campus de excelencia internacional”, muy bien dotado económicamente y cuyo principal responsable de la propuesta era precisamente el vicerrector de investigación, sorprendentemente, no alteró el propósito del candidato Morcillo, que sin embargo al principio parecía dañado por esta derrota.
Cuatro era un número inédito de candidatos en la reciente etapa democrática de la Universitat y, tal vez, muy elevado. Difícilmente se repetirá. El 26 de noviembre hubo elecciones al Claustro universitario, que fueron interpretadas casi como una suerte de “primarias”. Alguna posición parecía empezar a delimitarse: Soler quedaba muy fortalecido en su centro –en detrimento de su colega García Benau-, Morcillo aunaba muchas voluntades en Medicina, su facultad, y Furió salía dignamente parado en la suya, Geografía e Historia.
Pasaron unas pocas semanas, que fueron de asesoramiento, reuniones, contactos, esbozos de programas y, principalmente, de reclutamiento de equipos para los candidatos, y todo se fue precipitando. Pero lo que aún no se percibía con claridad era el peso de salida de cada candidato en la contienda. El 19 de enero en la Facultat de Filologia hubo un debate preelectoral entre los candidatos; ya no había dudas, eran cuatro y todos querían llegar al final. O sí había dudas: ¿no podían pactar algunos entre ellos? Soler parecía el candidato bisagra: su nacionalismo le acercaba a Furió y su militancia en el PSOE (PSPV) le podía colocar próximo a García Benau, que había colaborado con el gobierno socialista. Se daba por seguro que las elecciones habrían de celebrarse en dos vueltas, pues nadie alcanzaría la mayoría absoluta en la primera, y cara a la segunda el pacto parecía de rigor. El debate no fue tal. Hubo exposiciones yuxtapuestas. Se vio que los cuatro evitaban la confrontación, como seguirían haciendo en lo esencial durante la campaña. Todos se expresaron en valenciano y ya en el turno final de preguntas, abierto al público, la candidata se desasió de un corsé que le dificultaba la comunicación y se expresó en castellano, como luego haría durante la campaña (incluidos los otros dos o tres debates que hubo).
Al acabar el acto, seguidísimo, era evidente que Antoni Furió empezaba a ser alguien con quien habría que contar. No sólo era buen orador sino que estaba procediendo con diligencia y rapidez. Sin duda gozaba de buenos colaboradores. Había sido el primero en publicar su propia página web, en hacer público su equipo de vicerrectores, etc. Casi al mismo tiempo se iba consolidando la candidatura oficial. Esteban Morcillo, que no era un orador relevante (mejor Soler), parecía que iba acumulando muchos resortes internos de la U.V., personas-clave de la institución. En efecto, al poco hizo público su programa, su portal web y su equipo, que resultó imponente, casi avasallador. Un amplio grupo que se ramificaba capilarmente en todas las facultades y reunía a antiguos decanos y a personas-clave en la mayoría de los centros. Se confirmaba su preeminencia -desde dentro- entre los cuatro, al mismo tiempo que para los otros tres era el oponente principal común, al que había que batir. Se le fue adjudicando la etiqueta de “continuista”, de la que él intentaría zafarse –sin éxito- durante toda la campaña.
Al poco, también Soler hizo público su programa y, paulatinamente, su equipo. La impresión era que en buena parte para conformar este último se había apoyado en militantes de su partido. Ni él ni Furió presentaban candidaturas completas (¿para converger entre sí?, se preguntaban algunos). García Benau, por su parte, fue la última en publicar su portal con el programa y, poco después, el equipo ya completos. La impronta era muy personal: una estética y un mensaje propios, bastante apartados de los de los demás. Un director de cine rodó un corto creativo destinado a los alumnos. Ella hizo hincapié en el uso de las llamadas redes sociales. Impactó mucho entre los estudiantes, por su imagen moderna y su estilo de comunicación.
La abundancia de candidatos desconcertó un poco a la comunidad universitaria. Los más curiosos e interesados en todo el proceso eran los profesores, cuyo voto, en un sistema ponderado, es el que más cuenta (el de los permanentes y doctores). También la prensa local, incluidas las ediciones territoriales de diarios nacionales, informaba con interés del nuevo escenario, entrevistaba a los candidatos, organizaba chats con los lectores, debates, etc. Un pequeño grupo de docentes de la Facultad de Economía promovió un pionero sistema dinámico de encuestas, de actualización diaria, pero al restringirse el muestreo a los profesores los resultados no eran especialmente fiables. La iniciativa no fue bien aceptada por algunos candidatos y fue truncada en su última e innovadora secuencia (una predicción basada en una especie de bolsa de apuestas de bajo presupuesto).
El aparato del rectorado (portal oficial de internet, altos responsables, Junta electoral, etc.), como ya ocurriera ocho años atrás, no derrochó mucho entusiasmo en la comunicación y la difusión del escenario electoral. Le costó arrancar y lo hizo con cierta pacatería. Los días pasaban y había una cierta confusión. Nada era claro ni seguro, pero empezaban a delimitarse algunas líneas maestras. A mitad de febrero comenzó oficialmente la campaña electoral, pero las reuniones y contactos no habían parado. Una campaña en la que desempeñó un papel estelar la telemática; toda la comunidad universitaria vio inundados sus buzones electrónicos de propaganda electoral durante muchos días.
Furió iba consolidando su fuerza y sus apoyos, organizaba actos muy concurridos y no había la menor duda de que se había ganado todo el apoyo de los votantes nacionalistas, aunque su equipo pecaba de irregular e incompleto. En el campus “científico”, el de Burjassot, su fuerza y su cohesión parecían evidentes. En cambio, en el de Tarongers y especialmente en Economía –la facultad que reúne a más votantes en términos absolutos- no se veía el arraigo. Soler pareció atravesar fases de altibajos, aunque la impresión es que llegaba a la recta final con energías y posibilidades, pese a que su flanco débil podía ser el campus de Burjassot-Paterna. Morcillo realizó una campaña tranquila, como es él, con medios, y acaso su posición hacia el final de la misma no era tan preponderante. Nadie lo podía saber. Los últimos tiempos de Tomás, de los que él era contemplado como el heredero natural, por lo demás, metidos de hoz y coz en los conflictos derivados de Bolonia, no habían sido especialmente boyantes. En todo caso el liderazgo de Morcillo parecía menos afirmado que el de los demás.
García Benau reunió a poca gente en sus mítines, ganaba de cerca, tenía un equipo de vicerrectores de perfil público medio-bajo hecho a su medida. Su fichaje estrella había sido Carmen Aranegui, arqueóloga, emblema del feminismo universitario. Por otra parte, se beneficiaba de ser la candidata a rector, mujer, primera en la historia de la entidad. Pero las militantes feministas (agrupadas sobre todo en el Grup de dones universitàries) se repartieron por todas las candidaturas -con la excepción de la de Morcillo, quizás- dejando muy en el aire una trayectoria de reivindicaciones y apoyo cerrado a políticas de cuotas y asignaciones de género. También le sacó partido Benau al gran malestar existente en torno a la primera edición del máster para profesores de secundaria. Todos los candidatos se hicieron eco y propusieron alguna medida, pero ella se esforzó más, contactó con los estudiantes, y concretó más sus propuestas. (También su programa parecía algo más concreto que otros, en él enfatizaba mucho la innovación educativa, la administración electrónica y otras innovaciones varias) A pesar de todo, para muchos, ella era el candidato descartable, la que iba a quedar la última en la primera vuelta.
La situación, pues, parecía delimitarse entre Morcillo y otro candidato, probablemente Furió. O, si no, Soler. En todo caso, el acuerdo entre los dos últimos no debería de ser difícil. Se habría de hacer, naturalmente, sobre la base de los resultados: quien ganase integraría a algunos miembros del otro equipo. Esta voluntad de pacto parecía tan clara que afloró en el Claustro incluso bajo forma de interpelación-acusación por parte de un profesor de Derecho en la sesión preelectoral monográfica realizada el 24 de febrero.
El martes 2 de marzo se celebró, por fin, la primera vuelta. Los resultados fueron previsibles y sorprendentes por mitades. En una noche llena de emociones, pasó Morcillo y ¡pasó García Benau! Los candidatos perdedores y sus votantes no lo digirieron fácilmente. Y se esfumaba el pacto más fácil y previsible, en el que muchos confiaban. La participación fue alta, mucho entre los profesores (PDI, personal docente e investigador) y personal de administración y servicios (PAS), y baja en los estudiantes (votó poco más de un 10% sobre un enorme colegio de casi 50.000 almas, lo que en términos relativos no está tan mal). Morcillo estaba bien afianzado entre el PDI, regular entre estudiantes y poco entre el PAS. El éxito de García Benau se apoyaba sustancialmente entre el PAS y los estudiantes, Soler y Furió, sin embargo, le habían aventajado entre el PDI. En conjunto Morcillo obtuvo el 36,47% de los sufragios, García Benau el 23,49, Furió el 21,61 y Soler el 18,43.
¿Cómo explicar que no superase la primera vuelta Antoni Furió? La candidatura, sin duda, recogió todos los votos de los electores ideológicamente fieles, hacia los que se había volcado la campaña, pero no obtuvo suficientes votos prestados. El programa, en el que parecía propugnarse una Universitat correctora de ciertos déficits políticos de la sociedad valenciana, debió de alejar a algunos, como también un exceso de guiños al pasado de la propia UV. Por otra parte, el candidato a última hora debió de advertir que algo no acababa de cuajar y realizó movimientos tácticos apresurados, tales como fichajes erráticos para el equipo o asumir el compromiso de nombrar Secretaria general a una mujer del PAS e incluir a dos más de ellos en el equipo de gobierno. Probablemente más que ayudar, estas iniciativas transmitieron una sensación de inseguridad y debilidad e incluso pudieron disuadir a indecisos o restar votos.
La segunda vuelta se realizó una semana más tarde. La prensa adquirió particular relevancia en unos días en que, sorprendentemente, nadie propuso un debate entre los dos finalistas y en los que no hubo prácticamente acto público alguno, salvo unas reuniones de clausura la víspera de las votaciones. García Benau se asomó con amplitud a la contraportada de la edición nacional de El País del sábado con foto incluida; y Joan Romero, profesor y militante del PSOE, desde dentro, en un extenso artículo, le echó una manita a Morcillo. Sorprendentemente el recull de prensa interno de la Universitat, de consulta pública en web, no llegó a recoger la amplia actividad del fin de semana.
La clave de todo parecía ser la negociación. En efecto, se publicaron noticias de amagos de negociaciones entre las candidaturas perdedoras y las ganadoras. En principio parecía que las dos retiradas eran contrarias a la de Morcillo, pero pronto se advirtió que tampoco eran favorables a la de la García Benau, ni muchísimos de sus respectivos votantes. Visto a posteriori la impresión es que la comunidad universitaria no estaba lo suficientemente madura para el doble turno, nunca antes practicado, que implica pacto entre candidatos y cambio de voto en muchos electores.
¿Por qué no se llegó a pactos? ¿Estaban o no Furió, Soler y García Benau a favor del cambio y en contra de Morcillo? ¿Se quiso evitar una sensación de frentismo? ¿Fueron los negociadores inflexibles en sus pretensiones? A García Benau le separaban 13 puntos de Morcillo, pero los candidatos retirados sumaban casi 40. Tal vez la candidata confió demasiado en recoger votos de oposición al establishment y no apuró sus bazas negociadoras. Quizás primaron más los factores personales que los ideológicos o de programa. Era evidente que la ideología nacionalista casaba poco con la candidata, y ¿sí con el candidato? Sin embargo costaba entender que no hubiera sintonía entre ella y Soler, quien por su parte se apresuró a desautorizar a una relevante sostenedora suya, de la corriente feminista, cuando ésta –la única- se inclinó en un periódico a favor de García Benau.
Al final, los candidatos perdedores de la primera vuelta, en sendos comunicados tardíos, se limitaron a recomendar el voto libre, en conciencia, para la segunda. La participación fue semejante a la de la primera. Los resultados son conocidos, se rompía el mito del bloque antiMorcillo, los sufragios de los perdedores se repartían casi al 50%: el candidato ganó con mucha amplitud, con un 57,23%, frente al 42,77% de su contrincante, aunque en términos absolutos ella recogió un centenar largo de votos más que él (y volvía a vencer entre estudiantes y PAS). Volvía a repetirse la historia del candidato Josep Lluís Barona ocho años antes, y ya entonces se había encendido la luz roja del declive nacionalista, fuerza que en su fórmula actual aparece ¿definitivamente? postergada.
¿En qué acertó Morcillo? En su fuerza tranquila, en presentarse como suma de experiencia, en pactar con muchos, en reunir consensos con una cabeza visible casi en cada centro, en no plantear grandes cambios. Así arrasó entre el PDI, que se acogió a lo seguro y no quiso arriesgar. ¿En qué se equivocó García Benau? En no haber planteado el debate de la segunda vuelta, en no haber alcanzado pactos, en no haber exhibido más su amplia experiencia como gestora universitaria, incluso a nivel estatal (superior a la de su rival), en plantear cambios muy ambiciosos a un PDI mayoritariamente cincuentón. No se le perdonaba ir por libre, no usar el valenciano y acaso su determinada personalidad. Hubo un fuerte transvase de votos a Morcillo, cosa que desmintió la dinámica de bloques; al final no habían sido tres contra uno. Operó la elección del que suscita menos rechazo y muchos votantes desconfiaron de la candidata, empezando por el PDI funcionario de su facultad, Economía –una pieza clave-, muy numeroso, que no se sintió representado por ella.
La digestión de todo esto no ha hecho más que empezar. La generosidad de los cuatro candidatos, su ambición, sí, pero también su servicio a la comunidad, les ha costado caro a tres de ellos, lo que era previsible, pero, al parecer, casi nadie tomaba muy en cuenta. Más que derrotas parecen haberse vivido desplomes. Se han movilizado muchas energías y muchos equipos; ha habido un derroche del que va a quedar magro fruto. Las fuerzas de oposición al “continuismo” se han disgregado y han perdido. ¿Tenían de verdad a casi el 60% de los sufragios (ponderados) detrás, como parecía indicar la primera vuelta? A tenor de la segunda, se diría que eso era tal vez un espejismo. En estas semanas muchos estarán sacando conclusiones. La Universitat toma un camino cada vez de mayor moderación con los dos últimos rectores electos, más profesional y menos político.
¿Qué futuro cabe esperar ahora? Ha vencido una gran coalición, perfectamente agrupada e implantada en los distintos centros y con portavoces en general claros y cualificados. La duda es si el nuevo rector –hipotecado electoralmente por diversos miembros de su propio equipo, a quienes debe su victoria- va a tener la fuerza suficiente para dirimir los conflictos internos y sacar adelante un proyecto coordinado y unitario de universidad. O si, como en buena parte ya ha venido ocurriendo en los últimos tiempos, se va a limitar a un arbitraje o reparto que respete los intereses fuertes, las parcelas de poder y las áreas de influencia de los grupos dominantes. El tiempo lo dirá.
Valencia, 20 de marzo de 2010.
Juan Carlos de Miguel (migueljc@uv.es)