Uno. Hace años, en 2004, mantuve una conversación con Antonio Muñoz Molina. Quedé muy satisfecho del resultado. Se publicó en Ojos de Papel. Reflexionábamos amistosamente. Acababa de aparecer un libro fundamental: Ventanas de Manhattan (2004).
Ahora, en el marco del Hay Festival que se celebra en Segovia, repetimos la experiencia: charlamos en la sede de Caja Segovia el día 23 de septiembre a las 19 horas. En vivo y en directo.
¿El motivo? La publicación de su última novela, La noche de los tiempos (2009), de la que –en fin– también escribí una reseña meses atrás. Es un honor y es una responsabilidad.
Dos. A juzgar por los comentarios de los presentes, por el tono general y por lo que hoy mismo me confesaban privadamente algunos espectadores, el acto fue interesante. Incluso muy interesante.
Creo que alcanzamos un nivel de complejidad adecuado teniendo en cuenta que nuestra tarea era conversar ante numerosas personas y con un tiempo limitado. La sala estaba llena hasta la bandera.
Creo que hubo un perfecto entendimiento: no porque estuviéramos completamente de acuerdo en todo, sino porque cada uno cumplía con respeto el trabajo asignado, sin narcisismos ni divismos. Sentíamos, como así nos lo confesamos después, que la charla fluía y discurría en el doble sentido de la expresion: discurren quienes dejar fluir la palabra para comprender mejor, para cavilar.
Se nos fue quedando corto el tiempo, de tan agradable que era la circunstancia. ¿Ustedes se imaginan? ¿Ustedes imaginan poder charlar con alguien sensible y fino que te ha procurado tantas horas de lectura placentera y reflexiva, capaz de una prosa que no es adorno, sino intelección y comunicación, dueño del adjetivo preciso, de la ampl¡ficacion medida? Alguien que es perspicaz lector, pero sobre todo creador de lo imaginado y recreador de lo real, de los hechos documentados.
Reflexionamos sobre lo general y lo particular; sobre la historia y la novela; sobre el tiempo y el espacio; sobre La noche de los tiempos y sus personajes, lo que tienen de copia, remedo e invención. Hablamos de las vidas posibles, de la existencia potencial que el novelista proyecta y traslada a los acontecimientos que rehace. Hablamos, en fin, sobre la microhistoria y sobre la historia cultural.
Los diarios recogen muy parcialmente la densidad y la cordialidad del acto. En un par de ellos hay fotos. Es arduo hacer la crónica de una conversación: pues no es –no puede ser– una mera transcripción.
Les pongo enlaces a youtube. Son tres fragmentos. El sonido no es bueno. Y, en fin, a un servidor sólo se le oye hablar hacia el final del segundo corte (minuto 4:51). Al principio de ese corte Antonio Muñoz Molina habia tenido la gentileza de presentarme como microhistoriador, atento al fragmento.
Entre los asistentes estaba una de las personas que frecuenta este blog, una de esas personas que escribe con asiduidad en este espacio. Tal vez, cuando las circunstancias se lo permitan, podrá hacernos una crónica personal de lo vivido. Seguro que recoge mejor lo que la imagen o las palabras transcritas o reproducidas no llegan a plasmar.
Hemeroteca
Fotografía: Ricardo Martín
Coda. En su blog, Antonio Muñoz Molina habla con sentimiento, con mucho sentimiento, de «Septiembre en una plaza«. Se refiere a la Plaza Mayor de Segovia, el lugar en donde hemos compartido horas de charla. Esto es lo que me sugiere la lectura de sus palabras:
La charla tranquila entre sol y sombra es un placer antiguo y civilizado. Expuestos al sol, con tan grata compañía, yo mismo sentía el tiempo en mis manos. Hablábamos sin prisas, nos retrataba Ricardo y yo observaba con el rabillo del ojo a otros que por allí se congregaban, gente tumultuosa que buscaba el sol y la relación: algunos miraban y confirmaban y otros…, pues otros miraban y sospechaban.
Las palabras de Antonio sobre la plaza me han recordado cierto pasaje de un libro del soy coautor, un volumen escrito con Anaclet Pons y que ahora esta en prensa. Permítanme la vanidad de reproducir ese breve fragmento:
«Lo peculiar de la urbe, aquello que la diferencia, es la plaza, la gran innovación histórica que los tiempos han traído. A comienzos del siglo XX lo dice José Ortega y Gasset cuando se refiere a la ciudad del Ochocientos. El filósofo observaba los restos históricos, lo que quedaba de las centurias anteriores, señalando “la gran innovación: la de construir una plaza pública, y en torno una ciudad cerrada al campo”. Es un proceso secular, incluso milenario, en el que la civilización se hace cortesana y urbana con la protección de los muros. “Porque, en efecto, la definición más certera de lo que es la urbe”, dice Ortega, “se parece mucho a la que cómicamente se da del cañón: toma usted un agujero, lo rodea de alambre muy apretado, y eso es un cañón. Pues lo mismo, la urbe o polis comienza por ser un hueco: el foro, el ágora; y todo lo demás es pretexto para asegurar este hueco, para delimitar su dintorno”. O, en otros términos, el lugar público de reunión, de comunicación, “de ayuntamiento civil”, prosigue. La ciudad no es sólo un lugar “para cobijarse de la intemperie y engendrar, que son menesteres privados y familiares, sino para discutir sobre la cosa pública” y para hacerse visibles y accesibles.»
Y, si, allí estábamos nosotros, visibles y accesibles, expuestos al tumulto de la gente y a la cámara inquieta de Ricardo. El placer, a sol y sombra. Al final, cuando ya nos cobijamos bajo techo para almorzar, hablamos de eso, de la cosa pública. Como siempre.
Muchas gracias, Antonio.

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