Cero. ¿No lo dejas ya? ¿Por qué no cambias de tema? No abandono el proyecto que he denominado La biblioteca del hijo. Renuevo el post y lo encabezo con otras justificaciones. Iré desarrollándolo y adjuntando las nuevas lecturas recomendadas, páginas con libros dedicados a un hijo que se incorpora al mundo adulto.
Ya lo dije en un comentario. Las obras escogidas siempre tienen a un hombre como observador (joven o ya adulto), un hombre que vive y atisba el mundo sin entenderlo del todo o sin encontrar su acomodo. En el mejor de los casos halla su destino a pesar de los contratiempos.
No pretendo poner un elenco de grandes obras previsibles, sino títulos hermanados por este rasgo, títulos cuya presencia razono. Es La biblioteca del hijo, del joven que se hace adulto y que mira el mundo.
“Como quiero que sea un regalo muy especial, un regalo de bodas sin bodas, de entrada en el mundo adulto, un regalo de pura vida…, pues recurro a ti. Porque lo que pretendo es regalarle una biblioteca”. Eso me decía la amiga que me invitó a seleccionar estos títulos y a escribir brevemente sobre ellos.
Dichos volúmenes no forman un decálogo de las grandes obras de la literatura universal, sino un pequeño patrimonio, aquellos títulos que juzgo útiles para comprenderse, aunque sea malamente, en un proceso de transición: justo cuando acusamos un cambio de sentido. No son lecturas juveniles, obritas para entretener el ocio de los muchachos, sino libros sobre la pérdida de la juventud, sobre la fatalidad del tiempo, sobre la crisis que no remontamos.
Yo, que sobrepaso el medio siglo, aún no me he repuesto y veo que la literatura en todos sus géneros me vale: soy hijo de la biblioteca. A veces los libros me los tomo como un paliativo y a veces me los prescribo como un tónico. En ciertos volúmenes hallo preguntas significativas, interrogantes que tienen difícil respuesta. El cultivo de las humanidades parece hoy algo sobrante, redundante o irrelevante. Dicho así, con esa cacofonía vejatoria. Pues no, nada de eso. Las novelas, la poesía, el teatro, el ensayo, etcétera, nos ayudan a entender nuestro propio desconcierto.
Con ese ánimo regresé a Joseph Conrad semanas atrás. En Mercurio publicaba un artículo titulado El espejo de la educación. La experiencia marinera de Conrad (tripulante a bordo de veleros) y su desorientación adulta (pasajero en unos mares atravesados por vapores) me sirvieron para interrogarme sobre lo que ahora nos pasa. Surcamos lo real con el desconcierto de quien sabe que lo aprendido es poco y lo útil es escaso. Por eso, para darme ánimos, he de volver a Joseph Conrad. En la foto que reproduzco, cuyo autor ignoro, se le ve cansado y elegante. Sus ojos inquisitivos aún revelan desconcierto.
Con la soga al cuello. «…Los personajes de Conrad siempre se duelen por algo que no han hecho bien, incluso por faltas gravísimas que han cometido. Es un fardo moral, efectivamente, con el que han de cargar. Por eso, nos sentimos tan cerca de los protagonistas de Conrad; por eso su suerte provoca la piedad o la compasión del lector. ¿Acaso nosotros somos mejores que ellos? ¿Acaso somos mejores que el capitán Whalley?» Leer más aquí.
Grandes esperanzas. «Siempre me ha resultado simpatiquísimo Pip, mucho más que esos otros personajes que en parte –sólo en parte– se le parecen: sus primos literarios David Copperfield u Oliver Twist. De verdad, de verdad, que los jóvenes que hoy llegan a la edad adulta tienen mucho que aprender de Pip. No sermonea, no sotanea, no se alza con superioridad moral para amonestar. Es la suya una levedad expresiva y emocional, una madurez en la que aún tiene que optar. Saber elegir bien es la clave, viene a decirnos. ¿Y la altura? Un caballero no la alcanza cuando ha reunido una fortuna, sino cuando aprende a compadecerse y a agradecer, cuando aprende virtudes morales que ya estaban en los remotos aldeanos que lo asistieron o incluso en un deportado, finalmente generoso». Leer más aquí.
La muerte en Venecia. «Ambos coinciden en el Excelsior, hotel en el que se alojan. Poco a poco, el delirante amor que el artista siente aumenta, se hincha, y con ese sentimiento crece también la degradación: crece conforme se extiende la invasión del cólera asiático en la ciudad. La muerte y los sentidos destruyen la tranquilidad y la honorabilidad burguesas de Aschenbach: él, que tanto se protegía de sus propias pasiones e inclinaciones; él, que tanto se resguardaba de lo carnal con un elegante autodominio…» Leer más aquí.
Viaje al centro de la tierra. «…Es cierto: vamos bien equipados, bien pertrechados. Llevamos armas, víveres y un botiquín de primeros auxilios. Pero los seres humanos están indefensos siempre ante el ataque de la Naturaleza o ante la
embestida de lo ignoto. Puedes ser joven o anciano: el miedo reaparece. Necesitamos temple y coraje, un valor que no se aprende: se tiene. ¿Imaginan qué se siente cuando ingresamos por la boca de un volcán en Islandia? Yo lo sé: el cráter nos traga, nos absorbe y el fuego primordial puede carbonizarnos para siempre. ¿Imaginan qué sentimos cuando nos acechan peligros primitivos, mesozoicos, en un tránsito que es penoso y prometedor? Yo lo he experimentado siendo joven y siendo adulto. ¿Por qué me seduce tanto esta novela de Verne?» Leer más aquí.
Seguirá en otro post
Hemeroteca Ojos de Papel, nuevo número. Enero de 2011
Entre otras contribuciones:
-Miguel Veyrat, Reseña de Vida ajena, de Gustavo Adolfo Chaves, Ojos de Papel, enero de 2011.
-Justo Serna, Reseña de El cementerio de Praga, de Umberto Eco, Ojos de Papel, enero de 2011.
Hemeroteca del día:
Justo Serna, «La fe de los votantes», El País, 5 de enero de 2011.
(¿Qué votar y con qué justificación?)


Deja un comentario