Blog enlazado por El País (Comunidad Valenciana)
Uno. Alzhéimer. He visto el documental producido por Barret Films: Las voces de la memoria. Lo vi en copia, luego en el estreno autonómico y finalmente en el estreno español: el domingo 26 de septiembre en Documentos TV, de La 2. Tres veces completas.
Me conmociona pase tras pase. Te familiarizas con los enfermos de alzhéimer, que los ves vivos, despiertos, incluso voluntariosos. En algunos de ellos se aprecia pronto el destino de la dolencia: la mirada se apaga y extravía. Entonces es cuando compruebas su deterioro, en algunos casos muy rápido, y compruebas el esfuerzo compasivo de los familiares. Emociona comprobar cómo los hijos cuidan tiernamente de sus madres, por ejemplo.
Visto tres veces el film, ¿tendría algo que pudiera objetársele? Podrían ponérsele dos reparos: no tiene una cronología identificada que oriente al espectador. ¿Cuando ocurre lo que vemos? Sólo sabemos que es anterior al 26 de septiembre de 2010, fecha de la actuación del coro en el Palau de la Música de Valencia. Si se hubieran sobreimpresionado las fechas, si cada momento tuviera su día, el efecto de realidad habría sido mayor. Y el efecto de gravedad.
Por otra parte, ¿la vida vivida por los enfermos es la representada en la película? Por lo que contemplamos, no parece haber rutina silenciosa; sólo activismo coral. Es decir, hay elipsis de esos momentos en que no ocurre nada. Deberíamos haber visto con más detalle el tedio cotidiano en el centro de día, ese discurrir: la existencia ordinaria no es la vida de vigilia, todos despiertos, sino el pasar de enfermos sesteando, en espera de los ensayos corales. Dicho esto, el film emociona sin trampas, dirigido con profesionalidad. Y el espectador experimenta un dolor o una epifanía: esto es la enfermedad y esto es la humanidad.
Dos. ¿Santos Trinidad? ¿Quién es Santos Trinidad?
Acudí al cine con ganas, con muchas expectativas, alimentadas tal vez por la crítica cinematográfica. ¿Eso es bueno o es malo? La crítica suele pasar de la indiferencia al ditirambo, pero con No habrá paz para los malvados (2011), de Enrique Urbizu, casi todo han sido parabienes.
Acudamos a la sala, me dije. A lo grande. A compartir unas horas con Santos Trinidad, el personaje que encarna José Coronado. Lo había visto en el tráiler: José Coronado da miedo, engorda para el papel, se deja crecer la barba y la cabellera adoptando finalmente un aspecto fiero y desarbolado. ¿Y qué papel es ése?
El de un poli que fue bueno y que ahora se comporta como un tipo violento, un desgraciado que hace de las suyas, que se toma la justicia por su mano, que acierta cuando se sale de las reglas. Lo acuchillan y lo golpean. Bebe uno tras otro cubatas de ron que le mantienen en pie o que le hacen trastabillar: los vasos apenas tienen unas gotas de coca-cola y los apura como si fueran elixires.
Padece un dolor antiguo, que en principio ignoramos, y lleva una vida desastrosa, no muy lejana a la de don José Luis Torrente (Santiago Segura). ¿Diferencias? En Torrente hay cobardía; en Trinidad hay coraje. En Torrente hay suciedad y mugre; en Trinidad aún hay ducha. En Torrente hay avaricia ciega; en Trinidad hay egoísmo, supervivencia, incluso altruismo.
Lo que en uno es caricatura del poli malo (Santiago Segura), en el otro es retrato fiel y veraz de un tipo que perdió la compostura, ese Santos Trinidad cuyo embrutecimiento no cesa. Aquí vemos el efecto de realidad, que es a la vez un efecto de gravedad. Pero, como gendarme, Santos Trinidad aún conserva algo de dignidad. En este punto se parece más a Harry el sucio, de Clint Eastwood, que a José Luis Torrente.
El arranque del film es eficacísimo, con un poli que siempre se siente provocado, resentido y finalmente trastornado por la ingesta abusiva de ron. A partir de ahí, ¿qué? No puedo revelar la trama, no puedo adelantar situaciones, no puedo destapar lo que debe permanecer ignorado. Sólo diré dos cosas. Como en tantas y tantas películas policíacas, también aquí los personajes no tienen muchas profundidades. La psicología de los mismos suele ser plana.
En ésta en concreto, los estereotipos de los grupos étnicos o religiosos se confirman sin matices, sin contradicción: los colombianos ya se sabe lo que son y a los musulmanes se les ve venir. Ésa es la moraleja. ¿Hay algún colombiano o musulmán que desmienta los prejuicios? No. En el fondo, nos dicen el guión y la puesta en escena, todos son iguales y con ellos tiene que vérselas Santos Trinidad.
Además de esta perezosa presentación humana, en la película hay un serio problema con el punto de vista adoptado. Cuando las cosas que contemplamos ocurren conforme las ve Santos Trinidad, la película discurre bien. Cuando el director cambia la perspectiva y nos proporciona datos que ignora el policía, entonces destruye buena parte del efecto de verdad y de gravedad. Es entonces cuando los personajes se acartonan y las situaciones parecen sacadas de una floja comedia televisiva.
El único que se salva es José Coronado, por supuesto, aunque su timbre de voz le delata: en el fondo no es tan detestable como quiere hacernos creer. Y para acabar sólo una pregunta (que es una odiosa comparación, lo siento): estando excelente como está, ¿qué habría ocurrido si este papel lo hubiese encarnado Javier Bardem?
Dos. ¿Santos Trinidad? ¿Quién es Santos Trinidad?
Acudamos a la sala, me dije. A lo grande. A compartir unas horas con Santos Trinidad, el personaje que encarna José Coronado. Lo había visto en el tráiler: José Coronado da miedo, engorda para el papel, se deja crecer la barba y la cabellera adoptando finalmente un aspecto fiero y desarbolado. ¿Y qué papel es ése?
El de un poli que fue bueno y que ahora se comporta como un tipo violento, un desgraciado que hace de las suyas, que se toma la justicia por su mano, que acierta cuando se sale de las reglas. Lo acuchillan y lo golpean. Bebe uno tras otro cubatas de ron que le mantienen en pie o que le hacen trastabillar: los vasos apenas tienen unas gotas de coca-cola y los apura como si fueran elixires.
Padece un dolor antiguo, que en principio ignoramos, y lleva una vida desastrosa, no muy lejana a la de don José Luis Torrente (Santiago Segura). ¿Diferencias? En Torrente hay cobardía; en Trinidad hay coraje. En Torrente hay suciedad y mugre; en Trinidad aún hay ducha. En Torrente hay avaricia ciega; en Trinidad hay egoísmo, supervivencia, incluso altruismo.
Lo que en uno es caricatura del poli malo (Santiago Segura), en el otro es retrato fiel y veraz de un tipo que perdió la compostura, ese Santos Trinidad cuyo embrutecimiento no cesa. Aquí vemos el efecto de realidad, que es a la vez un efecto de gravedad. Pero, como gendarme, Santos Trinidad aún conserva algo de dignidad. En este punto se parece más a Harry el sucio, de Clint Eastwood, que a José Luis Torrente.
El arranque del film es eficacísimo, con un poli que siempre se siente provocado, resentido y finalmente trastornado por la ingesta abusiva de ron. A partir de ahí, ¿qué? No puedo revelar la trama, no puedo adelantar situaciones, no puedo destapar lo que debe permanecer ignorado. Sólo diré dos cosas. Como en tantas y tantas películas policíacas, también aquí los personajes no tienen muchas profundidades. La psicología de los mismos suele ser plana.
En ésta en concreto, los estereotipos de los grupos étnicos o religiosos se confirman sin matices, sin contradicción: los colombianos ya se sabe lo que son y a los musulmanes se les ve venir. Ésa es la moraleja. ¿Hay algún colombiano o musulmán que desmienta los prejuicios? No. En el fondo, nos dicen el guión y la puesta en escena, todos son iguales y con ellos tiene que vérselas Santos Trinidad.
Además de esta perezosa presentación humana, en la película hay un serio problema con el punto de vista adoptado. Cuando las cosas que contemplamos ocurren conforme las ve Santos Trinidad, la película discurre bien. Cuando el director cambia la perspectiva y nos proporciona datos que ignora el policía, entonces destruye buena parte del efecto de verdad y de gravedad. Es entonces cuando los personajes se acartonan y las situaciones parecen sacadas de una floja comedia televisiva.
El único que se salva es José Coronado, por supuesto, aunque su timbre de voz le delata: en el fondo no es tan detestable como quiere hacernos creer. Y para acabar sólo una pregunta (que es una odiosa comparación, lo siento): estando excelente como está, ¿qué habría ocurrido si este papel lo hubiese encarnado Javier Bardem?
¿Está insinuando que el papel de Santos Trinidad lo habría bordado Javier Bardem?
Sólo de pensar en su rostro pétreo me da miedo, mucho miedo…
Quiero ver esa película con José Coronado. Un gran actor, de registro amplio. Recuerdo cuando era presentador de televisión y dijo que se iba a dedicar en cuerpo y alma al teatro y al cine.
aleskander62, el otro día decía usted cosas muy bonitas y exageradas de este blog: como que aquí se crea y se transforma la realidad (junto con otros blogs). Le agradezco ese exceso de confianza y de expectativa.
Resulta que en el volumen de Jordi Gracia y Domingo Ródenas, Derrota y restitución de la modernidad, dedicado a la Historia de la literatura española se dice algo igualmente tremendo. Es éste un libro que no he leído entero (estoy en ello, estoy en ello) y que sólo he empleado para la novela.
Hsce semanas, un amable corresponsal me hizo llegar la referencia que aparece en la página 281 de dicha obra. Hace alusión a la multiplicación del discurso crítico, a la presencia de los blogs literarios. Los autores dicen: «…lectores compulsivos, como Justo Serna, José Luis García Martín o Luisgé Martín, por mencionar de nuevo tres perfiles y distintos». Bueno, es un honor.
Mil gracias.
¡Tsé, tsé, tsé, tsé! ¡Vamos! ¡Quite allá esa modestia, señor Serna! Y bien que se merece usted aparecer como referencia en una obra literaria. Y éste nuestro blog, como dice muy bien Aleskander -que, cuando no se pone críptico, se le entiende muy bien- se crea y se transforma la realidad; es decir, nosotros sus lectores asistimos encantados a esa creación y esa transformación suya.
Ya se lo dije una vez, y no es peloteo -aviso a trolls- es puro reconocimiento. Yo he aprendido con usted a ver cuadros o películas y a leer novelas o ensayos, a través de su experta mirada. Véase, si no, que ayer mismo (que coincidí con usted en la sala de cine, aunque no nos vimos) estuve haciendo el ejercicio de ver la película a través del que -creo- sería su prisma. Con lo cual, coincidimos en la valoración y en las comparaciones e incluso llegué a pensar que usted diría, como así ha sido, que el personaje le recordó a Harry el Sucio. A mí, también, oiga.
Si bien le diré que no pensé en Bardem porque, precisamente, me gustó mucho que la bondad de Coronado se viera a ratos a través del durísimo personaje que interpreta. ¡Cuestión de contrastes!
Muchas gracias, Marisa. Aprendemos unos de otros. ¿Y dice que «coincidí con usted en la sala de cine, aunque no nos vimos»? ¿Sólo hay una sala en Valencia que proyecten ‘No habrá paz…’? ¿Y acudimos a la misma sesión?
Cachis, me habría gustado comentar algo con usted y tomarnos una cervecita. Tiene razón que a Coronado se le ven restos de bondad en su personaje. ¿Pero entonces a Bardem no se le vería un atisbo de rectitud en su cara de malote? Creo que Bardem es capaz de todo: de hacer un personaje achulapado, duro, canalla o de hacer un personaje tierno, derrengado, perdido. Pero Bardem cambia la mirada y el gesto de una manera sorprendente.
Como decía, para mi gusto la película tiene un arranque eficacísimo, incluso espectacular: estamos en un puticlub con un poli haciendo de matón. Luego, Coronado mantiene el tipo de una manera correctísima y con momentos de gloria: siempre cuando Santos Trinidad está en la barra del bar pidiendo cubatas de ron, ya perdido.
La trama es enrevesada y los personajes que dan la réplica a Santos Trinidad no están a su altura. No es por culpa de los actores: es que el guión los relega a caracteres sin sustancia. Como el poli bueno, interpretado por Rodolfo Sancho, que está totalmente desaprovechado.
La otra noche pude ver un trozito del documental sobre el Alzhéimer y me gustó bastante. La parte que visioné me pareció muy tierna, menos dura y dramática de lo que imaginaba. En algunos momentos observar esas miradas emociona, sí, pero se les ve tan contentos e ilusionados con la música… No sé, espero tener la oportunidad de verlo completo. Es sorprendente el poder de la canciones.
Tenía ilusión por ir a ver «No habrá paz para los malvados», así como «El árbol de la vida» pero, visto el moderado entusiasmo que han generado entre mi círculo estas películas, me asaltan las dudas.
Y felicidades por esa referencia, claro que sí.
Alejandro, es una pena que no pudiera ver entero el documental: un cachito no es significativo. Se lo digo después de haberlo visto entero creo que tres veces. ¿Qué apreciamos? Se ve el avance de la enfermedad, el dolor que ocasiona y los efectos que provoca, y la lucha denodada de enfermos y familiares para detener lo que es un alud. Ya dije, creo, que algunos de los pacientes que se ven en el documental aún están aceptablemente bien y luego, con el transcurso de los meses, distingues una mirada de estupor, de no retorno. Es el momento en que la enfermedad ya les ha derribado. Impresionan esas miradas.
En cuanto a ‘No habrá paz…’, yo no quiero quitarle la ilusión a nadie. En absoluto. Sólo indico cuál es mi impresión: que el arranque del film es espléndido, que la actuación de Coronado es bien destacable y que luego el guión se enrevesa, que los estereotipos se confirman (mala cosa, mala cosa), dejando además a algunos personajes sin papel o sin hondura.
El papel de la juez, por ejemplo, hubiera necesitado un poco más de hondura, como dices, Justo; más que nada porque ahondando en su ser razonable y legalista, la negrura de Santos hubiese sido mayor. De todos modos, la película me parece estupenda y si bien se dan los tópicos que apuntas creo que no es más que el reflejo de esa mirada dura, desengañada y un punto racista del policía. Eché de menos, sobre todo, una escena en la que el enfrentamiento entre juez y policía hubiese sido más profundo y más violento.
Juan Manuel, creo que en lo básico estamos de acuerdo. Dices concretamente: «si bien se dan los tópicos que apuntas creo que no es más que el reflejo de esa mirada dura, desengañada y un punto racista del policía». Ésa es la cuestión, en efecto: siempre que hubiéramos visto los hechos únicamente con la perspectiva de Santos Trinidad. El problema es que el desdoblamiento del punto de vista anula o rebaja lo que con él descubrimos.
Un saludo cordial.