El combustible de Rajoy

20-N. Echo un vistazo a la página de El País digital antes de las 20 horas del 20 de noviembre. De su portada veo que ha desaparecido Alfredo Pérez Rubalcaba. Es el síntoma de lo que se avecina. ¿Acaso porque ya lo dan por perdedor? Sí. Pero la derrota también tiene su épica: si el perdedor asume con elegancia los resultados, esa condición provoca inmediatamente nuestra simpatía. No, se me responderá. Nadie se acuerda de quién llega segundo, de quien es medalla de plata si el ganador le saca muchos minutos de ventaja.

Antes de las veinte horas, en el mismo periódico leo una declaración de Mariano Rajoy. Está ofreciéndose: dice estar dispuesto a todo lo que los españoles le demanden. ¿Por qué tiene que hacer estas afirmaciones tan obvias? El candidato popular es el hombre corriente, l’uomo qualunque. Encabeza la lista más votada: ahora sí, ha ganado las elecciones. Lo confirmamos tras las ocho de la tarde. Poco tiempo después corroboramos la amplitud de la victoria. Alfredo Pérez Rubalcaba, solo, con gran elegancia ha asumido la derrota.

Gasoil. Un pariente mío llama Gasoil a Mariano Rajoy. ¿Por ojeriza, por malicia? No. Por error, por un simpático error, confunde el apellido del candidato con el combustible. Bien mirado, no está mal. Es lo que va a necesitar Mariano Rajoy: un motor de largo mantenimiento y el depósito lleno. Por lo que sabemos, el depósito está casi vacío. Lo consumieron con alegría en «la época de los excesos». Días atrás así calificaba El Mundo de Valencia la etapa de Francisco Camps. ¿La epoca de los excesos? Qué benevolencia.

Pero abandonemos Valencia y regresemos a Madrid. O, mejor, regresemos a Génova. Mariano Rajoy ha dicho en su comparecencia que quiere ser el presidente de todos, de los que le han votado y de quienes no. Ha dicho también que no habrá sectarismo. Ha insistido en que habrá contención. El Partido Popular ha de convencernos de que va a ser así. Aquí, en Valencia, tenemos una larga experiencia de lo contrario: de despilfarro, que ellos llaman largueza. ¿Sólo lo vemos unos cuantos?

Que el Partido Popular obtenga tan excelentes resultados en la Comunidad Valenciana, ¿a qué se debe? ¿A la debilidad de la oposición socialista? Sin duda, que el partido rival tenga un líder tan escaso no ayuda. Y no conforta que la derrota sea colectiva o de Alfredo Pérez Rubalcaba. El PSPV ha de revisar la agenda y ha de remover a quien la dicta. Pero hay algo más, algo profundo en esto que aquí sucede. Tiene que ver más con la sociedad valenciana que con los oponentes. Tiene que ver con el espejismo y con la hegemonía.

España entrega al PP todo el poder. Leo  ese titular en El País digital.  Figura en la portada y en la sección de política. Es prácticamente idéntico al que encontramos en la primera plana de la edición en papel de El País: La crisis da todo el poder a Rajoy. Que podamos visualizar el triunfo es un requisito de la comunicación de masas.

Hace cuatro años, Mariano Rajoy prácticamente se despedía en el balcón de la calle Génova con aspecto serio, contrito. Viri, su esposa, aparecía recostada prácticamente llorando. Ahora, la fotografía de Cristóbal Manuel que ilustra la edición impresa transmite un contento verdaderamente exultante.

Primero, parece la instantánea de una boda.  Que se besen, que se besen. No merece mayor reflexión. Segundo, parece un acto de reparación tras la segunda derrota de Mariano Rajoy. Se lo merecen, se lo merecen. Y tercero, parece un colofón narrativo: tras la travesía, el hombre que aguanta un partido largo acaba triunfando y además se lleva el beso de la chica. Entró, entró.

Vivimos en una cultura de folletín y, por ello, necesitamos finales felices, sobre todo en momentos de tribulación. Alfredo Pérez Rubalcaba salió solo: y sólo para asumir corajudamente la derrota. Ahora, en esta fotografía, vemos a Mariano Rajoy sin sus acólitos, sin los adláteres: tan frecuentemente inquietantes, lenguaraces, bocazas. Aparece también solo: únicamente con la esposa que confirma o sella con un beso ese logro. ¿de tornillo?, me pregunta un chismoso y chistoso corresponsal.

Es inquietante, muy inquietante, todo ese poder que España le ha entregado, según la frase de El País. En España, al menos en este país, las elecciones no las ganan los partidos. Ni quiera los candidatos mejor o peor preparados. Los triunfos electorales son fruto de la corriente y de la expectativa.

Ya dije que Alfredo Pérez Rubalcaba tenía como principal enemigo el malestar, la constatación de un malestar insuperable. Muchos electores que han votado al PSOE se preguntan cómo un obrero o un desempleado pueden dar su sufragio al PP, una organización conservadora.

Habría que invertir la pregunta. ¿Cómo pueden votar al candidato socialista el trabajador irritado o el parado que ha perdido la esperanza y la paciencia,  si el malestar material y sus estrecheces tienen un directo responsable al que culpar?Han perdido el miedo a la derecha, a un Mariano Rajoy que se presenta como un hombre corriente, precisamente.

La causa de la derrota no es sólo el antizapaterismo rampante que la caverna ha cultivado con porfía y malas artes. Hay algo más. ¿Recuerdan la campaña del 11-M y sus conspiraciones, la mano que enreda? ¿Recuerdan lo que se dijo sobre el matrimonio gay? ¿Recuerdan lo que se dijo sobre el agua, el himno del riego?

Al final, lo que queda es una lamentable constatación: la crisis es gravísima y todo se fía a una muda quizá prodigiosa, a un cambio incluso taumatúrgico. Pero sobre todo algunos –los conservadores de aquí y de allá– han cultivado el victimismo: de esa impresión no se sigue un buen resultado para el que manda. Ya que hablamos de conservadores: ¿recuerdan lo que ocurrió con Winston Churchill tras la guerra? Lo que no logró Adolf Hitler, lo consiguieron las urnas y la grave crisis material y las penurias de la inmediata posguerra: apearlo. Lo derrotaron las expectativas.

La izquierda: dos o tres cosas que sé de ella

Una. Ponerse de acuerdo con una lista unida y con un voto unitario es algo lamentablemente improbable entre las izquierdas de España. Entre otras cosas, porque no parece haber nadie resignado a perder algo para ganar un poco o bastante.

Dicho así, «las izquierdas», suena antiquísimo. Pero es que hay que hablar en plural. No hay una única forma de entender la opción progresista. Quienes tenemos simpatías socialdemócratas no queremos que nos confundan con los leninistas o con los maoístas, pongamos por caso. Yo, al menos, no. Pero entiendo que deba pactarse electoralmente.

Las diferentes derechas que están bajo las siglas PP aceptan –aunque sea a regañadientes– una única lista y un solo candidato, por corriente que sea. ¿Implantarán el programa confesional o tendrán que acordar entre las distintas familias políticas que lo componen un plan más laico?

Dos. Por otra parte, lo que las izquierdas españolas no han entendido o aceptado son tres cosas:

Primera. El voto es de suma cero. Lo que una opción gana, la otra lo pierde para beneficio del único rival que tienen enfrente: un Partido Popular que agrupa a todas las derechas, desde los ultras hasta los templados, desde gentes sensatas hasta tipos temibles.

Segunda. Se necesita un pártido-ómnibus: unas siglas comunes. O, en su defecto, unas listas comunes, unas listas-ómnibus que agrupen a los diferentes. ¿Lo aceptarán unos y otros? ¿Lo aceptarán los respectivos aparatos?

Tercera. Hay que desplegar una hegemonía cultural, propiamente cultural: un consenso sobre las cosas y su significado. Sin sectarismo ni izquierdismo. Con apertura y sentido crítico. No se trata de agruparse todos en la lucha final, como reza La Internacional, sino de atraer un voto de amplio espectro, como hizo el PSOE en sus mejores tiempos.

Tres. Pero el partido socialista necesita penar por los errores cometidos. Y ello a pesar de haber presentado a Alfredo Pérez Rubalcaba, un candidato excelente, aunque… cansado. Su rostro se avejentó de repente, en plena campaña electoral. En cambio, Mariano Rajoy parecía milagrosamente en forma. Las buenas expectativas tonifican mucho, ya se sabe.

El PSOE tiene un electorado más volátil. Y el PP tiene convencidas a las clases medias, que perdonan la corrupción u olvidan el apocalipsis diario a que nos sometían los populares con la crispación (España rota, matrimonios gays, etcétera). En los últimos meses no ha hecho falta convocar manifestación alguna en la que expresar su santa indignación. La crisis económica ha sido el principal aliado del PP ante un partido socialista que ha sido rebasado por los acontecimientos. Por cierto, con escasísima capacidad de reacción. Y perdiendo. ¿Perdiendo qué? Perdiendo, entre otras cosas, la hegemonía que ejercía sobre el electorado ancho, y ahora castigado, de las clases medias españolas.

¿Habrá reacción en el Partido Socialista? ¿La habrá en el PSPV? ¿Jorge Alarte se siente concernido? ¿Tomará alguna decisión personal tras una derrota tan grande, más grande que la media española de su partido? Compromís ha conseguido representación en las Cortes. Un diputado. ¿Se sentirán pagados y satisfechos con el número de escaños? ¿Servirá su diputado para torcer el curso de las cosas? En el caso de Izquierda Unida, a su líder se le ve satisfechísimo, un Cayo Lara exultante. No me lo explico. ¿Se puede sacar pecho cuando el partido al que disputas los sufragios progresistas te adelanta en cien diputados?

Etcétera.

Enhorabuena a Isabel Burdiel por el Premio Nacional de Historia

24 comentarios

  1. Sin duda, Ángel. Algo habrá que hacer. En Cataluña o en Andalucía pasan unas cosas. Aquí, en la Comunidad Valenciana, pasan otras. En esta autonomía, el Partido Popular nos ha endeudado con la alegría que por estos lares se gastan.

    Eso sí, Valencia está muy bonita. Es lo primero que te dice un taxista cuando te lleva a la carrera o hace la carrera. Mientras tanto, la calle de acceso a mi barrio tiene baches históricos, reales, que no metafóricos: quiero decir, socavones que no se arreglan o no se cubren. La culpa, Zapatero.

    Un abrazo.

  2. Las desgracias suelen llegar, al menos, de dos en dos. La de la muerte de Javier Pradera ya no tiene remedio. Pero nos queda el consuelo de sus escritos. La de la debacle del PSOE se podrá remediar dentro de otros cuatro años, si previamente se hace un ejercicio de responsabilidad política: de renovación o regeneración o como quieran llamarlo.

    Otra cosa es que Mariano Naniano gobierne bien y para todos, como nos asegura. Eso está por ver. Pero recuerden: su aseveración tiene constancia -escrita, grabada- y espero que, cuando saque los pies del tiesto, alguien le refresque la memoria.

    Y como ahora tendremos que ser católicos por decreto, sentencio: ¡Que Dios nos coja confesados!

  3. España entrega al PP todo el poder. Leo ese titular en El País digital. Figura en la portada y en la sección de política. Es prácticamente idéntico al que encontramos en la primera plana de la edición en papel de El País: La crisis da todo el poder a Rajoy. Que podamos visualizar el triunfo es un requisito de la comunicación de masas.

    Hace cuatro años, Mariano Rajoy prácticamente se despedía en el balcón de la calle Génova con aspecto serio, contrito. Viri, su esposa, aparecía recostada prácticamente llorando. Ahora, la fotografía de Cristóbal Manuel que ilustra la edición impresa transmite un contento verdaderamente exultante.

    Primero, parece la instantánea de una boda. Que se besen, que se besen. No merece mayor reflexión. Segundo, parece un acto de reparación tras la segunda derrota de Mariano Rajoy. Se lo merecen, se lo merecen. Y tercero, parece un colofón narrativo: tras la travesía, el hombre que aguanta un partido largo acaba triunfando y además se lleva el beso de la chica. Entró, entró.

    Vivimos en una cultura de folletín y, por ello, necesitamos finales felices, sobre todo en momentos de tribulación. Alfredo Pérez Rubalcaba salió solo: y sólo para asumir corajudamente la derrota. Ahora, en esta fotografía, vemos a Mariano Rajoy sin sus acólitos, sin los adláteres: tan frecuentemente inquietantes, lenguaraces, bocazas. Aparece también solo: únicamente con la esposa que confirma o sella con un beso ese logro. ¿de tornillo?, me pregunta un chismoso y chistoso corresponsal.

    Es inquietante, muy inquietante, todo ese poder que España le ha entregado, según la frase de El País. En España, al menos en este país, las elecciones no las ganan los partidos. Ni quiera los candidatos mejor o peor preparados. Los triunfos electorales son fruto de la corriente y de la expectativa.

    Ya dije que Alfredo Pérez Rubalcaba tenía como principal enemigo el malestar, la constatación de un malestar insuperable. Muchos electores que han votado al PSOE se preguntan cómo un obrero o un desempleado pueden dar su sufragio al PP, una organización conservadora.

    Habría que invertir la pregunta. ¿Cómo pueden votar al candidato socialista el trabajador irritado o el parado que ha perdido la esperanza y la paciencia, si el malestar material y sus estrecheces tienen un directo responsable al que culpar?Han perdido el miedo a la derecha, a un Mariano Rajoy que se presenta como un hombre corriente, precisamente.

    La causa de la derrota no es sólo el antizapaterismo rampante que la caverna ha cultivado con porfía y malas artes. Hay algo más. ¿Recuerdan la campaña del 11-M y sus conspiraciones, la mano que enreda? ¿Recuerdan lo que se dijo sobre el matrimonio gay? ¿Recuerdan lo que se dijo sobre el agua, el himno del riego?

    Al final, lo que queda es una lamentable constatación: la crisis es gravísima y todo se fía a una muda quizá prodigiosa, a un cambio incluso taumatúrgico. Pero sobre todo algunos –los conservadores de aquí y de allá– han cultivado el victimismo: de esa impresión no se sigue un buen resultado para el que manda. Ya que hablamos de conservadores: ¿recuerdan lo que ocurrió con Winston Churchill tras la guerra? Lo que no logró Adolf Hitler, lo consiguieron las urnas y la grave crisis material y las penurias de la inmediata posguerra: apearlo. Lo derrotaron las expectativas.

    Seguimos…

  4. “Muchos electores que han votado al PSOE se preguntan cómo un obrero o un desempleado pueden dar su sufragio al PP, una organización conservadora.”

    Creo que, con independencia de los errores que haya podido cometer el gobierno socialista, la conciencia de “obrero” no existe ya entre una parte importante de la clase trabajadora. Ahora, cuando todos somos básicamente consumidores y en apariencia somos todos tan iguales, resulta muy difícil identificarse con una conciencia de clase cada vez más difuminada pero todavía latente: me refiero a la del obrero.

    Es evidente que son los indecisos los que determinan que gane un partido u otro (PP-PSOE), pero no puedo dejar de asociar al indeciso con la pérdida de ideología, y ésta, a su vez, con lo que trato de plasmar en el párrafo anterior, con esa conciencia de consumidor que con tanta fuerza se ha abierto paso entre la ciudadanía. Menuda baza para la derecha y para el capitalismo.

    «Que Dios nos coja confesados».

  5. LES SUGIERO LA LECTURA DEL MANIFIESTO DE MANUEL MATA
    «ESPERANZA SOCIALISTA». LO ENCONTRARÁN EN FACEBOOK EN SU PROPIA PÁGINA. CIRCULA POR FACE Y POR TWITER Y ESTÁ COMENTADO EN DIVERSOS MEDIOS DE COMUNICACIÓN.
    YO ME APUNTO. UN SALUDO.

  6. Probablemente muchos votantes hayan dado su voto a un partido que luego no les defenderá o simplemente no les representa.
    En cuanto a los resultados, hay color en la representación política española, con 5 partidos de ámbito nacional: PP, PSOE, IU, UPyD, EQUO.
    No obstante la desproporción es evidente.
    Después tenemos los partidos regionales: CiU, PNV, CC, Compromís (que se presenta junto a EQUO).
    Quizá el voto debería ser proporcional para mejorar la representatividad y la relación voto-diputado.

  7. Al hilo de la lúcida intervención de la Sra. Zarzuela, quisiera comentar que trabajo en una zona deprimida de la ciudad de cuya población no voy a darles datos del perfil, pero puedo asegurarles que se trata de una zona con un importante índice de conflictividad social, con rentas económicas bajas, con abandono temprano de la escolaridad, consumo de drogas, ancianos que a las dificultades de la vejez han de añadir otras como la penuria económica o la emocional. En mi centro de trabajo, colegio electoral con unos miles de electores censados, no acabo de entender cómo legislatura tras legislatura el PP sigue sacando unos resultados espectaculares respecto del PSOE; en este caso el 49,7% frente al 11%. Sin duda esto se explicará por muchas cosas que yo no alcanzo a entender, pero también y en gran parte por la expectativa, esa de la que ya ha hablado Justo en más de una ocasión.

    Ayer, viendo un capítulo del Ala Oeste de la Casa Blanca, hay un momento en el que los asesores políticos no entienden como un nutrido grupo de congresistas va a oponerse a una ley que grava las herencias y que obviamente sólo afectaba a millonarios o multimillonarios. Demócratas, grupos afroamerícanos y algunos colectivos impensables estaban en contra. Los asesores se reúnen con el presidente, tratando de entender la situación. El presidente, encarnado por un brillante Martin Sheen -y por el que alguna amiga de este blog bebería los vientos- le responde, que evidentemente esa ley en la realidad sólo afecta a un porcentaje mínimo de la población pero también a la expectativa, “es lo malo del sueño americano” dijo. Algo así debe ocurrir en esta Comunidad.

  8. Sin duda el varapalo para el Partido Socialista ha sido enorme. Ayer en la SER comentaban la amplia y fiel base electoral que tiene el Partido Popular. El PP se mueve entre los casi once millones de votos que ha tenido ahora y, si no recuerdo mal, los casi diez millones que obtuvo en sus horas más bajas, con el último gobierno de Aznar. Pase lo que pase y haga lo que haga, el PP parece que va a tener a diez millones de personas que, por unas razones u otras, lo van a votar. ¿Qué pasa con los votantes progresistas? ¿Por qué su voto es tan volátil? Y no me refiero sólo al voto del PSOE, sino también, por ejemplo, al de Izquierda Unida, que ha pasado de dos escaños a nada menos que once.

    Creo que es hora de plantearse unas cuantas cosas con seriedad. La señora Zarzuela ha dado en el clavo en varios aspectos, temas sobre los que se podría debatir largamente. Pero lo cierto es que el PP se presenta como un partido conservador, con una idea de España unitaria, y una serie de valores religiosos y morales que no oculta, aunque sobre otros muchos temas no diga ni pío. En ese sentido se presenta más o menos como es. En cambio el PSOE, dice unas cosas primero y luego hace las contrarias, hace grandes reformas en la primera legislatura de Zapatero y luego, en la última se va al extremo contrario. Quizá si optaran de una vez por todas por ser consecuentes, por defender con convicción en lo que creen -en la medida en que el poder y la política lo permiten- su base electoral sería más amplia y no se encontrarían en una situación de tanta desventaja; situación que, por cierto, también mejoraría si la izquierda, de una puñetera vez, se pusiera de acuerdo.

  9. La izquierda: dos o tres cosas que sé de ella

    Uno. Ponerse de acuerdo con una lista unida y con un voto unitario es algo lamentablemente improbable entre las izquierdas de España. Entre otras cosas, porque no parece haber nadie resignado a perder algo para ganar un poco o bastante.

    Dicho así, «las izquierdas», suena antiquísimo. Pero es que hay que hablar en plural. No hay una única forma de entender la opción progresista. Quienes tenemos simpatías socialdemócratas no queremos que nos confundan con los leninistas o con los maoístas, pongamos por caso. Yo, al menos, no. Pero entiendo que deba pactarse electoralmente.

    Las diferentes derechas que están bajo las siglas PP aceptan –aunque sea a regañadientes– una única lista y un solo candidato, por corriente que sea. ¿Implantarán el programa confesional o tendrán que acordar entre las distintas familias políticas que lo componen un plan más laico?

    Dos. Por otra parte, lo que las izquierdas españolas no han entendido o aceptado son tres cosas:

    Primera. El voto es de suma cero. Lo que una opción gana, la otra lo pierde para beneficio del único rival que tienen enfrente: un Partido Popular que agrupa a todas las derechas, desde los ultras hasta los templados, desde gentes sensatas hasta tipos temibles.

    Segunda. Se necesita un pártido-ómnibus: unas siglas comunes. O, en su defecto, unas listas comunes, unas listas-ómnibus que agrupen a los diferentes. ¿Lo aceptarán unos y otros? ¿Lo aceptarán los respectivos aparatos?

    Tercera. Hay que desplegar una hegemonía cultural, propiamente cultural: un consenso sobre las cosas y su significado. Sin sectarismo ni izquierdismo. Con apertura y sentido crítico. No se trata de agruparse todos en la lucha final, como reza La Internacional, sino de atraer un voto de amplio espectro, como hizo el PSOE en sus mejores tiempos.

    Tres. Pero el partido socialista necesita penar por los errores cometidos. Y ello a pesar de haber presentado a Alfredo Pérez Rubalcaba, un candidato excelente, aunque… cansado. Su rostro se avejentó de repente, en plena campaña electoral. En cambio, Mariano Rajoy parecía milagrosamente en forma. Las buenas expectativas tonifican mucho, ya se sabe.

    El PSOE tiene un electorado más volátil. Y el PP tiene convencidas a las clases medias, que perdonan la corrupción u olvidan el apocalipsis diario a que nos sometían los populares con la crispación (España rota, matrimonios gays, etcétera). En los últimos meses no ha hecho falta convocar manifestación alguna en la que expresar su santa indignación. La crisis económica ha sido el principal aliado del PP ante un partido socialista que ha sido rebasado por los acontecimientos. Por cierto, con escasísima capacidad de reacción. Y perdiendo. ¿Perdiendo qué? Perdiendo, entre otras cosas, la hegemonía que ejercía sobre el electorado ancho, y ahora castigado, de las clases medias españolas.

    ¿Habrá reacción en el Partido Socialista? ¿La habrá en el PSPV? ¿Jorge Alarte se siente concernido? ¿Tomará alguna decisión personal tras una derrota local tan grande, más grande que la media española de su partido? Compromís ha conseguido representación en las Cortes. Un diputado. ¿Se sentirán pagados y satisfechos con el número de escaños? ¿Servirá su diputado para torcer el curso de las cosas? En el caso de Izquierda Unida, a su líder se le ve satisfechísimo, un Cayo Lara exultante. No me lo explico. ¿Se puede sacar pecho cuando el partido al que disputas los sufragios progresistas te adelanta en cien diputados?

    Etcétera.

  10. ¿Se atreverán los partidos a modificar la ley electoral? ¿Para cuándo listas cerradas pero no bloqueadas?

  11. Magnífica, magnífica, magnífica noticia. Me alegro mucho por Isabel Burdiel. Muchas felicidades.

  12. Considero que la pluralidad de la izquierda es una realidad difícil de combatir y no sé, ni siquiera, si es deseable. En las distintas formaciones políticas se han instalado paradigmas muy distintos que, como todos sabemos, responden a la complejidad de las sociedades y al dificil «diseño» de un futuro transformador, que se presta a múltiples
    posibilidades. La derecha lo tiene más facil, mantener el status quo aúna voluntades.
    Ahora bien, una ley electoral con listas cerradas pero no bloqueadas y con mayor acento en la proporcionalidad, crearía mejores condiciones para acuerdos electorales, acuerdos más o menos estables cuando se está en la oposición, posibilidad de compartir gobierno…. Esto, entiendo que, son premisas que facilitarían un cambio en la cultura de la izquierda, dividida y caínita durante y desde nuestra guerra civil. La salvedad del gobierno conjunto en los primeros ayuntamientos democráticos, siendo como fue, una magnífica experiencia no sirvió, sin embargo, para que las cosas hayan ido en la dirección que tantos progresistas demandan. Esto no significa que no se pueda y deba trabajar en esa dirección. Algunas y algunos lo seguiremos haciendo, las gentes de izquierdas y los progresistan en general bien se lo merecen.

  13. En estos tiempos difíciles, estoy muy orgullosa de mis antiguos profesores, entre ellos, Justo Serna e Isabel Burdiel. Enhorabuena, Isabel.

  14. Honorato J. Ruiz
    Justo, si la ves [a Isabel Burdiel] felicítala de mi parte. Me la he encontrado algunas veces y sigue siendo toda una dama. Tendré que comprarme el libro del que ya había leído alguna reseña.

    Justo Serna
    Se lo diré de tu parte, claro que sí.

    Honorato J. Ruiz
    Coincido casi al 100 % con tu análisis [de la izquierda]. De todos modos tras el viraje de mayo de 2010 la cosa no tenía solución. Em el debate televisivo del 2008 ya me escamé con aquella afirmación de Zapatero que «bajar impuesto era de izquierdas», por no hablar de los dispendios absurdos como los 400 euros o los 2.500 euros por maternidad a todos por igual, lo necesitasen o no. En fin, tantas y tantas cosas que hablan de la pérdida de referentes de la socialdemocracia europea y su claudicación a la lógica neoliberal. Lo que no deja de ser sociológicamente sorprendente es la inquebrantable solidaridad del elector del PP. Son impermeables.

    Justo Serna
    Anaclet Pons y yo acabamos de publicar el libro ‘¿Qué es la cultura popular?’ (PUV), una selección de los ‘Quarderni del carcere’, de Antonio Gramsci. Hemos hecho una traducción nueva y una extensa introducción. Uno de los conceptos-clave de Gramsci es el de hegemonía. El misterio del PP en la Comunidad Valenciana es de índole gramsciana: es un partido hegemónico. No es coña.

    Honorato J. Ruiz
    Un amigo mío, ligado por cuestiones profesionales al PSOE-PSPV ante una avalancha de críticas mias en una cena me contestó: -Sí Hono, tienes razón, todo eso es lo que tendríamos que hacer para ser un partido que movilizase a la izquierda. Pero nuestro problema es mucho más apremiante: necesitamos que se nos vea como un partido valenciano. La mayoría nos ven como «de fuera». No somos el equipo local.

    Je Jelene
    Es un partido hegemónico porque la gente se identifica con los valores que proyectan. Los gobernados se dejan hegemonizar. Y si lo hacen debe ser porque comparten con ellos su visión de mundo. O, al menos, la visión que proyectan: fuerza, unidad, seguridad, orgullo, arribismo. Pero también familia, o el enriquecimiento del llaurador a costa del medio ambiente. Lo privado por encima de lo público.

    Justo Serna
    Pues algo de eso hay, desde luego. Coincido también casi en un 100% con lo que dicen. Un partido de izquierdas que enajena a una parte importante de electorado y un partido de derechas que corrobora y desarrolla una visión del mundo localista y victimista. En la introducción que hacemos al libro de Gramsci hay una nota en la que citamos a dos estrellas rutilantes de la política: Nicholas Sarkozy y Hugo Chávez. Ambos citan con reverencia a Gramsci: dicen haber aprendido de las lecciones del marxista italiano. Qué cosas.

    Flora Sanz Sánchez
    Sí, Justo. Qué cosas.

    Je Jelene
    ¿Sarkozy y Chávez citan con reverencia a Gramsci? Al final, Justo, me voy a tener que comprar vuestro libro! Y eso a pesar de les retallades que se cuecen por Barcelona. Gracias otra vez por tu trabajo y el de Pons.

  15. Al parecer, la ley electoral podría ser modificada. En el ámbito mediático y de la calle se habla de cambio. Podía tenerse en cuenta la circunscripción única (voto proporcional, sumando todos los votos emitidos en todo el estado), circunscripción provincial (tal y como está ahora, aunque quizá rebajando las barreras en cuanto a porcentajes para el acceso a un escaño), o la solución de la circunscripción por autonomías (sumando todos los votos emitidos en una autonomía, por ejemplo, Aragón).

  16. Pienso que construir la unidad entre las diversas «sensibilidades» de la izquierda es difícil, muy difícil. Falta generosidad por parte de los aparatos de los partidos y sobra sectarismo en las bases, posiblemente incentivada por esos mismos aparatos que parecen preocuparse sólo por su supervivencia. Tampoco ayuda que muchos vean como negativa la experiencia del Frente Popular. Fue una solución en un momento de emergencia democrática similar al que vivimos ahora.

    Hace tiempo que todas las izquierdas compiten en el mismo campo, el que podríamos llamar socialdemócrata. Hay matices, intensidades, formas de entender la socialdemocracia, pero el electorado por el que luchan creo que es el mismo, siempre con matices ¡claro! Luego está la crisis, no hay que olvidarse de ella, que ha quebrado a los más débiles, un electorado potencialmente de izquierdas y que ante los agobios ha optado por la abstención, el rechazo del sistema o la esperanza en las soluciones «mágicas» propuestas por el PP.

    Nadie que se considere verdaderamente de izquierdas puede darse por contento con los resultados. Si antes el panorama estaba mal, después del 20-N está peor. Sólo los necios pueden alegrarse de cuanto peor, mejor.

    El gobierno no supo ver la intensidad de la crisis que se avecinaba, ni distanciarse de las soluciones propuestas desde una Unión Europea en manos de gobiernos de derechas. No se explicaron bien las medidas adoptadas. O se tomaron decisiones difíciles de explicar (pienso en el acuerdo con la OTAN para desplegar en Rota el escudo de misiles, o la reforma exprés de la Constitución).

    El PSOE lleva demasiado tiempo aplazando su refundación, reforma, regeneración o cómo queramos llamarla. Ahora no tiene excusa para seguir aplazándola. El PSPV hace más tiempo que arrastra los problemas. Por el bien de la izquierda sería deseable que el PSOE y el PSPV encontraran soluciones tanto a la hora de definir un discurso político claro y convincente (creo que Rubalcaba ha apuntado durante la campaña líneas ideológicas que van en la dirección de recuperar el discurso socialdemócrata), como en los aspectos organizativos, fundamentales para el funcionamiento de cualquier partido.

    Izquierda Unida ha recuperado parte de su electorado, ¡lógico! Pero sigue teniendo un techo de cristal que le impide crecer más. IU no ha sido capaz de ilusionar a la gran bolsa de electores que han dejado de apoyar al PSOE. Y eso, en el mejor escenario posible para sus intereses. Un grupo verde que se desligó de EQUO puso la escarapela ecologista al logo de EUPV, dificultando que EQUO se convirtiera en la única referencia verde en las elecciones.

    Por su parte, EQUO era lo más novedoso que se presentaba en estos comicios. Representa el intento más serio hecho en nuestro país de concentrar el voto ecologista. Pero también se presenta como una fuerza progresista, ¿socialdemócrata? Se diferencia del resto de opciones por poner el acento en un cambio profundo -no me gusta el término radical- en el modo de producción y en el de las mentalidades. Las elecciones generales le han venido un poco precipitadas. Ha dispuesto de muy poco tiempo para prepararlas. Partía de la nada, con unas siglas desconocidas, sin recursos económicos y sin haberse constituido aún como partido (lo hará el próximo mes de junio). Además, ha teniendo que superar los muchos obstáculos que la ley electoral (reformada hace unos meses) pone a las formaciones sin representación parlamentaria previa (recogida de avales, invisibilidad en los medios de comunicación públicos,…que se suman al injusto reparto de los escaños que consagra una ley diseñada para un país y unas circunstancias que nada tienen que ver con las actuales). A pesar de todo eso recogió más de 200.000 votos en todas las circunscripciones electorales por las que se presentaba sólo con sus siglas. No fue el caso del País Valenciano en donde concurrió en coalición con Compromís, consiguiendo 1 diputado.

    Ante este fragmentado panorama, ¿es posible la unidad de la izquierda? ¿Es posible encontrar unos mínimos coincidentes? ¿Es posible elaborar un programa que a todos contente? ¿Tienen sus dirigentes la suficiente generosidad para hacer unas listas electorales en las que nadie se sienta excluido? ¿Hay en nuestra sociedad la necesaria inteligencia emocional para resolver los inevitables conflictos con diálogo y pactos?

    El intento más duradero de mantener las alianzas es el que está llevando a cabo Compromís. Ahí se suman tres “sensibilidades” distintas, hasta ahora bastante difíciles de conciliar. La que proviene del campo nacionalista, el Bloc; la de tradición más o menos comunista, en todo caso claramente de izquierdas, Iniciativa del Poble Valencià; y la ecologista, Els Verds-Esquerra Ecologista. A esta coalición se ha sumado para las pasadas elecciones EQUO. De hecho, tanto Els Verds como Iniciativa son partidos fundadores de EQUO.

    ¿Cómo saldrá el experimento Compromís? ¿Serán capaces de aguantar las tensiones internas y las presiones externas sin romperse? Por ahora los vientos le son favorables. El crecimiento de su electorado demuestra que al menos en el espacio autonómico funciona. En las elecciones generales ha disminuido un poco el apoyo, pero no hay que olvidar que EQUO apenas ha rodado, y que el perfil de Compromís es claramente autonómico y el País Valenciano suele votar en clave estatal hasta cuando se enfrenta a elecciones autonómicas.

    La unidad de las izquierdas es difícil, las alianzas electorales también. Tal vez esa diversidad es la que enriquece el discurso de la izquierda, pero es su talón de Aquiles. Frente a esa pluralidad, la derecha se presenta monolítica, disciplinada. Hay diversidad en el seno de la derecha, pero olvidan sus discrepancias a la hora de votar. Es como si les uniera unos intereses que están por encima de las diferencias políticas. Ganan elecciones pero no son capaces de generar propuestas novedosas que hagan evolucionar la sociedad. Yo particularmente prefiero la diversidad de la izquierda al discurso único de la derecha, aunque a veces, demasiadas, me suele cabrear esa incapacidad de la izquierda para unirse y llegar a acuerdos, por mínimos que sean.

    Disculpad por el rollo. Es como una reflexión en voz alta después de cabrearme por los resultados electorales. Me hacia falta y el texto de Justo me ha inspirado.

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