Uno. Durante el verano, mientras creíamos sobrevivir a las picaduras de los insectos y a la quemazón del sol, a las medusas y al salitre de las aguas, el Gobierno no descansaba. Hemos sido manirrotos, insisten los miembros del Gabinete; hemos gastado a manos llenas, añaden; y ahora hay que saldar las deudas. ¿Las deudas contraídas por quiénes? Menos mal que los tenemos a ellos, gentes moderadas que no participaron del despilfarro, para enderezarnos, para recortar el gasto que no nos merecemos. ¿Teníamos una sanidad y un sistema educativo aceptables e incluso muy dignos? Pues nada, nada: aligeremos los desembolsos, que hay que abonar lo que no se tiene.
Dos. Llevo semanas sin ver las noticias de la tele. Procuro no escuchar la radio. ¿Y la prensa? He de admitir que la leo, pero sólo lo imprescindible. ¿A qué se debe? Hay un estado personal y hay una sensación de tedio, de literal hastío. Las noticias económicas resultan frecuentemente incomprensibles, el curso de los acontecimientos parece carecer de toda lógica, la política se ve como un instrumento ancilar, instrumental, el futuro ya no es lo que era y yo mismo me interrogo sobre lo que hago, sobre el sentido de lo que hago, de lo que escribo.
¿Resistencia a volver tras el verano? No, el malestar es previo y más hondo. El ambiente es tóxico y lo público se deteriora rápidamente gracias al esfuerzo de un Gobierno cenizo y disolvente. Leo con dificultad y mucho de lo que leo no me produce efecto. A veces le veo la impostura a este o a aquel libro, a este ensayo o a esta novela. Sólo me emociona la poesía, un verso, y eso bajo determinadas circunstancias. Sólo me conmueve una frase atinada, iluminadora, y no esa ganga verbal que con frecuencia nos administran los medios. Tengo la impresión de que lo que aprendo no sirve para entender este vaivén, este desorden. Mi dieta informativa es magra y procuro no aturdirme con datos contradictorios o redundantes. Me veo resoplando.
Tres. Espero que esta desazón sea pasajera. De hecho, ya publico o escribo cosas nuevas y pronto estaré en un acto colectivo en favor de algunos amigos socialistas, en cuyo partido no milito. De momento, les paso enlace a tres escritos, uno de tipo académico:
1.-La presentación que Anaclet Pons y yo hacemos a la versión española de un volumen internacional de historia cultural (editado por Philippe Poirrier). Lo publica PUV y el adelanto puede leerse en Ojos de Papel.
«Los seres humanos somos capaces de lo mejor, de los logros más eximios. Somos igualmente capaces de modificar y edificar nuestros entornos materiales, de establecer instituciones políticas, de protegernos de la naturaleza y de los otros, de elevarnos a lo más sublime, de afirmarnos y de rehacernos con las grandes o pequeñas creaciones del intelecto o del genio: desde la religión al arte, desde la ideología a la literatura. Pero al mismo tiempo los seres humanos somos igualmente capaces de lo peor, de las mayores villanías. Es ya un tópico citar a Walter Benjamin para este menester, pero resulta obligado y preciso: no existe documento de cultura que no sea a la vez documento de barbarie. De eso, de los documentos como expresión de cultura y de barbarie, dan cuenta los historiadores aquí reunidos, que reconstruyen para el lector textos, imágenes, ideas, episodios nacionales y rebeldías imprevistas».
2.-La reseña de un volumen especialmente recomendable: El nazi perfecto (2012). La publica la revista Mercurio.
«¿Debería pedir perdón el nieto por los crímenes o las violencias del abuelo? La idea de culpa irrestricta, la tesis de que los descendientes de los criminales deben excusarse por lo que ellos no hicieron, es indefendible, inaceptable desde una concepción de la responsabilidad individual. Pero no estamos exentos. ¿Por qué razón? Somos individuos que nos reconocemos en apellidos y patrimonios: y, en ese caso, la herencia forzosa, la herencia voluntariamente aceptada, sí que nos obliga a examinar lo pretérito, lo que aquellos realizaron, y a cargar de algún modo con las culpas del pasado. No es, pues, tan fácil sacudirnos los delitos ajenos, aunque nosotros no los hayamos cometido».
3.-La columna que publico en El País. La dedico al Partido Socialista, a sus elecciones internas. Es muy breve y no me puedo extender, pero creo que dicha organización nos debe activismo y renovación.
«Yo confío en que un partido democrático como el socialista no se anquilose con políticos previsibles, aprovechados y despóticos».
Compruebo con alegría que va saliendo usted de esa situación desazonada y paralizante en la que se encontraba. No sabe usted cómo me alivia, pues leer sus palabras tantas veces irónicas y siempre lúcidas, es prácticamente mi único acercamiento a la cultura, desde hace ya mucho tiempo.
Y en esta ocasión, le leo doblemente, como seguidora de este estimulante blog y como militante (¡ay!) del PSPV-PSOE. Su artículo de hoy en el país demuestra un conocimiento muy exacto de nuestro partido y una querencia por nuestras siglas que es muy de agradecer en estos momentos. Y no podía usted decir las cosas de forma más clara y contundente: el que tenga oídos, que oiga.
Don Justo, leo y comparto con mis amigos la entrada de hoy de su blog. ¡Qué impagable la foto de Harpo! ¡Cuánto me identifico con esa imagen! ¡Cómo me sirven sus palabras, señor Serna, para explicarme!: «Llevo semanas sin ver las noticias de la tele. Procuro no escuchar la radio. ¿Y la prensa? He de admitir que la leo, pero sólo lo imprescindible. ¿A qué se debe? Hay un estado personal y hay una sensación de tedio, de literal hastío. Las noticias económicas resultan frecuentemente incomprensibles, el curso de los acontecimientos parece carecer de toda lógica, la política se ve como un instrumento ancilar, instrumental, el futuro ya no es lo que era y yo mismo me interrogo sobre lo que hago, sobre el sentido de lo que hago, de lo que escribo.» Pues eso, suscribo lo dicho: «Igualico, igualico quel defunto de su agüelico».
Nos remite usted a tres de sus más recientes escritos. Pues vayamos por partes, como decía el clásico:
1. Gracias por el adelanto (todavía no he recibido el último número de ojos de papel) de su presentación, junto con el profesor Anaclet Pons, para la edición que PUV ha sacado del libro de Philippe Poirrier. Hace unas semanas estuve a punto de comprarme en una librería de Perugia la versión italiana de la que hablan en la presentación. Destacaba el volumen junto a otro libro de la historiadora Lynn Hunt ‘La storia culturale nell’età globale’, y me alegro de no haberlo adquirido, porque parece ser que la versión española mejora la edición del 2010. Y por lo que veo,también mejora el precio en un par de euros que tal y como están las cosas…
2. Precisamente anoche comencé a leer ‘El nazi perfecto’. Pretendía tan sólo echarle un vistazo inicial, pero tras cepillarme rápidamente el prefacio, fui enganchando punto y a parte tras punto y a parte y alguna que otra hora le he robado hoy a mi descanso. Venía de picotear por un libro que me habían dejado: ‘El comandante de Auschwitz’ de una autora desconocida para mí: Barabara Cherish, que va y resulta ser la hija del que fuera comandante del campo I de Auschwitz, Arthur Liebehenschel. El mismo carnicero que en la película ‘La lista de Schindler’ disparaba a los judíos desde el balcón de su residencia. He de confesar que no me interesaba tanto lo que se contaba en este libro, como los esfuerzos de su autora por humanizar suficientemente la figura de ese nazi como para poder afrontar el hecho terrible de ser su hija. Por otro lado hace poco que me enteré que Eichman dejó un hijo en Argentina que renuncia a todo afecto filial porque sigue sin explicarse cómo su padre pudo convertirse en uno de las piezas principales del Holocausto. No deja de ser curiosa, una vez más, esta sintonía de lecturas, don Justo.
y 3. Por lo que respecta a su columna de hoy en El País, ‘Lo que el partido no es’, estoy tan de acuerdo con su opinión que poco me queda por decir. Tan sólo y utilizando láxamente unas palabras que T.E. Lawrence dedicara a la cuestión árabe, la primera dificultad que plantea el Partido Socialista es decir quiénes son los socialistas.
Un abrazo, comme d’habitude.
Sra. Bou, Sr. Calabuig: les agradezco sus ánimos y la confianza que depositan en mí, en lo que escribo y hago. Y ustedes no se imaginan la alegría que uno tiene cuando ve que hay amigos, gente próxima, que comparte preocupaciones o lecturas. O experiencias. Pero es alegría pasajera: a uno le vuelve el ánimo taciturno.
Hay actos en cartera para los próximos días. Espero estar al altura… Un acto político al que han tenido la amabilidad de invitarme, de invitarme a hablar. Y, pronto, el 2 de octubre (por fin…) la gran inauguración de Covers en La Nau. Les mantendré informados.
Jueves tarde. Ánimo bajo… Mientras hago otras tareas mecánicas, escucho a Bob Dylan y Tom Waits. Casi me da un pasmo.
Se lo tengo dicho, y tiene delito que se lo haya de repetir justamente hoy, teniendo en cuenta que la entrada está dedicada al mudo de los Marx: ver Sopa de ganso, no falla nunca. La razón es que uno se da cuenta de que la inmensa mayoría de los asuntos por los que los humanos deambulamos por el mundo como autómatas son en el fondo insignificantes.
Respecto a la columna de El País, comparto su punto de vista y, creo, sus esperanzas. Pero, no voy a mentirle, entiendo también el escepticismo de la gente. Entiendo que, en origen, un partido político parece bastante más que una trama de tipos calculadores que buscan fortuna y poder y que articulan una densa burocracia para perpetuarse en la profesión, como si lo natural fuera dedicarse a la política, como si la filosofía de la representación ciudadana contemplara la figura del amante de los cargos. Son tantas las legislaciones que hay que derogar y tantos los hábitos de conducta que hay que modificar para que el principio de representación salga del atolladero actual que, lo siento, a mí me da un poco de pereza. Por eso mi solución es algo más cínica, casi digna de un Groucho Marx: utilicemos a las fuerzas políticas, negociemos con ellas y apoyemos a sus candidatos para conseguir cosas como que, por ejemplo, el próximo que gobierne no tenga narices para desmantelar los servicios públicos.
Lo que intento decir es que tenemos que obligarles a actuar en el sentido que nos interese, que vean que el futuro profesional que tanto les gusta depende de que cumplan, al menos en algunas cosas. Si no, adiós, y adiós quiere decir que no pienso votarles y me aliaré con otros o me abstendré. De esperar que se comporten con arreglo a ciertos principios ideológicos y éticos yo ya me he cansado. Prefiero aplicar en este terreno un principio estratégico, no veo otra solución. Como usted, estoy cansado.