Uno. 17 de noviembre. Hago de cicerone en Covers. Acudo al Centre Cultural La Nau para enseñar a unos amigos la exposición: su sentido, sus partes, su lógica, sus objetos.
Son las 19 horas de un sábado. Me llevo una gran sorpresa. La sala tiene un nutrido público: unas pocas personas más y ya sería intransitable.
En ese momento, justo en ese instante, me acobarda tanto reclamo visual y vibrante. En algún momento, Alejandro Lillo y yo dijimos que esta muestra era una explosión de imágenes y de sonido. Pues es precisamente eso, algo lujurioso.
Hacía semanas que no la visitaba y ahora, al volver a verla, me sorprende tanto desenfreno colorista, como el que vivían los americanos de los cincuenta. Me perdonarán esta fórmula tan cursi, pero es así.
Al pasear por la Sala Acadèmia del Centre Cultural La Nau, tus sentidos se ven afectados, incluso arrebatados. Oyes una banda sonora: de Elvis a Dylan, pongamos, y de paso, un alud de rojos, de amarillos, de azules, de colores pastel, etcétera, te embadurna, te unta. Es un viaje del que tú no eres el guía o responsable. En silencio, privadamente, me pregunto: ¿qué hago yo aquí?
Las revistas que la Universidad ha adquirido, las carátulas que nos ha prestado Luis Puig, los electrodomésticos que nos ha dejado Alfaro Hofmann, los collages que nos ha diseñado Pepe Beltrán, los audiovisuales que nos han compuesto Vitelsa y David Saldaña, el catálogo que nos han realizado Ibán Ramón y Dídac Ballester: las piezas se te imponen y sientes que las partes y el todo te trasladan a un tiempo remoto y engañosamente parecido al nuestro, a una América reconocible.
¿Cómo es trabajar en conjunto…? Cada una de las personas que han contribuido a la muestra nos ha dado lo mejor para que Alejandro y yo estuviéramos conformes: cada una debía sentirse identificada. Perdonen la pedantería: ¿recuerdan lo que dijo Karl Marx en los Manuscritos económico-filosóficos (1844): que la alienación se da cuando el productor no se reconoce en el resultado. Tengo la impresión de que con Covers todos nos hemos reconocido. Es el conjunto lo que le da entidad. En su momento, el coordinador general de exposiciones de la Universidad, Norberto Piqueras, muy sensatamente nos ciñó con mano firme: «contención», decía. Y lo decía con razón mientras le dábamos forma.
Si tengo la impresión de ver una exposición lujuriosa a pesar del freno, si me sobrecoge tanto estímulo, ¿qué podría haber sido la pura lascivia visual y sonora? El catálogo permanecerá y quedarán los escritos de David P. Montesinos, de Áurea Ortiz, de Juan Calabuig, de Francisco Fuster. Incluso los nuestros. Ustedes me perdonarán…
Continuará
Vaya, Justo. Qué interesantes reflexiones. Y cuánta razón lleva. Coincido en la impresión: creo que todos los responsables de la muestra pueden sentirse reconocidos; y sí, también recuerdo las palabras de Norberto Piqueras, sus sensatas recomendaciones.