Uno. Justo, ¿qué cuentas?, me pregunta Facebook. No cuento nada. Leo.
Sólo puedo decir que he leído las Noticias de libros (2012), de Gabriel Ferrater. Pronúnciese Ferratè. Ferrater fue un poeta excelso y maldito. ¿Y su aspecto? Vestía con sobriedad y llevaba siempre unas gafas de gran elegancia. Circunspecto, algo envarado, como un francés del existencialismo.
Tuvo una imagen modernísima en una España pobretona y menesterosa. Leía sin complejos y dictaminaba con soltura. Fue asesor-lector de Seix Barral (entre otros sellos) y, como sucediera en Gallimard o Einaudi, pensó una editorial con calidad, con sofisticación. Sin desatender el aspecto puramente comercial. Me sorprende en aquellos primeros sesenta, en aquellos años tan desgraciados, la soltura de un lector libre.
Joan Fuster leía en los años cincuenta igual, igualito. Se saltaba la barrera de España, de aquel régimen tan puritano, y se informaba valiéndose del torrente editorial francés. Así queda constancia en su Diari (1952-1960). En el caso de Ferrater, la cosa es aún más enigmática. Cuando llegué conscientemente a los libros, a principios de los setenta, el crítico catalán ya había muerto. Esa fatalidad confirmó mi sospecha: siempre llego tarde a lo relevante; siempre me quedo a las puertas. Sabía de sus informes editoriales, de sus lecturas críticas, de su iconoclastia, de su genio atrabiliario.
Ahora, Anaclet Pons y yo hacemos tareas semejantes para Akal. Estamos muy satisfechos. Leer es constatar, es sorprenderse, es atreverse: enjuiciar lo que no siempre conoces con detalle. Los libros sobre los que dictaminó Ferrater son interesantes. Sus juicios son siempre comprometidos. Nuestros dictámenes son más temerosos, más respetuosos…
Quién como él.
Dos. «E. H. Carr, What is history? Macmillan. Si Carr anuncia un libro sobre metodología y la filosofía de la historia, da derecho a exigir que sea un libro de primer orden, y a esperar que pueda ser un libro genial. Estas conferencias cumplen con la exigencia, pero no satisfacen la esperanza. El libro es interesantísimo, rico en ideas y en sugerencias, coherente y orientado con mano firme, pero no alcanza el supremo orden de excelencia de un Collingwood, o tal vez siquiera de un Oakeshott. Otra vez será, podemos decirnos (…). No puede decirse que el libro logre del todo lo que se propone: no es, repito, genial. Pero le anda muy cerca, lo cual quiere decir que es excelente. Su traducción es, pues, muy de recomendar» [10.62]
Me siento cerca de usted en una impresión biográfica: siempre he llegado tarde a lo importante. En algunos casos, llegar tarde ha supuesto llegar mal, en otros, felizmente, fue mucho mejor que si hubiera estado cuando tocaba. Lo digo porque he pasado dos días pensando en meter baza en su artículo sobre los zombis y sobre el último de Vicente Verdú, y resulta que, como dicen en valenciano, «he fet tard», pero tengo un poco malejas a mis chicas, de manera que no puedo acabar nada de lo que empiezo en estas horas, qué vamos a hacerle.
Pese a todo, los dos asuntos tratados me interesan. Me dirán que esto es sobreinterpretar e inventarse metáforas y todo eso, pero Ulrich Beck, al que leo con insistencia, llamó recientemente «bancos zombis» a aquellas entidades financieras que ya no prestan, ni mantienen a sus empleados, ni hacen nada de lo que hace un banco «vivo», pero las instituciones evitan darles muerte porque temen las consecuencias. Pienso en The Walking dead cada vez que entro en el banco donde se custodian mis magros ahorros. En cuanto a Verdú, me alegra que alguien en quien confío hable con interés de su último libro. He perdido parte de la devoción que llegue a tener por este autor. ¿La recuperaré ahora?
Respecto a sus últimas lecturas, poco puedo decir. Yo, por mi parte, llevo algún tiempo discurriendo en defensa de Naomi Klein y su ya mítico «La doctrina del shock», uno de los textos más imprescindibles que he leído en mucho tiempo. Lo pondría al nivel de «Las venas abiertas de América Latina», de Galeano. Klein tiene muchos enemigos, pero el análisis que realiza a lo largo de más de seiscientas páginas del orden mundial que se ha configurado con la globalización es exhaustivo y tremendamente clarificador. Hablaremos pronto sobre este texto si les interesa.
Me despido con mis mejores deseos para usted, su familia y todos sus lectores. No soy creyente, pero me parece una chorrada fenomenal llamar a estos días «fiestas de invierno», como parece que pretenden algunos tristes en América, o tratar de ignorar su sentido espiritual por una mal entendida corrección política. Vamos, que Feliz Navidad para todos. Les dejo con una cita de aquel Dios imaginado por Spinoza, al que siempre regreso y al que Deleuze llamó «el príncipe de los filósofos». Dice Dios:
«Me aburre que me alaben, me harta que me agradezcan. ¿Te sientes agradecido? Demuéstralo cuidando de ti, de tu salud, de tus relaciones, del mundo. ¿Te sientes mirado, sobrecogido?… ¡Expresa tu alegría! Esa es la forma de alabarme.»
Sr. Montesinos, permítame alabarle. Ya sé que el Dios de Spinoza no pide eso. Pero admítame la cortesía. Dice que a veces tiene la impresión de haber llegado tarde a cosas importantes. Luego añade que ha ‘fet tard’ en este blog, pues no le ha dado tiempo comentar el último post, ese en el que hablo de los zombis y la reintepretación de Vicente Verdú. Este blog no es importante. Por tanto no llega tarde. Este sitio es un lugar normalmente acogedor, últimamente algo frío (entre otras cosas porque la gente suele comentar más en Facebook) y poco más. Yo, por mi parte, no he estado muy católico (perdónenme) y eso se nota en mi distancia o frialdad. Pero no les dejo. Yo sigo aquí. Sr. Montesinos, me gustaría que les diera recuerdos a sus chicas de mi parte.
Los libros de Verdú siempre me producen una reacción ambivalente. Trata los temas fundamentales pero con las metáforas menos adecuadas (al menos a mí me lo parece). Tiene ojo para combinar lo que preocupa y lo que está de moda en la cultura de masas. El resultado suele ser un página acertadísima al lado de alguna trivial o resultona. Creo que la realidad es más compleja de lo que Verdú nos dice. De todos modos, algo tendrá cuando lo leo intermitentemente.
¿Los zombis? Tema inacabable en el que ahora no me han seguido en un debate que podría haber sido chulo. Otra vez será. Todos andamos cargados de trabajo o atendiendo a griposos (yo mismo días atrás).
Por supuesto, le deseo Feliz Navidad. Sólo faltaría que también nos priváramos de los buenos deseos.
El pillaje. Leo en ‘El País’: “El Palau de les Arts y la Ciudad de la Luz hicieron contratos irregulares…” No he podido seguir leyendo la noticia que firma Adolf Beltran. He debido detenerme. Respirar hondo.
Prosigo. “La contratación que recoge el informe correspondiente a 2011 de la Sindicatura de Comptes, el organismo fiscalizador de cuentas valenciano”, es como poco dudosa. “El informe, que se presentó el viernes, detecta incidencias de cierto relieve en prácticamente la mitad de los contratos que revisó el organismo auditor”. A estas horas de la mañana, ando ya algo aturdido. Si insisto en esta dosis de realidad, acabaré mareado, confuso, con un ataque de ansiedad leve. Los informes de cuentas o son literatura fantástica o son puro costumbrismo. Tengo la impresión de que la Sindicatura valenciana ha presentado un documento naturalista, un historia clínico a la manera de Zola.
No puede ser. Durante veinte años de Gobierno del Partido Popular en la Comunidad Valenciana, ¿algo se hizo ajustándose a las reglas? Estoy seguro de que sí, de que hubo y hay gente honrada que no ha buscado el medro egoísta, la granjería. Estoy seguro de que hubo militantes populares que dedicaron una parte de su tiempo a una causa en la que creían. Estoy seguro de que no pretendieron engañar, estafar, lucrarse escandalosamente.
Estoy seguro, pero cada vez estoy menos seguro. Los casos en curso demuestran que hubo mucho pícaro, espabilado, listo, aprovechado. Incluso presuntos delincuentes. Que las prácticas de pillaje fueron lo normal, vaya. ¿Y qué hicimos los demás mientras tanto? ¿Callar culpablemente? No: muchos nos implicamos demostrando una impotencia grande, muy grave, incapaces de utilizar las instituciones y la opinión pública para frenar la ostentación y el mal gusto, el despilfarro y el kitsch morrocotudo, la piratería y la pompa provincial.
Buenos días.