Uno. Leo The Walking Dead. Apocalipsis zombi ya (2012), publicado por errata naturae. Es un documentadísimo volumen de varios autores sobre la serie norteamericana.
Corro un riesgo. ¿Acaso ser devorado por uno de ellos, por un zombi? No cabe descartarlo, pero no es eso lo que temo. Corro el peligro de que la buena literatura circunstancial y de que las metáforas ocurrentes me conviertan en un friki de los muertos vivientes. De que ocupe mi tiempo en nonadas. O no.
Hace meses tuvimos discusiones en Ojos de Papel, en este blog y en el de David Montesinos sobre estas criaturas. Sobre los zombis. Fue un festín en el que Rogelio López Blanco, Alejandro Lillo, Jorge Fernández Gonzalo, David P. Montesinos y yo mismo, entre otros, nos pusimos las botas. Nos zampábamos la serie televisiva y la literatura parasitaria. La fuente. Y las películas adyacentes. Es más: llegamos a comparar la serie original con otras obras televisivas.
Ahora, las cosas han cambiado. Este blog vive momentos de estupor. Como los muertos verdaderos, yo estoy un poco apagado: arrastro los pies y sólo con dificultad mantengo la compostura. O la verticalidad.
Por supuesto, en aquellos debates no llegamos a ninguna conclusión. Con los zombis no se acaba: de ellos se escapa con suerte. Ahora me veo parloteando sobre esas efigies torcidas, con andares toscos e indumentarias andrajosas. Me veo escribiendo sobre un asunto menor de la cultura. ¿Un asunto menor de la cultura de masas? No es así… Los zombis viven momentos de esplendor.
Gozan de buena salud, dice el tópico. Y es así. Con el desconcierto del mundo, con las señales del pronto final, las figuras de los muertos vivientes se convierten en nuestros perseguidores. O en nuestros interlocutores. Más vale un final con horror que un horror sin final, se dice en estos casos…
Dos. «Que los zombies hayan estado de moda durante estos años de la Gran Crisis refleja una plástica y asquerosa idea de la situación», dice Vicente Verdú en Apocalipsis Now (2012), publicado por Península. Este libro es una interesante recreación del Apocalipsis bíblico, justamente en unas fechas muy apropiadas. ¿No dicen que el 21 de diciembre se acaba todo? Si el mundo se acaba, habrá que estar preparados. A mí, por ejemplo, me pillará leyendo sobre el fin del mundo.
Pero volvamos a Verdú: una plástica y asquerosa idea de la situación. «Lo característico de un zombi es que, al presentarse como muerto, ya no se le puede eliminar». Se equivoca Verdú. Sí que se le puede eliminar, aunque el espectáculo gore de vísceras chorreantes incomoda. Y añade el periodista: «pero, también, al comportarse como seres sin vida y que no pueden temer a nada, no se les puede de ninguna manera ahuyentar». Nuevamente, yerra.
Los zombis tienen una profunda desorientación. Es por eso por lo que no saben con exactitud hacia dónde se encaminan. Fuera del olor a sangre. Fuera de la carne, no hay nada que los atraiga. E insiste Verdú: «Efectivamente, tampoco se puede dialogar con ellos porque su lengua está muerta, sus oídos han estallado y su mente se ha desflecado, como si las neuronas hubieran adquirido la forma de enredos de algas o de composiciones así». De descomposiciones, más bien.
Bien mirado, tampoco es exactamente así.
Tres. En su libro Apocalisis Now, Verdú se pregunta si los zombis escuchan. Si poseen los sentidos del olfato y del gusto. En todo caso, añade, carecen de razón. No es que no tengan razones para obrar así. Es que no disponen de cerebro, sugiere Verdú.
Corrijo: cerebro, tienen. Muerden porque no tengan sesos. Es que devoran porque tienen seso obsesivo. ¿O es que, acaso, los criminales más mortíferos de la humanidad carecían de lógica, de razón, de discernimiento?
Los zombis atacan primeramente porque son intuitivos. Eso no significa que sólo sean enfermos o locos, como parece apostillar Verdú. Y sobre esa avería psíquica se extiende.
Dice el escritor: “deliran sin componer sentencias de ningún género y se mueven como si en sueños solo pudieran tantear sin acierto ni cohesión”. No deliran, no.
Delirar es confundir lo real con la fantasía sin poder regresar a este lado de acá. ¿Cómo van a delirar si, según Verdú su mente se ha desflecado y carecen de lógica? El delirante tiene una patología lógica y con ella se vale para hacerse daño y hacer daño al mundo. Tienen, dice Verdú, una “pedernal obstinación”: chocan contra todo obstáculo sin medir razonable y sensatamente si vale la pena seguir o si conviene pararse o toparse.
Yo no llamaría obstinación a ese empeño. Los zombis no son obstinados, son jaurías de humanos que tienen monstruosamente desarrollada su parte animal, originaria, primitiva. ¿No empezó todo con los hijos devorando al padre en un asesinato primero y ancestral, según nos indicara Sigmund Freud?
Los zombis no son fuertes ni tampoco especialmente habilidosos. Eso es lo que les hace tropezar, chocar y enfrentarse a obstáculos que no miden. ¿Acaso los humanos no hacen algo similar? Los zombis devoran, comen, muerden a los individuos sanos. Los humanos aplastan a sus rivales, los humillan y, si pueden, los matan sin miramientos. Tenemos ejemplos recientes y abundantes. ¿Acaso por una avería cerebral? No necesariamente. Verdú emplea a los zombis como metáfora de la Gran Crisis (zombi) que nos diezma. No creo que sea una buena comparación. Creo, más bien, que un zombi es un zombi es un zombi. Nada más. O nada menos.
El fin del mundo
Juan Planas Bennásar
‘El Mundo’, 17/12/2012
Nos vamos aproximando, bien es cierto que con dificultades y casi que a rastras, a la fatídica, pero sugerente, fecha del 21 de diciembre. Me gusta mucho la idea, por lo que tiene de tentación y azar, de destino puesto en tela de juicio y de inexorable duelo al sol entre las dos caras esenciales y, quizá, inseparables, de la existencia: la suerte frágil, pero fraternal, de creer en algo -en lo que sea- y la terrible, exigente soledad de no creer absolutamente en nada.
Sucede, además, que no hay mejor forma de enfrentarse a la realidad, que intentar llegar hasta donde sus augurios vencen y, en ese incierto instante donde intuimos que todo ha alcanzado su límite, acertar a comprender, siquiera una vez, que lo único que puede salvarnos es haber pagado el dudoso peaje hasta más allá de lo posible. Y si se puede, regresar para contarlo. Claro.
Pero el fin y, también, el principio del mundo acontecen tantas veces a lo largo de un simple día cualquiera, que no acabo de entender qué extraños fenómenos, qué alud de signos o de testimonios habrían de suceder en esa fecha tan señalada para que lo que nace con un vagido y lo que muere con un suspiro dejen de alternarse, sin remedio ni pausa, hasta que el tiempo deje de ser el tiempo y nosotros, esos viajeros sin más destino que el de perdernos y rencontrarnos a cada instante. O así.
http://jplanas.blogspot.com.es/2012/12/el-fin-del-mundo.html
Interesantísimo, como todo lo que nos cuentas en estas páginas. Por si no nos vemos, un abrazo y felices navidades para tí, para todos los tuyos y para todos los que frecuentan este blog.
Rafael Lillo
Muchas gracias, Rafa. Un abrazo y mis mejores deseos para el próximo año.
Justo
Si les dejan, los zombis tienen vocación de eternidad, aunque no sean conscientes. En febrero el género evoluciona, una película contará la historia de un joven zombi que se recupera en parte y comienza a tener sentimientos (al modo en que la chica del otro bando ayudaba y se enamoraba del piloto americano que caía sobre su territorio cuando derribaban el avión en filmes de los años 50 y 60).
Como no he podido leer el libro de Verdú, me apoyo en el profesor Serna para subrayar la excesiva metaforización del fenómeno por parte del ensayista, que siempre nos quiere sorprender con su clarividencia, y su escaso conocimiento del material zombi. No hay que ser fan arrebatado del género para emplear al zombi como chico para todo, pero por lo menos uno tiene que haber visto unas cuantas películas y visionado la serie estrella del momento lo suficiente como para intentar desentrañar las claves del éxito (qué tipo de miedos y ansiedades morbosas nos magnetizan ahora, frente ¿a los tiburones de Wall Street y del Pentágono que simbolizaban los vampiros ansiosos de poder pero secretistas en las pelis y series de los 90 y principios del XXI? –y aquí me tiro en plancha a lo Verdú, a ver si hay agua en la piscina–) y verificar el comportamiento prototípico de un zombi para no meter la pata (o arrastrarla). ¡Oiga, que un zombi no es cualquier cosa!
Saludos y felices digestiones.
Es así. Es exactamente así, como usted dice, Rogelio. Que el zombi sirva de metáfora sufrida, vale. Pero que el zombi compuesto y remendado a antojo de literato sirva para insultarlo (asqueroso) y para equipararlo con esta crisis sin alma, es demasiado…
[…] Leer Articulo: https://justoserna.com/2012/12/19/apocalipsis-zombi/ […]
No bromemos con los zombis. Son personajes respetables que viven un trance odioso. Un vampiro suele ser un tipo elegante, con ojeras centenarias que le dan un porte entre cortés y vicioso. Pero un zombi es un ser que se despedaza y que tiene alma instintiva, animal: tan devoradora como el primer humano, ese que se atracó con las vísceras del padre.
Me apunto a tesis de los instintos dormidos que los zombis (sus series y películas) han despertado en los sentimientos más profundos. Así se entiende el significado liberador que tiene para muchos matar en serie e indiscriminadamente y de forma brutal, física, sin distancia, con el movimiento brusco del brazo, a una suerte de seres humanos y hacerlo con la conciencia tranquila, precisamente porque ya han perdido la condición humana, de la que sólo conservan una sombra, la suficiente, claro. Sólo hay que ver la expresión que surge de la cara de los personajes de “The Walking Dead” de la última temporada, por ejemplo, en el primer capítulo. Cómo disfrutan con su destreza, en especial las mujeres y el niño, que ya han aprendido a disparar y apiolar caminantes con una eficacia y una rabia pasmosa.
Un zombi es lo más humano que podemos matar vicariamente sin que nuestra dignidad se pervierta (por eso no nos sirven los gremlins ni los otros alienígenas) y una forma liberar agresivamente nuestros temores, frustraciones y miedos más ocultos.
En un mundo más práctico, el exterminio industrial sería lo idóneo. Nadie quiere ver una obra de ficción enfocada así, al menos una parte del público se complace en ver cómo se mata y qué efecto causa en los supervivientes esa ansia de eliminar y continuar el camino para seguir adelante, a costa de los otros humanos si es necesario, proyectando ese instinto asesino. Quizá sólo sea subir un peldaño.
Reconozco que me proyecto en esa intensa acción destructiva encaminada a la supervivencia del grupo de quienes protagonizan la serie, pero, a la vez, la implicación me plantea serias cuestiones morales de ese efecto proyectivo, concretamente la del exterminio o matanza de seres que tienen algo de humanos, que hipotéticamente, una vez a salvo los supervivientes, podrían ser curados.
Sin embargo, el grado de crueldad creciente del grupo, por el rigor de la experiencia y las pérdidas sufridas, les deshumaniza cada vez más. Los zombis siguen su instinto, por eso son peligrosos, pero como cualquier otra especie depredadora. La cuestión por la que me pregunto es, por tanto, ¿por qué cada vez parece estar más lejos una idea humanitaria del zombi y se perciba como única solución su exterminio, la completa liquidación del “enemigo”?
El zombi es nuestro espejo porque se ha convertido en el enemigo, porque no es concebido como una nueva especie depredadora, distinta a «nosotros».. Mi conclusión no puede ser más terrible y me asusta a qué lugares oscuros puede llevarnos, sin la simplona apelación a la metáfora, con la pura experiencia del visionado, una serie creada para el más estricto entretenimiento. Porque quizá en el fondo, al inducirnos a pensar que «no hay alternativa», apela a nuestro yo más primario que, vicariamente y en defensa del grupo, desarrolla todo su potencial destructivo hasta convertirse en un yo criminal, sádicamente criminal.
Uf. Lo suyo, Rogelio, es una erudición de altura. Lo mío, en cambio, es conocimiento de chicha y nabo. Envidio ese acopio que usted tiene. Y además sin arrogancia alguna. Conocemos, no me obligue a revelarlo, a algún contertulio de flatulencia y saberes inconmensurables. Y encima quiere matar al padre: como la escena primitiva del zombi…
Bueno, yo diría que a todos los padres, profesor, sin dejar ni uno, no vaya a ser… Qué trasto, el hombre.
«Apocalipsis Now»
Juan Planas
El Mundo, 21 de diciembre de 2012
Si leen estas líneas es que el periódico ha salido, que internet no se ha convertido en una nube tóxica (aún más tóxica, quiero decir), que el sol y la tierra siguen en su órbita, que los campos magnéticos no han enloquecido y que el fin del mundo, por esta vez, ha pasado de largo hacia otras latitudes galácticas donde descargar su poso de ira, decepción y desahucio, su lastre de tiempo medido (por error) de forma unidireccional, su interminable círculo histórico con ansias, quizá retóricas, de poner algún que otro punto y final. O sólo de cambiar de párrafo. Pues sea.
Y lo que es, es que una educación tan famélica como la actual (más atenta al catalán, que al latín o al griego) nos conduce a la muerte por asfixia de algunas ciencias. De la etimología, por ejemplo, convertida en un recurso estilístico. Pero lo diré sólo una vez. Apocalipsis significa revelación. Nada menos.
Luego están, claro, las asociaciones de ideas. Revelaciones. Revoluciones. Será por eso que, aun creyendo en esos dos estados del espíritu a nivel personal, en el plano colectivo, en cambio, se me antojan dos alucinaciones peligrosas: el necio y voraz preludio de alguna catástrofe. Será, pues, que no hay más refugio que el interior. ¿Quién conoce otro?
http://jplanas.blogspot.com.es/2012/12/apocalipsis-now.html
Fines del mundo
Uno. Estoy desconcertado. Las profecías apocalípticas sirven para aviarlo todo, para cerrar lo incompleto, para liquidar lo que nos pesa o nos duele. Luego resulta que el fin del mundo se demora: también tiene guasa que los vaticinios a fecha fija se retrasen. Uno espera la consumación postrera: he recibido mucha educación católica. Uno desea que todo se vaya al Infierno y que los buenos, algunos hombres buenos, reconstruyan el mundo. ¿A quiénes me refiero? A unos pocos, sin duda: al Papa, a Rodrigo Rato, a José Luis Olivas, a Antonio Resines. Gente así: personas que siempre han estado ahí.
Pero luego pasa lo que pasa: que todo permanece, dependiendo de los individuos, de todos nosotros, de nuestras acciones, de nuestras emociones, de nuestras voliciones. Qué decepción. Cuando creíamos que el Apocalipsis nos exculpaba y nos irresposabilizaba, resulta que las cosas continúan y las personas debemos asumirlas y resolverlas. Y Rato y Olivas siguen ahí.
Yo ya dije que el fin del mundo me pillaría leyendo. Así es que, de momento, les dejo: voy a empezar las ‘Memorias I’, de José María Aznar, que tanto ruido han hecho. ¿Aznar? Les recuerdo: fue el padrino de Rodrigo Rato. Les dejo, pues. Me voy a leer ¿Imaginan que a la postre hay fin del mundo? ¿Qué quedará de mí? Un tipo que se las daba de erudito y académico acabó sus días leyendo a Aznar. Ah. Ay.
Dos. Empecemos por lo más obvio, lo que tenemos enfrente: la ilustración de la sobrecubierta. El autor nos mira directamente, con esa pose resultona, incluso mundana, de quien está sobrado. En la mirada se le aprecia algo de resignación. Como ese maestro que debe repetir las cosas, que debe remachar lo evidente.
Va bien rasurado. Sin duda se ha sometido a una limpieza de cutis. No se ven poros negros y el moreno estival ya no mancha el rostro. El bigote cano pierde espesor y tiende a confundirse con la epidermis, de modo que de lejos no se sabe si lleva o no lleva su célebre mostacho. La nariz es ancha, gruesa y con una peca que debería vigilar.
Apoya su mano derecha sobre la cara en una actitud descansada, tranquila. Afecta eso, paciencia y sabiduría. Esos ojos lo han visto todo y ya no se les aprecia rencor. Quizá porque José María Aznar está por encima de todo. La camisa azul sin corbata demuestra campechanía, un ‘casual wear’ de hombre limpio y bien planchado. Se nota que es de clase media.
Me espera. Esa es también la pose de Aznar: al mirar así al posible destinatario, parece aguardar una respuesta. Lee y dime. Aprende y verás. Eso es lo que voy a hacer como aplicado lector. Mientras tanto, esperaré el fin del mundo.
Uhmm, repito aquí lo que, por error, puse en otro mensaje. Feliz Navidad, aunque sea zombi, para todos! Un fuerte abrazo!
Feliz Navidad, Juan. Ni zombi ni puñetas.