PSOE. C’è da spostare la macchina

Reunión del Comité Federal del Partido Socialista Obrero Español. Los dirigentes de la organización parecen ser conscientes de auriculares2que hay que cambiar muchas cosas, pero a la vez temen iniciar cualquier muda. La cosa huele. Esperan retrasar el proceso de primarias abiertas y esperan que todo discurra sin graves alteraciones. Estamos en ralentí y no escuchan.

¿He dicho sin graves alteraciones? La grave alteración se está dando fuera del Partido Socialista. Hay numerosos jóvenes que se han desentendido de la política, al menos de la política que llevan a cabo los socialistas. Ven esta organización como un organismo lento y escasamente sensible. Ven esta organización como un mero agregado de intereses: cuadros, cargos y empleados. No ven en el PSOE una esperanza, al modo de una vanguardia, sino como algo atávico, disfuncional y rezagado.

No me gusta la palabra ‘vanguardia’. Tiene resonancias abiertamente militares, de confrontación. Unos pocos soldados aguerridos verían lo que la mayoría no ve y esos pocos serían los únicos capaces de emprender, de acometer. Ciertamente odio la palabra ‘vanguardia’. Pero desde el punto de vista de las artes o de la sociedad, las vanguardias de principios del siglo XX atacaron el gusto burgués, el amodorramiento, las formas clásicas y adocenadas.

Conozco jóvenes con los que mantengo una excelente relación, muchachos de veintitantos que querrían activar el estado de cosas. Para estos ciudadanos, el Partido Socialista parece una institución amodorrada y, a lo que me cuentan, el debate intelectual de sus dirigentes les aburre: sus cuadros se adocenan vertiginosamente. Hace falta nivel: estudios, ganas de saber, humildad, sin convertir el Partido Socialista en el lugar de trabajo. Hace falta atrevimiento y movimiento. Están encerrados oyendo su propio sonsonete sin advertir lo que ocurre fuera, a las puertas.

No es –no puede ser– el partido de los pensionados. Pero a la vez, a estos mismos jóvenes, les digo: los males del PSOE no son exclusivos. El sistema de partidos facilita la escasa circulación de los militantes, el descuido de los simpatizantes. Hasta yo mismo (que no formo parte de esta organización), estoy decepcionado y cada vez más desinteresado. Si eso me pasa a mí, que viví el final del franquismo y el proceso de transición con suma atención, ¿qué no sucederá entre los muchachos?

Hay que salir y empujar. Hay que facilitar el trabajo común. Y en el Partido Socialista deben desprenderse de la difidencia, de ese recelo con que observan todo cambio. En fin, no sé por qué, pero este reproche que hago al PSOE me recuerda una canción pegadiza de Francesco Salvi. Data de finales de los años ochenta.

Es la historia del vigilante de una discoteca. Custodia también el párking. Usando  los micrófonos del salón pide ayuda a los que allí están para que alguien salga a desplazar un coche que tiene la marcha puesta y, además, es un diésel. Obstaculiza el paso… Pesa mucho, está anclado y él solo no  puede moverlo. Necesita ayuda y todos pueden facilitársela. Nadie sale. Están cómodamente instalados.

La máquina sigue allí, a las puertas: nadie empuja y así les va, así les irá…

C’è da spostare la macchina di prima, vuole venire qualcuno a darmi una mano oppure no

Che siamo qua tutti a ballare e io sono fuori a lavorare!

C’è da spostarla… e basta!

La vogliamola spostarla o no?

E basta!

Aquí y ahora ocurre lo contrario. Los jóvenes están fuera, pero de dentro del salón nadie sale.

8 comentarios

  1. Soledad Gallego-Díaz. Una lección de columnismo

    A Soledad Gallego-Díaz la leo siempre con interés. A veces hasta me dan ganas de aplaudir. Hoy no, no me daban ganas. Hoy, sencillamente, he aplaudido tras leer su columna. El artículo que publica en ‘El País’ es preciso, necesario. Digo esto y me parecen calificativos gastados. Pero no: ‘Deshonestos discursos políticos‘ es una pieza a retener, un logro de la honestidad periodística, de la perspicacia humana. ¿La moraleja de la columna? Es ésta: no nos tomen más el pelo.

    Está bien ser realistas. Está bien ser comedidos. Pero la realidad no es únicamente aquello que hay que describir, sino esos desperfectos que hay que reparar. Si los gobernantes sólo están para lamentar el estado de cosas, para aceptar la marcha única, entonces no avanzamos. Únicamente damos “acelerones en punto muerto”, recuerda Soledad Gallego-Díaz: «que dejan el coche donde estaba y la realidad sin tocar». La metáfora es exacta. Encima, ahora que reparo, también alude a los automóviles (como un servidor hacía hoy mismo en su blog). En fin, no se pierdan nunca los diagnósticos de Soledad: seguro que adelantan. Ella siempre pedalea.

    «…Una maraña de discursos deshonestos que quieren hacernos creer que la realidad es intocable. Por eso soportamos que la sentencia del caso Pallerols llegue con 20 años de retraso; que Duran Lleida no dimita; que Ana Botella desprecie a los ciudadanos con una comparecencia pública intolerable; que el Rey se preste a una supuesta entrevista que se transforma rápidamente en un acto de propaganda muy poco brillante; que la oposición socialista siga abstraída en sus cosas; que nos aseguren que no hay nada que pueda evitar que los ciudadanos sigamos soportando el empobrecimiento de nuestras vidas sin límite de tiempo…»

  2. Desde luego, no hay motivos para el optimismo. Los políticos, en general, deberían ponerse las pilas. De lo contrario el asunto se les va a ir de las manos. Sobre el artículo de Gallego decir que sí, que el diagnóstico es muy acertado. Al leer su artículo, además, me he acordado de aquella famosa tesis de Marx: los filósofos se han dedicado a interpretar el mundo…

  3. Alejandro, ‘sin acritú’, perdone que discrepe, pero la imagen de los políticos poniéndose las pilas me parece escasa. Me explico. Ponerse las pilas es estar en la senda correcta y hacer marcha. No parece el caso de los partidos mayoritarios.

  4. No puedo estar más de acuerdo: no bastan unas pilas nuevas. Hay que rehacer toda la máquina, si acaso aprovechando alguna pieza que aún esté sana. Es cuestión de nueva fábrica, de un producto moderno y depurado, que nos sirva bien en las circunstancias actuales.

    La pregunta es: ¿seremos -los obreros de esa fábrica- capaces de construirlo?

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