Sr. Rajoy, permítame dirigirle esta carta. Hay varias cosas que le quiero decir, quizá urgentes, pero tal vez menores para sus premuras cotidianas. Son reflexiones breves y probablemente bienintencionadas. Son apuntes acerca del estado de cosas. Me dirijo a usted porque no encuentro mejor destinatario. Le hago ciertas preguntas que no es preciso que me conteste. De hecho, no sé por qué, no aguardo respuesta alguna.
Necesitamos un partido conservador, o si lo prefiere liberal-conservador, fuerte, sin deudas, sin dependencias; una organización que pueda mostrar con transparencia sus cuentas y su gestión: necesitamos servidores públicos orgullosos de su limpieza y de su eficacia. ¿Por qué? Porque las instituciones funcionan con empleados correctos y atentos, con dirigentes probos y con mecanismos probados: las expectativas se cumplen y no hay sorpresas. Desgraciadamente, no tenemos esa impresión, y la ciudadanía manifiesta un fastidio ya peligroso.
Cada vez hay más ojeriza hacia una clase política que se ve como un agregado de intereses egoístas. Sin duda es una exageración. Hay representantes de excelente reputación que conservan toda su probidad, toda su moralidad, todo su buen hacer.
En campaña electoral, usted dijo que sería un presidente previsible. Por el contrario, desde que dirige el Gobierno de España, la incertidumbre es la que nos rige: puro desconcierto. Admítamelo, sr. Rajoy: puede que tenga las mejores intenciones, pero el ciudadano se lleva la impresión de que está siendo gobernado sin hoja de ruta. Sin plan. A tientas o a ciegas. O con un proyecto bien definido que lo empobrece.
Parece que está claro que quieren abaratar el empleo, que quieren liberarlo para que aumente la contratación. El resultado es un estado precario de las personas, de las cosas, de los bienes muebles e inmuebles, de las finanzas, de la educación, de la sanidad, del arte, de la cultura. ¿Le echamos la culpa al Gabinete anterior, que nos dejó un erial?
Podríamos remontarnos hasta Francisco Franco si buscamos baldíos: su larga estancia en el poder con una política económica desastrosa nos dejó un lastre de intervencionismo, mercantilismo trasnochado, granjerías y encono, que no hemos podido eliminar. Estamos pagando con crecidos intereses… Si a eso añadimos ahora una privatización sectaria e interesada de sectores y de derechos sociales, entonces se nos caen los palos del sombrajo. Nos quedamos a la intemperie. Algunos más que otros.
Yo soy funcionario y, por tanto, para los ultras: soy sospechoso. Aprovechado, manta, cagamandurrias. Pues no. Dedico mucho tiempo a ayudar a mis alumnos, a aconsejarles, a asesorarles, a instruirles, a educarles, a sugerirles. Soy funcionario y me siento orgulloso de las horas que dedico a atender personalmente o por mail a mis estudiantes. Con cuidado, con cortesía, procuro que las cosas funcionen mejor. Yo no estoy aquí para empeorar el mundo…
Años atrás, un enriquecimiento de parte de la ciudadanía rebajó las exigencias políticas y morales. Como rebajó aún más la limpieza de nuestros representantes, muchos de ellos confiados tal vez en que podían atesorar sin ser descubiertos o perseguidos. Esa sensación impune no es responsabilidad de los ciudadanos, pero numerosos votantes depositaron el sufragio pensando que a ellos les iban las cosas bien. Si las cosas les iban bien, a qué molestarse. Esta colusión entre ciudadanos apolíticos y políticos sin escrúpulos nos ha llevado a esta situación.
Yo no me resigno. Por supuesto, confío en la política, en la honradez, en la gestión decente y en los controles. Confío en representantes que hacen de su oficio temporal un trabajo de servicio. Lo desempeñan con entereza y con vergüenza, con vergüenza torera. Quiero pensar que en la cúpula de su partido los máximos dirigentes han obrado así. Ahora hay problemas, serios problemas: algunos se remontan a años atrás, cuando muchos batían palmas y reían con ostentación. En la foto que adjunto a usted se le ve preocupado. No es mala cosa. Ya era hora de ponerse serios. Se pone serio, grave, circunspecto, pero no contesta.
¿Por qué no me responde? ¿Por qué tengo la sensación de que toda crítica fundamentada le incomoda, le molesta? ¿Por qué tengo la impresión de que no desea contestar? ¿Por pereza? No quiero pensar que usted no responde por falta de liderazgo y coraje. Quiero creer que posee ambas cualidades. Espero de usted lo mejor. Del presidente de mi Gobierno deseo rendición de cuentas. La deseo y aún la espero. Liderazgo y coraje.
Ya sé que no estoy siendo hostil. Quiero ser educado –me formaron así– y quiero darle la oportunidad de responder. No espere de mí una mala palabra. Yo espero de usted todas las palabras.
No le pido que se rinda, sino que rinda cuentas.
Atentamente, Justo Serna.