Uno. He leído con interés la columna que Joan Francesc Mira dedica a Friedrich Nietzsche en el Quadern valenciano de El País.
Digo con interés porque nada de lo que escriba Mira me parece irrelevante y nada de lo que se diga de Nietzsche me resulta indiferente.
Me sorprende que el profesor Mira se sorprenda de la vigencia de Nietzsche. Bueno, no exactamente. Mira se pasma de que filósofos como Eugenio Trías –ya fallecido– lo tuvieran como referencia. O que a Trías se le concediera el Premio Nietzsche en Alemania. Propone, en cambio, como nombres más dignos de galardones filosóficos a Kant o Hegel.
Pasa después a espigar algunas citas de Nietzsche para asombrarse o para confirmar que era un pensador bestial o inquietante, precedesor del fascismo mussoliniano.
Concretamente, el profesor Mira menciona dos obras relevantes: La gaya ciencia y La genealogía de la moral. Sin duda, si leemos así sin más los extractos que reproduce, repugnan. Y confirmamos que, como poco,
Nietzsche era misógino y un tipo algo tronado.
Nada nuevo. Durante décadas, Nietzsche luchó consigo mismo, se sometió a una tensión insoportable… ¿Con qué resultados? El profesor Mira empieza diciendo que el filósofo alemán era «un geni» y «un boig excel·lent«. No entiendo bien esos calificativos: si era un genio y sobresalía locamente, entonces no era un tipo ordinario. Pero destacar por la demencia no le da a uno un puesto en el canon filosófico. ¿Entonces? Tenía algo que lo distinguía, si entiendo bien al profesor Mira: la brutalidad, la bestialidad.
Sin lugar a dudas, a Nietzsche nose le domestica y su individualismo, su antigregarismo, su aristocratismo son tónicos o tóxicos. A este autor hay que tomarlo en pequeñas dosis. Yo le propongo revisar Sobre la utilidad y abuso de la historia para la vida o Schopenhauer como educador. Basta con estos textos intempestivos para que Nietzcsche no se nos atragante.
Defendió el cuerpo, la jovialidad, el bienestar, la vida: frente a la historia, el pasado, la gloria de los antecesores, las deudas sociales. A la vez se hundió en la enfermedad y en la locura. Habló del superhombre, una figura fuerte que puede ser tomada como un líder carismático (así lo hizo su hermana Elisabeth) o como el individuo que no necesita nación. Cuando hablaba del superhombre desaparecía el Estado.
Nietzsche fue un tipo absolutamente libre y contradictorio: sus incongruencias nos aturden. Sus aciertos nos abruman. ¿Qué aciertos?
Dos. Los aciertos posibles de Nietzsche son sus radicalidades, que no sus bestialidades. Dijo muchas cosas, algunas ciertamente contradictorias y algunas que hoy nos asombran.
En el mismo cuerpo y en la misma mente, la expresión de un pensamiento podía ser iluminador o simplemente adocenado. En cualquier caso, él se propuso no caminar a favor de la corriente, sino en contra del curso previsible de las cosas. Él no quiso ser hijo de su tiempo, predecible e intercambiable: él quiso ir contra su tiempo. Por eso se declaró intempestivo y jovial frente al orden burgués de las naciones europeas, tan severas, tan gregarias.
Criticará la moral, la religión, la escuela, la historia, el pasado al que perteneceríamos y que nos ataría irreparablemente a los antecesores. No hay losa de la que no puedas desprenderte. ¿Por qué? Porque no hay Dios, no hay sentido, no hay un más allá o una colectividad (el reino de Dios o una nación) a los que sacrificarte. En cada acto te defines y te salvas, designas tu acción, te reafirmas frente a la rutina y los automatismos.
Por supuesto, de sus ideas pueden derivarse enormidades de consecuencias tóxicas; pero, como antes decía, tomado en pequeños sorbos Nietzsche tonifica, oxigena, singulariza y hace sentir que uno es algo: que lo que llaman vicios son virtudes, que nuestras renuncias son nuestros dolores, que la vida es autodeterminación y autogobierno… individuales.
¿Lo demás? Lo demás son gregarismos. ¿Repudio de los débiles? Sí, si por tal se entiende la vida de resignación y resentimiento. Qué le vamos a hacer: Nietzsche es nuestro contemporáneo, ese contemporáneo incómodo que nos hace apearnos de los tópicos, de las ideas recibidas. El riesgo que Nietzsche corre es hacerlo un inmoralista desnatado, sólo útil para épater le bourgeois, para escandalizar brevemente. Por eso hay que leerlo: para escandalizarse enteramente.
Blogosfera

Deja un comentario