¿Qué hacemos con Nietzsche?

Nietzsche portrait par Hans Olde mort en 1917Uno. He leído con interés la columna que Joan Francesc Mira dedica a Friedrich Nietzsche en el Quadern valenciano de El País.


Digo con interés porque nada de lo que escriba Mira me parece irrelevante y nada de lo que se diga de Nietzsche me resulta indiferente.

Me sorprende que el profesor Mira se sorprenda de la vigencia de Nietzsche. Bueno, no exactamente. Mira se pasma de que filósofos como Eugenio Trías –ya fallecido– lo tuvieran como referencia. O que a Trías se le concediera el Premio Nietzsche en Alemania. Propone, en cambio, como nombres más dignos de galardones filosóficos a Kant o Hegel.

Pasa después a espigar algunas citas de Nietzsche para asombrarse o para confirmar que era un pensador bestial o inquietante, precedesor del fascismo mussoliniano.
Concretamente, el profesor Mira menciona dos obras relevantes: La gaya ciencia y La genealogía de la moral. Sin duda, si leemos así sin más los extractos que reproduce, repugnan. Y confirmamos que, como poco,
Nietzsche era misógino y un tipo algo tronado.

Nada nuevo. Durante décadas, Nietzsche luchó consigo mismo, se sometió a una tensión insoportable… ¿Con qué resultados? El profesor Mira empieza diciendo que el filósofo alemán era «un geni» y «un boig excel·lent«. No entiendo bien esos calificativos: si era un genio y sobresalía locamente, entonces no era un tipo ordinario. Pero destacar por la demencia no le da a uno un puesto en el canon filosófico. ¿Entonces? Tenía algo que lo distinguía, si entiendo bien al profesor Mira: la brutalidad, la bestialidad.

Sin lugar a dudas, a Nietzsche nose le domestica y su individualismo, su antigregarismo, su aristocratismo son tónicos o tóxicos. A este autor hay que tomarlo en pequeñas dosis. Yo le propongo revisar Sobre la utilidad y abuso de la historia para la vida o Schopenhauer como educador. Basta con estos textos intempestivos para que Nietzcsche no se nos atragante.


Defendió el cuerpo, la jovialidad, el bienestar, la vida: frente a la historia, el pasado, la gloria de los antecesores, las deudas sociales. A la vez se hundió en la enfermedad y en la locura. Habló del superhombre, una figura fuerte que puede ser tomada como un líder carismático (así lo hizo su hermana Elisabeth) o como el individuo que no necesita nación. Cuando hablaba del superhombre desaparecía el Estado.

Nietzsche fue un tipo absolutamente libre y contradictorio: sus incongruencias nos aturden. Sus aciertos nos abruman. ¿Qué aciertos?

Dos. Los aciertos posibles de Nietzsche son sus radicalidades, que no sus bestialidades. Dijo muchas cosas, algunas ciertamente contradictorias y algunas que hoy nos asombran.

En el mismo cuerpo y en la misma mente, la expresión de un pensamiento podía ser iluminador o simplemente adocenado. En cualquier caso, él se propuso no caminar a favor de la corriente, sino en contra del curso previsible de las cosas. Él no quiso ser hijo de su tiempo, predecible e intercambiable: él quiso ir contra su tiempo. Por eso se declaró intempestivo y jovial frente al orden burgués de las naciones europeas, tan severas, tan gregarias.

Criticará la moral, la religión, la escuela, la historia, el pasado al que perteneceríamos y que nos ataría irreparablemente a los antecesores. No hay losa de la que no puedas  desprenderte. ¿Por qué? Porque no hay Dios, no hay sentido, no hay un más allá o una colectividad (el reino de Dios o una nación) a los que sacrificarte. En cada acto te defines y te salvas, designas tu acción, te reafirmas frente a la rutina y los automatismos.

Por supuesto, de sus ideas pueden derivarse enormidades de consecuencias tóxicas; pero, como antes decía, tomado en pequeños sorbos Nietzsche tonifica, oxigena, singulariza y hace sentir que uno es algo: que lo que llaman vicios son virtudes, que nuestras renuncias son nuestros dolores, que la vida es autodeterminación y autogobierno… individuales.

¿Lo demás? Lo demás son gregarismos. ¿Repudio de los débiles? Sí, si por tal se entiende la vida de resignación y resentimiento. Qué le vamos a hacer: Nietzsche es nuestro contemporáneo, ese contemporáneo incómodo que nos hace apearnos de los tópicos, de las ideas recibidas. El riesgo que Nietzsche corre es hacerlo un inmoralista desnatado, sólo útil para épater le bourgeois, para escandalizar brevemente. Por eso hay que leerlo: para escandalizarse enteramente.

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7 comentarios

  1. Dos. Los aciertos posibles de Nietzsche son sus radicalidades, que no sus bestialidades. Dijo muchas cosas, algunas ciertamente contradictorias y algunas que hoy nos asombran.

    En el mismo cuerpo y en la misma mente, la expresión de un pensamiento podía ser iluminador o simplemente adocenado. En cualquier caso, él se propuso no caminar a favor de la corriente, sino en contra del curso previsible de las cosas. Él no quiso ser hijo de su tiempo, predecible e intercambiable: él quiso ir contra su tiempo. Por eso se declaró intempestivo y jovial frente al orden burgués de las naciones europeas, tan severas, tan gregarias.

    Criticará la moral, la religión, la escuela, la historia, el pasado al que perteneceríamos y que nos ataría irreparablemente a los antecesores. No hay losa de la que no puedas desprenderte. ¿Por qué? Porque no hay Dios, no hay sentido, no hay un más allá o una colectividad (el reino de Dios o una nación) a los que sacrificarte. En cada acto te defines y te salvas, designas tu acción, te reafirmas frente a la rutina y los automatismos.

    Por supuesto, de sus ideas pueden derivarse enormidades de consecuencias tóxicas; pero, como antes decía, tomado en pequeños sorbos Nietzsche tonifica, oxigena, singulariza y hace sentir que uno es algo: que lo que llaman vicios son virtudes, que nuestras renuncias son nuestros dolores, que la vida es autodeterminación y autogobierno… individuales.

    ¿Lo demás? Lo demás son gregarismos. ¿Repudio de los débiles? Sí, si por tal se entiende la vida de resignación y resentimiento. Qué le vamos a hacer: Nietzsche es nuestro contemporáneo, ese contemporáneo incómodo que nos hace apearnos de los tópicos, de las ideas recibidas. El riesgo que Nietzsche corre es hacerlo un inmoralista desnatado, sólo útil para épater le bourgeois, para escandalizar brevemente. Por eso hay que leerlo: para escandalizarse enteramente.

  2. Nietzsche es escandaloso, faltaría más, su lectura, como usted indica, suscita el asombro y aún la indignación. Leer a Nietzsche y limitarse a asentir es propio de idiotas, es más, sería incluso lo menos nietzschano que podemos hacer con esos textos. Nietzsche te pone ante el espejo, retrata tu propia monstruosidad, esa de la que intentas librarte viviendo una cotidianeidad burguesa y aborregada. Entonces, topándote de morros con tu propio Hyde -que es el Hyde de toda una civilización, la cual se ha dotado de un mapa de valores hipócrita y acomodaticio- te encuentras ante el único desafío que le es propio al héroe moderno: recorrer el desierto de tener que construir sin padres su propia trama moral, construir su propia vida, con todas las consecuencias que tal obra implica. Esa vida podrá ser una obra de arte o una catástrofe, pero es la única opción una vez se alcanza la lucidez de Zaratustra. Lo que aquel tipo con sífilis y lleno de rencores, a medio camino entre la genialidad y el espantajo, nos exige no es acabar con la moral, creo que ni siquiera con la historia. Lo que aquí se intenta es hablar el lenguaje de la locura de una civilización trastornada, y ésto sólo es posible desde los códigos de dicha locura, como bien entendieron novelistas que a usted le son tan caros como Conrad. Nada mas nietzschano que Kurz, y pienso -salto al cine, qué le voy a hacer- en aquel déspota lunático que ha transvalorado todos los valores en que creció como hombre respetable y que, ahora, maldecido por el establishment, ha erigido un mundo a su medida, un mundo demoniaco y ciertamente escandaloso, pero el único posible cuando se ha visto todo el horror que los demás -cobardes y buenistas- hemos optado por ignorar.

    «Si no te gusta lo que ve tu ojo, arrancátelo», esa es la consigna del pastor del rebaño. La decisión del paseante solitario de Sils Marie es rebelarse hasta el fin contra esa cobardía de quien mira hacia otro lado. Nietzsche es el Mal, el íncubo del demonio, si por Mal entendemos la zona de sombra que queda tras las buenas palabras y el servicio a los viejos ideales ascéticos. Como usted aconseja hay que leerlo con cuidado, como todo veneno que merezca la pena, tomado a grandes dosis nos mata, en dosis adecuadas, puede ser un bálsamo contra la mediocridad que nos rodea y que no sabemos hasta qué punto nos contagia.

    En cuanto a la historia, no estoy seguro de que se hayan entendido todas las impertinencias contra aquella «repugnante autosatisfacción que atribuía a los intelectuales del XIX». Nietzsche no hizo otra cosa que historia, eso es la genealogía de la moral. Y el recorrido de aquella empresa -que trasciende sin duda los límites de lo filosófico- está por asumir. Baste decir que no hubiéramos tenido a Foucault -solo es un ejemplo, pienso en Heidegger, en Adorno o en Negri- sin tener antes a Nietzsche. Nietzsche odiaba a los historiadores que conocía, pero no la historia, lo que pretendía era revolucionar sus bases intelectuales y morales.

    Me divierte mucho, de otro lado, cuando alguien dice que le parecen más relevantes Kant o Hegel. Me daría igual que dijeran lo contrario, es como elegir entre Rembrandt, Velázquez y Van Gogh o Picasso, ganas de sufrir por nada. Los tres nos salen permanentemente al paso. En cuanto los conocemos, ya no es posible olvidarlos.

  3. Por el comentario de David P. a los que se suman los realizados en «Presente continuo» y en Facebook, me asalta esta curiosa relación, podríamos decir, lingüística o cultural: Nietzsche, Freud, Heidegger; Foucault, Lacan, Derrida. Del pensamiento en lengua germana al francófono, pasando por Alsacia y Lorena.

    Tomo nota de sus recomendaciones sobre Nietzsche.

  4. ¿Y los acentos, las tildes gráficas? Si no las ponemos, podemos cantar aquello de: «En tiempos de los apostoles/ había hombres barbaros/ que se subían a los arboles/ y se comían los pajaros». Lean todo lo anterior sin acentos gráficos. ¿A que todo se vuelve como más rústico? Yo le llevo la maleta a Cebrián, mi jefe. A veces le canto, a pesar de mi voz áspera y poco educada. Cuando entono, procuro poner acentos.

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