La humanidad varada de Ibán Ramón

imageUno. Ibán Ramón es un fotógrafo meticuloso. Se nota en sus obras. Hay pocos elementos fotografiados, pero esos detalles que capta forman siempre cuadros singulares, momentos inertes de la vida. No pude asistir a la exposición que semanas atrás inauguró en Set. Espai d’art. ¿Su título? ‘Pièce de résistance/the landscape in his mind’.

Ibán tuvo la amabilidad de regalarme el catálogo, en realidad una caja de cartón, como las viejas cajas en las que guardábamos los retratos. Los materiales, los tactos de los materiales, las transparencias de los materiales crean un repositorio adecuado para las fotografías de Ibán. Y el texto de Ricardo Forriols, que precede a las instantáneas, es aleccionador, sugerente.

imageDos. No son retratos. Lo humano no parece estar en primer plano. Sus instantáneas son siempre paisajes brumosos, recortes del mundo natural con niebla al fondo. La niebla es metafórica y es real: los lugares están envueltos en una nebulosa que hace imprecisos los perfiles más remotos. La niebla es un accidente meteorológico, una condensación, una coincidencia que se da en las distintas fotografías. Pero es también un estado de ánimo, una observación que se malogra o un conocimiento que se desvanece. La vida es un poco eso, ¿no es cierto? Objetos, seres, paisajes que no siempre están dentro de campo; objetos, seres, paisajes desleídos. Al final de la existencia hay bruma, pero ésta está bien presente. No es sólo un augurio del porvenir.

imageEn los paisajes de Ibán Ramón hay huellas humanas. Quizá sea ello lo más sobresaliente de la composición. En un paraje de flora agreste, de aspecto otoñal, con esa niebla amenazante, de repente hallamos un artilugio, una señal, un producto humano. Suele estar en primer plano o al menos lo suficientemente cerca como para reparar en él. Inmediatamente vemos que es un resto de otro tiempo, un documento parcial, fracturado, que pregona una función que ya no cumple.

Tres. Lo humano en Ibán Ramón es un objeto inservible. O, al menos, un objeto que perdió su función. En ‘La estructura ausente’, Umberto Eco analizaba las funciones imageprimarias y secundarias de los productos, de los artificios, de las manufacturas. Algo que pudo valer está ahora arrinconado en un cesto de antiguallas o en el pedestal de un museo. Puede cumplir una función secundaria, hecho que quienes lo fabricaron no contemplaban.

En los paisajes de Ibán Ramón, los materiales humanos que milagrosa o pobremente han sobrevivido carecen de función secundaria. Están ahí: inútiles, oxidadas cosas, herrumbrosas lanzas que atraviesan la muerte, aquellas que evocara Miguel Hernández. Son fragmentos del pasado, cachitos de un todo ya fracturado y remoto. Eso es lo que queda, lo quedará de nosotros: carteles anunciadores en medio un páramo, carteles que ya no anuncian nada; carreteras que llevaban a algún lado y que ahora están cegadas por alambradas ya oxidadas; vallas que no separan nada; postes eléctricos que adivinamos frágiles, como el maderamen de una embarcación varada.

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