
Tenía pocos años y Bowie cantaba una pieza que me entusiasmaba: ‘Where Have All The Good Times Gone’, cuya letra venía en el interior de la carpeta de ‘Pin Ups’. Tan joven y ya preguntándose adónde habían ido los buenos tiempos, incluso los viejos buenos tiempos. El ‘Swinging London’ triunfaba y Bowie se hacía un hueco.
Cuatro. Pero de todas las canciones incluidas en ‘Pin Ups’, la que me emocionó y aún me trastorna es ‘Sorrow’. ¿Por qué? Lo he contado antes pero lo vuelvo a relatar…
A comienzos de los setenta, yo vivía en un población cercana a Valencia. En dicho pueblo había unos jóvenes pandilleros, especializados en armar peloteras en las dos discotecas existentes. Una de las salas se llamaba Les Corones; la otra, Azor (no sé si llevaba hache intercalada para hacerla más exótica). Allí acudían los Cachibufas y los Semicachibufas –que así se llamaban– para zurrar a los rivales de otros pueblos. Los broncas locales no podían tolerar las intromisiones de los foráneos, esos que habían tenido la osadía de acudir a aquellas discotecas. Incluso con cadenas llegaron a desafiarse. Eso ocurría los fines de semana, no sé si todos o de vez en cuando. Mi memoria agranda los sucesos y me hace pensar que esas reyertas sucedían cada festivo. No sé… ¿Y qué hacían a diario o los sábados por la tarde? Acudían a unos futbolines.
Había allí una máquina de discos, una Jukebox, y por unas monedas cualquiera de nosotros podía elegir las canciones de su preferencia: salvo que estuvieran los Cachibufas, claro. En ese caso, nadie se atrevía a estorbarlos o a enojarlos. Yo permanecí en aquellos recreativos muchos sábados por la tarde o domingos por la mañana, después de la preceptiva misa: en algún sitio había que pasar los largos fines de semana de la España franquista, ¿no es cierto? Quienes merodeábamos por allí aceptábamos, por supuesto, los gustos musicales de los bravucones locales. Con su exhibición de fuerza y su leyenda, nadie se atrevía a llevarles la contraria.
¿Y cuál era la pieza que más escuchaban? No era de Nino Bravo ni de Camilo Sesto. Era una vieja canción de los sesenta, de mediados de los sesenta: ‘Sorrow’, en versión de David Bowie. Estábamos en plena época del ‘Glam’. Nunca comprendí la elegancia de los Cachibufas. ¿Cómo era posible que unos pandilleros de tres al cuarto se deleitaran con una canción tan sofisticada? El rock tuvo su parte camorrista. Y tuvo su arte: era una de las bandas sonoras de aquella España raquítica y esperanzada. ‘Sorrow’ significa dolor, tristeza. Si me pongo a tararear la canción de Bowie no siento otra cosa.
Cinco. Eso decía tiempo atrás en una columna de ‘El País’, al recordar aquel tiempo. Por supuesto, del primer Bowie hay otras piezas que me aún impresionan. Entre ellas, ‘Space Oddity’, esa canción de 1969 a la que antes aludía y sobre la que ahora escribo. Es un cuento, la historia de un astronauta que se pierde. Los más jóvenes de hoy quizá no puedan hacerse una idea cabal de la admiración que sentíamos por aquellos viajeros espaciales. Los niños de entonces pensábamos en astronautas, en cosmonautas y fantaseábamos con el espacio sideral.
En ‘Space Oddity’, el Major Tom se perdía. Se perdía en el espacio exterior pilotando un cacharro de hojalata. Desde control central le llamaban y él se alejaba irremisible, peligrosamente… En su letra están los cuentos infantiles, está el miedo, está el coraje del aventurero. Está también ‘2001’, de Kubrick, recién estrenada. Y está la conmoción de mi primera adolescencia que ahora revivo.
De todo hace cuarenta años. O más.
Enlaces:
Revista Anatomía de la Historia:
http://anatomiadelahistoria.com/
Justo Serna, «Space Oddity, la soledad cósmica»:
http://anatomiadelahistoria.com/2013/09/space-oddity-la-soledad-cosmica/
No tengo tantas deudas con Bowie como usted, ¿o sí las tengo? Con él me ha pasado lo que con muy pocas celebridades de la cultura. No lo disfruté a la edad que me tocaba, y en el pop ya se sabe que sólo conmueve a un adulto lo que ya le conmovió en sus tiempos mozos. Si le dijo que lo que a mí me ponían más los abusones de los recreativos era Mamma mia de ABBA… Si planteo el interrogante es porque con el tiempo he ido intuyendo que todo aquello del glam, y Bowie en especial -yo aludiría siempre a Lou Reed-, ha tenido un mayor recorrido que lo que su aparente vocación de fugacidad podía hacernos esperar. Creo que es algo más que una revolución gay; diría que lo que ocurrió en el 73 en el mundo desarrollado -no por casualidad con el hippismo agonizando y cuatro años antes del punk- fue una explosión de signos que pusieron patas arriba un mapa moral poderosísimo.
Yo, acaso por desgracia, tampoco soy gay, pero esa vocación de jugar con unos valores revelados ahora como mitos, la irredimible determinación de divertirse, la hipérbole de los trajes, las pelucas y los maquillajes… Hace tiempo que entendí que la marcialidad de macho que nos inculcaron a los varones desde la más tierna infancia es una carga de la que conviene desprenderse cuanto antes. En este sentido, yo diría que más que un varón domado y sin atributos, soy un varón deconstruido. Si Derrida y otros sesudos posestructuralistas hubiesen tenido más sentido del humor me darían la razón a muerte. Besos.