La revista Ojos de Papel, que dirige Rogelio López Blanco, me pública una Tribuna, un artículo de reflexión sobre el saber de la historia.
La historia nos ensancha la perspectiva. Saber más de un tiempo pretérito o de otro nos permite gobernarnos mejor, conducirnos con mayor sensatez y juicio. Tanteando, conjeturando. El individuo no se libra del pasado, pero lo pretérito no le justifica. Tus límites o tus logros, tus cobardías o tus audacias, no se deben sólo la historia, al respeto o a la falta de respeto que guardes a los muertos.
Si sabes lo que hicieron los antepasados, es probable que sus errores o aciertos te sirvan de enseñanza. Eso no te libra de elegir, de errar o de atinar. Pero el estudio desapasionado del pasado te proporciona información y raciocinio. Desapasionado no es desinteresado. Yo vivo la historia con sumo interés, la hago mía sin que eso signifique el puro subjetivismo. Espero objetivar mis conocimientos y espero hacer valer el dato en contexto y en proceso.
Ejemplifico lo que digo con dos casos bien sobresalientes: el libro ‘España partida en dos’, de Julián Casanova, y ‘El franquismo’, de José Luis Ibáñez Salas. Las obras de Julián Casanovay José Luis Ibáñez Salas tratan del General Franco, de sus andanzas guerreras y de la institucionalización de su dictadura en España. Son volúmenes muy distintos, pero ambos procuran placer intelectual y conocimiento, no venganzas o reparaciones. Tampoco resignaciones.
La historia no está para ganar batallas retrospectivamente, pero el pasado no es una determinación inamovible, ese fardo que deberíamos cargar por fuerza. Vivimos sabiéndonos en medio de un proceso que aún no se ha consumado. Y vivimos aupándonos, elevándonos, sopesando en fin el peso de lo remoto.
Discusión amplia en Facebook. https://www.facebook.com/photo.php?fbid=10201975944860754&set=a.10200137693225612.196332.1249255273&type=1&theater
Señor Serna, he visto que hay un debate -de intervenciones numerosas, pero tremendamente reducidas, creo yo- en facebook sobre el artículo que ha colgado usted en el blog en relación a la publicación en Ojos de papel, que es por cierto lo primero que deberíamos leer.
Le hablo de una dificultad técnica, no sé cómo se cuelga un comentario en dicha red. Esto se debe, por supuesto, a mi proverbial torpeza tecnológica, pero creo que también a una cierta resistencia moral. No sé si me he de hacer amigo de usted o usted de mí para que el señor Zuckerberg nos bendiga, cosa absurda porque yo le quiero desde hace tiempo sin que el mequetrefe en cuestión interviniera. Son preguntas que quienes facebuquean desde hace años ya han dejado de hacerse, pero tanto esta lógica como la de twitter me producen un especial recelo, es como si además de pasar una serie de controles y dejarse atrapar en una tela de araña especialmente pegajosa, hubiera que acostumbrarse además a hacer de fast-thinker, es decir, idear rápido y disparar sin elaborar argumentos.
En definitiva, que además de ser un poco impertinente, quería imitar a Adorno -al que usted sabe que adoro- con aquello de lanzar al mar un mensaje en una botella con pocas esperanzas de que llegue a algún sitio. Y le añado una nostalgia, siempre me han gustado sus artículos, pero la dinámica que se creaba hace unos años en su blog me molaba más. De ello no es usted el culpable, hay un desplazamiento de los focos de atención que se produce a tanta velocidad que uno se marea, y el que dice algo que merece captar esa atención se las tiene que ingeniar para no quedarse varado. Creo en suma que el modelo blogger es un magnífico invento y que su declive merece como mínimo unas exequias.
De todas formas no me haga mucho caso, estoy enfadado porque estoy pensando en someterme, cosa que me fastidia un montón.
Bueno, después de haber lanzado unos cuantos venenillos mas bien inofensivos, un comentario al hilo de lo realmente interesante, que es, en relación al post -el artículo en Ojos aún no lo he leído- la cuestión de la inclusión de la fotografía de marras. Yo pienso como el último interviniente, que deja su comentario en valencià, que es sumamente pertinente la inclusión de la vieja foto con la que usted reconoce cierta obsesión. Desde que vi Madregilda, acaso usted la recuerde, tengo presente la relación entre Astray y Franco como un síntoma de las claves profundas de lo que fue el Régimen. Hubo un falangismo profundo e irredento que se manejaba en un paisaje moral apasionado y dogmático, lo cual, para que nos entendamos, supone nacionalcatolicismo a ultranza, tiranía castrense, colonización radical y vigilada de las conciencias y, en definitiva, exterminio de todo lo que oliera a libre pensamiento. Jose Antonio fue una medianía intelectual absoluta, pero la historia del siglo en el que usted y yo nos hemos formado demuestra que en determinados momentos un puñado de hombres muy decididos y con convicciones muy simples y rotundas pueden movilizar a masas desorientadas y asustadas y hacer triunfar la barbarie.
Es todo esto lo que connota la mirada enloquecida de Astray. ¿Qué importan sus dientes destrozados? Son lo mismo que la cojera o el parche del tuerto, el efecto de una vida desmesurada, de los excesos de un tipo en el que se adivina una crueldad y un fanatismo sin límites, pero también, por qué no decirlo, los atributos de un soldado hecho al destino de morir en combate y con los honores de la milicia.
Es él el verdadero protagonista de la foto, Franco sólo simula seguirle, solo le imita para no cabrearle, pues sabido es que Millán Astray era más franquista que Franco. Se burlaba de su culo gordo, le llamaba el NIño y le contaba chistes sobre su persona en los que le llamaba maricón. Es una caricatura cinematográfica, claro, pero refleja un juego de fuerzas muy complejo. Al franquismo le hicieron la faena los iluminados cuando se trataba de acabar física y espiritualmente con todo lo que en España no era lo que Gil de Biedma llamaba «un pueblo de cabreros». Exterminada o exiliada la disensión, eliminados los españoles más valiosos, Franco, que no era ningún tonto, tenía ya el camino libre para ejecutar un proyecto que, bajo el rótulo de tecnocracia o desarrollismo, permitiera a España integrarse en la modernidad desde las bases que siempre sostuvo en nuestro país la reacción: Dios, patria, monopolio ideológico y oligarquía económica.
Lo que la foto representa a mis ojos es la necesidad de Franco de fingir que era un fanático. No lo era, Franco era en el fondo como la actual derecha española, sólo quería que los ricos siguieran siendo ricos.
Querido David, usted sabe que mi conocimiento o reencuentro con usted tras años ha sido una alegría y en un gran enriquecimiento. Enriquecimiento intelectual. Usted sabe mucho, pero sobre todo sabe administrar su conocimiento con ironía, sin hacernos padecer sus malos humores (contrariamente a lo que hace tanta gente fina y principal). Sabe analizar con tacto y con tino y sobre todo sabe ser fiel a los amigos. ¿Va este blog a la deriva?
No, si por tal se entiende que lo vaya a cerrar. Es curioso: hubo épocas de mucha participación y siempre había algún cenizo que decía que lo iba a cerrar. No lo cierro, pues. Aunque es evidente que la participación ha caído, que no la lectura, pues las estadísticas internas muestran que crece y crece (modestia aparte). Pero las personas se han desplazado a otros foros, principalmente Facebook. Allí estoy también y allí se producen multitudinarias respuestas a mis posts, que son básicamente los mismos que pongo aquí. A la gente le resulta más cómodo FB. No sé Yo aspiro a seguir pensando, no tanto con rapidez cuanto con solidez. Parece un cursilería, pero es a lo que aspiro. Gracias, David,
You’ve got a friend
Recuerdo que en los días rosados de mi infancia, la abuela (¿de quién son los abuelos?, ¿de los niños?), solía por las noches, cuando la tibia instancia parecía una caja de dulces de la luna, contar historias viejas. Hoy ya no sé ninguna. Abriendo lentamente los cofres de mi abuelo, me daba a que besara la hoja de su espada. Guardaba ha muchos años un relojón de plata, una bandera blanca y azul color de cielo, la estrella de una espuela y un lazo de corbata. Conservo esos recuerdos que me legó de un hombre y tengo en las reliquias de mis antepasados la historia de mi casa, la gloria de mi nombre, y guardo en esos cofres que siempre están abiertos el retrato de bodas de mis abuelos muertos. Su tristeza era suave como el color de un lirio. Y su dolor había conocido a los primeros enamorados que habitaron el planeta. Por eso ahora que se habían separado, comenzaron a estar más cerca que nunca el uno del otro.