Estoy ultimando una ponencia sobre Natalia Ginzburg. La escribo como lector y como historiador, no como filólogo. Mi competencia es limitada, pero de ese obstáculo obtengo ventaja.
Mi texto es una conferencia para este jueves próximo en la Facultad de Filología de Valencia (salón de grados a las 10 horas). Es un acto académico sobre escritoras italianas. El evento lo organiza Juan Carlos de Miguel, amigo y a la vez profesor de campanillas. Me encanta participar en todo aquello que él prepare.
Mi texto trata de esta escritora italiana y trata de sus modos de expresión, de sus maneras de comunicación. De su gestualidad. Esa forma de abrigarse con una manta o mantilla, al estilo clásico; esa forma de fumar. En la posguerra, fumar era un logro femenino. Abordo la humildad y la inestabilidad: ser judía y ser a la vez católica. Ese no lugar de quien no fue a la escuela primaria por indicación e instrucción del padre.
Hay un género expansivo, dominante: la novela. Quien la cultiva se envanece justamente con los resultados. Una novela lograda es una conquista cultural: lleva camino de convertirse en un clásico. El lector puede pasar horas, días, semanas en una historia que no le concierne y que –gracias a la autora Natalia Ginzburg en este caso– se convierte en un asunto suyo.
Pienso, por ejemplo, en Léxico familiar (1963) o en Nuestros ayeres (1952): Giznburg convierte en materia de relato lo que es experiencia personal, heridas; y experiencia fantaseada, lo que es amor y un dolor inextinguible. Lo que es familia y sensibilidad. Lo que es expectativa y fracaso, puro fracaso.
Ella fue una mujer pionera. Murió en 1991 y no hemos dejado de leerla. Se empeñó en ser lo que quiso ser en una posguerra italiana y mundial larga y tensa. Quiso trabajar sin depender del acierto masculino. Tuvo presencia y protagonismo en una editorial de enorme trascendencia (Einaudi). Se casó un par de veces: la primera con un judío oriental, Leone Ginzburg, asesinado por los nazis. Concibió hijos de gran nombre: entre ellos, Carlo Ginzburg, ese historiador de exquisita mirada y mejor formulación al que siempre atiendo. Pero ella quiso ser ella.
Se declaró perezosa, se profesó ajena y solitaria. El resultado de su acción e inacción es una literatura de mucha enjundia. Una escritura de expresión y de laboratorio: no fue mera impresión ni chiripa. Hay un ejercicio de estilo para perfilar y trazar su propio autorretrato. La ficción fue su dominio, pero sus colaboraciones periodísticas fueron también filigranas.
Podemos llamarlas columnas, artículos, ensayos: siempre es un yo que se vuelca, que se abre, que se desnuda con pudor y dolor. No es un autora del montón. Es un montón de literatura lo que podemos hallar en sus escritos. Siempre que la leo es como si acabara de descubrirla. Es sencillamente genial. No exagero: no suelo emplear estos calificativos.
Releo a Natalia Ginzburg y confirmo una y otra vez la suavidad, la honestidad, la humildad.
Qué finura.
Me interesa mucho su ponencia sobre Natalia Guinzburg. Hay alguna manera de obtenerla. Desde ya, muchas gracias.