Uno. Algunos escribimos periódicamente sobre la Fallas para lamentarnos de su deriva y para deplorar la exaltación agónica de la alcaldesa de Valencia. En el caso de Rita Barberá, una exaltación agónica es también una proclama demagógica. En La farsa valenciana (Foca, 2013) dedico unas páginas a este ciclo purificador, a las Fallas como reiteración populista. No hay manera: nos caen miles y miles de euros, pero mientras tanto miles y miles de valencianos procuran huir de una fiesta que es el infierno tan temido.
Dos. El populismo no es un concepto gastado ni una realidad intangible, como algunos académicos nos quieren hacer creer. El populismo es precisamente una exaltación de lo popular, de lo que previamente ha sido definido como popular. Es un extremismo: una celebración incondicional del pueblo y sus virtudes, de la comunidad y sus valores, de sus representantes y sus cualidades. El populismo es un encomio de rasgos y habilidades que presuntamente definen lo común, lo plebeyo. Viva el plebeyismo.
Tres. Algunos llevamos años diciendo lo mismo, reiterando lo evidente, criticando la dejación culpable de las autoridades locales. Así hago en La farsa valenciana. El rugido comunal de Rita Bárberá da inicio a días y días de regocijos públicos. Los que escribimos siempre decimos lo mismo y, por supuesto, eso que repetimos no sirve de nada: la mayor parte de las Fallas se desparraman en cientos de calles, se agigantan inúltimente y, de paso, exaltan lo obvio, un concepto artístico que a muchos nos produce escalofríos.
Cuatro. La ciudad se desborda durante semanas de estrépito y mugre, de cascos y meadas. ¿Qué vemos? Carpas plásticas de lujo oriental; calles cortadas con ostentación, con arrogancia; paellas cocinadas de modo primitivo, pesadamente aceitosas; iluminaciones de feria, con arabescos, farolillos y perillas, puro derroche mediterráneo. ¿Qué más vemos? Muchos monumentos de estética disuasoria habitados siempre por la inevitable pareja fallera: un pisaverde escuálido y una tiarrona de carnes opulentas.
Cinco. Los aceites refritos ahogan, las detonaciones nos hacen tremolar (como dicen aquí), el jaleo nos mantiene en vela: cohetes de gran estruendo estallan siempre a tu costado. Todo parece un frente bélico, con proyectiles alegremente lanzados. Hay una pestilencia rancia de alcoholes y orines; hay un tufo abrasador cuando el sol valenciano rehoga a fuego lento no el cartón-piedra, sino la mefítica humanidad. Hay botes y también ampollas astilladas.
Seis. Mientras tanto, la alcaldesa, doña Rita Barberá Nolla, padece una furia explosiva y una ronquera creciente, un carraspeo constante. Salta, tira petardos, jalea a las masas y su voz se pierde. Ay, el carraspeo. También lo padecen quienes tienen sus cuerdas vocales tocadas por la lija de los licores.
Siete. Las falleras mayores son dos beldades locales. Estupendamente maquilladas y peinadas, da gozo verlas. Son chicas que hacen excelentemente su trabajo, que es representar anacrónicamente la valencianía y la muchachada. Son jóvenes que se merecen lo mejor: como tantos y tantos falleros que se entregan con ganas, recibiendo sólo a cambio el reproche. ¿El reproche de quiénes? El desdén de quienes ya no soportamos este botellón demente. Entretanto, la ciudadanía maravillada asiste impávida al vandalismo, al incendio de papeleras y contenedores, algo propio y típico de una ciudad sitiada.
Estimado maestro:
BLUUUUUUURPPPPSSS …
Ausente en la nostra festa, veo que las aguas bajan de marejada a fuerte marejada. Y todo por un exiguo quítaméalláesaspajas. Parece ser. No hay nada como estar en el disparadero. Dígaselo usted al querido Elmyr de Hory -vide Irving, Clifford:¡FRAUDE!, Norma Editorial, Barcelona, 2009, y su indomable réplica en celuloide del divino Orson Wells en el reality ‘F for FAKE’ (1973), ahora tan de moda por el montaje del 23-F, supuesto tal que hasta el mismísimo Cercas debió de tragarse (yo piqué como un idiota hasta que mi mujer me dijo que era un verdadero idiota)-. O a Lola Flores. Esa que -para estar en el machito- decía que vale todo aunque hablen mal de ti.
En fin, … que como verás le he cogido gusto a la tranca, y últimamente estoy muy suelto. Por eso, desde la atalaya que me ha dado estar en Londres estas Fallas, procedo a acompañar unas líneas a tu sabio texto.
Cierto día, un compañero vuestro de otro Departamento nos propuso intentar a los alumnos dar una definición de matrimonio. Con el rubor en las mejillas (aunque era una optativa el tío es un sabio pero tiene MUY mal carácter) alcé la mano para comentarle el concepto clásico de Maquiavelo: aquel que dice que el himeneo es como un asedio, todos los que están fuera quieren entrar dentro y todos los que están dentro quieren salir fuera. Es posible llegar a una comparación sin ruido entre sitio y asedio. No veo ahora la diferencia. Seguro que en Medieval nos lo aclaran. Aun así, la imagen que muestras de Valencia es la misma que puede observar un guiri desde el avión a su llegada a la capital del Turia el día de San José; imágenes confrontadas con añejos grabados en sepia del asedio francés de 1812. Pólvora, exaltación, sangre caliente … fuego … y mucha, mucha gente en las calles. Un home fuerte al frente, como el palleter, convocando a las masas desde su garganta profunda, relámpago que gira convertido en un aullido gutural desde las balconadas del poder: O con nosotros o contra nosotros. Para eso, … mejor la huida.
Pero no siempre ha sido así. Conocí a mi mujer una Fallas hace veintiún años. Es nieta de marqueses. En la visita del Papa B-16 a Valencia (2006) se instalaron 7.000 váteres (sanitarios les llamaron) para que los píos peregrinos pudieran descargar íntimamente y sin apreturas. Desafortunadamente, las expectativas numéricas, entonces, no se cumplieron. Aunque, al parecer, pecuniariamente, aquello no fue para todos. Ya veremos que pasa. Yo siempre recuerdo a mi Pilarín -en las Fallas de mitad de los noventa- meando entre dos coches ante la ausencia descarnada de dichos sanitarios. Y a una beldad polaca vestida de fallera que perdía todo su encanto bajo las gasas y velos. Es el aroma vintage que hechas de menos. Desde que murió Naranjito los trajes de falleros son cada vez más paletos. Ya ves, de aquel a ‘La Perla’ … que distancia. … cuantos años. Uno durmiendo en el Hotel de los Cipreses y otra camino del trullo. Por lo demás, ahora, a mayor abundamiento, y siguiendo esa fina línea de bajo poder hortera, obviando el ubicuo Camino de nuestra segunda máxima autoridad autonómica, los nuevos mandarines ponen vallas a la mascletá del ágora, y regulan, por regular, que es lo que les va desde la exaltación, hasta el calibre de los petardos que tiran los niños. Territorio Navajo, que diría Blueberry, ni siquiera Comanche. Con la pasma dominando las calles. Y los estanques del Turia siempre sucios, para vergüenza propia y ajena.
El reproche del valenciano residente es la huida. Y tiene sus ventajas. En siete días me he leído cinco libros y medio: el último de Markaris, ‘Pan, Educación y Libertad’, una semi-ucronía en la que Grecia (de la mano de España e Italia) ha salido del euro y el comisario Jaritos se enfrenta a una de sus atractivas investigaciones. Una biografía de Mauro Bajatierra, ‘Anarquista y periodista de acción’, fiero libertario de los de antes que tuvo los huevos de inmolarse a lo gonzo ante el tsunami adverso que se le avecinaba. El relato de Palomar, 60 Kilos, que tiene su gracia; la sobria puesta en escena de ‘La Nueve’, por Evelyn Mesquida, que viene al pairo de la novela gráfica del gran -y valencianísimo- Paco Roca: ‘Los Surcos del Azar’; y una cuchufleta de Tiempo de Historia sobre la caricatura española en la guerra civil. El medio (pág. 112) es ‘Un Hombre sin Aliento’, de Philip Kerr, que abunda sobre las desventuras del honest Bernie Gunther, ese madero boche, berlinés y desencantado -y devueltadetodo- que protagoniza una saga que no deja de sorprender al lector mas curioso y avezado de novelas sobre la IIWW. Seguro que todos aquellos que habéis ejercido vuestro particular exodus fallero lo aprovechasteis de forma fetén. Sin molestar a los exaltados. Educadamente.
Ergo, la Farsa Valenciana hay que tomársela con humor, pero con desencanto. Así el rato cunde más. Habrá que esperar tiempos mejores. … ¿ Los habrá ? … No creo.
Pero siempre habrá tiempo para leer.
Saludos,
Aleardo Sforza.