Leo con lentitud deliberada, con parsimonia estudiada, Ahora empieza lo malo (2014). En dicha novela de Javier Marías está lo bueno y lo menos bueno de nuestro autor. Marías tiene un problema… Ya sé que le pueden conceder el Nobel. Ya sé que tiene su obra gran repercusión. Ya sé que en el mercado anglosajón (que es el que cuenta), sus libros tienen influencia creciente. No es éste el asunto.
Javier Marías adoptó años atrás una fórmula narrativa de eficaces resultados. ¿A qué me refiero? Al relato en primera persona. Ya explicó él mismo hace tiempo que el yo narrador no es necesariamente un calco o un reflejo del Marías que escribe. Algo no sucedido, un giro potencial en la vida, y el personaje ya no es el mismo: ya no es el escritor.
No obstante, hay un personaje que va cambiando de novela a novela y que sin embargo siempre suena igual. Alguien puede decir que eso ocurre con todos los grandes escritores. Y quien lo afirme no estará falto de razón. Identificamos un texto de García Márquez en la primera línea, advertimos una novela de Antonio Muñoz Molina inmediatamente. Pero no es eso a lo que me refiero.
Aludo al yo que habla. Siempre el mismo tono, la misma entonación (si puedo repetir), siempre los mismos giros, expresiones y digresiones. Sea el protagonista de Todas las almas, de Corazón tan blanco, de Tu rostro manaña‘, de Los enamoramientos, de Así empieza lo malo, Marías siempre suena igual.
Por supuesto, eso no es óbice para que disfrutemos con sus divagaciones, con sus cogitaciones, con sus demoradas o extensas parrafadas, con su prosa envolvente. Pero siempre tengo la impresión de estar leyendo al mismo narrador. Digo bien: no al mismo escritor (lo cual es obvio), sino al mismo narrador. Expansivo, digresivo, obsesivo.
Las cosas que cuentan los personajes de Javier Marías me interesan e incluso me conmueven (la lenta difuminación, la muerte o, antes, la traición, el secreto, la figura remota del padre). Pero tengo la impresión de asistir a un largo monólogo, un Javier Marías que adopta distintas caras y caretas para hablarnos con el mismo timbre de asuntos que a todos nos conciernen.
Sé que no saldré vivo de esto que digo. La admiración por Marías es creciente y, sin duda, los detalles tal como él los cuenta son perlas de la ingeniería literaria (si me permite esta cursilería). Ahora bien, Javier Marías corre el riesgo de repetir fórmulas, de incurrir en manierismos (como Jordi Gracia indicaba en Babelia) y a la postre siempre nos está dando el mismo libro.
William Faulkner cambiaba el tono y el narrador, así como Vladímir Nabokov. Sin duda, son dos escritores a los que se les distingue de inmediato, pero la narración cambia. Marías lo tendría muy fácil para enderezar el curso reiterativo e inquisitivo (qué duda cabe) de sus obras. Ponerse a hablar como él no habla. Ponerse a escribir como él no escribe. Adoptar una voz distinta. O un yo totalmente ajeno a su dicción; o un él, una tercera persona que pareciéndose a él adoptara giros y expresiones de sus personajes: me refiero al estilo libre indirecto.
Ahora, si me permiten, voy a ponerme a cubierto: a seguir leyendo Así empieza lo malo.
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