Como la sombra que se va y Memphis-Lisboa
Tengo la dicha de presentar en Valencia la nueva novela de Antonio Muñoz Molina, Como la sombra que se va (Seix-Barral, 2014) y, de paso, un bello libro, un artefacto que lo acompaña, que lo glosa suave, dulcemente: Memphis-Lisboa (Oficio ediciones, Lindo & Espinosa, 2014), de Elvira Lindo.
Las novelas son mundos propios, cerrados, hechos de palabras y de impresiones, de recuerdos y de emociones. Pero no sólo. Las novelas tienen hechuras racionales, pues son maquetas del mundo real, anticipaciones o síntesis eventuales de lo ocurrido o de lo que podría haber ocurrido.
Las ficciones narrativas nos sirven para adentrarnos en lugares posibles, en espacios con geografía distante o próxima, con tiempo remoto y cercano, con personajes que realizan actos. Hay gentes que hablan, que piensan, que emprenden acciones, que cometen delitos, que aman.
Son gentes concebidas por los autores pero a los que hay que darles carnalidad, verosimilitud. De esos personajes podremos saber muchas cosas, pero a la vez ignoraremos quizá sus conjeturas más íntimas, sus abatimientos, sus fantasías. Todo depende de quien narre, de quien cuente las cosas. Ya no hay un ojo de Dios, ya no hay un narrador omnisciente.
¿Y para qué nos sirve una novela si resulta que es ficción y por tanto algo irreal, inaprensible, inmaterial? Permítanme esta trivialidad: nos sirve para compararnos, para contrastarnos, para proyectarnos, para identificarnos, para rechazar los hábitos o los actos, los pensamientos y o los miramientos de sus personajes.
La ficción es un nutriente del que no podemos desprendrernos y así, poquito a poco, nos vamos haciendo una idea cabal de cómo son las personas. ¿Acaso no nos vale lo que sabemos del mundo real? Al fin y al cabo, quienes nos rodean son tangibles y son como nosotros. Aunque enmudezca o aunque mienta, el caletre del vecino no es muy diferente del mío. ¿Entonces para qué leer novelas?
Como Antonio Muñoz Molina, como Elvira Lindo, los escritores, los finos escritores, son observadores obsesivos: miran, escrutan, examinan, retratan y piensan a sus personajes en ambientes, en situaciones, en contextos que tal vez no vivamos pero que bien podríamos haber vivido, sentido o experimentado. Jamás estuvimos en Mágina, la ciudad ideada por Antonio Muñoz Molina, pero esa localidad imaginaria se asemeja a la Úbeda real aparte de tener elementos que no están, singularidades que la hacen distinta.
Memphis o Lisboa son ciudades bien reales, incluso hermosas, con una materialidad decadente, con locales abandonados, con paredes desconchadas, con casas semiderruidas, con persianas cerradas para siempre, con pestuzos hasta insoportables, con olores mefíticos.
Aunque Memphis o Lisboa son también, expresamente, los lugares que Antonio Muñoz Molina recrea en su novela con palabras que nos devuelven los sentidos, la percepción de la vida que allí tiene o tuvo lugar. ¿Cómo rehacer lo que está perdido de una vez para siempre? Los archivos nos devuelven versiones del pasado, versiones que son visiones, pero no la materialidad de aquel mundo desaparecido.
Pero Memphis-Lisboa es también el volumen de Elvira Lindo que Ximo Espinosa ha editado: un viaje real con fotografías que parecen irreales, con comentarios que nos muestran una intimidad pudorosa.
La historia que trata Antonio Muñoz Molina es la del asesino de Martin Luther King: James Earl Ray. Las páginas, bien documentadas, reconstruyen su trayectoria, su condición de ratero, sus obsesiones formativas, un tipo desnortado. Era un hombre del sur que no entendía el mundo (como nos pasa a tantos de nosotros), pero a la vez era un tipo mal educado, mal instruido, con voracidad intelectual y sin criterios, un individuo que desde siempre amalgamaba lo probado con lo fantaseado, lo constatable con lo deseable. Y, sobre todo, era un desgraciado racista que buscaba chivos expiatorios, responsables de sus malestares y desazones, de su desorientación.
Salvando las distancias, este chisgarabís, vigilante de su aspecto y de su compostura, este individuo que mata al doctor King es un hijo remoto de Lázaro de Tormes: como saben, una novela aparecida en 1554. En el Lazarillo, aquello que se nos cuenta es el repertorio de sus fortunas y adversidades. Estamos a mediados del siglo XVI y el libro detalla la vida de un desgraciado, el hijo de un molinero y de una mujer de moral dudosa: como la de tantos otros individuos de aquel tiempo. En principio no hay nada en su trayectoria que sea especialmente singular. De hecho su vicisitud es vulgarísima y parece aleccionar sobre la fatalidad que a cada uno le toca en suerte.
Naces pobre y como mucho, tras abundantes coscorrones, sigues siendo pobre. Naces desgraciado y en el mejor de los casos, después de numerosas desdichas, sigues vivo. Es un libro amargo, muy amargo, sin esperanza alguna, sin bondad. Es el relato de quien se hizo cínico y ha de contarlo. ¿Y por qué ha de contarlo? Ahí nos tropezamos con uno de los logros fundamentales de la obra. Estamos ante la autobiografía de un todo un pregonero de Toledo. ¿Por qué un petimetre de escaso interés escribe acerca de su vida. ¿De verdad, de verdad, esperaba que alguien leyera vicistudes tan corrientes?
Antonio Muñoz Molina pone por escrito la vida de este chisgarabís americano, de este sureño blanco confundido y malencarado. Pero el escritor no se resigna a dicha reconstrucción, no se limita a documentar la vida de un mequetrefe. Las novelas son también expresión del autor. Y aquí en esta gran novela, en esta arrebatadora novela, alguien cuenta en primera persona todo lo que averigua de James Earl Ray y de sí mismo: un joven novelista que acude en 1987 a Lisboa para documentarse sobre la obra que está a punto de acabar.
El narrador, que podemos tomar como un remedo del autor, es cruel consigo mismo: emprende un autoanálisis de muchos quilates, con numerosas heridas abiertas. Pero el novelista-narrador ha madurado, ha crecido, sabe más cosas, aunque sobre todo sabe de sí mismo, del amor que profesa a personas y cosas. El resultado es una obra en paralelo: de Memphis a Lisboa, del exterior al interior. Con dos hombres que recalan en Lisboa, uno que huye y otro…, que también huye.
Leo el volumen de Elvira Lindo editado por Ximo Espinosa y contemplo las fotografías, que son estados del alma, un devenir que se desvanece y la historia de un amor incólume. Me emociono. No hay historia mejor que la de la literatura verdadera. Antonio Muñoz Molina nos deja trastornados, con la conmoción de quienes sabemos que no estamos leyendo imposturas o artificios, sino una expresión de la propia vida.
Leo en Memphis-Lisboa: «Por las tardes, cuando el sol ya no deslumbra y la brisa se cuela por las ventanas podéis ver a una pareja con una sonrisa abierta, sincera: somos nosotros…»
Son Antonio y Elvira.