‘Españoles, Franco ha muerto’

Próximamente, un nuevo libro.

Recuento

imageDe manera periódica y con insistencia regular, don Francisco Franco Bahamonde regresa. Vuelve desde el pasado para hacerse presente, para manifestarse. Como los espectros que no acaban de abandonarnos y que se nos aparecen para vigilar lo que realizamos o lo que dejamos de rematar.

Al Caudillo le dan vida quienes lo adoraron o aún lo reverencian, quienes se opusieron a su régimen y todavía lo recuerdan, incluso quienes no lo vivieron y se interesan por lo que fue. Los historiadores, también.

Modestamente, yo mismo contribuyo a su vuelta, a su exhumación. ¿Cómo? Ahora, justo en este momento, le doy actualidad, una humilde actualidad, al dedicarle un libro, un libro que publica Punto de Vista Editores. ¿Y por qué hago esto? ¿Acaso por los cuarenta años transcurridos desde su muerte, un número redondo? ¿Acaso porque me faltan imaginación o intuición para tratar otros asuntos?

«¿Les parece que éste es el tema que más preocupa a la sociedad en estos momentos?», dijo en cierta ocasón un político valenciano del Partido Popular. Se debatía en el Ayuntamiento de la ciudad la huella material del franquismo, si su presencia era una ignominia, algo inevitable o ambas cosas a la vez.

El munícipe popular reprochaba a los rivales, a los concejales de la oposición, que mencionaran al Generalísimo en una sesión, que le dieran una vigencia que no tenía. Muy interesantes ambas consecuencias: la exhumación y el malestar por la exhumación. Yo mismo como historiador y como ciudadano debería preguntármelo. ¿Preocupa don Francisco Franco a la España actual? Quizá sí; quizá no.

Admitamos que el Caudillo no interesara en absoluto, que su mandato hubiera sido prácticamente olvidado, que su dictadura fuera ignorada por quienes no la padecieron. Entonces, ese tema sí que sería realmente preocupante. ¿Por qué razón? Porque regresar a Franco como historiadores o como ciudadanos no es una arbitrariedad ni un anacronismo: en noviembre de 2015 se cumplen cuarenta años de su muerte y, por hache o por be, la chiripa y los números redondos nos convocan al recuento. Hay que hacer arqueo, sí señor, de la herencia que aquel Régimen nos dejó. Y hay que volverá contar lo que la memoria tapa o nos hace olvidar.

Franco, presente

Pero hay algo más, algo que enlaza directamente con la disputa municipal que antes mencionada. En 2009, la prensa publicaba una noticia de alcance: el descubrimiento del acta del Ayuntamiento de Valencia que, en sesión de 1 de mayo de 1939, aprobaba «un dictamen de la alcaldía, proponiendo, que se acuerde nombrar a S. E. el Generalísimo y Jefe del Estado Don Francisco Franco Bahamonde, Alcalde Honorario de esta Ciudad».

El hallazgo tenía autor: era don Matías Alonso, a la sazón integrante de la Fundació Societat i Progrés. Ante el descubrimiento, el Partido Socialista quiso hacerse eco de esos datos para pedir la revocación de dicho título. En sesión de 27 de marzo de 2009, la mayoría popular del gobierno municipal rechazó tal petición. Por tanto, Franco siguió siendo alcalde honorario de Valencia.

¿Qué hacer? Yo propondría algo más: que una lápida colocada a la entrada de la institución informara de ese acuerdo remoto de 1939, con un memorial adjunto que además detallara el contexto de aquella decisión. No hay que asear el pasado. Hay que mantenerlo para ilustración y enseñanza. Más allá de lo que dicta la Ley de Memoria Histórica sobre monumentalidad franquista, creo que no debemos retirar a Franco de nuestro presente, de nuestras instituciones, de nuestro pasado más reciente. Lo que se reprime siempre vuelve…, y además regresa en forma de duelo mal elaborado, mal resuelto, algo pernicioso.

Comprendo que, al enterarse de aquel acuerdo del 39, los munícipes socialistas quisieran arrebatarle al dictador esa distinción, una ignominia. Pero, si me permite, el mejor modo de manejarse con el pasado de nuestras instituciones es mantener vivo lo que nos avergüenza para instrucción de las generaciones actuales.

La estatua ecuestre de Franco que campeaba desde los años sesenta en la plaza principal, en la Plaza del Caudillo se retiró en septiembre de 1983. Fue un acto de coraje político, cierto: un acto respaldado por la mayoría de izquierdas. Pero, al ser trasladada primero al Patio de Armas de la Capitanía General, dejó de ser visible. Allí permanecerá hasta ser depositada en una instalación militar de Bétera, sin ocupar el espacio público y sin incomodarnos con su presencia. Estuvo bien que se tomara dicho acuerdo, pero al final su feliz evacuación nos deja en la ignorancia, como si el caballo de Franco jamás hubiera estado entre nosotros. Y estuvo, vaya si estuvo.

Precisamente por ello, cuando leo sobre la victoria del 39, cuando leo sobre aquel jinete, siempre me repito lo que escribiera Louis-Ferdinand Céline: «Tienen mucha suerte los caballos, ya que si bien padecen la guerra como nosotros, no se les pide que la suscriban, ni que tengan el aire de creer en ella. ¡Desdichados pero libres caballos!»

Yo no padecí la guerra directamente, la Guerra Civil, pero de verdad que al final me dan ganas de relinchar. El libro que Punto de Vista Editores me publica es un relincho. Más aún, traigo alfalfa espiritual y voy a remover las heces y el estiércol. Españoles, Franco ha muerto, pero el franquismo es una patología política difícil de erradicar.

http://puntodevistaeditores.com

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