El Caudillo muere en la madrugada del 20 de noviembre de 1975. España entera estaba expectante. Unos por adhesión; otros por repulsa y animadversión. La fórmula «Españoles, Franco ha muerto» es un cliché periodístico que ya estaba previsto de antemano: tal era la descomposición del Régimen y, por ende, de su máximo dirigente.
Desde tiempo atrás se le ve un cuerpo exangüe, exámine y, la verdad, da lástima: provoca la piedad que todo humano nos inspira al margen de la ojeriza que le profesemos. l es un organismo vencido, huesos y piel. «Españoles, Franco ha muerto», que será frase mil veces repetida, era literalmente una descripción de hechos que se anticipaba o se esperaba al menos desde 1974.
En aquel verano anterior a su fallecimiento –insisto, en 1974–, el Generalísimo padece una tromboflebitis (patología gravísima cuya existencia y cuya consecuencia muchos descubrimos por entonces). Es una tromboflebitis al parecer agravada por las muchas horas que el Caudillo ha pasado inmóvil en silla baja frente al televisor viendo los partidos de la fase final del Campenato Mundial de Fútbol.
Parte de este cotilleo lo reproduce Paul Preston y es muy significativo. El doctor Ramiro Rivera, primer encargado de su hospitalización, revela este extremo, que a su vez insiste en el Parkinson que aqueja al Jefe del Estado. Entre riesgo y gravedad, el galeno se pronuncia por el riesgo, hay riesgo…, cada vez menor conforme transcurra la hospitalización en el Gregorio Marañón. Tiene náuseas, vomita coágulos de sangre y muestra una gran inexpresividad.
Los ministros, dice el Dr. Rivera, creen que Franco agoniza. No es así, aunque la pierna del trombo aparezca nuevamente hinchada, caliente. Resulta evidente que se ha producido una retrombosis y que hay un riesgo cierto de embolia pulmonar. El yernísimo, Dr. Martínez-Bordiú, se opone a cualquier intervención quirúrgica, algo temible en un enfermo tan dañado que en ese momento sólo se expresa con monosílabos. ¿Aceptará el Príncipe la transmisión temporal de poderes? Franco saldrá del hospital como había entrado o incluso mejor, nos dice Ramiro Rivera: con su enfermedad de Parkinson y con su decrepitud.
Desde que envejece, el Generalísimo es un adicto a la pequeña pantalla. Es de gustos sencillos y la televisión le ofrece un mundo ordenado, sometido a horario y calendario, una fantasía paralítica (como era la España ideada por el Franquismo terminal). El régimen recula y se coagula. Para esas fechas, el General tiene una pésima circulación. El corazón del Estado bombea mal y poco irriga, apenas ciertas terminales. La analogía no es una metáfora arbitraria.
Así como hay dictadores que mueren víctimas de la violencia colectiva, tiranos que caen tras un levantamiento en el que los más audaces cuelgan sus cadáveres boca abajo expuestos al escarnio público, en Franco su final es típicamente sedentario y rutinario: ya pocas cosas fluyen. Vive rodeado de los suyos, de su familia sanguínea y política que vigila el fin irreparable, sin que el desorden del mundo altere sustancialmente su estado decrépito.
El mal de la tromboflebitis se agravará, mal del que el dictador no llega a recuperarse enteramente, una enfermedad que se multiplica con distintas complicaciones circulatorias y respiratorias. Es una ignominia, una última derrota, para quienes se oponen al Caudillo. Al fin y a la postre, el Generalísimo muere en la cama, en la cama de un hospital: eso sí, sometido a vejámenes médicos y a asistencias inútiles. Es la enfermedad y su estado terminal los que vencen al dictador.
Me recuerdo nervioso en el pueblo de mi padre, en Salinas del Manzano. En la Serranía de Cuenca. Estamos en agosto de 1974…, y recuerdo al hermano de un tío mío. Es un guardia civil retirado, sintoniza la emisora cada dos por tres. Radio Nacional. Para escuchar las novedades de El Parte. Su actitud es una mezcla de resignación, fatalidad y pena. Y un puntico de esperanza. Tiene razón. Don Francisco Franco logrará remontar la gravedad. Con esa mejoría transitoria, los enemigos de España vuelven a sus reductos, anuncia la televisión. Pero esa expectativa, la eternidad del Régimen, sólo durará meses…
Extracto de Serna, Justo, Españoles, Franco ha muerto. Madrid, Punto de Vista Editores, 2014 (en prensa).