Hay una fotografía de Antonio Barroso, una pieza perteneciente a su serie La rosa de Ifitri, que podemos tomar como metáfora.
Vemos a un hombre desnudo en posición yacente. Se encuentra sobre un colchón de libros, un colchón que imaginamos incómodo e inevitable: por bien encajados y dispuestos que estén los volúmenes, la superficie no será completamente plana. Puede tener aún picos y aristas.
Somos enanos subidos sobre espaldas de gigantes. O somos seres que yacen sobre un manto de libros. O somos fardo. A la vez esos que nos preceden también lo son: son impedimenta. Somos contemporáneos que tienen que vérselas con pilas y pilas de libros, de saberes acumulados, de siglos adosados.
Estamos desnudos cuando nacemos, sí, pero nos equipan con un patrimonio pretérito, nos revisten con conocimientos que nos anteceden y que nos convierten en propietarios. Nos socializan.
Hay que aprender a usar esos datos, a averiguar su circunstancia y a empezar de nuevo. Para que el peso muerto de la historia no nos impida vivir, indicaba Friedrich Nietzsche en una de sus Consideraciones intempestivas, la que lleva por título: Sobre la utilidad y perjuicio de la historia para la vida (1844).
Que el muro de los saberes y que su lastre no nos impidan erguirnos para apreciar el detalle de la existencia irrepetible. Dios está en los detalles, en lo particular, decía el clásico. En efecto, cualquier cosa observada de cerca comienza a ser interesante, el principio de una pesquisa: nuestra propia vida.
Debemos exhumar lo pretérito a partir de objetos, sujetos o episodios que parecen secundarios, pero que, bien mirados, son significativos: significativos para nosotros, los contemporáneos que del pasado nos separa un abismo de tiempo y de referencias, de cultura y de circunstancias.
Creemos tenerlo al alcance, pero sólo disponemos de unos restos, de ese patrimonio material. Hemos de aprender a examinar dichos restos aparentemente pequeños aunque extraordinariamente informativos y reveladores.
Pero hemos de hacerlo también desprendiéndonos de ese sedimento, alzándonos, liberándonos del peso muerto de la historia. Cuando despierte el varón retratado por Antonio Barroso, los libros seguirán allí.