Nunca he probado el rabo de toro. No sé si también se cocinan sus criadillas. Ignoro lo que sirve para el puchero y lo que queda en simple casquería.
Del cerdo dicen que se aprovecha todo: hasta el rabo. No sé: pienso en todo esto y, qué quieren, estas cosas me provocan arcadas. Y mira que me gusta el jamón de bellota y el secreto ibérico.
Imagino unos gorrinos corriendo arponeados por artistas o por mozos y, qué quieren, también me da una congoja… Como decía al comienzo, nunca el probado el rabo de toro. Pienso en el morlaco y me da una rabia…
En cambio, sí que he degustado las ancas de rana: fue en una fiesta del Partito Comunista Italiano (PCI) en Bolonia a finales de los años ochenta del siglo pasado.
El evento lo organizaba L’Unità, entonces principal periódico del PCI y hoy ya desaparecidos: el Partido y el diario.
Los comunistas italianos me parecían muy civiles, muy moderados y probadamente democráticos frente al sovietismo. Sobre todo, el PCI de la Emilia-Romagna: Bolonia, Módena, Ferrara, Reggio Emilia, etcétera.
Por entonces, a comienzos de 1989, yo pasaba una estancia académica en la Università degli Studi di Bologna. Bolonia estaba gobernada por los comunistas. Como Módena.
La fiesta de las ranas se celebró en una paraje entre ambas ciudades. Habían instalado una carpa gigantesca y allí fui a cenar, invitado por unos amigos.
Aún recuerdo la estupefacción que me causó la entrada de docenas y docenas de camareros portando bandejas con miles de ancas. Estaban fritas, si no me equivoco.
Su sabor me decepcionó: la textura y el gusto evocaban simple y llanamente a la carne de pollo, también pasada por la sartén o la plancha. Todo el mundo parecía saberlo menos yo.
Pero, más que la decepción por el sabor de los batracios, aquello que me trastornó fue la imagen de las miles de patitas.
¿Se las cortaban? ¿Se las arrancaban? ¿Había criaderos de ranas? Ay, Dios…, era y es tan grande mi ignorancia. La amputación de las ancas me revolvía las tripas y la congoja me llegaba hasta el paladar.
De pronto sentí mucha rabia. Quienes realmente me decepcionaban eran aquellos modernos comunistas. ¿Era preciso ese festín? En mi infancia, comer ancas era un capricho de ricos y plutócratas. Como hartarse de percebes, cosa que descubrí gracias a los tebeos.
En fin, no quiero comparar ranas con astados, pero la carnicería del Toro de la Vega es repugnante. Con rabo o sin rabo. Con puchero o sin puchero. Aunque le echemos tradición o costumbre. Hay hábitos ancestrales que simplemente merecen desterrarse o suspenderse. No son miles de animalicos: es uno solamente, pero es tan reprobable la sevicia a la que lo someten.
¿Y dicen que al frente del Ayuntamiento del pueblo hay un socialista? Pues me resulta tan decepcionante o repudiable como aquellos simpáticos comunistas, comedores de miles de ranas. Como los plutócratas de mi infancia.
Tranquilo hombre, puedes comer rabo de toro con total tranquilidad, que se trata de rabo, rabo, no de lo que está al lado de las criadillas; casi siempre es ternera, vaca, etc., incluso hay malas lenguas que hablan de cola de canguro, pero no les hagas caso a esos.
Y con respecto a las ancas de rana: insuperables, exquisitas. Lástima que ya es dificílisimo conseguirlas.
Tranquilo me quedo. A la próxima me como el toro. Con sus pezuñitas y todo.