Uno. Hoy, aquí y en en mi muro celebramos dos aniversarios. A pesar del duelo, a pesar del luto, o precisamente por ello, lo hacemos.
Festejamos los cumpleaños de Elvis Presley y de David Bowie, dos artistas que palpitaron, que ampliaron y aún amplían nuestras libertades culturales, dos tipos que rompieron las normas más asfixiantes, que supieron burlarse de los severos guardianes de la moral.
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Dos. El 8 de enero de 1935 nacía Elvis Aaron Presley en Tupelo, Misisipi. El 8 de enero de 1947 nacía David Robert Jones en Brixton, Londres. He leído numerosas obras sobre ambos, entre ellas las biografías canónicas: las de Peter Guralnick y Paul Trynka.
He leído las letras de sus respectivas canciones: no todas, pero sí la mayoría. Entre ambos cantantes hay poco en común. Ni los estilos musicales, dentro del rock, ni la forma de exhibirse, de representarse se parecen. Pero tienen en común la condición de ser pioneros.
Rompieron con los rígidos moldes de sus respectivas sociedades, a veces incluso haciendo declaraciones tronadas. Sus revoluciones tuvieron éxito y a la vez fracasaron.
Tuvieron fortuna porque crearon formas de cantar, de bailar, coreografías que son maneras de presentarse, de retratarse, de mostrarse.
Pero sobre todo esas revoluciones fueron posibles en sociedades secularizadas, espacios culturales y morales en los que la religión no regía la política o el dominio de la vida. No eran sociedades ateas, sin Dios.
Eran mundos materialistas en el que Dios no interfería, no intervenía. Eran lugares en los que la religión y las creencias eran cosa particular, vinculada –eso sí– a comunidades de fieles o a redes sociales.
Pero eran unos Estados Unidos y una Gran Bretaña de moral estricta, de severos preceptos, de tradiciones, de prohibiciones y prescripciones, de sexo negado, oculto.
Las figuras de Elvis y Bowie escandalizaron en los cincuenta y en los setenta del siglo pasado: su forma de moverse, las indumentarias que lucían, los pelos que se peinaban o teñían, los ritmos con los que se agitaban.
Las contorsiones pélvicas de Elvis provocaban lascivia y desinhibición. Las performances de David Bowie, sus atrevidos bodies, sus anaranjados cabellos, sus pupilas desiguales, su ambigüedad sexual liberaban los vapores y los malos humores de una sociedad tan pacata como la británica.
En ambos casos, la televisión fue esencial. Que en programas familiares se colaran actuaciones de ambos provocó terremotos en la audiencia.
Tres. Continuará…
Claro que continuará. En 2014, Serna & Lillo Asociados hemos publicado ‘Young Americans. La cultura del rock (1951-1965)’. Madrid, Punto de Vista Editores. En 2016 entregaremos a Sílex ediciones ‘Bowie. Young David Jones’.
The Best Is Yet To Come.