‘Femme Lisant’ -o, según figura en el registro del Metropolitan Museum of Art de Nueva York, ‘Woman Reading in a Landscape’- es una célebre pintura debida a Jean-Baptiste-Camille Corot. Está fechada en 1869.
Sobre el fondo de un paisaje campestre, pantanoso o fluvial, vemos a una mujer leyendo. Decorosamente sentada, con el ánimo distraído y quizá algo ausente, embebida en esas páginas, rozando su rostro con la mano izquierda o tal vez jugueteando con su pendiente.
La vemos sola. No hay nadie, al menos nadie que la rodee. Allá, al fondo, observamos la presencia de una persona que parece subida a un bote, quizá remando. Pero entre ambos no parece haber relación alguna. En todo caso, esa presencia distante acentúa la soledad de la lectora. Ignoramos quién es y qué hace allí. ¿Disfruta de un día de campo, de una expansión festiva? Nada sabemos de la verdadera historia de esa dama…
No es el único óleo en que este artista retrata a mujeres lectoras: damas que están leyendo o que acaban de interrumpir la lectura, quizá llevadas por una ensoñación, por los efectos de la página impresa.
Hay letras, caracteres y palabras, pero hay imágenes y expectativas que se activan conforme las mujeres se aventuran; o hay decepciones, tal vez la confirmación de una vida monótona, rutinaria…
Echemos un vistazo a la otra reproducción que podemos contemplar aquí mismo. Pertenece al mismo autor y su título es ‘Lectura interrumpida’ (1865). Una dama ha levantado la vista de la página, aunque sigue con el libro en su mano izquierda. Apoya su cabeza en la derecha, con lasitud, con desfallecimiento, sin fijar su mirada algo estrábica. Tal vez reflexiona sobre lo que acaba de leer o quizá se interrumpe al recordar cierta cosa.
Como se sabe, la de la mujer lectora es una tradición pictórica que cobra gran importancia en el siglo XIX. Cultivada por pintores varones, eso sí. Entre el Setecientos y el Ochocientos crece la lectura femenina: crece por la alfabetización, crece por efecto de la novela sentimental, crece como consecuencia de los relatos familiares.
Saber leer es una de las prendas que engalan a la joven prometedora de las familias distinguidas. Pero saber leer es también un modo de adentrarse en lo prohibido. Al decir de Balzac, la vida privada de las naciones queda reflejada en los secretos de alcoba que los novelistas revelarían en sus ficciones. Él, en particular. Hay cotilleo y ganas de saber, la búsqueda de unos modelos de comportamiento y un espejo en el que mirarse.
La pose tantas veces representada en el arte, la de la dama con un libro en las manos, es una fórmula expresiva: muestra quietud, introspección, reflexión. Es un acto casi inmóvil, individual, ya silencioso, ese momento en que una mente y unos sentidos se entregan a los poderes de la imaginación lectora, a la represión de la vida exterior… Un acto visto por un hombre, Jean-Baptiste-Camille Corot.
Estas palabras que arriba publico las pienso a partir de la ilustración de cubierta de un libro, una obra magnífica cuya autora es Mónica Bolufer. ¿Su título? ‘La vida y la escritura en el siglo XVIII (Inés Joyes: Apología de las mujeres)’ (2008). Su contenido sólo parcialmente tiene que ver con dicho óleo. No por fecha; sí por contenido.
Aún pueden disfrutarlo.
Mujeres que leen. Hombres que también leen.