Admito tener cierta animadversión a la presidenta andaluza. Se le nota la ambición desde que sólo era un cuadro o un cuadrito del partido, peón orgánico que ya mostraba ínfulas. Ahora quiere gobernarnos. Ignoro cuál ha sido su trabajo externo.
Admito tener alguna ojeriza a la líder del PSOE de Andalucía. Su religiosidad acendrada y su españolidad ostentosa me sacan de quicio, a mí, que soy persona española de orden.
Lo que no admito es el tratamiento del ABC. Ese diario, que vive horas bajísimas con rivalidades cainitas, tiene la fea costumbre de pintarrajear fotos de sus protagonistas. Sí, de quienes ocupan la primera plana.
El dibujante o caricaturista o informático –el autor del grafismo, vaya– se ensaña con los socialistas y, en general, con los adversarios. Voy a sacar lo más detestable de su fisonomía, parece decirse.
Sé que Susana Díaz se lo pone fácil. No estoy diciendo, por Dios, que sea una señora fea o feúcha (a lo que tendría derecho en un país de políticos varones en el que muchos parecen copias degradadas de Tom Waits o del Príncipe Carlos).
El problema de la señora Susana, además de su ideología aspaventosa, es su estética ‘liquidacionista’: perdónenme, pero parece llevar ropa de comercios en liquidación. Y lo dice alguien, yo mismo, que no se caracteriza por su elegancia natural.
Viste una talla o dos menos, con lo que se produce el efecto matrona o ‘donna in gamba’ (en expresión italiana).
Lleva una melena ondulada que estuvo de moda varios lustros atrás y luce una sonrisa que no sabes si es de pérfida o de lela. Sí, ya sé. Me van a caer chuzos de punta. Pero, qué quieren: no soy malo; es que me dibujaron así.